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Twitter: el arte de revolcarse entre la mierda

28 May

Me acaban de ofrecer una cuenta con 24.000 seguidores para que regrese a Twitter y la respuesta contundente es:

¡No!

Una semana fuera de ese Bronx me tiene convencida de que estar allá es estar en las drogas y mi única droga es la lectura.

Espero escribir extensamente sobre lo que es Twitter después de haber perdido mi tiempo allá durante nueve años tratando de rehabilitar y educar a tanta gente enferma.

Pueden ofrecerme una cuenta con cien mil seguidores y la respuestas seguirá siendo ¡No! porque ver a Daniel Coronell, a Paloma Valencia, a Gustavo Petro, a Fabián Sanabria y a tanta otra gente con el rostro descompuesto gracias al abuso de la droga sin sustancia me sacó corriendo de ese lugar oscuro que tiene cautiva a tanta gente inocente, ignorante, convencida, engañada y seducida.

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¿Por qué el adicto a las drogas se aísla?

6 Oct

¿Qué sería de los demás? ¿Qué de las relaciones humanas? En la conversaciones de aquella mañana , hallo constantemente repetida esta pregunta:» ¿Qué hay acerca de las relaciones humanas? «. ¿Cómo se podría conciliar esta bienaventuranza sin tiempo de ver como se debería ver con los deberes temporales de hacer lo que se debería hacer y sentir lo que se debería sentir? «Deberíamos ser capaces de ver estos pantalones como infinitamente importantes y a los seres humanos todavía como más infinitamente importantes», dije. Deberíamos… Pero, en la práctica, esto parecía imposible. Esta participación en la gloria manifiesta de las cosas no dejaba sitio, por decirlo así,  a lo ordinario, a los asuntos necesarios de la existencia humana, y, ante todo, a los asuntos relacionados con las personas. Porque las personas son ellas mismas y, en un aspecto, por lo menos,  yo era ahora un No-mismo, que simultáneamente percibía y era el No-mismo recién nacido, el comportamiento, la apariencia, la misma idea del sí mismo habían dejado momentáneamente de existir y, en cuanto a los otros sí mismos, sus antes semejantes, no parecían desagradables -el desagrado no era una de las categorías en función de las que estaba pensando-, sino enormemente ajenos.

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Al café le dije ¡No más!

10 Sep

Completé seis meses leyendo sobre drogas y adicciones y Juan Sebastián Lozano tiene razón: el café es una droga tan dañina como el alcohol y el tabaco si se consume en exceso.  Altera la conciencia, modifica nuestro comportamiento.

¡Pero son drogas legales y tenemos vía libre para pagar por envenenarnos, por compartir la adicción disfrazada de placer con nuestros amigos y señalar con aire de superioridad al marihuanero, al basuquero, al cocainómano y a todos los demás enfermos sin voluntad para renunciar a la adicción que los ata!

El café no se presenta como droga en este momento de la historia, pero en otros tiempos y en otros lugares se le ha condenado y despreciado como al vino y al opio. Optar por las drogas legales (dulces, harinas, café, alcohol, tabaco, partidos de fútbol, pornografía, consumo desmesurado…) es una estrategia de supervivencia, una actitud cómoda y un gran negocio para los productores de estas diversiones «sanas».

Tomo café desde hace más de treinta años. Más de dos veces intenté renunciar a este vicio absurdo y fracasé siempre, pero ahora, desde hace unos dos meses o más, puedo pasar el día entero sin tomar café, puedo pasar tres días sin tomar café como primera bebida de la mañana.

La cita que me convenció de que se puede renunciar a cualquier droga fue esta:

La dependencia psíquica se relaciona con las propiedades reforzadoras de los opioides: positivas al principio (los efectos placenteros), negativas después (evitar la aparición del síndrome de abstinencia). La influencia del ritual de la inyección de la morfina desempeña un papel fundamental en la dependencia psíquica del adicto. Algunos lo llaman el “hábito de la aguja”, aunque en animales se ha visto que no sólo el piquete participa en el efecto. Dos interesantes experimentos nos ofrecen las pruebas.

