Archivo | septiembre, 2014

Así llegaré al poder y a todo lo que se relaciona con él

26 Sep

La redacción del periódico me había familiarizado mucho con el mundo de la política y de los políticos. Aquella redacción era al mismo tiempo la oficina central del Partido Socialista y allí podía estudiar muy bien, desde muy cerca, a los personajes, con todos sus intereses. Allí quedó excluido para mí de antemano, para toda la vida, convertirme en algo así, salvo que arrojara por la borda toda mi moral y me dijera, en realidad quiero hacer eso, porque así llegaré al poder y a todo lo que se relaciona con él. Entonces habría tenido que renunciar a mí o a un aspecto de mí. Quiero decir que ese aspecto existía también en mí, hubiera podido ser un camino también y no me habría faltado fuerza para ello. Sí, ser político hubiera podido ser probablemente una posibilidad. Habría sido capaz también, creo,  de la brutalidad y de la astucia y de todo lo que es propio de los políticos. Pero en definitiva me repugnaba y seguí el otro camino.

Thomas Bernhard

¿Se morirá él o me moriré yo?

25 Sep

Dios santo, estaba en una habitación con veinticinco camas y nada más que ancianos en ellas, pero se morían sin interrupción, e incluso me alegraba de estar allí. Al mismo tiempo, mi abuelo estaba entonces en el mismo hospital y no se sabía: ¿se morirá él o me moriré yo? Y entonces me dieron la extremaunción y a él no, porque creyeron que me moriría yo. Probablemente no fue muy agradable para mi madre. Aunque el abuelo, como supe entonces, no se dejó dar la extremaunción sino que, cuando el cura entró en la habitación, una hora antes de su muerte, gritó: «¡Fuera!». Fue lo último que dijo, fuera, muy bonito. No recibió la extremaunción.  Era un cura que, como un viajante de comercio, tenía una maletita, con dos botones en el costado, los apretaba y se abría de golpe, la maleta. Dentro había dos velas, que la monja, solícita, encendía y entonces él preguntaba: bueno, ¿quién nos toca hoy? Y entonces ella le señalaba las camas y ellos recibían la extremaunción. Así eran las cosas. Es totalmente normal que la gente se muera, pensaba yo, no hay que temer nada.

Thomas Bernhard

¿Por qué tengo tantos seguidores?

21 Sep

Desde que nací he pasado la vida dando explicaciones.

Desde que escribo también.

¿Quién escribe?

¿Cuántos son?

¿Por qué sobre temas tan diversos?

¿En realidad es usted una mujer?

¿Por qué no parece que escribiera siempre la misma persona?

¿Usted qué hace?

¿Dónde trabaja?

¿Usted se inventa a Andrés?

¿Cuántas cuentas tiene?

¿Por qué es tan famosa?

¿Por qué es tan fea?…

Y últimamente:

¿Por qué tiene tantos seguidores?

Esta es la pregunta más injusta que he leído y también la que me lleva a hacerme más preguntas porque la respuesta no la sé:

¿Por qué me siguen si no soy complaciente?

¿Por qué me siguen si no sigo?

¿Por qué me siguen si no me favean?

¿Por qué no me siguen todos los que me leen?

¿Por qué soy tan famosa?

¿Por qué duele tanto que yo tenga «tantos» seguidores?

¿Por qué la gente es tan estúpida?

¿Por qué estoy tan vigilada?

¿De qué otra mujer se ha dicho tantas veces que era fea?

11 Sep

Yoko, esta mujer que encontraban fea, cristalizaba la muerte de un sueño. ¿De qué otra mujer se ha dicho tantas veces que era fea? Es algo que no se dice nunca a una mujer, aun si es horrible.  Y yo la encontraba hermosa. Me maravillaba. Cuando se tienen todas las mujeres que uno quiere, cuando la sensualidad es un país recorrido en todos los sentidos, entonces el terreno del deseo se desplaza. Viaja  hacia lo profundo. Hacia todo lo que no es una mañana igual a otra, con una mujer igual que otra, después de una noche en que se han dicho las mismas cosas que la anterior a mujeres intercambiables. