Archivo | noviembre, 2014

Yo, un cáncer social. Dedicado a @CamiloRpo (un tuitero influyente)

26 Nov

La semana pasada sin saber cómo y sin saber por qué terminé revisando los tuits de  @CamiloRpo y no salía de mi asombro cuando descubrí que era muy popular (muy faveado), uno de esos tuiteros famosos felices hablando de sí mismos y de sus maravilloso tuits en los medios, Camilo compartía con orgullo ese día una entrevista que le habían hecho en El Colombiano. Leí la bendita entrevista y me encontré con un «artista» de los tuits convencido de su propia valía, seguro de que tanta popularidad se debe a su inteligencia deslumbrante, a su creatividad, a su innegable sentido del humor.

A continuación una pequeña muestra de las obras en 140 caracteres de nuestro maestro del tuit:

– ¿Esa gente que se la pasa cambiando de estado en Facebook qué se cree? ¿Un pokemon?

– ¿Cómo es posible que crean que la libertad existe sabiendo que mañana toca madrugar?

– Esta hora parece un punto y aparte.

– Esa amargura no se cura con dulce, gordita.

– Muy difícil y aburrido intentar agradar a todos. Muy difícil y aburrido dejar de ser uno mismo.

– El silencio de sábado por la mañana es un placer que combina perfecto con una buena lectura.

– Nada peor que querer algo que uno no debe querer.

Como el lector lo podrá notar, son frases hechas a la medida del idiota promedio, frases para aplaudir en el país de la ignorancia, en el reino de la estupidez llamado Colombia.

Ese día escribí seis o siete tuits sobre Camilo (parece que ese es su nombre) y anoche, como quien ataca al peor de los males, nuestro poeta lanzó esta bala de largo alcance y 17 admiradores suyos apoyaron la Causa:

«Ya va siendo hora de reportar por acoso a . ¡Qué cáncer social esa mujer!».

***

Oh, no. ¡Dios!

De nuevo apareció un líder de opinión invitando a la jauría a deshacerse de mí, el peor de los males.

Lo asombroso de la invitación a la censura es que se haya referido a mí como cáncer social y que haya usado la palabra acoso:

Una señora que escribe tuits y posts denunciando a gente estúpida como yo es un peligro para la sociedad porque acosa a las mentes brillantes de este bello país.

¿Ese es el mensaje que Camilo le envió a sus admiradores?

___

Comencemos por el principio:

¿Qué es cáncer social?

No es una pregunta fácil de responder, pero, si nos fijamos bien, pensar en una persona como cáncer social es concederle el poder de institución al estilo de la iglesia, la familia, el estado, la escuela, la televisión, la publicidad, la corrupción, la envidia, la mentira…

Cuando Camilo se refiere a mí -una pobre señora que apenas sabe leer y escribir- como cáncer social y hace un llamado urgente para censurarlo porque siente que se constituye en un peligro porque acosa, entonces sólo puedo pensar que a los ojos de este tuitero ostento un poder del que no soy consciente.

¿Soy yo un cáncer social?

Queda abierto el debate.

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¿Por qué las feministas también son animales? Dedicado a Catalina Ruiz-Navarro y Carolina Sanín

24 Nov

Cuando una mujer ve a una perra, a una gata o a una burra extasiada frente a sus bebés recién nacidos queda maravillada ante la pasión de esas madres para hacerse cargo de sus crías, para amarlas con amor incondicional, desinteresado, gratuito… como sólo una madre puede amar a sus hijos.

Lo que la señora no sabe es que ella es hermana de la burra, la rata y la cerda porque son mamíferos, animales que se reproducen gracias al intercambio genético de una hembra y un macho a través del apareamiento, que las señoras llaman de forma «romántica» – para olvidar que son animales- Hacer el amor.

Hacer el amor como Dios manda para que dentro de nueve meses nazca un bebé gordo y llorón al que llamaremos El milagro de la vida.

¿Milagro de la vida?

Pero si somos siete mil millones de seres humanos. Una especie de virus que se inventó el amor para justificar la reproducción irracional y despiadada que vulnera los derechos fundamentales de las demás especies. Hombres y mujeres son responsables de semejante acto irracional. Hombres y mujeres participan del crimen de seres vivos mucho más hermosos y discretos que los hombres y las mujeres.

Si el milagro de la vida es varón será recibido como un rey, si es una niña será recibida con desprecio, lástima y consideración porque esa pobre criatura no sabe que llegó a una sociedad patriarcal y falocéntrica, piensa la madre feminista de la hipotética recién nacida que sólo ha leído libros de Ciencias Humanas y no sabe que también existe la biología, la genética y la neuorociencia y que cuando se aborda la vida desde estas perspectivas la hembra no sale muy bien librada porque la naturaleza no es precisamente feminista, a la naturaleza no le interesa la felicidad humana ni la liberación de la mujer, sólo le interesa crear estrategias para conservar especies.

Las feministas no saben que entre las hembras en general la mujer es una de las que mejor ha desarrollado armas para seleccionar al macho y para ejercer control sobre él. El cuerpo de la mujer es una trampa exquisita para seducir al pobre hombre presa del deseo y la pasión loca. ¡Por eso somos siete mil millones de milagros de la vida!

La feminista militante educará a su hija para que sea una mujer emancipada como ella, pero cuando la niña descubra que tiene tetas, culo, cintura, cadera, piel, voz y naturaleza de mujer descubrirá, sin saberlo, que es una máquina de seducción y correrá a buscar a su macho para reproducirse como todas las demás, como el animal más irresponsable de la tierra.

Deseará ser modelo SoHo como Catalina Ruiz-Navarro o verá maltrato a las pobres criaturas llamadas mujeres en los detalles más insignificantes, como Carolina Sanín.

Es difícil encontrar feministas en un rango de edad entre los 12 y los 20 años, esa es la edad de la reproducción y el animal joven no racionaliza la naturaleza de su deseo, sólo busca, como cualquier gata o perra en celo, a lo que ella llamará El amor de su vida para hacer el amor, pero todos sabemos que esos bellos sentimientos, esas búsquedas metafísicas son máscaras que la criatura inventa para no sentirse hermana en el deseo de la rata o de la gata.

Cuando el hombre ve a la mujer como un objeto, cuando la mira con deseo y babea como un perro porque quiere compartir sus genes con ella también se convierte en objeto, en objeto del deseo, no es más objeto la mujer que el hombre porque ella sea la deseada y él el deseoso, es la naturaleza manifestándose en ellos.

Feministas fanáticas: los hombres también sufren, los hombres también son tratados como objetos. ¿Quién defenderá a James y a Falcao? ¿No se dan cuenta de que esos dos pobres hombres son tratados como putas y son mucho más rentables que una puta?

Esta historia continuará….

Autoentrevista al estilo Tómbola de la revista Cromos

23 Nov

¿Cuánto dura un rato feliz?

La palabra rato es una palabra fea, es más hermoso pensar en instantes.

Una canción que le levante el ánimo.

Ninguna.

Una motivación para dejar la cama un lunes.

No tengo nada en contra de los lunes.

¿A qué edad regresaría?

Nunca me he ido.

Su mayor acierto en un escenario.

Callar a la gente con la mirada.

Lo mejor de ser irreverente.

No aspirar a serlo.

Un libro de autoayuda para recomendar.

La primera parte de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva.

Un espacio para esconderse y olvidarse de todo.

No necesito esconderme ni olvidarme de nada.

¿A quién sueña conocer?

A nadie.

Un tuit para sus enemigos.

No tengo enemigos.

¿Qué está sobrevalorado en la sociedad?

Los seguidores en una cuenta de Twitter.

Un plan para distraer la cabeza.

Mirar por la ventana.

Un remedio para combatir la tristeza.

Caminar.

¿Qué momento de su vida borraría?

Ninguno.

Su mayor embarrada.

Ninguna.

¿Cuándo fue la última vez que lloró de felicidad?

No suelo llorar de felicidad.

¿A quién ha hecho feliz?