En uno de ellos se investigaba el efecto de un antagonista de narcóticos el cual se administraba a todos los sujetos. A éstos se les dividió en tres grupos: uno de ellos se inyectaba una solución salina, otro de ellos se administraba una dosis baja de morfina, y el otro grupo se inyectaba una dosis elevada. Para hacer que los voluntarios se sintieran en confianza se trataron de recrear las condiciones de la administración habitual, en la que el adicto se inyectaba la droga en el baño. Así, se acondicionó un baño donde los morfinómanos, usando su propio equipo y ritual, se inyectaban una de las tres soluciones.

Al principio todos ellos reportaban efectos placenteros, a pesar de estar bajo los efectos del antagonista. Fue sólo después de tres a cinco sesiones cuando empezaron los reportes subjetivos de ausencia de efectos. Un sujeto, sin embargo, mostraba los efectos típicos de los opiáceos, ¡incluyendo la característica constricción pupilar! hasta la sesión 26, a pesar de que pertenecía al grupo que se inyectaba solución salina. Estos experimentos demostraban que el cerebro es capaz de reproducir cualquier estado producido por drogas, en ausencia de ellas. El dicho: “Nos ponemos como queremos”, tendría que ver con ello, y se aplicaría también a cualquier estado de ánimo.

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Un local lleno de maricones

18 Jul

En el barrio francés hay unos cuantos bares de maricones que por las noches están tan abarrotados que muchas locas tienen que quedarse en la acera. Un local lleno de maricones es algo que me horroriza. Van espasmódicamente  de un lado para otro como marionetas que colgasen de cuerdas invisibles, con una hiperactividad postiza que es la negación de lo vivo y de lo espontáneo. El ser humano vivo abandonó sus cuerpos hace muchísimo tiempo. Pero algo penetró en ellos cuando los dejó su inquilino originario. Los maricones son muñecos de ventrilocuo que se introdujeron en el cuerpo de su creador y usurparon su personalidad. Se sientan en un bar de locas con su cerveza en la mano y parlotean incansablemente moviendo sólo la boca mientras el resto de su cara de muñeco permanece rígido.

De vez en cuando pueden encontrarse personalidades intactas en esos bares, pero los que imponen su estilo son los maricones, y entrar en esos locales siempre acaba por deprimirme.

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Síndrome de abstinencia

17 Jul

Ver a Doolie con el síndrome de abstinencia era algo terrible. La envoltura de su personalidad había desaparecido, disuelta por las células hambrientas de droga. Vísceras y células, galvanizadas por una repugnante actividad, como la de una larva de insecto tratando de romper su capullo, parecían a punto de salir a la superficie. Su cara estaba borrosa. Era realmente irreconocible al mismo tiempo hundida y tumefacta.

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Treinta y seis frases célebres

14 May

Desde hace cuatro meses mis conversaciones con Juan Lozano son meritorias y  la humanidad pierde no poco al privarse del privilegio de oírnos hablar. Como la vida suele ser generosa no hablamos sólo cara a cara sino que también nos comunicamos por escrito. Las frases maravillosas que compartiré a continuación forman parte de una conversación reciente, más exactamente del 12 de mayo de 2016, hace apenas dos días. Como somos pensadores y sabios nos comunicamos a través de sentencias, como somos seres influyentes y con ideas fuertes no importa quién dijo qué ni en qué contexto.

Sin intentar imitar a Cioran ni a Nietzsche somos sabios pontificando.

