Este semestre tengo más tiempo libre que durante los veintiséis semestres de los últimos trece años, sin contar con que entre una universidad y otra hay un mes de distancia entre el comienzo y el final.
Durante mucho tiempo -los últimos trece años- he trabajado más o menos con la misma regularidad y siempre he tenido tiempo libre, pero nunca el suficiente para no sentir la diferencia entre «vacaciones» y reingreso a la vida laboral.
Mi vida precisa de ciclos porque a eso la he acostumbrado y le gusta: 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso – 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso – 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso….
Este semestre es la excepción. Mi cerebro asume que tengo mucho tiempo libre y me ha llevado a experimentar la sensación de cuando no estudiaba ni trabajada, cuando tenía 19 años y ante los ojos del mundo cumplía todos los requisitos para ser llamada La fracasada.
Caminar ha dejado de ser el placer supremo porque puedo hacerlo casi todos los días de la semana. El descanso ha dejado de tener sentido porque ningún día es agotador.
La semana pasada me desperté en medio de la noche con una preocupación similar a la que me embargaba hace veinticinco años. Pensé en amas de casa, pensionados, enfermos, desempleados, vagos, indigentes…. en todos los desesperados del mundo que sufren con los excesos del tiempo libre.
Pensé también en los adictos a las drogas y al alcohol, en las prostitutas y los homosexuales, en los ladrones y en los pacientes que precisan psicólogo, psiquiatra y tratamiento para poder sobrellevar la vida, en toda la gente que vive la existencia como un peso insoportable o en quienes descubren que un comportamiento específico afecta su vida actual y desean de todo corazón que aquello que les hace daño y los mortifica salga de su vida para, por fin, descansar. El descanso de antes de la muerte.
Una señora despierta en medio de la noche pensando en el aburrimiento es poético pero no muy divertido.
Sufrir pensando en el borracho que vuelve a beber porque está muy aburrido, pero ante el primer sorbo vuelve a sufrir toda la miseria que le da contexto a la sensación. No puedo ni siquiera imaginar la sensación de la puta, el adicto a la heroína, el loco que sabe que su cerebro ha decidido, por exceso o por ausencia, ponerlo de nuevo ante el panorama más desolador: el de la recaída, la voz superior que le dice a la víctima que es imposible tener control absoluto sobre nada.
Etiquetas: aburrimiento, adicciones, tiempo libre
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