A toda la gente que me conoce.

¿Qué la entristece?

Las preguntas estúpidas.

¿Cómo le gustaría que la recuerden?

Como una persona que pasó la mayor parte de su vida descansando.

Una pelea.

La del Bolo y el Gringo. Es muy buena esa pelea.

¿Qué es la felicidad?

No hacer nada pero hacerlo a conciencia.

¿Qué la mantiene alerta?

Mi cerebro.

¿Cuál ha sido la peor crítica que le han hecho?

Que sigo a muy poca gente en Twitter.

¿Qué le saca la piedra?

La expresión que usted acaba de pronunciar. Y es dizque periodista.

¿Qué la aburre?

Una conversación de más de tres personas.

¿Qué la entretiene?

No soy una persona a la que haya que entretener.

¿En qué es aprendiz?

En nada.

¿Qué cambiaría de usted?

Nada.

Una deuda.

No tengo deudas.

Un sueño recurrente.

No suelo soñar.

Lo positivo de morirse un día de estos.

Esa no es una pregunta inteligente.

Una palabra que la defina.

Dulzura.

Lo peor de ser irreverente.

Que tanta gente en Colombia crea que lo es cuando en realidad son imbéciles.

De todas sus opiniones, ¿con cuál se queda?

Con todas.

Un compañero inseparable.

La ropa.

¿Adónde van a parar los secretos?

No tengo secretos.

¿El secreto para reinventarse?

Esa pregunta se la debes hacer a Madonna.

¿Qué la desvela?

Nada.

¿Un episodio que no repetiría?

Volver a estudiar.

Tres días con smartphone

20 Nov

Soy resistente al cambio porque los cambios de mi tiempo son cada día más desalentadores: cambio climático, cambio de sexo, cambio de nacionalidad, cambio de estado civil… todo cambia cada día y el tiempo no nos da un respiro para saborear nada como lo saboreábamos en el lejano 1975.

Como soy de otro siglo y tengo más años que casi todos ustedes fui educada para vivir despacio, para apreciar los objetos y para asociarlos con experiencias y con personas, para vivir de los recuerdos de las bellas sensaciones como momentos para coleccionar. ¡Así de boba soy!

Como mi reino es el de la lectura y la escritura me eduqué con libros, bibliotecas, cuadernos, esferos y máquinas de escribir manuales y después eléctricas. Tuve computador de escritorio durante mucho tiempo (veintidós años con la misma belleza que cambié por el computador portátil desde el que escribo esta sentida composición).

Por mí escribiría desde esa máquina maravillosa, pero fue imposible ajustarla con acceso a internet. Nada que hacer. Era una obra museo y con ese aparato escribí los ensayos que me hicieron pensar que podría ser una buena ensayista. Ese es el origen de mi nickname en el mundo digital, en el futuro que vendría mientras era joven y me entusiasmaba descubriendo el maravilloso mundo llamado Word.

Todo lo relacionado con las nuevas tecnologías ha llegado a mí por la necesidad apremiante de comunicarme con una persona particular que me interesaba en ese momento y no en otro. Nunca por moda, por posar de inteligente, sofisticada, moderna… o por mostrarme superior a mi prójimo.

Creé un correo electrónico para conversar vía Yahoo con el escritor colombiano Ricardo Cano Gaviria. Yo desde Bogotá, él desde Barcelona y Tarragona. Nuestro intercambio epistolar fue tan emocionante que terminé publicando las cartas, porque eran cartas, no eran frases estúpidas. Mi trabajo de maestría fue sobre su obra. ¡Valió la pena creer esa bendita cuenta en Yahoo!

Conocí las salas de chat por casualidad, con mi hermano menor. Me preguntó si sabía qué era, le dije que no. Probé las salas de chat y ahí, en ese mundo tan oscuro conocí a Andres. Era mi primera cita con un ser virtual y era su primera cita con un ser virtual. Desde esa primera cita quedamos unidos para siempre. ¿No es maravilloso? ¡Valió la pena saber en qué consisten las salas de chat!

