Archivo | noviembre, 2019

¿En qué terminó convertido el Instituto Caro y Cuervo?

19 Nov

Hace veinte años tuve el privilegio de estudiar en el Instituto Caro y Cuervo y debo reconocer que la educación recibida allá me dejó mucho más satisfecha que cuando estudié en la Nacional. En la Nacional el tesoro es el campus y la gente, los estudiantes. En el Caro y Cuervo el tesoro eran los profesores.

La Nacional ahora es mucho más gomela y eso me duele un poco porque el neoliberalismo y el carácter empresarial de la educación se veía venir cuando yo iba saliendo de allá y se asentó de manera clara en todas las universidades del mundo, ¿Quién lo duda? Las universidades han perdido su rumbo, se han convertido en espacios sociales para medir el estatus más que en espacios académicos, se empeñan más en educar emprendedores o influencers que en formar científicos, artistas o críticos.

A pesar de los tiempos negros la Nacional sigue siendo la mejor universidad de Colombia y dudo que el Caro y Cuervo siga siendo el Instituto que yo conocí. Sospecho que devino en salón de belleza gracias a que ahora no hay profesores como los que yo conocí sino que fue tomado por la rosca infame que se lo traga todo, fue tomado por unos bobos sin talento pero con contactos que es lo que en este tiempo triste de verdad importa: ser amigo de ________ para que consigas trabajo en________ aunque no sepas ni dónde estás parado. Lo más gracioso es que esta gente rosquera y corrupta se toma por mamerta.

Cuatro gatos que se aplauden las bobadas entre ellos en las redes sociales y forman parte del clan de Carolina Sanín y Amalia Andrade son los dizque profesores de Creación Literaria en el Instituto Caro y Cuervo. Les ve una la cara, se asoma con asco a ver la “obra”, y dan ganas de sentarse a llorar.

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Los adictos al juego no se bañan

6 Nov

Los adictos a Twitter son personas con serios problemas para establecer relaciones satisfactorias con otros seres humanos, se relacionan mejor con un perro o un gato por obvias razones; se trata de gente inocente que llega y permanece allá con la sospecha de que en ese Bronx de basuqueros digitales (saben que Twitter es una absoluta porquería que les roba el tiempo, la vida y la dignidad pero no lo pueden dejar porque la droga los tiene atados) encontrarán amigos o amores y no encuentran ni lo uno ni lo otro porque entre basuqueros no se encuentran los amigos ni los amores.

Un basuquero necesita ser sacado de la olla para ser rehabilitado y la mayoría de los tuiteros están tan enfermos que ni siquiera sospechan la forma en que las personas no infectadas por la enfermedad llamada ser adicto a Twitter los ven desde la tribuna. Los ven como se ve una persona tirada en la calle vencida por el consumo de drogas: con una mezcla de impotencia y compasión.

El tuitero es un ser humano con problemas de autoestima incapaz de ser como es porque no es nada, porque no hay nada digno de ser expuesto y por eso no se exponen, porque son cocos huecos en permanente conflicto con otros cocos huecos posando siempre de informados, divertidos, cultos y dignos de confianza.

Deconstruir Twitter fue relativamente fácil y perdí diez años de mi vida ahí pensando que había algo y no hay nada. La sospecha del primer año de experiencia se confirmó durante los nueve años siguientes y la gente que sigue ahí después de nueve o diez años es digna de toda la compasión que nos quepa en el alma o en el corazón. Yo estaba ahí porque los observaba como si fueran bichos, ellos están ahí porque creen que van a cambiar el mundo y a poner presidente.

Ha sido más complicado deconstruir a los jugadores de casino.

Completé quince años de observación y todavía no sé si son dignos de admiración o de lástima. Todavía no sé si están locos o son muy cuerdos, si van a socializar o a ganar, si la música, la comida y las mujeres cumplen una función similar en los casinos y en los prostíbulos, si Bukowski y Dostoievski jugaban porque eran muy inteligentes, estaban muy enfermos, se divertían de verdad jugando, iban por la ganancia neta o disfrutaban como yo en esos sitios sórdidos viendo todo lo que pasa y oyendo conversaciones entre jugadores, la mayoría hombres, por supuesto.

De mis largos años de observación puedo decir hasta ahora que hay gente que empezó jugando y terminó en la indigencia absoluta, en la pobreza extrema compartida con los habitantes de calle. La forma más evidente de observar que un jugador está empezando a ser dominado por el juego es que empieza a volverse enemigo del jabón y para llegar a ese nivel bastan dos o tres años jugando con la candela llamada jugar en un casino.