Carolina Sanín y la caca

14 Mar

En 1982 empecé a leer a Freud y desde ese tiempo me he divertido de lo lindo con las especulaciones tan descabelladas en las que a veces cae el Maestro. He vivido temporadas de admiración, de asombro y de desprecio con el padre del psicoanálisis tanto como con Nietzsche; a los dos los siento un poco locos y más machistas que algunas letras de vallenatos clásicos, es obvio que los dos tenían serios problemas para comprender a las mujeres y eran demasiado subjetivos cuando se trataba de especular sobre ellas, sobre lo que son, piensan, sienten y desean. Que un hombre pretenda teorizar sobre las mujeres es tan absurdo como los deseos de Carolina Sanín para los hombres: que se metan un palo en el culo en la noche y no olviden sacárselo antes de irse a dormir porque todos los hombres son cacorros y cuando penetran a una mujer y le miran el ojo del culo sueñan con ser penetrados y si no han sido penetrados por un pene o por un palo no son hombres dignos de confianza.

Carolina Sanín se jacta de ser devota seguidora y creyente ciega de todas las excentricidades descritas por Freud y es evidente que le interesan más sus teorías sexuales que sus trabajos sobre arte, sociedad de masas, la melancolía, la risa o el consuelo a través de las drogas. Es evidente que Carolina Sanín forma parte de la Iglesia psicoanalítica creada hace casi un siglo, esa Iglesia que le ha hecho tanto daño a la humanidad porque la gente asume que los ensayos de Freud son teoría científica y gracias a esa creencia todos estamos enfermos y debemos ser tratados por un especialista para que nos cure de nuestros propios demonios, necesitamos reconocer nuestros traumas de infancia y trabajar en ellos para curarnos la neurosis, debemos identificar nuestras fobias, nuestras aberraciones sexuales más ocultas que se manifiestan a través de los sueños que deben ser interpretados como si se tratara de libros… Para comenzar, los sueños son el recreo del cerebro que juega consigo mismo porque no se le ocurre nada mejor que hacer durante ocho horas con la luz apagada y el sexo no es lo más importante de la vida, la vida no gira alrededor del sexo sino del hambre, la sed, el sueño y el aburrimiento. Una relación sexual dura muy poco tiempo y se puede vivir sin sexo, no se puede vivir sin comer, sin dormir y sin respirar. Hay muchas actividades que están muy por encima del sexo: conversar largamente, leer literatura, oír música, caminar mientras se contempla el paisaje; el sexo es un acto repetitivo y monótono, se convierte en el centro de la vida para la gente que no ha tenido una experiencia larga con una pareja con la que haya afinidad y con la que se hayan saciado todas las fantasías que a la larga no es que sean tan extensas ni tan arriesgadas. El sexo no es una experiencia vital ni es tampoco la gran expresión o vivencia mística o estética.

Nietzsche desprecia a las mujeres como pocos porque fue un fracasado en el amor y porque le molestaba mucho pensarse como el superhombre mientras era atendido por mujeres que lo consentían como a un bebé recién nacido; Freud cree saber más de las mujeres que las mujeres mismas a pesar de sus múltiples equivocaciones como, por ejemplo, asociar la frigidez con la forma de la nariz y operar la nariz de algunas mujeres en complicidad con otro médico perturbado para que a partir del procedimiento gozaran de una sexualidad más satisfactoria. Probablemente Freud era marica y soñaba gozando como cree que gozan las mujeres y por eso entre sus múltiples ideas descabellas está aquella de que todos somos bisexuales y para comprobarlo debemos lanzarnos a la aventura gay. Carolina Sanín se tragó ese cuento entero y me imagino que ha navegado a lo largo de su vida en varias vaginas y sólo admite como amigos hombres que hayan perdido la virginidad del culo.

¿Se puede ser más inocente como lector?

¿Carolina Sanín lee y asume todas las locuras de Freud como si se tratara del Evangelio y le tiene un altar en su casa al lado de las fotos de la perra con la que convive desde hace mucho tiempo y a la que llama mi madre o mi abuela?

¿Con Freud también aprendió a humanizar a las bestias para no caer en la tentación de que le hagan preguntas sobre las estupideces que a veces dice o escribe?

¿Pensando en Freud le dijo a Héctor Abad que es parido por el ano?

¿Pensando en Freud le dijo a un lector que cuestionó su banalidad si el texto en cuestión era tan flojo como el esfínter de su madre, la madre del lector?

¿Pensando en Freud dice que todos los miembros de la Academia de la lengua son cacorros?

¿Pensando en Freud escribió un libro horroroso titulado Tu cruz en el cielo desierto en el que le pide a su amor virtual que se masturbe introduciéndose objetos en el culo y luego huela su propia mierda mientras delira de amor por ella?

¿Por qué Carolina Sanín está tan obsesionada con la penetración anal entre hombres, el culo de los escritores y el esfínter de la madre de los lectores?

¿Qué tipo de artista es esta y cuál es su apuesta estética?

¿Por quién se toma y a quién cree que escandaliza insultando a los hombres como se insultan los jóvenes de grado Octavo en cualquier colegio del mundo porque se están definiendo como seres sexuales?

¿Cómo es posible que una señora que estudió literatura y da clases sobre lectura, escritura y creación literaria pueda caer en ligerezas ante las que uno como lector sólo puede quedar con la boca abierta no de asombro por la valentía o la crudeza de sus ideas sino porque es una persona elemental?

¿Tanto daño hacen los colegios para niñas en los que las estudiantes le besan la mano a la Madre Superiora antes de leer de rodillas y con mucha devoción el Santo Rosario?

Levy Rincón en La tele letal

14 Mar

Tuve la desgracia de hablar por teléfono con Levy Rincón varias veces hace más o menos un año durante unos dos meses y me siento orgullosa de haberle cancelado más de tres citas, evidentemente había algo en él que no me daba confianza como para concederle el privilegio de conocerme cara a cara y honrarlo con mi presencia. Por teléfono el hombre más ordinario de Colombia posaba de intelectual, todo el tiempo hablaba de literatura, música, gatos y sensibilidad; decía que cuando nos volviéramos ricos haríamos grandes cosas como si fuéramos un equipo o algo parecido y con voz entrecortada manifestaba que le daba miedo desilusionarme. Cuando una persona me dice que nos vamos a volver ricos deja de interesarme porque no trabajo en equipo y el dinero es lo que menos me importa en la vida, seguramente porque nunca me ha hecho falta y sólo sirve para comprar objetos inservibles y gente como Levy Rincón. Por sobre todas las cosas a nuestro objeto de estudio le interesa el dinero, eso lo tengo claro desde la primera vez que hablé con el expobre más reconocido de Colombia, y con personas que abrigan ese tipo de valores e intereses no quiero tener ningún tipo de trato porque me recuerdan a los uribistas, es decir, a los amigos del capitalismo, la apariencia y la productividad.

Levy se escuda en la pobreza para alcanzar sus objetivos más preciados: vestirse como disfrazado con ropa nueva y horrorosa para ir a La tele letal y sentirse entre iguales con Martín de Francisco y Santiago Moure, que tampoco es que sean los hombres más geniales si se trata de hacer humor inteligente, denunciar a los corruptos, burlarse de los uribistas y asumir el rol de irreverentes. ¿Levy sueña con imitar el clasismo, el racismo y el regionalismo de la pareja cómica que más ha insultado a los colombianos como si la gente tuviera la culpa de ser como es? El humor que se hace en este pobre país sin esperanza está entre La bobada literaria y Daniel Samper Ospina; Sábados Felices es el mejor patrón de lo que aquí llaman humor por más que lo quieran hacer ver de otra manera y hace más Juanpis González con sus burlas a las estupideces de los ricos que Martin y Santiago en su papel de jóvenes irreverentes por miedo a caer en la pobreza siendo un par de viejos ridículos o Levy Rincón queriendo congraciarse con ellos y manifestar de manera servil desde hace mucho tiempo que su ídolo es Martín de Francisco. Con esos ídolos es preferible morir sin referentes.

Levy terminó desilusionándome porque en un momento de nuestra supuesta amistad le dio por tener actitudes de divo conmigo y eso es algo que no puedo tolerar con nadie aunque sea premiado, famoso o influyente y entonces decidí bloquearlo en el teléfono y advertirle a través de Twitter que si seguía llamando desde el teléfono de la novia o desde cualquier otro teléfono tendría que denunciarlo por acoso. Viendo al divo en La tele letal pude notar que Levy representa un papel de acuerdo con quien está hablando, es decir, es un hipócrita calculador y usa la pobreza para volverse rico y las malas palabras para sentirse, según sus tristes palabras, el Fernando Vallejo pobre.

La ignorancia de Levy es preocupante y ahora me arrepiento de haberle dado el número telefónico de Fernando Vallejo por puro miedo a que algún día le diga que se acercó a mí porque cree que yo podría escribir sobre Levy como escribí sobre el Autor de La virgen de los sicarios y El desbarrancadero. Al compararse con Vallejo muestra que no sabe nada de literatura por más que compre libros por metros como los traquetos. Si Levy me contactó porque cree que lo que me gusta de Fernando Vallejo son las malas palabras no sabe nada de mí ni de literatura colombiana y se ofende a sí mismo y a su supuesta inteligencia al creer, como Carolina Sanín, que basta con insultar a la gente para parecer artista, irreverente, valiente y original.

Voy a transcribir un fragmento de un ensayo que escribí hace veinte años sobre la apuesta de Fernando Vallejo para que el lector entienda por qué Levy Rincón es un fraude indiscutible como mamerto y no se parece en nada al Maestro:

En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo ficcionaliza la oralidad de una comunidad específica de Colombia con propósitos artísticos. Para crear la ilusión de oralidad desde la escritura sin perder verosimilitud es necesario que el artista conozca los imaginarios de la comunidad de su interés, la manera en que sus miembros conciben el mundo, el contexto social al que pertenecen y el modo en que valoran su participación como individuos que forman parte de una comunidad humana. Debe distinguir, además, las particularidades de la lengua y la manera en que la emplean sus usuarios en situaciones especificas con el propósito de estilizar ambos aspectos, el cultural y el lingüístico y, de esta manera, crear mundos literarios configurados a partir de situaciones sociales y usos de la lengua en contextos particulares. Fernando Vallejo posee pleno dominio de las reglas implícitas que subyacen a la realización de la oralidad y la escritura, es un gran observador del habla de la comunidad de su interés y se ha acercado a los usuarios de la lengua en contextos naturales para luego tomar distancia cuando emprende el proceso de escritura, el resultado es La virgen de los sicarios, una «historia de amor en el país del odio».