Compré teléfono móvil para hablar con Andrés, fue un gran motivo, claro.

Y, ahora, después de tanta resistencia, después de tanta insistencia, después de conocer todos las enfermedades físicas y psicológicas, toda la miseria existencial asociada a los «teléfonos inteligentes», decidí comprar mi primer smartphone.

Lo compré por miedo a no comprender la tecnología del futuro, porque el smartphone es la nueva flecha, porque si no lo compraba esta semana lo hubiera terminando comprando el próxima año. Lo compré con el mismo entusiasmo con el que compramos los televisores para ver partidos de fútbol y usamos internet en el hogar; era imposible seguir resistiendo pero fui valiente, digna de admiración: soporté durante años la presión social. Se supone que el teléfono habla del tipo de persona, de su condición social e intelectual, cuando todos sabemos que es mentira, es puro consumo y nada más.

Había llegado el final de un ciclo

12 Nov

Terminó la bandeja de canalones, encontró un resto de coñac. Encendió la regleta de halógenos a su máxima potencia y los enfocó hacia el centro del lienzo. Mirando de cerca,  ni siquiera la noche estaba bien: no tenía esa suntuosidad, ese misterio que asociamos con las noches de la Península Arábiga; habría debido emplear un azul cerúleo en vez de uno ultramar.  El cuadro que estaba pintando era en realidad una auténtica mierda. Cogió un cuchillo de pescado, reventó el ojo de Damien Hirst, ensanchó el agujero con esfuerzo: era una tela de fibras de lino apretadas, muy resistente. Aferrando con una mano el lienzo pegajoso, lo desgarró de un solo golpe, lo que desequilibró el caballete, que se desplomó en el suelo. Se detuvo, un poco calmado,  contempló sus manos pringosas de pintura, apuró el coñac antes de saltar con los pies juntos sobre el cuadro, y lo pisoteó y restregó contra el suelo, que se volvía resbaladizo. Acabó perdiendo el equillibrio y cayó, el marco del caballete le golpeó violentamente el occipucio, eructó y vomitó, de golpe se sintió mejor, el aire nocturno fresco circulaba libremente por su rostro, cerró los ojos de felicidad: era evidente que había llegado el final de un ciclo.

Michel Houellebecq, en El mapa y el territorio.

La dominación masculina

12 Nov

Las armas del débil son siempre armas débiles.

Se dice del pene que es el único macho que incuba dos huevos.

“Para muchas mujeres, un estatuto dominante de los hombres es excitante”.

Pensemos en los pasitos rápidos de algunas muchachas con pantalones y zapatos planos.

La fuerza del orden masculino se descubre en el hecho de que prescinde de cualquier justificación.

La familia es la que asume sin duda el papel principal en la reproducción de la dominación y de la visión masculinas.

El acto sexual en sí mismo está pensado en función del principio de la primacía de la masculinidad.

Lo típico de los dominadores es ser capaces de hacer que se reconozca como universal su manera de ser particular.

Encima o debajo, activo o pasivo, estas alternativas paralelas describen el acto sexual como una relación de dominación.

La visión androcéntrica se impone como neutra y no siente la necesidad de enunciarse en unos discursos capaces de legitimarla.

El orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya.

Si las mujeres son especialmente propensas al amor llamado romántico, se debe sin duda, por una parte, a que están especialmente interesadas en ello.

Cualquier oficio, sea cual sea, se ve en cierto modo cualificado por el hecho de ser realizado por los hombres (que, desde ese punto de vista, son todos, por definición, de calidad).

El principio de visión de dominante no es una simple representación mental, un fantasma (“unas ideas en la cabeza”), una “ideología”, sino un sistema de estructuras establemente inscritas en las cosas y en los cuerpos.

Al estar la mujer constituida como una identidad negativa, definida únicamente por defecto, sus virtudes sólo pueden afirmarse en una doble negación, como vicio negado o superado, o como mal menor.

Inscrito en las cosas el orden masculino se inscribe también en los cuerpos a través de las conminaciones tácitas implicadas en las rutinas de la división del trabajo o de los rituales colectivos o privados.