Con ustedes las sentencias de dos pensadores de nuestro tiempo:

  1.  Me he acostumbrado mucho a leer en PDF. Y fragmentos de cosas. Qué mal.
  2. El PDF no es muy recomendable porque la lectura es superficial. Se leen con juicio las primeras cinco páginas. Eso dicen los expertos. Yo sigo prefiriendo los libros impresos.
  3. Bayly es una perra del establecimiento. Es una gorda pastillera individualista.
  4. Eso de publicar las intimidades de los demás, ser el portavoz de eso me parece algo cuando mínimo muy fuerte. A mí me siguen gustando las abstracciones.
  5. Bayly es muy bueno en medio de su mediocridad. Nadie es tan valiente, ni siquiera Vallejo.
  6. Ahora está mejor de salud. La esposa es como la esposa de Bukowski. Lo cuida mucho.
  7. A todo viejo le gusta la juventud. A mí me gustan hasta las de 15. Soy un enfermo.
  8. A mí siempre me han gustado los niños.
  9. Lo mejor es morir joven. La vejez está sobrevalorada. Siempre se tienen que inventar misticismo y bobadas para justificar la vejez.
  10. No tengo nada contra los viejos y me gusta hablar con ellos.
  11. A mí me gusta vivir bien, evitar el dolor, pero no me gusta guardarme tanto. Me gusta lo del presente, como lo del orientalismo rebajado.
  12. En los 60s por la alta ingestión de LSD se desarrolló el género de la ciencia ficción.
  13. Me quedan pocas neuronas. Pero tengo conexiones extrañas que me dan cierta lucidez. Soy un robot buena gente y tierno.
  14. Con LSD sentí conversaciones distintas al mismo tiempo con la misma persona. Como universos paralelos. Una conversación del futuro en el presente.
  15. Creo en la teoría M un poco, eso de que el tiempo es un círculo plano. Los universos paralelos. Como si al lado de esta pantalla hubiera otra con lo que vamos a escribir en un rato.
  16. Es una experiencia muy loca con la tierra. Sentí como que dialogaba con un árbol. Y veía pentagramas. Me sentía muy iluminado. Luego la música se escuchaba de verdad en estéreo.
  17. Me pasa que he rechazado sexo con mujeres y cuando tengo necesidades sexuales ya ellas no quieren. Es la maldita ley de Murphy o lo que sea.
  18. Somos como Sísifo, sí. Llevando una puta bola hasta el fin. Malditos dioses.
  19. Yo no he fantaseado con ser prostituta sino puta. La plata me parece indigna, creo que el sexo tiene que ser gratis.
  20. No se debe cobrar por algo que es placentero para las dos partes.
  21. Es la idea de que si se puede cobrar por hacerlo es mejor cobrar. Se goza y se gana. Un buen negocio.
  22. No me gusta sobar mi carne con todo el mundo.
  23. A mí me da pesar con las putas y con los que tienen que pagar.
  24. Las chicas de ahora saben mucho. Ya no se dejan tramar tan fácil.
  25. Soy un viejo sacerdote en un cuerpo más o menos joven.
  26. El porno de profesoras con gafas es bueno.
  27. La crueldad humana a nivel lúdico es muy divertida y placentera.
  28. La idea de volverse loco haciendo un drama y luego recapacitar y reír.
  29. El sexo después de las peleas es muy bueno. Salvaje.
  30. Siempre es bueno el sexo.
  31. Hágales la propuesta. Por mucho le dicen que no.
  32. No me conviene comprar cereales. Me acabé dos cajas en tres días.
  33. Tuve un mozo al que quise mucho. Duramos un año.
  34. El estudio no sirve para nada. La mayoría de la gente termina casada, gorda, con hijos y no leen nada. Trabajan por la plata.
  35. Lo del orientalismo rebajado me tiene entusiasmada.
  36. Podríamos ser dos detectives de homicidios. Siempre dialogan en el carro.

Adictos a la lectura

22 Sep

Está científicamente comprobado que leer es una adicción. La buena noticia es que los adictos a la lectura son los únicos adictos que no se hacen daño ni buscan ayuda para superar su adicción sino que a medida que pasa el tiempo son más adictos y se convencen de que leer ha sido la gran experiencia de su vida, la mejor por encima de cualquier otra porque la lectura enaltece y el placer no se agota nunca; al contrario, entre más leen más aman la lectura.

