Existe una gran contradicción entre mi deseo de justicia social, mi amor por la gente común, mi placer de caminar y confundirme entre la gente común y que la gente común sienta que soy más común que ellos, más insignificante que ellos, menos arreglada y sofisticada que ellos, un ser insignificante con un gusto mucho más precario que el suyo.
Me gusta como me miran con altanería de gente de orden superior y me gusta achicarme ante sus miradas cargadas de odio y de desprecio.
¿Hay algo más noble que hacer sentir grande a un miserable?
¡No!
Me resulta excitante ser pobre y desvalida entre pobres arrogantes mucho más ignorantes que yo, casi completamente sumidos en el estado y la felicidad del animal más elemental, gente que es pura biología, un colombiano más, el 85% o el 90% de Nuestra Adorada Nación.
Sueño con el logro del compromiso social porque creo en utopías aunque no consuma ninguna droga ni me considere amiga del comunismo, sueño con que nadie madrugue ni trabaje por plata, que cada día todos puedan despertar tarde sin pensar en el sustento, con la sensación de que la vida tiene sentido aunque no lo tenga ni valga la pena buscárselo.
Sueño con que se acaben los pobres y cada quien haga lo que quiera con su vida miserable mientras es consciente de lo que significa vivir y por eso escribo aquí, escribo allá, hablo aquí, hablo allá, califico aquí, califico allá, camino por aquí y camino por allá.
Mi absoluta falta de ganas de estar acompañada ni por otras personas (solo una, máximo dos) ni por comunidades así como mi absoluto asco por los grupos, las masas, los partidos, las asociaciones, los que son amigos de todos porque no son amigo de ninguno, mi absoluto desprecio por la gente que no sabe estar sola más de cinco minutos, los enemigos del silencio, la gente horrenda que forma parte de corporaciones y colectivos que no son amigos sino amigues, gente “buena” y “desinteresada” porque aspira a un cargo público o a una curul en el Senado.
La naturaleza de la gente hacen de mí una persona abarcable cuando hablo para un grupo de personas de forma amable y con sonrisa a flor de piel y entonces me entrego, vacío mi cerebro con alegría y ellos, el público, auditorio o lector, deben sentir que se hallan ante la Presencia de una santa o una sabia. Les pongo mi cerebro al alcance de su mano porque amo lo humano como ideal aunque no crea en la condición humana.
Soy inabordable e intocable cuando me separo de la gente porque mi mejor compañía soy yo misma y no me gusta que me interrumpan cuando camino como volando sin mirar a ninguna parte embebida en mis pensamientos, dándole un masaje a mi cerebro.
Soy una solitaria social, un ser contradictorio al que algunos llaman Despreciable en todo sentido aunque nunca me hayan visto ni conozcan el tono de mi voz. Soy una persona que no hace casi nada y casi nunca habla con nadie pero ama a los humanos con pasión desmedida porque así me hizo Dios.
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