Los novelistas que han adoptado la toma de posición que Angel Rama ha denominado narrativa de la transculturación (1982) comparten la dedicación por el estudio y el esfuezo por comprender y ficcionalizar hablas y expresiones culturales de regiones relativamente aisladas de América Latina; asumen el predominio de la oralidad en la región de su interés como la clave de un conjunto de recursos de representación literaria. A través del conocimiento de la configuración mental de los habitantes de esta región y de los principales problemas sociales que los aquejan, se propusieron lograr, después de un exigente proceso de elaboración, la producción de un efecto de oralidad con repercusiones estéticas e ideológicas en cada caso particular (Pacheco, 1992).

La ficcionalización de la oralidad (como una opción opuesta a la fetichización de la escritura) se inscribe dentro de la concepción que parte de la negación de la superioridad cultural de unas comunidades en relación con otras, una actitud eminentemente antieurocentrista ratificada a partir de los textos de Fernando Ortiz -desde la perspectiva antropológica- que luego sirvió de sustento para fundamentar la teoría sobre la transculturación narrativa emprendida por Angel Rama y ratificada en la actualidad por estudiosos de la literatura latinoamericana como Carlos Pacheco.

Independencia, originalidad y representatividad literaria, categorías definidas por Angel Rama (1982: 11-20), son, después de la consolidación de las naciones latinoamericanas, los pilares sobre los cuales debía fundarse el proyecto literario, que no podía ser indígena porque existía una fuerte marca dejada por los europeos, comenzando por la lengua y las tradiciones implantadas, como tampoco se podía sustentar en la plácida imitación de los modelos europeos. Los tres aspectos fueron logrados por los transculturadores después de transcurrido mucho tiempo de intentos de escritores regionalistas por crear obras que, además de poseer gran valor estético, representaran con verosimilitud los lenguajes simbólicos y orales interiorizados y empleados por individuos de comunidades fuertemente orales, por culturas orales primarias, como diría Walter Ong (1987: 40).

El deseo de dar a conocer los imaginarios de algunas comunidades rurales e indígenas y de hacer de éstas el eje central de una propuesta estética simultánea en varios paises latinoamericanos maduró, entre otras cosas, debido a las grandes transformaciones que ocurrieron en América Latina tras la primera Guerra Mundial:

Tras la primera guerra mundial, una nueva expansión económica y cultural de las metrópolis se hace sentir en América Latina y los beneficios que aporta a un sector de sus poblaciones no esconde las rupturas internas que genera ni los conflictos internos que han de acentuarse tras el crac económico de 1929. Se intensifica el proceso de transculturación en todos los órdenes de la vida americana. Uno de sus capítulos lo ocupan los conflictos de las regiones interiores con la modernización que dirigen capitales y puertos, instrumentada por las élites dirigentes urbanas que asumen la filosofía del progreso. La cultura modernizadora de las ciudades, respaldada en sus fuentes externas y en su apropiación del excedente social, ejerce sobre su hinterland una dominación (trasladando de hecho su propia dependencia de los sistemas culturales externos) a los que prestan eficaz ayuda los instrumentos de la tecnología nueva… A las regiones internas, que representan plurales conformaciones culturales, los centros capitalinos les ofrecen una disyuntiva fatal en sus dos términos: o retroceden entrando en agonía, o renuncian a sus valores, es decir, mueren (Rama. 1982: 28).

En las obras de los narradores de la transculturación (Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Joao Guimaraes Rosa…) la lengua y las estructuras literarias son objeto de especial atención; gracias al manejo de estos recursos es posible percibir en algunas de las novelas más representativas (Pedro Páramo, Cien años de soledad, Gran sertón: Veredas…) las diferencias con otras manifestaciones estéticas escritas que, aunque también se destacan por la oralidad, generan otro tipo de efectos en los lectores. El efecto que se proponen producir los transculturadores con la estilización de un habla regional es la sensación -en el lector- de encontrarse ante la recreación de voces rurales o populares auténticas y de presentar las particularidades culturales de la comunidad, su manera de concebir el mundo, el amor, la vida… a través del uso que los narradores y los personajes hacen de la lengua;

Se trata, nada menos, de escribir la realidad (y no de describirla, de imitarla, sino de dejarla en cierto modo que se produzca a sí misma, representación natural de la naturaleza); es decir de hacer aquello que define propiamente la literatura, pero a propósito de la realidad más banalmente real, la más corriente y moliente que, por oposición a lo ideal, no está hecha para ser escrita… hay que afirmar el poder que pertenece al arte de constituirlo todo gracias a la virtud de la forma… de transmutarlo todo en obra de arte gracias a la eficacia de la propia escritura (Bourdieu. 1997: 165).

Si recordamos las características propuestas por Angel Rama sobre la manera como los narradores de la transculturación emplean la lengua, podemos percibir, antes de hacer cualquier análisis textual de la escritura de Fernando Vallejo, que todas atraviesan su narrativa:

1. Se prescinde del uso de glosarios, estimando que las palabras regionales transmiten su significado dentro del contexto linguístico aún para quienes no las conocen.

2. El léxico, la prosodia y la morfosintaxis de la lengua regional, aparece como el campo predilecto para prolongar los conceptos de originalidad y representatividad, fundamentos de la «plasticidad cultural».

3. Lo que antes era la lengua de los personajes populares y, dentro del mismo texto se oponía a la lengua del escritor o del narrador, invierte su posición jerárquica: en vez de ser la excepción y de singularizar al personaje sometido al escudriñamiento del escritor, pasa a ser la voz que narra… no remeda simplemente un dialecto, sino que utiliza formas sintácticas o lexicales que le pertenecen dentro de una lengua coloquial.

4. El autor se ha reintegrado a la comunidad lingüística y habla desde ella con desembarazado uso de los recursos idiomáticos… es a partir de su sistema lingüístico que trabaja el escritor, quien no procura imitar desde fuera un habla regional, sino elaborarla desde dentro con una finalidad artística.

5. Desde el momento en que el escritor no se percibe a sí mismo como fuera de la comunidad lingüística, sino que la reconoce sin rubor, ni disminución como propia… investiga las posiblidades que ésta le proporcionan para construir una específica lengua literaria dentro de su marco (Rama. 1982: 41-42).

Al introducirse en las raíces de la cultura y sentirse como parte de ésta el escritor transculturador descubre aspectos que le eran desconocidos, identifica rasgos particulares de la interioridad de los habitantes del lugar que difieren ampliamente de los representados en las obras en la que el escritor se distancia de la región o de la realidad que desea representar, de la misma manera que se distancia de sus personajes cuando se convierte en narrador.

La toma de posición asumida por Fernando Vallejo tiene algunas similitudes con la de los narradores de la transculturación pero es evidente que ha surgido a partir de intereses, problemas y nuevas preocupaciones, diferentes a las observadas y expresadas por escritores como Gabriel García Márquez. En La virgen de los sicarios, por ejemplo, los problemas de carácter social están relacionados con la explosión demográfica, la masificación y la violencia, no se trata de concederle la voz a los desvalidos o a los vencidos sino de -a través de la voz y las actitudes de los personajes marginados y marginales- dar a conocer y reflexionar sobre problemas que aquejan a ciudades como Medellín que, en síntesis, son los de las ciudades latinoamericanas, en las que la distribución de los bienes materiales y culturales no es equitativa; se trata de una sociedad en la que no se le brindan las mismas oportunidades a todos, especialmente a los jóvenes menos favorecidos económicamente.

En la narrativa de la transculturación pocas veces los narradores explican las situaciones que viven los personajes, a través de la ficcionalización de la oralidad éstos lo hacen por sí mismos en narraciones que se asemejan al testimonio y que producen en el lector la sensación de que aquello que lee no es el resultado del esfuerzo de un artista por lograr verosimilitud en su creación, sino que se trata de la transcripción de relatos orales de personas que desconocen la escritura o la emplean sólo con fines prácticos. La voz de los narradores no es fría y distante, como si fuera la de un hombre culto, distanciado y objetivo que expone situaciones que le son ajenas, sino que esta voz se mezcla y se confunde con la de los personajes.

El narrador de las obras de Fernando Vallejo ha llevado esta práctica al extremo:

Al decidir hablar en nombre propio, con su voz (una voz inconfundible que no se parece a la de nadie), Fernando Vallejo está rompiendo con la más obstinada tradición literaria: la del narrador omnisciente que todo lo sabe y que todo lo ve, el novelista ubicuo que puede atravesar con su mirada las paredes y leer los pensamientos. Nada de esto aquí. En vez del Artífice Supremo, un simple ser humano que dice «yo» sin ocultarse detrás de una pluralidad de máscaras. Pero eso sí, uno que ha jurado no salirse jamás de los límites del pronombre de primera persona con todo lo que eso implica: asumir sin disimulos ni subterfugios sus amores y sus odios (Contracarátula de El desbarrancadero. 2001).

En La virgen de los sicarios no sólo el narrador y los personajes comparten el mismo idiolecto sino que, además, se involucra al lector. El lector -real e implícito- aprende la lengua del narrador -que también está aprendiendo la de los sicarios- y debe aceptar las agresiones que éste le dirige; en la primera página de la novela Fernando primero lo informa, después lo interroga, luego lo desprecia y, finalmente, como hace siempre, le explica:

Un rombo de ciento veinte pliegos inmenso, rojo, rojo, rojo para que resaltara sobre el cielo azul. El tamaño no me lo van a creer, ¡pero qué saben ustedes de globos! ¿saben qué son? Son rombos o cruces o esferas hechos de papel china deleznable, y por dentro llevan una candileja encendida que los llena de humo para que suban. El humo es como quien dice su alma, y la candileja el corazón (Vallejo. 1994: 7).

Fernando emprende su viaje a través de Medellín; lo inicia con Alexis y lo termina con Wilmar (el asesino de Alexis) cuando lo deja en el anfiteatro:

Al amanecer sonó el teléfono: del anfiteatro, que fuera a identificar a alguien que llevaba consigo un número.

«Anfiteatro» llaman aquí a la morgue, y no hay taxista en Medellín ni cristiano que no sepa dónde está porque aquí los vivos sabemos bien adónde tenemos que ir a buscar a los muertos (Vallejo. 1994: 136-137).

Cuando Fernando sale de allí se dirige a tomar un bus cualquiera para donde vaya y se despide del lector, que lo ha acompañado durante su travesía.