Las mujeres son capaces de hablar de su marido con mucho detalle, mientras que los hombres sólo pueden describir a su mujer a través de estereotipos muy generales, válidos para “las mujeres en general”.

A los ojos de los hombres, las mujeres que, rompiendo la relación tácita de disponibilidad, se reapropian en cierto modo de su imagen corporal, y con ello, de su cuerpo, aparecen como no “femenina”, prácticamente como lesbiana.

Al estar simbólicamente destinadas a la resignación y a la discreción, las mujeres sólo pueden ejercer algún poder dirigiendo contra el fuerte su propia fuerza o accediendo a difuminarse y, en cualquier caso, negar un poder que ellas sólo pueden ejercer por delegación (como eminencias grises).

Las mujeres francesas manifiestan, en una amplísima mayoría, que desean tener una pareja de mayor edad y también, de manera muy coherente, de mayor altura física, y dos terceras partes de ellas llegan a rechazar explícitamente a un hombre más bajo.

Todo, en la génesis del hábito femenino y en las condiciones sociales de su actualización, contribuye a hacer de la experiencia femenina del cuerpo el límite de la experiencia universal del cuerpo-para-otro, incesantemente expuesta a la objetividad operada por la mirada y el discurso de los otros.

A los que puedan objetar que muchas mujeres han roto actualmente con las normas y las formalidades tradicionales del pudor y verían en el espacio que dejan a la exhibición controlada del cuerpo un indicio de “liberación” basta con indicarles que esta utilización del propio cuerpo permanece evidentemente subordinada al punto de vista masculino.

Forma especial de la peculiar lucidez de los dominados, la llamada “intuición femenina” es, en nuestro propio universo, inseparable de la sumisión objetiva y subjetiva que estimula u obliga a la atención y a las atenciones, a la vigilancia y a la atención necesarias para adelantarse a los deseos o presentir los disgustos.

Los hombres (y las propias mujeres) no pueden ver que la lógica de la relación de dominación es la que consigue imponer e inculcar a las mujeres, en la misma medida que las virtudes dictadas por la moral, todas las propiedades negativas que la visión dominante imputa a su naturaleza, como la astusia, o por tomar una característica más favorable, la intuición.

El cuerpo tiene su parte delantera, lugar de diferencia sexual, y su parte trasera, sexualidad indiferencia, y potencialmente femenina, es decir, pasiva, sometida, como lo recuerdan, mediante el gesto o palabra, los insultos mediterráneos (especialmente el famoso “corte de mangas”) contra la homosexualidad.

La diferencia biológica entre los sexos, es decir, entre los cuerpos masculino y femenino, y muy especialmente, la diferencia anatómica entre los órganos sexuales, puede aparecer de ese modo como la justificación natural de la diferencia socialmente establecida entre los sexos, y en especial de la división sexual del trabajo.

La misma protección “caballeresca”, además de que puede llevar a su confinamiento o servir para justificarla, puede contribuir también a mantener a las mujeres al margen de cualquier contacto con todos los aspectos del mundo real “para los cuales no están hechas” porque ellos no están hechos para ellas.

De acuerdo con la lógica habitual del prejuicio desfavorable, la representación masculina puede condenar las capacidades o las incapacidades femeninas que ella misma exige o contribuye a producir. De ese modo observamos que “el mercado de las mujeres no se termina” -son parlanchinas y sobre todo pueden pasarse siete días y siete noches discutiendo sin decidirse- o, para manifestar su acuerdo, las mujeres tienen que decir sí dos veces.

El placer masculino es, por una parte, disfrute del placer femenino, del poder de hacer disfrutar. Es indudable que Catherine MacKinnon acierta al ver en la “simulación del orgasmo”, una demostración ejemplar del poder masculino de conformar la interacción entre los sexos de acuerdo con la visión de los hombres, que esperan del orgasmo femenino una prueba de su virilidad, y el placer asegurado de esta forma suprema de la sumisión.

