Un año sin trabajar

11 Jun

En marzo de 2020 cerraron las universidades de Colombia y cuando supe que estaba confirmado que continuarían las clases en línea estaba en la Biblioteca Luis Ángel Arango, la verdadera universidad de mi vida como estudiante y como aprendiz, el lugar donde he pasado los momentos más gratos de mi vida porque no sólo prestan libros sino que también los venden y es un buen punto de encuentro porque también hay un café.

Fui profesora durante dieciocho años, es decir, treinta y seis semestres, y durante todo este tiempo no me sentí empleada, maestra, doctora, sabia, experta ni nada parecido porque dar clase era otra forma de pasarla bien y siempre tuve excelente trato con los estudiantes que iban a reír mientras yo me reía con ellos. En la única autoridad que creo es en la de los libros y estoy segura de que se aprende más con una sonrisa de por medio que con parciales y preguntas estúpidas relacionadas con cultura general.

Lo que no me gustaba de trabajar era que pagaban y terminaba comprando basura innecesaria, ese era el único problema con mi trabajo. Trabajé un año en línea y sentí pena por los estudiantes porque en línea yo no era yo y ellos no eran ellos, ellos estaban muy asustados porque pensaban que el virus los iba a matar o se iban a morir de aburrimiento estando encerrados todo el día con la familia; si eran adictos a mirar el teléfono en el salón de clase ahora lo eran mucho más porque algunos usaban el teléfono para recibir sus clases y todo el material para hacer los trabajos también estaba en línea. Los jóvenes iban a los salones de clase más que por la clase por lo que había antes o después de la clase y si las clases son en línea estudiar pierde el sentido y la pandemia terminó de acabar con el sistema educativo, con la llamada Educación Superior que ya era bastante mediocre y es por sobre todas las cosas un negocio rentable para las privadas y un paro indefinido en las públicas sin contar con lo complicado que es llegar a la universidad por problemas de transporte.

Trabajando en línea supe que podría seguir siendo profesora vía Google-Meet o en un café con gente que me contacta a través de Twitter y eso hice en 2021. Por burlarme de los emprendedores terminé siendo mi propia jefe y estoy más feliz que Catalba vendiendo tortas a domicilio porque es verdad que contar con mucho tiempo libre, deshacerse del jefe para siempre, dormir hasta las ocho y no esperar la renovación del contrato vale más que tener clase a las siete de las mañana o a las seis de la tarde en un edificio del centro o del norte de Bogotá.

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