De la misma manera en que Fernando le explica al lector lo que es un globo, le describe cuanto ve y cuanto recuerda durante su recorrido por diferentes lugares: iglesias, calles, zonas rurales, comunas, restaurantes, bares… Los espacios, ambientes y objetos con los que se encuentra y llaman su atención son conocidos por el lector a través de descripciones y comparaciones en las que el pasado vivido y recordado es visto como el tiempo ideal y el presente es tratado con desprecio y dolor:

Entre los nuevos barrios de casas uniformes seguían en pie, idénticas, algunas de las viejas casitas campesinas de mi infancia, y el sitio más mágico del Universo, la cantina Bombay… con los mismos techos de vigas y las mismas paredes de tapias encaladas… los muebles eran de ahora pero qué importa, su alma seguía encerrada allí y lo comparé con mi recuerdo y era la misma…

No sé si entre aquellas casitas campesinas que quedaban estaba la del pesebre… la del pesebre más hermoso que hayan hecho los hombres desde que se estableció la costumbre de armar en diciembre nacimientos y belenes para conmemorar la llegada a esta mísera tierra… en la carretera a Sabaneta había una casita con un pesebre que tenía otra carretera a Sabaneta. Ir de una realidad a la otra era infinitamente más alucinante que cualquier sueño de basuco (Vallejo. 1994: 15-16).

En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo recrea una región que es presentada y sentida como un espacio natural y una realidad social que han sido transformados, disueltos de forma violenta; se trata de un espacio y una realidad que le producen repulsión: el idilio es la naturaleza y la infancia, la edad adulta es de inconformidad, rechazo y desprecio del presente:

¿Se les hace impropio un viejo matando a un muchacho? Claro que sí, por supuesto. Todo en la vejez es impropio: matar, reirse, el sexo, y sobre todo seguir viviendo (Vallejo. 1994: 103).

A través de la narración el lector experimenta las sensaciones vividas por Fernando debido al modo en que están escritas, a la puesta en forma; el ritmo de las frases es acorde con el ritmo de las acciones y los rasgos de los espacios descritos:

Las comunas cuando yo nací no existían… las encontré a mi regreso en plena matazón, florecidas, pesando sobre la ciudad como su desgracia. Barrios y barrios de casuchas amontonadas unas sobre otras en las laderas de las montañas, atronándose con su música, envenenándose de amor al prójimo, compitiendo las ansias de matar con la furia reproductora… en el momento que escribo este conflicto aún no se resuelve: siguen matando y naciendo… pero sigamos subiendo: mientras más arriba en la montaña mejor, más miseria (Vallejo. 1994: 33).

La descripción física y los valores de los amantes del gramático son explicados y contrastados con los de él mismo a medida que él, un hombre adulto culto, se va internando en el mundo de los jóvenes sicarios:

«Aquí te regalo esta belleza -me dijo José Antonio cuando me presentó a Alexis- que ya lleva como diez muertos». Alexis se rió y yo también y por supuesto no le creí, o mejor dicho sí… Le quité la camisa, se quitó los zapatos, le quité los pantalones, se quitó las medias y la trusa y quedó desnudo con tres escapularios. Que son los que llevan los sicarios: uno en el cuello, otro en el antebrazo, otro en el tobillo y son: para que les den el negocio, para que no les falle la puntería y para que les paguen. (Vallejo. 1994. 11-18).

Para comprender la naturaleza de los sicarios el narrador ha tenido que involucrarse no sólo en sus actividades sino que además ha tenido que aprender, interpretar y usar su lengua; a lo largo de la novela hay frecuentes reflexiones relacionadas con el lenguaje y con su uso debido a que el narrador es un gramático:

«El pelao debió de entregarle las llaves a la pinta esa», comentó Alexis… Con «el pelao» mi niño significaba el muchacho; con «la pinta esa» el atracador; y con «debió de» significaba «debió» a secas… una cosa es «debe» sola y otra «debe de». Lo uno es obligación, lo otro duda (Vallejo. 1994: 23).

Los valores del narrador experimentan transformaciones graduales a medida que avanza el relato debido a que se ha involucrado en las experiencias de los demás personajes. Al comienzo puede llegar a alterarse debido a algunas actitudes de los sicarios, más adelante los cuestiona un poco, al final, termina justificándolos y hasta celebrando su comportamiento. Los sicarios, como Ángeles Exterminadores, cumplen una función positiva debido a que compensan la «furia reproductora» de sus madres.

El inicio de la novela no produce ninguna sorpresa en el lector debido a que se trata de una escritura narrativa más o menos convencional: un narrador en primera persona que se refiere a hechos ocurridos en el pasado en los que él ha participado: «Había en las afueras de Medellín un pueblo silencioso y apacible que se llamaba Sabaneta. Bien que lo conocí» (Vallejo. 1994: 7).

Cuando el narrador se ha involucrado lo suficiente en el mundo de los sicarios también se ha transformado su modo de expresarse: «Sacó el Ángel exterminador su espada de fuego, su ‘tote’, su ‘fierro’, su juguete, y de un relámpago para cada uno en la frente los fulminó. ¿a los tres? No bobito, a los cuatro, al gamincito también» (Vallejo. 1994: 64).

Al final de la novela, en la última página, Fernando se dirige al lector través del idiolecto característico de los sicarios; el narrador conoce y emplea la lengua de los personajes de manera desenvuelta y natural:

Bueno parcero, aquí nos separamos, hasta aquí me acompaña usted. Muchas gracias por su compañía y tome usted, por su lado, que yo me sigo en cualquiera de estos buses para donde vaya, para donde sea.

«y que te vaya bien,
que te pise un carro
o que te estripe un tren» (Vallejo. 1994. 142).

El narrador de La virgen de los sicarios, a diferencia del de Cien años de soledad, es un crítico severo que se expresa sin titubeos y no se esfuerza por cautivar al lector. Mientras que en la novela de García Márquez los problemas son expresados a través de la voz de los personajes y la reflexión surge a partir de la lectura, es decir que la actitud crítica debe ser descubierta e interpretada por el lector, en la de Fernando Vallejo el narrador evalúa acciones y actitudes propias y ajenas, la mayoría de las veces de forma bastante agresiva, sin ningún tipo de consideración ni siquiera con él mismo.

La actitud desacralizadora -la «etica invertida» celebrada por el «odiador amable» (Abad, 2000) en todas las obras de Fernando Vallejo no puede ser concebida sólo como el deseo de ofender o de calmar angustias existenciales; «el fin de Vallejo, con todo, es menos retratar una conciencia que zarandear a un país y, desnudando sus vergüenzas, igualarlo al resto de la humanidad, a la que insulta con indignación imparcial» (Ospina. 2000: 20).

El narrador de La virgen de los sicarios -que es el mismo de El río del tiempo y El desbarrancadero- se esfuerza por ir contra la corriente, contra valores e instituciones como el matrimonio, la maternidad, la heterosexualidad, la iglesia, la familia, los actos humanitarios, la intelectualidad, el respeto a las instituciones públicas, al presidente, etc:

La relación carnal con las mujeres es el pecado de la bestialidad… como por ejemplo un burro con una vaca.

De tanto en tanto una vieja preñada, una de esas perras putas paridoras que pululan por todas partes con sus impúdicas barrigas en la impunidad más monstruosa.

Vive prisionero, encerrado, casado, con mujer gorda y propia y cinco hijos comiendo, jodiendo y viendo televisión.

(el presidente) les lee el discurso que le escribieron en inglés con esa vocecita chillona, montañera, maricona, suya, y con el candor y el acento de un niño de escuela que está aprendiendo.

Cualquier sociólogo chambón de esos que andan por ahí analizando en las «consejerías de paz» concluirá de esto que al desquiciamento de una sociedad se sigue el del idioma. ¡Qué va! (Vallejo. 1994).

Aunque la ficcionalización de la oralidad es un recurso empleado en la totalidad de la obra de Fernando Vallejo, en La virgen de los sicarios, por tratarse de la recreación de las expresiones y las acciones más frecuentes de los sicarios de las comunas, su uso es más eficaz para asumir una actitud desacralizadora, para producir mayor repulsión en los detractores de sus obras. Después de esta novela -gracias a la verosimilitud de su escritura- es muy probable que su autor no sea catalogado sólo como homosexual de costumbres depravadas, sino que, además, podrá ser declarado como sicario y, sin embargo, Fernando Vallejo, como su narrador, aparte de unos cuantos libros no tiene prontuario (Vallejo.1994: 42).

En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo se concentra en los problemas que aquejan a Medellín, pero es evidente que a lo largo de su narrativa el menosprecio va dirigido a la raza humana, a sus actos y sentimientos, a la manera en que expresan sus deseos y a los argumentos que los motivan para ejecutarlos:

Mira Alexis, tú tienes una ventaja sobre mí y es que eres joven y yo ya me voy a morir, pero desgraciadamente para ti nunca vivirás la felicidad que yo he vivido. La felicidad no puede existir en este mundo tuyo de televisores y casetes y punkeros y rockeros y partidos de fútbol. Cuando la humanidad se sienta en sus culos ante un televisor a ver veintidós adultos infantiles dándole patadas a un balón no hay esperanzas. Dan grima, dan ganas de darle a la humanidad una patada en el culo y despeñarla por el rodadero de la eternidad, y que desocupen la tierra y no vuelvan más (Vallejo. 1994: 15).

La elección por la que ha optado Fernando en La virgen de los sicarios no se debe a que los sicarios encarnen los valores que él considera dignos de ser llevados a la práctica, sino porque entre las posibilidades que le presenta Medellín durante el periodo de tiempo recreado la opción que considera más legítima es la de amar a Alexis, el Ángel Exterminador, porque en él, a pesar de sus limitaciones, se concentran valores que dan fe de su autenticidad y de una actitud radical ante la vida.

En algunas ocasiones y en relación con algunas decisiones, Alexis puede llegar a ser «más extremoso» que el narrador:

Le pregunté si le gustaban las mujeres. «No», contestó con un «no» tan rotundo, tan inesperado que me dejó perplejo. Y era un «no» para siempre: para el presente, para el pasado y para el futuro y para toda la eternidad de Dios: ni se había acostado con ninguna ni se pensaba acostar. Alexis era imprevisible y me estaba resultando más extremoso que yo. Conque eso era pues lo que había detrás de esos ojos verdes, una pureza incontaminada de mujeres. Y la verdad más absoluta, sin atenuantes ni importarle un carajo lo que piense usted que es lo que sostengo yo. De eso era de lo que me había enamorado. De su verdad (Vallejo. 1994: 21).