Si la relación sexual aparece como una relación social de dominación es porque se constituye a través del principio de división fundamental entre lo masculino, activo y lo femenino, pasivo, y ese principio crea, organiza, expresa y dirige el deseo, el deseo masculino como deseo de posesión, como dominación erótica, y el deseo femenino como deseo de la dominación masculina, como subordinación erotizada, o incluso, en su límite, reconocimiento erotizado de la dominación.

Cuando los dominados aplican a lo que les domina unos esquemas que son el producto de la dominación, o, en otras palabras, cuando sus pensamientos y sus percepciones están estructurados de acuerdo con las propias estructuras de la relación de dominación que se les ha impuesto, sus actos de conocimiento son, inevitablemente, unos actos de reconocimiento, de sumisión.

La lógica, esencialmente social, de lo que se llama “vocación” tiene como efecto producir tales encuentro armoniosos entre las disposiciones y las posiciones que hacen que las víctimas de la dominación psicológica puedan realizar dichosamente (en su doble sentido) las tareas subalternas o subordinadas atribuidas a sus virtudes de sumisión, amabilidad, docilidad, entrega y abnegación.

Habría que enumerar todos los caso en que los hombres mejor intencionados (la violencia simbólica, como sabemos, no opera en el orden de las intenciones conscientes) realizan unas acciones discriminatorias, que excluyen a las mujeres, sin siquiera planteárselo, de las posiciones de autoridad, reduciendo sus reivindicaciones a caprichos, merecedoras de una palabra de apaciguamiento o de una palmadita en la mejilla.

El hombre no puede realizar sin rebajarse determinadas tareas domésticas consideradas inferiores (entre otras razones porque no considera que pueda realizarlas), las mismas tareas pueden ser nobles y difíciles cuando son realizadas por unos hombres, o insignificantes e imperceptibles, fáciles y triviales, cuando corren a cargo de las mujeres, como lo recuerda la diferencia que separa al cocinero de la cocinera, al modisto de la modista; basta con que los hombres se apoderen de tareas consideradas femeninas y las realicen fuera de la esfera privada para que se vean ennoblecidas y transfiguradas.

De acuerdo con la ley universal de la adecuación a las esperanza a las posibilidades, de las aspiraciones a las oportunidades, la experiencia prolongada e invisiblemente amputada de un mundo totalmente sexuado tiende a hacer desaparecer, diseminándola, la misma inclinación a realizar los actos que no corresponden a las mujeres, sin tener ni siquiera que rechazarlos.

“Cuanto más me trataban como mujer, en más mujer me convertía. Me adaptaba de grado o a la fuerza. Si me supusieran incapaz de retroceder unos escalones o de abrir unas botellas, sentiría extrañamente, que me estaba volviendo incompetente. Si alguien pensaba que una maleta era demasiado pesada para mí, inexplicablemente, yo también lo consideraría así”.

Para alcanzar plenamente cierta posición, una mujer tendría que poseer no sólo lo que exige explícitamente la descripción del puesto, sino también todo un conjunto de propiedades que sus ocupantes añaden habitualmente al mismo, una estatura física, una voz, o unas disposiciones como la agresividad, la seguridad, la “distancia respecto al papel”, la llamada autoridad natural, etc. para las que los hombres han sido preparados en cuanto que hombres.

Al sentir la necesidad de la mirada de los demás para construirse, las mujeres están constantemente orientadas en su práctica para la evaluación anticipada del precio que su apariencia corporal, su manera de mover el cuerpo y de presentarlo, podrá recibir (de ahí una propensión más o menos clara a la autodenigración y a la asimilación del juicio social bajo la forma de malestar corporal o timidez.

La iglesia, habitada por el profundo antifeminismo de un clero dispuesto a condenar todas las faltas femeninas a la decencia, especialmente en materia de indumentaria, y notoria reproductora de una visión pesimista de las mujeres y de la feminidad, inculca (o inculcaba) explícitamente una moral profamiliar, enteramente dominada por los valores patriarcales, especialmente por el dogma de la inferioridad natural de las mujeres.