El adicto a la lectura no es formado por su entorno, por sus padres, maestros, colegas o amigos sino que surge de manera espontánea, es un ser nacido para leer que descubre los libros por sí mismo en el instante mismo en el que es consciente de que puede leer y escribir. Cuando el adicto descubre que puede leer frases del tipo amo a mi mamá, mi mamá me ama, mi mamá me mima, yo mimo a mi mamá,  el enano come banano… empieza a leer no no puede parar. Para cuando llena la hora de morir.

¿Cómo es la vida sin Twitter?

4 Jul

Abandoné Twitter gracias al consejo de varias personas sabias. Oí en varios tonos y con diferentes énfasis frases del tipo: «estar en Twitter es como estar en la calle, expuesto al odio y a los insultos de la peor gente», «te has fabricado un cúmulo de enemigos que no son sólo tontos sino peligrosos, esas personas son capaces de contratar un sicario para que te mate por lo que escribes allá y en tu blog sobre las estrellitas de la farándula y las divas tuiteras, por la forma en que expones su miseria», «vales más que una cuenta en Twitter, te estás desperdiciando allá, mejor dedícate al blog», «ojalá lo logres»…

Y creo que lo logré. Quienes hicieron suspender la cuenta @ensayista en alguna medida me hicieron abrir los ojos, gracias a ese acto orquestado por alguien que me odia con todas las fuerzas de su ser y que organizó un batallón de chusma enfurecida para que reportaran la cuenta supe que el odio no era una broma sino que se trataba de algo real y varias personas me dijeron que mi vida sí podría estar en peligro. Cuando me lo decían no podía salir del asombro, no lo podía creer, siempre pensaba que no era para tanto.

Hay quien me envidia por haber salido de esa manera: censurada; hay quien se sorprende ante la violencia tan desprorpocionada en contra mía por unos simples tuits, por unas simples frases escritas para divertir a la gente inteligente y despierta.

Suspendieron la cuenta el 11 mayo, estamos a 3 de julio y estoy casi convencida de que no volveré a ser la de antes. Es prudencia, es cansancio y es la sensación de que por fin me pude librar del martirio y de la mentira llamada redes sociales.

Renunciar a Facebook fue muy fácil porque apareció Twitter y renunciar a Twitter fue muy complicado porque después de Twitter no apareció nada más. Cinco años en ese lugar miserable fue mucho tiempo, lo digno era haber soportado dos o tres, pero, bueno, no soy perfecta. Nadie lo es.

Logré tener un usuario, escribir dos o tres frases cada dos días, usar la cuenta  para compartir lo que escribo en este blog -que fue el destino de mi cuenta en Facebook-.

Tener una cuenta en Twitter pero no leer nada de lo que escriben los usuarios, nada, porque leer es envenenarse. Nada, ni tuits, ni TT, ni nada porque no vale la pena.

¿Por qué no vale la pena tener un usuario activo en Twitter?

1. Porque un tuit puede desencadenar amenazas de muerte, intimidación por teléfono, muchos memes, calumnias de todo tipo, reporte de la cuenta y odio al mejor estilo colombiano. En cinco años recibí más de veinte amenazas de muerte y no vale la pena vivir de esa manera. Un lugar tan lastimero como Twitter no da para tanto. Nada en la vida da para poner en riesgo la vida.

2. Porque en Twitter se vive el instante de miseria en miseria, de desastre en desastre, de insulto en insulto y lo que es importante hoy no lo será mañana porque cada día tiene su motivo de risa y de indignación.

3. Porque en Twitter la gente saca lo peor de su ser: violencia, burla, ataque en manada, falsedad, soledad, fracaso, adicciones al alcohol, a las drogas, al sexo y porque Twitter es adictivo, está hecho para que la gente esté conectada más que en otras páginas y piense y se obsesione con lo que lee allá.

¿Cómo es la vida sin Twitter?