Si se piensa en la situación actual del país, en los antecedentes de violencia y en la parcialidad con que se abordan los temas más conflictivos (la corrupción, la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico, los derechos humanos, etc.) a través de los medios de comunicación, por los políticos y por los «especialistas», es evidente que la actitud de Fernando Vallejo no se constituye apenas en el desahogo de un hombre que sufre y disfruta injuriando y escandalizando a los demás mientras recuerda episodios de su vida, sino que es necesario ir un poco más allá: «Esas despiadadas comprobaciones, esos sermones del ateísmo militante, estos asesinatos simbólicos del poder, fueron siempre el modo como las sociedades se quitaron de encima las mordazas del clericalismo y las camisas de fuerza de la moralidad hipócrita» (Ospina. 2000: 20).

La descripción del globo hecho con papel china deleznable en la primera página de La virgen de los sicarios no cumple sólo la función de evocar con nostalgia la infancia, es, además, el objeto ideal para contrastar la fervorosa religiosidad de los colombianos -especialmente de los antioqueños- con la sangre derramada por Jesús y por Colombia «por los siglos de los siglos amén»:

Cuando se llenan de humo y empiezan a jalar, los que los están elevando sueltan, soltamos, y el globo se va yendo, yendo al cielo con el corazón encendido, palpitando, como el Corazón de Jesús. ¿Saben quién es? Nosotros teníamos uno en la sala; en la sala de la casa de la calle del Perú de la ciudad de Medellín, capital de Antioquia; en la casa donde yo nací, en la sala entronizado o sea (por qué no se va a saber) bendecido un día por el cura. A él está consagrada mi patria. El es Jesús y se está señalando el pecho con el dedo, y con el pecho abierto el corazón sangrando: goticas de sangre rojo vivo, encendido, como la candileja del globo: es la sangre que derramará Colombia, ahora y siempre por los siglos de los siglos amén (Vallejo. 1994: 7-8).

En la virgen de los sicarios Fernando Vallejo se concentra en un sector marginado de Medelllín: los jóvenes sicarios de las comunas; el gran problema que aqueja a la comunidad -como ocurre en otros lugares marginales de Colombia- no es el aislamiento sino la violencia y el interés de quienes la constituyen por estar al día en relación con aspectos como la moda:

Le pedí que anotara, en una servilleta de papel, lo que esperaba de esta vida. Con su letra arrevesada y mi bolígrafo escribió: Que quería unos tenis marca Reebock, y unos jeans Paco Ravanne. Camisas Ocean Pacific y ropa interior Kelvin Klein. Una moto Honda, un jeep Mazda, un equipo de sonido láser y una nevera para la mamá: uno de esos refrigeradores enormes marca Whirpool que soltaban chorros de cubitos de hielo abriéndoles simplemente una llave (Vallejo. 1994. 107);

Los placeres o las aficiones como la música:

Alexis dijo que yo estaba loco. Que no se podía vivir sin música, y yo que sí, y que además eso no era música «romántica» (Vallejo. 1994: 20);

La televisión:

Se pasa ahora el día entero mi muchachito ante el televisor cambiando de canal a cada minuto… Impulsado por su vacío existencial agarra en el televisor cualquier cosa: telenovelas, partidos de fútbol, conjuntos de rock, una puta declarando, el presidente (Vallejo. 1994: 22-38);

El fútbol:

El muerto más importante lo borra el siguiente partido de fútbol… al día siguiente ¡goool! Los goles atruenan el cielo de Medellín y después tiran petardos o «papeletas» o «voladores» y uno no sabe si es de gusto o si son las mismas balas de anoche (Vallejo. 1994: 46).

Los gustos de los personajes se materializan o se ven frustrados en un contexto social y político corrupto e impune:

Con eso de que aquí, en este país de leyes y constituciones, democrático, no es culpable nadie hasta que no lo condenen, y no lo condenan si no lo juzgan, y no lo juzgan si no lo agarran, y si lo agarran lo sueltan… La ley de Colombia es la impunidad y nuestro primer delincuente impune es el presidente, que a estas horas debe andar parrandiándose el país (Vallejo. 1994: 22).

Una de las preocupaciones más evidentes de Fernando Vallejo como intelectual y como novelista es el aumento desmesurado de la pobreza, que se hace cada vez más preocupante debido a lo que él llama la «furia reproductora». En El desbarrancadero el narrador desprecia e insulta a su madre por el hecho de que ella se autoproclame heroína sólo por haber dedicado su vida a tener hijos y pensar que ellos deberían agradecérselo y servirla:

Herrmana de esta furia es la Loca que aquí tratamos, una mujer impredecible, mandona, irascible, que nos hijueputiaba… El gran secreto de las madres de Antioquia: paren al primer hijo, le limpian el culo, y lo entrenan para que les limpie el culo, al segundo, al tercero, al cuarto, al quinto, al decimosexto, que encargándose exclusivamente de la reproducción ellas paren. Así procedió la Loca y yo… terminé de niñera de mis veinte hermanos mientras la devota se entregaba en cuerpo y alma… a propagar su sacro molde… no se fuera a perder… Yo lavaba, planchaba, barría, trapeaba, ordenaba… y lo que yo lavaba, planchaba, barría, trapeaba y ordenaba la Loca lo ensuciaba, arrugaba, empolvaba, desordenaba…

-Fue la última vez, vieja hijueputa- le grité con la dulce y delicada palabra aprendida de ella.

Y fue porque cuando yo digo basta es basta.

Pero después me arrepentí de haberme rebajado tanto, hasta su bajeza (Vallejo. 2001).

En La virgen de lo sicarios esta diatriba también es frecuente -mucho más que en las novelas que constituyen El río del tiempo– debido a que los amantes de Fernando viven en las comunas y las madres de estos sicarios son tan prolíficas como la del narrador de El desabarrancadero.

Uno de las rasgos que mejor caracteriza a lo sicarios y a las personas con menos recursos económicos es la necesidad de aferrarse a la fe para, a través de ésta, hacer más llevadera la vida:

Un tropel entre un carrerío llenaba el pueblo. Era la peregrinación de los martes, devota, insulsa, mentirosa. Venían a pedir favores. ¿Por qué esta manía de pedir y pedir? Yo no soy de aquí. me avergüenzo de esta raza limosnera… Entre la multitud anodina de viejos y viejas busqué a los muchachos, los sicarios, y en efecto, pululaban (Vallejo.1994: 17).

Los pobres de Medellín se reproducen «como las ratas» en las comunas y luego bajan a arrasar la ciudad:

¡Pero miren qué hacinamiento! millón y medio en las comunas de Medellín, encaramados en las laderas de las montañas como las cabras, y reproduciéndose como las ratas. Después se vuelcan sobre el centro de la ciudad y Sabaneta… y por donde pasan arrasan. «Acaban hasta con el nido de la perra» como decía mi abuela (Vallejo. 1994: 60).

De la misma manera que los habitantes de las comunas reproducen la pobreza, se encargan de reproducir también la violencia:

Cada comuna está dividida en varios barrios, y cada barrio repartido en varias bandas: cinco, diez, quince muchachos que forman una jauría que por donde orina nadie pasa… perdiéndonos en el laberinto de los callejones y de los odios… los rencores y los ajustes de cuentas que se heredan de padres a hijos y se pasan de hermanos a hermanos como el sarampión… La lucha implacable es a muerte, esta guerra no deja heridos porque después se nos vuelven culebras. No señor (Vallejo. 1994: 67).

Fernando Vallejo considera que la violencia se ha acrecentado «por la rabia de la población. Por tanto carro, tanta gente, tanta rabia, que les va subiendo de grado en grado la temperatura a las ciudades» (Vallejo. 2002: 1). Propone dos alternativas para mejorar las condiciones de vida: «o nos ponemos a matar en bloque, más a conciencia, no de a veinte o treinta; o dejamos de reproducirnos. Porque ya no cabemos. Y cuando las ratas no caben porque están muy apretadas, unas con otras se matan (Vallejo. 2002: 1).

Bibliografía

Abad Faciolince, Héctor. Asuntos de un hidalgo disoluto. Bogotá: Alfaguara. 1994, 2000.

Bourdieu, Pierre. Las reglas del arte. Barcelona: Anagrama. 1997. Primera edición: París: Éditions du Seuil. 1992.

__________ Sociología y cultura. México: Grijalbo. 1990. Primera edición. Questions de sociologie. Paris: Editiones de Minuit. 1984. Introducción de Néstor García Canclini.

Ong, Walter. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México: Fondo de Cultura Económica. 1987.

Ortiz, Fernando. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 1978.

Ospina, William. «No quiero morir pero matan», En Número. 26. Sept – nov. 2000.

Pacheco, Carlos. La comarca oral. Caracas: La Casa de Bello. 1992.

Rama. Angel. Transculturación narrativa en América Latina. México: Siglo XXI. 1982.

Vallejo, Fernando. El desbarrancadero. Bogotá: Alfaguara. 2001.

___________ «Los difíciles caminos de la esperanza». Fotografías: retratos con bestia de Jorge Mario Múnera. En www.revistanumero.com. 2002

___________ La virgen de los sicarios. Bogotá: Alfaguara. 1994, 2002.

Notas:

* Profesional en Estudios Literarios, Universidad Nacional de Colombia; Magister en Literatura Hispanoamericana, Instituto Caro y Cuervo; Profesora Universidad Central.

[1] La distribución de los bienes materiales y culturales en realidad no es equitativa en ninguna parte y, mucho menos en las sociedades capitalistas: «El mercado de bienes simbólicos incluye, básicamente, tres modos de producción: burgués, medio y popular. Estos modos de producción cultural se diferencian por la composición de sus públicos (burgués/clases medias/populares), por la naturaleza de las obras producidas (obras de arte/bienes de consumo masivo) y por las ideologías político-esteticas que los expresan (aristocratismo esteticista/ascetismo y pretensión/pragmatismo funcional). Pero los tres sistemas coexisten dentro de la misma sociedad capitalista, porque ésta ha organizado la distribución (desigual) de todos los bienes materiales y simbólicos. Dicha unidad se manifiesta, entre otros hechos, en que los mismos bienes son, en muchos casos, consumidos por distintas clases sociales. La diferencia se establece entonces, más que en los bienes que cada clase apropia, en el modo de usarlos» (Néstor García Canclini, en la introducción a Sociología y cultura. Pierre Bourdieu. 1990: 22)

[2] «El amor homosexual ha sido un tópico difícil para la literatura hispanoamericana contemporánea, principalmente por la impericia de los autores al tratar el tema… La mayoría se conforma con un erotismo repetitivo y solemne, o bien una farse melodramática que, a estas alturas, ya ni siquiera nos hace sonreir.
    Fernando Vallejo evita ambos escollos obrando con eminencia intelectual: su novela no es erótica sino tanática. Su campo de batalla es la mente, no la piel…
    Por lo que atañe a las probables escenas de erotismo homosexual, éstas han sido suprimidas sistemáticamente, como si el narrador no quisiera que su presencia negara o atemperara la perspectiva de que el mundo… fue y será una porquería. De tal suerte, la homosexualidad aparece en La virgen de los sicarios como una actitud moral de los personajes. También como un recurso estilístico, un potente catalizador de la misantropía y el horror ante la capacidad de engendrar» (Herbert. 2001: 2).