Sea cual sea su posición en el espacio social, las mujeres tienen en común su separación de los hombres por un coeficiente simbólico negativa que, al igual que el color de la piel para los negros o cualquier otro signo de pertenencia a un grupo estigmatizado, afecta de manera negativa a todo lo que son y a todo lo que hacen, y está en el principio de un conjunto sistemático de diferencias homólogas.

A través de la experiencia de un orden social “sexualmente” ordenado y los llamamientos explícitos al orden que les dirigen sus padres, sus profesores y sus condiscípulos, dotados a su vez de principios de visión adquiridos en unas experiencias semejantes del mundo, las chicas asimilan, bajo formas de esquemas de percepción y de estimación difícilmente accesibles a la conciencia, los principios de división dominante que les lleven a considerar normal, o incluso natural, el orden social tal cual es y a anticipar de algún modo su destino, rechazando las ramas o las carreras de las que están en cualquier caso excluidas, precipitándose hacia aquellas que, en cualquier caso, están destinadas.

La dominación masculina, que convierte a las mujeres en objetos simbólicos, cuyo ser es un ser percibido, tiene el efecto de colocarlas en un estado permanente de inseguridad corporal o, mejor dicho, de dependencia simbólica. Existen fundamentalmente por y para la mirada de los demás, es decir, en cuanto que objetos acogedores, atractivos, disponibles. Se espera de ellas que sean “femeninas”, es decir, sonrientes, simpáticas, atentas, sumisas, discretas, contenidas, por no decir difuminadas. Y la supuesta “feminidad” sólo es a menudo una forma de complacencia respecto a las expectativas masculinas, reales o supuestas, especialmente en materia de incremente del ego. Consecuentemente, la relación de dependencia respecto a los demás (y no únicamente respecto a los hombres) tiende a convertirse en constitutivo de su ser.

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Contra la masturbación

9 Nov

La liberación femenina viene con el combo llamado liberación sexual y masturbación: para liberarte de las garras de la sociedad patriarcal y falocéntrica debes gozar plenamente de tu sexualidad y para lograrlo debes pasar antes por un largo proceso de autoconocimiento de tu propio cuerpo, de tu propia sexualidad, de lo que te gusta, dónde te gusta, a qué velocidad te gusta y durante cuánto tiempo.

Mujer: debes ser consciente de tu propio placer, pasar primero por tus propias manos, abonar el terreno para que luego los demás, tus amantes, sepan cuáles son tus puntos más sensibles y gocen juntos, o cada uno por cuenta propia, hasta llegar al éxtasis.

La sexualidad femenina es un tema complejo y sensible, te lo han hecho saber. La radio y la prensa te han adiestrado para ser diestra con tus manos y con los juguetes sexuales que compraste con la misma seriedad con la que compraste el teléfono y la ropa que llevas puesta.

***

Cuando te imagino dispuesta a darte placer, caminando como una gata rumbo al cajón donde guardas tus tesoros, los objetos que te hacen sentir como una heroína salvaje y convencida de que darte placer con tus propias manos es un asunto muy serio, cuando te imagino escogiendo el objeto a la medida de tu deseo, cuando comparas medidas, colores y sabores y te sientes inteligente y liberada porque te liberaste a través de los juegos eróticos que tú misma inventaste te imagino un poco tonta. Sólo una tonta puede ser tan seria con un asunto tan ridículo como el autoplacer. Te sientes diestra y experimentada, entrenada como una máquina con tu  juguetería nacional o importada.

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El amor romántico está sobrevalorado y el placer sexual también, son impulsos vitales relacionados con la reproducción animal y la multiplicación de los seres, trampas de la naturaleza.

Si fueras menos elemental, si dejaras de pensar en sexo y sólo en sexo, si encontraras un novio y dejaras tus juguetes en su caja y pasaras por librerías y bibliotecas babearías de excitación al descubrir que todo está en el cerebro y que es más emocionante leer libros sobre el cerebro que manuales para darte placer con tus propias manos como si no fueras una mujer, un ser humano con un cerebro prodigioso, sino una cerda o una perra que se quiere revolcar y quiere resoplar sola o acompañada.

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