1. Más tranquila.

2. Se pueden realizar otras actividades de forma mucho más consciente y organizada.

3. Se da cuenta uno de que Twitter es un mundo muy pequeño y que la mayor parte de la humanidad no sabe qué es ni le interesa saberlo.

Mi larga noche con la heroína

19 May

El texto que leerán a continuación fue escrito por Juan Sebastián Lozano. Es uno de los talentos que como profesora he tenido el gusto de conocer. No creo que lo haya descubierto, cuando ejercí como «maestra» suya él ya era un lector formado y escribía muy bien.

Cuando leí su primer texto supe que había sido afortunada al encontrar un interlocutor con el que podría hablar más allá del salón de clase. No me equivoqué, después de cuatro o cinco años creo que este joven escribe muy bien y es generoso al compartir su testimonio con nosotros:

La probé por primera vez en 2008, en un apartamento de Chapinero. Me sentí muy cómodo, experimenté sensaciones y alucinaciones magníficas. Un viejo amigo de infancia me había presentado a unos barranquilleros que tenían una banda de rock. En el mejor momento de una de sus fiestas, me pasaron un porro con un poco de “H” de condimento. Terminé tumbado en un sofá y dormí plácidamente durante diez horas. Repetí la experiencia con ellos un par de veces en el transcurso de dos semanas. En los días siguientes al consumo, me sentía más deprimido que de costumbre.

Volvía a la casa de mis nuevos “amigos” como un autómata, con la excusa de oírlos tocar, y un día, como era de esperarse, terminaron diciéndome que ya era hora de que comprara mi heroína, que ellos me presentarían a su dealer. Un mes después lo llamaba a diario. Me engañaba a mí mismo diciéndome que lo hacía para experimentar y escribir sobre el tema.

Meses después, la búsqueda del placer inmediato hacía que descuidara todo lo demás: los proyectos más simples, mi rutina de estudios, algún trabajo de momento, la cordialidad familiar, los amigos, las mujeres. Hacía todo lo que estuviera a mi alcance para comprar heroína y encerrarme con ella en casa.

La cantidad para un día costaba $10.000 y el gramo, $30.000. No era fácil conseguir dinero en esa época, sólo contaba con lo que me daban mis padres, a quienes manipulaba y engañaba; por eso nunca tuve necesidad de robar, aunque más de una vez contemplé la posibilidad de hacerlo.

Cuando duraba varias horas sin consumir, sentía que me enfermaba de nuevo, estornudaba, bostezaba continuamente y me daban escalofríos.

Viajé a la Costa con mis padres en las vacaciones de ese año, y al segundo día de estar allá mi abuela encontró la poca heroína que pude llevar y la escondió. No podía protestar. Todos fingimos que no había pasado nada. A pesar de haber visto Trainspotting, Réquiem por un sueño y otras películas sobre heroinómanos, no era consciente todavía de la magnitud del síndrome de abstinencia. Un viejo consumidor me había dicho que alguna vez en una clínica le habían dado clonidina, un medicamento para la hipertensión, y que éste había menguado los síntomas de abstinencia o “mono”. Compré una caja de clonidina y unos analgésicos comunes, pero no funcionaron. La primera noche, a los síntomas ya descritos se sumaron unos fuertes espasmos
musculares que me impedían estar quieto en la cama. Tomé más clonidina y empeoró la situación. Sentía una debilidad extrema y no pude dormir durante casi una semana.

En esas vacaciones logré recuperarme, y como el protagonista de Yonqui, de William Burroughs, empecé a salir mucho y a tomar bastante alcohol. Como la heroína es una droga para estar encerrado en casa y en sí mismo, cuando se deja dan ganas exageradas de socializar, de tirar, de bailar. No dormía bien, pero no me sentía cansado. Me prometí que jamás volvería a consumir.