[3] En fragmentos como este las palabras del narrador van dirigidas al lector extranjero como explicación o ilustración y al colombiano como reproche.

© Elsy Rosas Crespo 2003
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero24/virgen.html

Caminando bajo la lluvia o café y cigarrillos

13 Mar

El 21 de diciembre de 2013 escribí el post titulado «Caminando bajo el sol» y está basado en hechos reales. Lo compartí con un amigo con el que caminamos bajo la lluvia el sábado pasado y le encantó. Me puse como reto, para él y para mí, escribir algo parecido teniendo en cuenta que el sábado pasado fue 12 de marzo de 2022, estuvimos en varios lugares y nos cruzamos con varias personas.

Con ustedes «Caminando bajo el sol» y a continuación «Caminando bajo la lluvia»:

El sol tiene un efecto benéfico para alguien como yo porque soy de espíritu jovial y ayer caminé durante diez o quince minutos con un hombre con el que casi siempre nos sentamos a tomar café. Café y sólo café hasta quedar temblando con la sensación. El café de ayer estuvo mucho mejor que todos los anteriores ¿fue porque nos vimos a las once de la mañana y casi siempre nos vemos a las tres de la tarde? Es probable. Nací a las ocho de la mañana y por eso cuando soy más yo es antes del mediodía. Soy más yo cuando camino que cuando estoy sentada tomando café.

Ese hombre hizo realidad un sueño de vaqueros que añoraba desde hace ocho años: ir al mismo sitio a beber lo de siempre con la misma persona. Soñaba con el mensaje que me envía cuando nos vamos a ver: «A las tres donde siempre». Nuestro hombre es un hombre dulce que quiere pasar por rudo pero no puede, le gana la dulzura.

Una de las ventajas de sentarse a tomar café en el mismo sitio, en la misma mesa, a la misma hora… es que no hay distractores, conocemos el paisaje de memoria y nos concentramos en la conversación. Nuestro héroe es un gran conversador. Sin contar con que el tono de voz y la expresión corporal lo convierten en un ser único y excepcional ante la mirada de alguien tan caprichoso como yo. Para mí es único y excepcional y no es ni novio ni amante, no somos tan vulgares, es un hombre respetuoso conmigo como lo son mis dos o tres amigos. Pero yo lo espero temblando de emoción porque siempre será emocionante verlo y volver a hablar con él.

Ayer terminamos nuestra conversación de dos horas que él calcula muy bien sin mirar el reloj, entramos a mirar ropa para él que nunca compra, salimos y -en vez de despedirnos en la misma salida del odioso centro comercial- decidimos dar una vuelta por iniciativa mía. Le dijo al señor serio: «¿Nos despedimos aquí tú y yo o damos una vuelta?» y él dijo en tono jovial: «¡Demos una vuelta!». Me tocó el brazo, me tomó como si fuéramos Tola y Maruja y nos fuimos a dar nuestra vuelta. Ay, no, qué sensación tan agradable me quedó de esa tontería llamada caminar al lado de una persona querida ¿por qué sentimos la esencia de la gente cuando caminamos uno al lado del otro? Es un misterio para mí.

Como no estamos acostumbrados a caminar juntos, en un momento de la ruta tropezamos un poco y yo le dije en tono imperativo bromista «¡No me empuje!» y él me empujó para responder a mi broma. ¡Ay, Dios!, el mundo perfecto en medio de esta podredumbre llamada mundo real.

Seguimos hablando de los temas de siempre pero éramos más joviales y yo -que soy tan reservada- empecé a revelarle los secretos más sensibles, lo que él no debía saber sobre mi táctica y estrategia cuando me dispongo a escribir algo como lo que escribo en este momento (y él está ansioso por leer). Me traicionó la breve caminata como a los borrachos los traiciona el alcohol. Fui presa de la embriaguez provocada por el sol, el afecto y el hecho de habernos salido de nuestra rutina, estuve tentada a repetir la dulzura de cuando fui presa de una dulzura tan dulcemente dulce.

Anoche soñé con él, un sueño erótico que no voy a describir aquí para no echar a perder el tono de la historia. Sospecho que mi cerebro quedó fascinado con nuestro juego de empujones y creó esa fantasía; al cerebro le gusta armar historias mientras el pobre ser humano duerme porque no puede parar, tiene que jugar con él mismo. Con frases y sensaciones vividas durante el día creamos mundos fantásticos que nos perturban o nos hacen sentir culpables. No lo voy a negar, el sueño fue tan dulce como la experiencia vivida. ¿a quién queremos engañar? 

Caminando bajo la lluvia

Desde hace un poco más de un año ofrezco cursos personalizados sobre temas de mi interés o del interés de quien me convoca, algunos convocados se entusiasman tanto que deciden tomar uno más y entre un curso y otro descubrimos que nos convertimos en amigos y a veces una sesión pensada para dos horas se convierte en una conversación de tres horas y como soy más amiga de la conversación de que la plata digo que soy una profesora seria y estricta, entonces esa sesión convertida en conversación queda aplazada para próxima fecha.

El sábado pasado estaba programada la segunda sesión de un curso de seis sesiones en la biblioteca Luis Ángel Arango a las once de la mañana y el convocado debía leer para ese día Madame Bovary y La orgía perpetua, llevar el plan, la estructura de una novela, a partir de la lectura de los textos de Flaubert y Vargas Llosa. Anónimo llegó muy entusiasmado con sus apuntes pero no pudimos hablar de esos apuntes porque se interpusieron otros temas y otros hechos dignos de ser escritos para ser recordados dentro de diez años, el tiempo que casi completa «Caminando bajo el sol».

Salí temprano como siempre para caminar sin afán como me gusta y sin recordar que era sábado tomé una mala decisión de transporte y llegué a las 11:15 al café cerca de la biblioteca porque tardaría más en llegar a la cita si entregaba primero los libros. Tomamos el primer café, hablamos de café, de Hombre muerto, miramos los libros que iba a entregar, los comentamos, hablamos de otros libros, vimos el espectáculo que da la gente en el Centro de Bogotá y lo más llamativo de ese espectáculo fue que le dijeran profesor a Anónimo, que un transeúnte nos viera viendo Hombre muerto y dijera que también le gusta y el señor viejo que se acercó y nos dijo con voz sonriente y desafiante: ¡Dios castiga!

Mientras estaba redactando el post apareció Anónimo con su Composición y me gustó tanto que la voy a compartir. El título del texto es Café y cigarrillos:

«¡Dios castiga!» —, nos dijo el hombre que se acercó a pedir plata.

Pedí tres pods cumbre, fuertes, para empezar la tarde, eran las once y cinco y elegí la terraza porque desde allí podría ver a la artista callejera que organizaba su escenario y preparaba la escena. La gente caminaba a mi alrededor y me conmovió el sonido, la banda sonora de fondo que se reproduce todo el tiempo. Los autos que bajan por la calle once y cruzan por la quinta hacia el sur, las vendedoras que acosan y se toman un respiro de vez en cuando para mirar el celular, los vendedores de comestibles y cigarros apostados en la esquina. Las palabras, el viento, los comentarios de unas turistas francesas que acababan de comprar un frasco de café instantáneo, la algarabía.

Mi amiga llegó un minuto después de que yo empezara a grabar con mi celular la imagen de la escultura, del arbusto y del árbol detrás de la escultura y las dos esquinas del otro lado, al fondo, detrás del arbusto y del árbol, todo aquello detrás de la escultura, un universo estático y sobre esa quietud el movimiento de la vida. La escultura firme, ramas meciéndose, hojas cayendo, los muros de la fachada, la mujer afinando la guitarra, gente caminando, voces. Yo la vi llegar desde lejos porque ya conozco su manera de andar, de acercarse y de decir “¡Quiubo!”, echando la cabeza un poco para atrás. A su llegada le puse stop a mi cortometraje y nos cambiamos de mesa para hacer el trueque de libros, película y café. El trueque que hacemos para que en el futuro recordemos que por lo general la guerra se sucede donde antes hubo amistad.

Mientras los cafés se agotaban la conversación se animaba y poco a poco, como a mi amiga y a mi nos gusta, la alegría de vernos se convirtió en pesimismo por todo aquello que nos hemos visto obligados a vivir, por estar sujetos a un sistema invisible y porque de ninguna manera es más bonito pensar que el amor triunfará. Al contrario, es más bonito ver la realidad tal como ocurre, es más bonito pensar que la atmósfera no va a parar su deterioro y es más bonito pensar que somos un reino olvidado de aquel Dios compasivo en el que nos hicieron creer. Es cierto que no con todo el mundo  se comentan las desgracias de los tiempos que corren, las desgracias del pasado y mucho menos se habla del apocalipsis que está por venir. A la gente no le agrada el pesimismo, la gente prefiere pensar que todo está bien y que es verdad que el universo se encargará en algún momento de que todo marche mejor. Por eso hablar con ella reconforta y muy al contrario de lo que se pueda concluir, lo lleva a uno a soñar con un mundo mejor.

Pero esos momentos apacibles que se derrumban por la aparición de un hombre que lanza una maldición, tienen que moverse a otros espacios, hacia lugares más tranquilos donde el diálogo pueda convertirse en algo que podría durar un día o dos sin comida y sin bebida. Porque uno tampoco comenta con todo el mundo las desgracias de los personajes de la literatura, la vida tumultuosa de las autoras, la pusilanimidad de los hombres; todo aquello que somos allá, en la “realidad ficticia” tanto como aquí en la “realidad real”. Son esos espacios en los que se salva la vida, aquellos que llenan la mente de recuerdos que se distorsionan con el paso del tiempo y se convierten en memorias difusas de las que sólo se pueden extraer escenas aleatorias y puntuales.

