Archivo | octubre, 2019

Las muertes chiquitas

11 Oct

El libro de Margarita Posada no es una novela y tampoco es otro libro de autosuperación, no es una obra de arte ni un texto periodístico sino el testimonio desgarrador de una mujer que sin duda lloró mucho mientras lo escribió y describe el dolor de forma honesta; uno sufre con la historia y no es la historia de un personaje sino la de una persona, una mujer valiente que se atreve a narrar la suma de errores a lo largo de una vida desperdiciada, una vida de apariencia, superficialidad, consumo, vanidad, vivir de la opinión ajena y mucha banalidad.

Margarita Posada es la hija predilecta del capitalismo salvaje y no siente vergüenza al admitirlo, más bien reconoce que lo descubrió un poco tarde.

¿Cuántas mujeres morirán sin saber que también son producto de las estrategias más infames del marketing que se lo traga todo, que lo devora todo, que las convierte en muñecas de carne que caminan por las calles como si se tratara de pasarelas? ¿Por qué las mujeres son las más castigadas en este tiempo en el que todos nos hemos convertido en mercancía de buena o regular calidad? ¿Por qué el falso feminismo de redes sociales, el de todas y todes, el de las amigues que quieren dejar de ser sometidas por los “manes” pero siguen mendigando amor y buscando marido en esas mismas redes sin la menor muestra de recato o dignidad mejor conocida como amor propio son las más afectadas por las enfermedades mentales? ¿Por qué el emprendimiento que más bien es la última opción ante la crisis laboral y el aumento desmedido de la pobreza se ensaña más contra las mujeres? ¿Por qué los hombres están soportando mejor estos tiempos tan confusos y dolorosos?

Las muertes chiquitas no es otro objeto para vender, consumir y tirar como los libros-basura-engaño de Amalia Andrade, es mucho más que una sucia y vil estrategia de marketing para emocionar al público como los emociona ver a la última estrella fugaz de Yo me llamo. Es un libro que vale la pena leer porque se convierte en un excelente ejercicio de introspección que nos permite valorar la propia salud mental y la de las personas de nuestro entorno. No es un libro sobre la depresión, en un libro sobre un tipo de depresión, sobre la enfermedad que aqueja a millones de personas en el mundo en este comienzo de siglo tan confuso que probablemente nos seguirá sacudiendo año tras año de forma más violenta a través del dolor propio y del dolor ajeno.

Todos conocemos personas con esta enfermedad que se está convirtiendo en epidemia y leyendo este libro supe que no hay una sola forma de ser depresivo y que probablemente los psicólogos y los psiquiatras están tan confundidos como los sociólogos y los profesores. Este tiempo devoró también a los filósofos, es imposible sentarse a pensar porque para pensar se necesita tiempo lento y mucha meditación sobre lo pensado.

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Los jóvenes de mi generación fracasaron y se quemaron

5 Oct

Cuando tenía quince años vivía como si tuviera ocho y cuando tenía treinta vivía como si tuviera quince y ese vivir tan lento y esas décadas sin deseos de hacer nada, ni siquiera saber sobre la vida de los famosos de mi bello país se ha constituido en una ventaja porque la gente de mi generación y otros mucho más jóvenes que yo se quemaron antes de cumplir cuarenta años porque estaban convencidos de que el trabajo duro es la fuente de toda riqueza y los contactos, la risa falsa y la cara bonita los iba a llevar hacia el estrellato y no los llevó, se estrellaron.

Ahora son viejos cansados porque antes de cumplir treinta años se lanzaron a la vida de cabeza y la devoraron convencidos de que eran niños prodigio y no lo eran, por supuesto. Era gente que veía mucha televisión, lo que llaman ahora series, vieron muchas series gringas estos hijos del lugar más abandonado del tercer mundo, un país lejano y olvidado en el que reinan las castas de los elegidos que nacieron en Bogotá o llegaron a Bogotá para aprender a ser como de Bogotá -el pueblo más grande de Colombia- y se educaron en los “mejores” colegios y en las “mejores” universidades.

Bogotá no es ninguna Gran Capital y nuestra Educación es bastante regular pero la “elite” gobierna y hace “arte” convencida de que lo hace muy bien. Da un poco de risa pensar en cómo nos ven desde el exterior o si nos ven. Aquí siguen reinando los Elegidos convencidos de que se parecen un poco o tal vez mucho a los europeos cuando en realidad copian de manera grotesca el modelo gringo y eso los hace ver bastante ridículos.

Estoy leyendo el libro de Margarita Posada titulado Las muertes chiquitas y estando a punto de terminarlo sólo puedo pensar que su vida es una vida equivocada, como la de tantas personas “brillantes” de mi generación, “promesas” que se tomaron en serio la idea de que iban a ser ricos, famosos e influyentes porque vieron mucha televisión y creyeron en la pauta publicitaria, se la tragaron sin digerirla, eran jóvenes bien preparados que iban por la de oro.

Toda esa gente horrorosa es ahora gente vieja y quemada a los cuarenta o cincuenta años, es gente fracasada, enferma, deprimida y desesperada; después de saborear el fracaso y el cansancio devinieron y devenirán en profetas de tercera o en escritores de horrorosos libros de autosuperación en los que con pésima prosa nos confiesan o nos confesarán con detalle su larga cadena de errores y equivocaciones. Pensemos en Adolfo Zableh, Antonio García Ángel, Carolina Sanín, Margarita Posada y hasta en la pequeña Catalina Ruiz-Navarro. Estos jóvenes inocentes nacidos entre 1965 y 1975 se tragaron los mensajes publicitarios sin masticarlos y ahora sólo pueden escribir libros sobre el fracaso y sobre la depresión.

El panorama de las Letras Colombianas no puede ser más desolador.