Al regresar a Bogotá, llamé al dealer y compré una bolsa de $10.000, con la intención de drogarme sólo una vez más. Esta vez decidí fumarla sin marihuana. Preparé lo que se conoce como un
“chino” o “dragón”, que consiste en poner un poco del polvo marrón en un papel de aluminio, calentarlo por debajo con un encendedor y aspirar con la boca el humo que sale del papel. Sin la marihuana el efecto me gustó más, sentí mucha energía y ganas de caminar, tuve pensamientos agradables por varias horas.

En las esquinas donde me citaba el dealer, vi gente de todas las edades y condiciones: jovencitos novatos entusiasmados, viejos resignados, punkeros, médicos, profesores y gente de corbata; tipos muy pálidos y casi sin pupilas, medio muertos, que contaban orgullosos sus robos y aventuras para conseguir la dosis diaria. Algunos me dieron los números telefónicos de otros dealers, porque es un riesgo depender de uno solo, ya que lo normal es que al principio te vendan mercancía de calidad, barata e incluso que te la regalen, y cuando ya estás enganchado rebajen la sustancia y aumenten el precio. Siempre llegan tarde a las citas para enseñarte quién es el que manda.

Metido de cabeza en esto conocí a personajes indolentes que parecían resignados a su suerte, como enfermos terminales. Leo, uno de ellos, vendía y estafaba a los clientes novatos para asegurar su consumo gratis. Una tarde nos metimos a un baño público a fumar “chinos”. Cuando alguien se dio cuenta y gritó que iba a llamar a la policía, Leo salió y le dijo que yo era el delincuente. Aquella vez alcancé a escapar. Kike, un tipo que a veces me vendía “H”, le había robado un televisor a Leo y Leo después le robó varios gramos y juegos de Xbox. Un día, en mi casa, Kike lo atacó con un cuchillo y Leo escapó. Ambos me robaron.

Por curiosidad, una tarde decidí inyectarme; de ahí en adelante la adicción se hizo más intensa y apremiante. Sentía una corriente por las venas que terminaba con un golpe en el cerebro, y luego
era como estar en el mar con una sirena. Me sentía como una especie de vampiro que no cedía ante el guion aburrido y lleno de esfuerzos innecesarios que le imponía la sociedad para ser un “hombre de bien”, un esclavo metido en la carrera por el dinero y el éxito social

Cuando ya llevaba unos meses inyectándome, apareció una exnovia. A pesar de enfurecerse cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo con mi vida, intentó ayudarme, pero fue imposible.
Como en la canción Heroin, de Lou Reed, le dije que debía aceptarme así, que tarde o temprano dejaría de consumir, que sería un hombre valiente y responsable y que trabajaría con seriedad. Pero ella no me creyó y volvió a irse.

Dos años después de estar inyectándome habitualmente, recurrí desesperado a la ayuda de una psicóloga que me había recomendado el viejo amigo con quien había consumido la primera vez. Estuve dos semanas en una fría cabaña al norte de Bogotá consumiendo metadona, un opiáceo legal que genera analgesia y sedación pero no euforia. Allí, un grupo de cinco personas con problemas similares hacíamos algunas terapias psicológicas y sesiones de relajación, meditación y sauna. Sin embargo, dos semanas no son tiempo suficiente para desacostumbrarse a algo tan fuerte. Al salir, tomé metadona por un mes, pero finalmente volví a consumir.

Continué un año más en la rutina de la inyección, hasta que la situación se hizo insostenible. Llega un momento en que ya no hay espacio en las venas para inyectarse. Ya están demasiado afectadas. Y, mientras tanto, el dinero no alcanza ni la farsa puede continuar. En una ocasión tuve una sobredosis y alguien que me acompañaba llamó una ambulancia. Cuando me desperté, estaba en una clínica conectado a una máquina con suero, con la mitad de la cara llena de costras de sangre y mi madre sentada a mi lado, rezando. Había comprado una heroína de mejor calidad que la anterior y el cambio fue casi letal.