Hasta que nuevamente el diálogo se ve interrumpido por la maldición del uso del tapabocas, los gérmenes y lo virulentos que somos como especie. No podíamos creer que nos hicieran cubrir la boca otra vez, tan aislados que estábamos como para contaminar a aquellas personas que caminaban lejanas, los que entraban al elevador y se dirigían al quinto piso de la biblioteca, o las que salían y se dirigían hacia el pasillo oscuro que desembocaba en las escalinatas que conducen al tercer sótano bajo la superficie de ese concreto, hacia las catacumbas de La Candelaria.

Por eso tuvimos que volver a huir y en el camino se había ocultado el sol y se hizo necesario el paraguas para bajar por la peatonal que ahora estaba resbalosa y húmeda, atestada de transeúntes que encogían los hombros para evitar los goterones que caían desde los aleros y desde la nube gris que se había llenado de vigor y que ahora descargaba lluvia. En ese recorrido hasta la plaza que tiene nombre de prócer, toda cagada de mierda de paloma, encontramos un puesto para comprar cigarros. Nos acabábamos de tomar otro latte, le dimos fuego al tabaco y yo debajo de la lluvia y ella bajo su paraguas, quietos en la peatonal, quemamos al indio primero y después terminamos de conversar sobre lo buena que es la vida con cigarros y café, cafeinómanos temblorosos, castigados por Dios.

¿Las mujeres están locas?

13 Mar

Completamos más de un siglo de feminismo y no hemos avanzado casi nada, más bien hemos retrocedido porque el feminismo se convirtió en una cruzada conservadora y las mujeres piden ser tratadas como niñas desvalidas e inseguras, víctimas de nacimiento sólo por ser mujeres. Desde hace más de cien años se repite en todos los Manuales que las mujeres han sido borradas de la historia, no se les dan a ellas las mismas oportunidades que a ellos, cuando las mujeres levantan la mano no les dan la palabra, a las mujeres les roban sus mejores ideas, muchas terminan locas tratando de liberarse de la opresión y a otras las tildan de locas sólo porque tienen carácter o son claras en sus ideas. No debemos olvidar que hay mujeres que levantan la mano para decir estupideces, otras confunden tener carácter con ser dogmáticas y muchas de verdad están locas o se hacen las locas para lograr sus objetivos o para estar a la moda porque no podemos negar que está de moda ser un poco loca o parecerlo. En este tiempo triste el feminismo no está siendo abordado por las mujeres más cultas y racionales sino por hordas de tuiteras que se educaron en las redes sociales y se unen como zombies para atacar en manada a cualquier machito que intente tratar de loca a una loca.

En este tiempo triste hay más locura en mujeres que en hombres y lo digo porque ahora no tengo amigas y en cambio tengo más amigos que nunca y la mayoría de los hombres que conozco sufren lo indecible porque no saben cómo tratar a las mujeres para que no se sientan acosadas, menospreciadas y vilipendiadas. El falso feminismo ha levantado un muro entre hombres y mujeres y esa no era la meta del feminismo, no se trataba de convertir a los hombres en enemigos y a las mujeres en seres inocentes, sin cálculo en sus acciones y con objetivos bien definidos. Todas las mujeres no son genios por descubrir ni santas de nacimiento y no todos los hombres son violadores en potencia y fieras salvajes por convicción.

Virginia Woolf estaba loca, se vestía como una loca, se portaba como una loca, en medio de su locura escribió el mejor libro existente sobre feminismo y está más viva y es más actual que todas las feministas actuales estén locas o no; Simone de Beauvoir, la mejor discípula de la loca, escribió hace casi cien años con conocimiento de causa que pueden abrir todas las empresas, pueden abrir todas las universidades para que las mujeres ganen dinero y se eduquen pero por más que nos duela la carrera más honorable para la mayoría de las mujeres sigue siendo el matrimonio y la mejor condecoración los hijos. Se ha debatido sobre si la mujer está hecha para el trabajo o para ver televisión con los hijos mientras llega el marido cansado de trabajar, si las mujeres sueñan más con la maternidad y con hablar con las vecinas o con ascender laboralmente y cultivar el intelecto y si tiene sentido competir con los hombres por los valores de los hombres siendo mujer, si los deseos de las mujeres tienen que ser los mismos de los hombres para que ellas no se sientan como seres inferiores. En Una habitación propia Virginia Woolf presenta el problema y en Tres guineas la solución, pero a quién le interesa leer estos libros en tiempos de redes sociales.

En tiempos de redes sociales el feminismo, el empoderamiento y el escrache se mezclan con el animalismo, el veganismo, la depresión, la ansiedad, la falta de oportunidades, onlyfans, la cirugía estética y la lucha contra la objetivación de las mujeres que no son sólo tetas y culo, la gordofobia, la copa menstrual, la homosexualidad, mi cuerpo mi decisión, el violador eres tú y una lista larga de reclamos, modas y temas perfectos para hacer publicidad y vender todo tipo de productos, empezando por el cuerpo de las mujeres. Ante semejante mezcolanza horrible y el escándalo diario es imposible avanzar.

Camila Builes: ¿La hija perdida de Catalina Ruiz-Navarro?

13 Mar

Supe de la existencia de Camila Builes la semana pasada por algo relacionado con una feminista que fue callada por un macho opresor en el Hay Festival y por otra persona que me la nombró a propósito de las roscas y los chismes de Twitter. Hoy vine a saber que es otra maestra del plagio, consentida de los medios, los intelectuales y los poetas colombianos. Trabaja en la HJCK y en Bakánica, dirigida por el supuesto lector riguroso llamado Camilo Jiménez Estrada, en el pasado editor de la revista El Malpensante, el profesor que renunció a seguir dando clases en la Javeriana porque no soportaba más tanta mediocridad consentida. Esa mente brillante, ese lector exigente, terminó trabajando en un medio propiedad de una EPS (Colsanitas) y entre sus colaboradoras frecuentes está Camila Builes y uno se pregunta cómo es posible que hayamos llegado a semejantes niveles de precariedad laboral y de ligereza intelectual.

¿Por qué Camilo publicó varios textos de Camila si es un lector riguroso enemigo de la mediocridad y por qué Camila llegó tan lejos siendo tan joven? ¿Será por qué es sólo una cara bonita y los hombres no pueden ser indiferentes ante sus encantos?

Para no repetir la misma triste historia que con Catalina Ruiz-Navarro y no volver a perder mi tiempo de nuevo tratando de pedir ética y decencia en este país dominado por la corrupción y porque me parece muy graciosa toda la historia con la bella Camila me limitaré a reproducir un texto de septiembre de 2017 que está más vigente que nunca:

¿Qué es plagio?

Plagio es no atreverse a pensar y a redactar uno mismo sino dejar que otro piense y redacte por uno. Cuando el escritor perezoso, inseguro y facilista cree que encontró una cita digna de ser escrita por él -aunque la haya escrito otro- la copia sin asomo de disimulo y sin vergüenza para posar de inteligente, profundo, sensible o lo que sea que quiera transmitir a través del robo de la frase, el párrafo o la idea que robó de un autor que no es perezoso, facilista ni deshonesto.

¿Qué tipo de persona plagia?

Plagia la persona que desconfía de su propio talento y seguramente no lo tiene pero quiere llegar lejos posando de intelectual, artista o erudito. Normalmente plagian los estudiantes perezosos y los adultos sin talento; los que sueñan con escribir como los grandes pero no saben cómo hacerlo y ante la impotencia caen en el robo intelectual y se les convierte en vicio. Quien plagia una vez y no es descubierto lo seguirá haciendo hasta que se confíe demasiado y llegue a copiar hasta cuarenta páginas. Copiar, robar, plagiar cuarenta páginas es llegar al límite de la manía de no pensar por sí mismo y no confiar en sí mismo y de paso pensar que los lectores del robo son todos unos completos ignorantes. La persona que plagia se desprecia a sí misma y desprecia a sus lectores, los subestima, los trata como tontos.

¿Es más escandaloso que incurra en plagio un estudiante o un profesional?

Un profesional.

¿Y por qué?

Porque no le da ejemplo a los estudiantes. Si un estudiante ve que una figura pública con títulos universitarios plagia ante la mirada de todos y no pasa nada va a pensar que no vale la pena pensar por sí mismo, que da igual hacer los trabajos con empeño o simplemente copiar. Un profesional debe dar ejemplo, tiene un compromiso social porque está a la vista de todos, debe convertirse en faro moral, en alguien a quien las futuras generaciones deseen imitar y ¿vale la pena imitar a un ladrón de ideas ajenas? No.

¿Qué se esconde detrás de la exigencia de no hacer plagio?

El deseo de respetar el trabajo ajeno, las horas consagradas a la lectura, la escritura, la reflexión profunda y el trabajo honesto. Una persona puede terminar una carrera profesional y no ejercer o ejercer de forma mediocre o sin figurar. Pero cuando el plagiador es figura pública y quiere posar de indignado, cuando defiende una Causa como el feminismo y el empoderamiento de las mujeres pero es un ladrón de las ideas de otros  -especialmente de hombres- ofende esa Causa y a todas las personas -hombres y mujeres, intelectuales honestos que creen que no todo está perdido y vale la pena seguir luchando por unos valores y principios que tienen todo el sentido y que debemos hacer respetar.

¿En cuál terreno de la filosofía encontramos el plagio?

Etica y estética.

¿Está perdida la ética? ¿Qué pasó con la filosofía? ¿Qué pasa cuando una filósofa feminista empoderada que se envalentona en contra del heteropatricado y el falocentrismo toma como propias ideas que no son suyas sino en su mayoría de hombres que no saben de su existencia?

Es muy ofensiva esa puesta en escena. Si soy filósofa feminista empoderada y poso de todo eso no se esperaría de mí que robara con absoluto descaro las ideas de otros y mucho menos en su mayoría hombres. No es justo que robe a hombres ni a mujeres pero asombra que luche contra el machismo y no sea capaz de pensar por sí misma sino que otros hombres tengan que pensar por ella y no se atreva a usar las comillas para reconocer el trabajo ajeno.

¿Cuál es el gran riesgo de convertirse en plagiador?

Que la persona pierde toda la credibilidad y aunque diga la verdad siempre vamos a creer que está mintiendo.

¿El plagio es una enfermedad contagiosa y se puede curar?

Es muy contagiosa y más en tiempos de internet; debe ser más adictiva que el basuco pero más traicionera que un admirador tuitero de los que expresan cariño a través de mensajes privados pero nunca lo nombra en público. Cuando una persona roba ideas y le va bien con el robo va a seguir haciéndolo, pasa lo mismo con los que roban tuits o se ocultan detrás de una identidad que no los representa. Salir del mundo de la mentira, el engaño y el robo debe ser más complicado que salir de las drogas más duras porque también carecemos de lectores atentos y de mentes suspicaces.

Mitos y leyendas alrededor de mi persona

13 Mar
  1. Mis chistes son muy pesados

Nací en una familia con humor ácido pero creo que mi humor es más ácido que el de todos ellos juntos seguramente porque soy la única soltera y sin hijos. Mis hermanos son mayores y menores y ese hecho me concede el privilegio de ser una nulidad, una hermana que no necesita demostrar nada ni tener ningún tipo de autoridad como tampoco ser la nena consentida de nadie.

Mi madre que está en el Cielo desde hace seis meses varias veces lloró de tristeza y de desilusión ante mis comentarios crueles pero la mayoría del tiempo compartido pasábamos horas enteras muertas de la risa diciendo barbaridades y riendo como embriagadas sin haber consumido una sola gota de licor. Antes de morir soñaba con que nos viéramos mucho más y nos vimos; estoy segura de que murió convencida de que mis chistes pesados son una gota en un mar de bondad y si alcanza a sentir algún tipo de energía mientras escribo esta línea sabe que soy una persona esencialmente justa y noble, como lo sabe la gente que me conoce de verdad. Ella me conoció de verdad, eso es lo que espero.

Otro dato que podría servir para entender mi «maldad» es que mi humorista favorito de todos los tiempos es Groucho Marx en Sopa de ganso y me fascina ese humor ordinario enmarcado en el arte, la ética y la critica despiadada. Tengo el gen del comentarista pesado y mi pasión es la crítica literaria, también me gusta el Sócrates borracho e imprudente retratado por Foucault en El coraje de la verdad: «Su deber, su obligación, su responsabilidad, su tarea, consiste en hablar, y no tiene derecho a sustraerse de esa misión. Lo veremos precisamente en Sócrates, que lo recuerda a menudo en la Apología. Ha recibido del dios la función de interpelar a los hombres, tomarlos por el brazo, hacerles preguntas. Una tarea que él no abandonará. Aún amenazado de muerte, la cumplirá hasta el final, hasta su último suspiro».

2. Me meto con el aspecto físico de las personas

Las personas somos cuerpos y hay un tema que me llama la atención del feminismo actual: la gordofobia, el odio a los gordos. No odio a nadie y mucho menos a una persona gorda pero si voy en un bus prefiero que el destino, la suerte o el azar me conceda un puesto individual y si no hay uno disponible sueño con que mi compañero de viaje no vaya a pesar más de ochenta kilos porque el viaje podría ser un poco desagradable. He escrito sobre gordofobia y me he ocupado en Twitter y en este blog de algunas mujeres gordas que por gordas se sienten con el derecho a pasar por encima de los demás y a aplastarlos con su grosería. En este momento estoy pensando en Virginia Mayer, la periodista que quiso maltratarme y estuvo de moda hace pocos años por su escritura obscena y descuidada, por la exhibición de su vida personal de forma vulgar y lastimera.

3. Cometo abusos

La palabra abuso es una palabra de moda por el abuso sexual, que también es tema central en la agenda feminista desde hace unos diez años y ahora muchos hombres temen acercarse o mirar a las mujeres porque pueden ser víctimas de un escrache real o fabricado. Si escribir sobre escritores, intelectuales, influencers, feministas pop… es cometer abusos lo que uno esperaría es que las personas abusadas desmintieran lo que afirmo o se estableciera un diálogo a partir de un tema pero eso ha ocurrido sólo con Margarita Rosa de Francisco, los demás se limitan a decir en contextos de chisme que soy una mala persona que comete abusos y voy por ahí dañando vidas. Cuando escribo sobre un tema o sobre una persona es porque esa persona o ese tema me interesan, esa práctica se llama Crítica con C mayúscula y la crítica no es sinónimo sólo de elogio sino también de análisis y valoración. Es crítica literaria un ensayo explicando la originalidad de Fernando Vallejo como es crítica literaria un ensayo explicando por qué Carolina Sanín es la imitadora más lamentable de Fernando Vallejo.

4. Mis prácticas erróneas enlodan mis buenos quehaceres

Soy un ser humano y los seres humanos no somos ángeles por más que aspiremos a serlo y si cometo errores es precisamente porque soy un ser humano, no un ángel. El ejercicio como crítica no lo considero una práctica errónea, al contrario, creo que en Colombia no hay crítica cultural ni literaria sino que lo que se practica aquí es la lambonería generalizada y el miedo a perder contactos, amigos o posibilidades (así de pobres somos) por no decir lo que de verdad pensamos con las palabras justas. Como buen pueblo que somos aunque creamos que vivimos en un país aquí las verdades se dicen en tono de chisme, en secreto, a través de mensajes privados. En un país en el que no se ejerce la crítica una persona como yo es vista como equivocada, confundida y desorientada.

5. Soy varias personas

Desde hace mucho tiempo ha habido gente a la que le cuesta creer que sólo soy una pobre mujer, no una organización. La semana pasada volví a conocer a una persona que quería comprobar con sus propios ojos que soy real, un ser de carne y hueso, que soy solo una y nadie más. Este punto tiene mucho que ver con el anterior y duele saber que el carácter y la actitud crítica no pueden ser sinónimos de uno solo, una mujer que habla con nombre propio y rostro propio y nunca ha buscado el apoyo de nadie para analizar nada ni para defenderse de nadie.

6. Sufro de rabia y resentimiento

Hasta hace unos cinco años tenía momentos de ira, nada que haya interferido en el trato conmigo misma ni con los demás, se trataba de una ira fruto de la frustración ante la ceguera, la ignorancia, la superficialidad, el plagio, el falso feminismo, el mal uso de las redes sociales y la telefonía móvil. Traté de hacer pedagogía desde Twitter durante unos cinco años (201o-2015) y sólo recibí la suspensión de varias cuentas, amenazas de muerte, de ataques con ácido, de perder el empleo, de acabar con mi vida; fui víctima de matoneo masivo por parte de centenares de tuiteros colombianos que se sentían ofendidos con mis análisis minuciosos sobre el comportamiento de la gente en las redes sociales y sobre el mal uso de internet en general. Sospecho que en toda la historia de esa red nunca se ha tratado de forma tan violenta a ninguna mujer con apelativos del tipo: loca, fea, malcogida, frustrada, resentida, pobre, marimacho, ordinaria, mal vestida… Creo que la rabia desapareció para siempre en 2018 o 2019 porque sé que es imposible cambiar el estado de casi todo en Colombia y ahora hablemos de mi resentimiento:

Desde niña soy una persona ávida de soledad, tranquilidad y sencillez y por eso no aspiro a tener riquezas (vivo en una casa casi vacía), no quiero triunfar en nada porque triunfar implica llenarse de compromisos (no soporto ir a cocteles, recitales, presentaciones de libros, ferias ni festivales relacionados con nada) y el prestigio me importa poco (no soporto a los ricos, a los triunfadores ni a los famosos). No quiere tener una Carrera ni escribir novelas o libros, me gusta escribir textos cortos que en el futuro se seleccionan para un libro y eso ya lo he hecho.

En la pandemia la universidad dejó de interesarme y por eso decidí renunciar para siempre al sistema laboral y ahora me siento muy bien vendiendo mi biblioteca y dando cursos personalizados cara a cara o vía Google-Meet. No sé mucho de resentimiento y no me siento como una persona resentida porque creo que el resentimiento está relacionado con la frustración y el resentido sufre porque no puede alcanzar lo que alcanzan otros. No deseo ser como Héctor Abad o como Levy Rincón, como Gustavo Petro, como Vicky Dávila ni como Pilar Quintana. Lo que deseo de todo corazón es tener mucho tiempo libre para hacer lo que me gusta: caminar, descansar, comer, dormir, ver películas, hablar con gente y ver pasar las horas sin pensar en planes futuros porque a lo largo de la vida he hecho lo que he deseado, es la ventaja de tener claro lo que se desea y desear poco a pesar de tener todo el talento.

En defensa de los escritores que nunca trabajaron

11 Jun

Es mentira que el trabajo dignifica al hombre, la familia es feliz, estudiando nos convertimos en ciudadanos ejemplares y Dios es bueno, pero la mayoría de la gente oye decir estas frases en la infancia, las acogen y arman su vida a partir de estos preceptos con el convencimiento absoluto de que hacen lo correcto y recibirán una medalla cuando mueran por haber cumplido con su deber. Ayer en Twitter una mujer vil se refirió en términos desobligantes a un escritor que conozco y nunca ha manchado sus manos con el trabajo; cuando vi el tuit marcado por la envidia supe que tenía que escribir este post porque desde niña soñaba con no estudiar ni trabajar, no porque fuera perezosa o depresiva sino porque estaba segura de que tenía sensibilidad artística y el estudio y el trabajo mancharían mi alma y no estaba equivocada. A este pobre corazón sensible lo obligaron a estudiar porque era un requisito social y mancillada por la educación me entregué de forma voluntaria desde 2002 hasta 2020 al trabajo y aunque fue una experiencia placentera me hubiera encantado realizar mi sueño de infancia: ser autodidacta y vivir siempre en la misma casa sin trabajar pero con independencia absoluta, mantenida desde el nacimiento hasta la muerte como los verdaderos campeones. De mi casa materna me echaron como a un perro y me obligaron a comprar casa con el fruto de mi trabajo para que no pareciera -ante los ojos de la sociedad- una fracasada.

Dijo la tuitera refiriéndose al artista: «Conozco otro al que los papás le tienen apartamento en el norte, le pagan el mercado, los servicios y duerme hasta las 12. Se levanta a escribir sobre la desigualdad». Con ese poeta hemos hablado muchas veces en ese apartamento del norte mientras nos comemos el mercado que pagan los papás (un mercado sofisticado porque tiene un gusto delicado como la gente sensible con S mayúscula), gastando los servicios (estrato 5) y durmiendo hasta las tres de la tarde con intervalos de vida vertical sólo para ir al baño y para comer; nos hemos reído de lo lindo durante años pensando en lo envidiable que es esta vida como fue envidiable la vida de tantos enemigos del capitalismo, el consumo, el trabajo, la familia y todos los valores que venden la iglesia y los medios de comunicación, personas que no acogieron los preceptos presentados en el primer párrafo porque saben que son sistemas de control (los dos estamos obsesionados con William Burroughs), seres sensibles que soñaron con ser escritores y lo fueron. A veces bebemos y soy yo la que llora amargamente porque la gente ignorante no aprecia a Vivaldi; en mi delirio no puedo concebir que en Colombia la mayoría de la gente no sepa ni siquiera quién es Vivaldi, eso me parte el corazón. Es mentira que el poeta escriba sobre la desigualdad, se nota que no alcanzó a conocerlo bien. Ni él ni yo creemos en la igualdad y nos encantan los textos sobre las medidas que se deben tomar con los pobres. Nuestros autores favoritos para tratar ese tema son Sade, Bernhard, Vallejo y Dawkins.