Por presión familiar, ingresé a una costosa clínica de salud mental para desintoxicarme. Allí me dijeron que la mejor manera de dejar la heroína era estar encerrado varios meses, mientras cumplía con un programa de deshabituación. Compartí sobre todo con gente diagnosticada con depresión, bipolaridad y esquizofrenia.

A los quince días me trasladaron a una bonita finca a las afueras de Bogotá, donde estuve internado durante ocho meses. Tuve que adaptarme a una disciplina, cumplir con unas actividades lúdicas y terapéuticas, trabajar en una huerta y asistir a reuniones de grupos de adictos. Había cerca de doce personas, de distintos oficios y edades, adictas a la cocaína y al alcohol; el único que conocía la heroína era un francés que se había inyectado por veinte años y tenía las manos hinchadas por un problema en las venas.

Llevo nueve meses sin consumir heroína. Me siento más libre, tranquilo, reconciliado con el mundo. La vida no es bella en general ni mucho menos. La historia de bastante gente está llena de dolor y sufrimiento, y consumir sustancias tan fuertes y riesgosas finalmente los aumenta. No conozco al primero que pueda controlar su consumo, aunque dicen que existen.

Algunos rehabilitados y sabios dicen que el consumo de heroína es un escape cobarde, una renuncia a la guerra vital y a una derrota valerosa, un camino de egoísmo extremo. A diferencia de la adicción al bazuco, sin dinero no se puede ser yonqui. Sobre todo, es una muy mala opción para relajarse, una sustancia demasiado adictiva y extrema que genera una abstinencia de los mil demonios.

Ahora experimento la mesura en general, estoy mejor. O eso quiero creer.

Todos los estados emocionales se conservan en el cerebro

30 Ene

Este semestre tengo más tiempo libre que durante los veintiséis semestres de los últimos trece años, sin contar con que entre una universidad y otra hay un mes de distancia entre el comienzo y el final.

Durante mucho tiempo -los últimos trece años- he trabajado más o menos con la misma regularidad y siempre he tenido tiempo libre, pero nunca el suficiente para no sentir la diferencia entre «vacaciones» y reingreso a la vida laboral.

Mi vida precisa de ciclos porque a eso la he acostumbrado y le gusta: 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso  – 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso – 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso….

Este semestre es la excepción. Mi cerebro asume que tengo mucho tiempo libre y me ha llevado a experimentar la sensación de cuando no estudiaba ni trabajada, cuando tenía 19 años y ante los ojos del mundo cumplía todos los requisitos para ser llamada La fracasada.

Caminar ha dejado de ser el placer supremo porque puedo hacerlo casi todos los días de la semana. El descanso ha dejado de tener sentido porque ningún día es agotador.

La semana pasada me desperté en medio de la noche con una preocupación similar a la que me embargaba hace veinticinco años. Pensé en amas de casa, pensionados, enfermos, desempleados, vagos, indigentes…. en todos los desesperados del mundo que sufren con los excesos del tiempo libre.

Pensé también en los adictos a las drogas y al alcohol, en las prostitutas y los homosexuales, en los ladrones y en los pacientes que precisan psicólogo, psiquiatra y tratamiento para poder sobrellevar la vida, en toda la gente que vive la existencia como un peso insoportable o en quienes descubren que un comportamiento específico afecta su vida actual y desean de todo corazón que aquello que les hace daño y los mortifica salga de su vida para, por fin, descansar. El descanso de antes de la muerte.

Una señora despierta en medio de la noche pensando en el aburrimiento es poético pero no muy divertido.

Sufrir pensando en el borracho que vuelve a beber porque está muy aburrido, pero ante el primer sorbo vuelve a sufrir toda la miseria que le da contexto a la sensación. No puedo ni siquiera imaginar la sensación de la puta, el adicto a la heroína, el loco que sabe que su cerebro ha decidido, por exceso o por ausencia, ponerlo de nuevo ante el panorama más desolador: el de la recaída, la voz superior que le dice a la víctima que es imposible tener control absoluto sobre nada.