Tengo ante mis ojos los libros de mis vagos favoritos y es apenas una pequeña muestra. ¿Es pecado nacer en una familia de padres generosos que gozan dándole vida cómoda a sus hijos hasta la muerte? ¿Es más pecadora Virginia Woolf o Marguerite Duras? ¿Quemamos los libros de Flaubert y Baudelaire? ¿Le decimos a los niños que no aspiren a ser como Schopenhauer o Nietzsche? ¿Nos preguntamos por qué Bernhard y Cioran eran tan malos ciudadanos? ¿Es más perezoso Goethe o Emerson? ¿Qué hacía Emily Dickinson perdiendo el tiempo con abejas, perros y flores en vez de ponerse a trabajar? ¿Quisiéramos ser tan fracasados como Melville o como Lovecraft? ¿Se suicidaron Guy Debord y Mark Fisher por vagos, por pura falta de oficio? ¿El derecho a no hacer nada (a no trabajar) no es un derecho que podemos ejercer si tenemos los recursos o una familia generosa? ¿Por qué es tan goda la gente en Colombia aunque pose de feminista, cultivada y de mente abierta? ¿La envidia es el pecado más común en los colombianos o será acaso el chisme y la zalamería? Colombia es un país tan pobre que aquí no se puede concebir la idea de vagancia, cooperación o mecenazgo sin la marca de la pereza, la culpa y el pecado.

Fabián Sanabria y el dilema de las redes sociales

11 Jun

Si una persona quiere hablar fuerte y claro sabe que esa actitud atraerá muchos enemigos dispuestos a acabar con su nombre y honra porque pocos seres humanos están dispuestos a hablar fuerte y claro mientras defienden valores relacionados con la verdad y la justicia, por ejemplo, y el que habla fuerte y claro siempre será odiado por los pusilánimes, que son mayoría indiscutible. Si queremos ser seres ejemplares debemos ser personas íntegras sobre quienes no haya ninguna señal de duda y si queremos no ser tan ejemplares y seguir hablando fuerte y claro no podemos ser por una parte como Sade y por otra trabajar en la Universidad Nacional de Colombia en tiempos de escrache masivo, puritanismo extremo y denuncias falsas de agresiones sexuales sólo porque alguien me cae mal o porque él ama a Petro y yo amo a Uribe o viceversa.

En mis tiempos de estudiante en la Nacional (1996-1999) la Universidad era una especie de burdel y tanto estudiantes como profesores gozaron a plenitud de todo tipo de placeres carnales. Recuerdo que veía una materia de contexto en una sala al final del pasillo donde quedaban las oficinas de los profesores y de esas oficinas se abrían y se cerraban puertas a las siete de la noche y casi siempre entraban estudiantes en minifalda pintadas como putas mordiéndose los labios; esas oficinas funcionaban como una especie de motel y nadie se escandalizaba, en ese tiempo muchas jóvenes inocentes se enamoraban de los profesores porque «sabían mucho» y sospechaban que si tenían sexo con el profesor como por arte de magia iban a entender mejor los libros de Foucault y los de Deleuze. Esas estudiantes generalmente eran muchachas menores de veinte años recién egresadas de un colegio de monjas o de las que la mamá no dejaba salir solas a la calle antes de convertirse en estudiantes universitarias, jóvenes inocentes que habían leído Que viva la música, tenían piercing y tatuaje, ponían las patas encima de la mesa, llegaban con café al salón de clase, usaban Converse, les gustaba beber vino y fumar marihuana pero dos años antes rezaban con devoción el Santo Rosario y pensaban en su madre como si se tratara de una mujer perfecta, una especie de Santa. Esas rebeldes de temporada querían devorar el mundo ya y, para comenzar, les parecía tremendamente subversivo revolcarse con un viejo horroroso veinte o treinta años mayor que ellas sólo porque era su profesor. Los viejos verdes usaban su poder para acostarse con todas las que podían semestre tras semestre; esa misma práctica continuó hasta 2008 o 2010 y lo pude comprobar siendo profesora universitaria. Mis compañeros hablaban de ver el ganado en las primeras semanas de clase y uno de ellos me dijo en una ocasión entre risas: estoy cansado de acostarme con esas putas. Ese poeta ya es un difunto, creo que murió hace tres o cuatro años de una enfermedad dolorosa. Él fue afortunado porque se salvó de la pandemia y porque estando muerto nadie lo puede acusar de violador o de acosador.

La universidad dejó de ser como en 1996 y si un profesor quiere evitar terminar exhibido en las redes sociales como acosador o violador debe tratar con severidad a los estudiantes. En las reuniones de profesores los coordinadores eran reiterativos (trabajé en la universidad hasta 2020), nos advertían que tuviéramos cuidado, que usáramos sólo medios institucionales para comunicarnos con ellos, que evitáramos quedarnos solos con estudiantes en los salones de clase como si estuviéramos tratando con demonios o verdugos y no con personas ávidas de aprender y de compartir ideas al terminar la clase. A los profesores varones se les acabó la fiesta y me parece muy bien, lo que me molesta es que se mezcle sexo y rumba con política y que Fabián Sanabria haya dejado de verse como académico devenido en pésimo imitador de Fernando Vallejo en su triste papel de youtuber y ahora sea conocido como violador y cacorro por una supuesta violación que tiene fascinados a los uribistas y tristes a los petristas. El gran problema de Fabián Sanabria es que quedó atrapado entre el siglo XX y el XXI y no sabe cómo funcionan las redes sociales, lo más seguro es que no vio el documental titulado El dilema de las redes sociales.

En tiempos de redes sociales se practican los pecados más viles: lujuria, codicia, mentira, calumnia, envidia… y Fabián Sanabria se convirtió en la ficha perfecta de los verdugos de nuestro tiempo triste: los usuarios de las redes sociales con pocos o muchos seguidores, público onanista y frustrado, solitarios adictos a mirar todo el día lo que pasa alrededor del mundo desde el teléfono y a tratar de forma cada día más violenta a sus contertulios digitales; es triste ver cada día peleas eternas o de un día con el fin de acribillar enemigos invisibles porque son muy jóvenes y bonitos o talentosos con suerte, con un defecto muy pronunciado o una cualidad muy particular.

¿Por qué no tengo sofá?

11 Jun

Mi mamá era la flor del descanso y mi papá es la flor del trabajo y como soy una persona inteligente tomé como referente a mi mamá. Mi mamá no era sólo la flor del descanso sino también de la alegría y la sociabilidad y por eso siempre tuvo sofás cómodos para acostarse a hablar de sofá a sofá, eso lo hicimos durante mucho tiempo y por eso mi mueble favorito de todos los tiempos es el sofá porque me recuerda la comodidad, la risa y el descanso.

Me encantan los sofás de casa ajena pero no los de mi propia casa porque si quiero descansar me acuesto en la cama y como no soporto las visitas no tener sofá es la excusa perfecta para no recibirlas y cuando alguien por algún motivo pasa por esta casa sabe que la visita tiene que ser corta sin posibilidad de quedarse a dormir, precisamente porque hablar en la silla del comedor o recostado contra una pared no tiene nada de reconfortante.

Mi mamá soñaba con una sala familiar a su medida y nos dejó un espacio amplísimo para reunirnos con seis sofás, una sala con dos ambientes y una cocina como de restaurante. Esa sala gigante ahora permanece casi siempre vacía porque mi papá es tan alérgico a las visitas como yo. Nos sentamos cara a cara de sofá a sofá a tomar tinto, a hablar y a oír audios de Alcohólicos Anónimos y es otra forma de ser felices, vivir el placer del confort en el espacio soñado por una persona que amaba la vida y el descanso pero se murió.

Un año sin trabajar

11 Jun

En marzo de 2020 cerraron las universidades de Colombia y cuando supe que estaba confirmado que continuarían las clases en línea estaba en la Biblioteca Luis Ángel Arango, la verdadera universidad de mi vida como estudiante y como aprendiz, el lugar donde he pasado los momentos más gratos de mi vida porque no sólo prestan libros sino que también los venden y es un buen punto de encuentro porque también hay un café.

Fui profesora durante dieciocho años, es decir, treinta y seis semestres, y durante todo este tiempo no me sentí empleada, maestra, doctora, sabia, experta ni nada parecido porque dar clase era otra forma de pasarla bien y siempre tuve excelente trato con los estudiantes que iban a reír mientras yo me reía con ellos. En la única autoridad que creo es en la de los libros y estoy segura de que se aprende más con una sonrisa de por medio que con parciales y preguntas estúpidas relacionadas con cultura general.

Lo que no me gustaba de trabajar era que pagaban y terminaba comprando basura innecesaria, ese era el único problema con mi trabajo. Trabajé un año en línea y sentí pena por los estudiantes porque en línea yo no era yo y ellos no eran ellos, ellos estaban muy asustados porque pensaban que el virus los iba a matar o se iban a morir de aburrimiento estando encerrados todo el día con la familia; si eran adictos a mirar el teléfono en el salón de clase ahora lo eran mucho más porque algunos usaban el teléfono para recibir sus clases y todo el material para hacer los trabajos también estaba en línea. Los jóvenes iban a los salones de clase más que por la clase por lo que había antes o después de la clase y si las clases son en línea estudiar pierde el sentido y la pandemia terminó de acabar con el sistema educativo, con la llamada Educación Superior que ya era bastante mediocre y es por sobre todas las cosas un negocio rentable para las privadas y un paro indefinido en las públicas sin contar con lo complicado que es llegar a la universidad por problemas de transporte.

Trabajando en línea supe que podría seguir siendo profesora vía Google-Meet o en un café con gente que me contacta a través de Twitter y eso hice en 2021. Por burlarme de los emprendedores terminé siendo mi propia jefe y estoy más feliz que Catalba vendiendo tortas a domicilio porque es verdad que contar con mucho tiempo libre, deshacerse del jefe para siempre, dormir hasta las ocho y no esperar la renovación del contrato vale más que tener clase a las siete de las mañana o a las seis de la tarde en un edificio del centro o del norte de Bogotá.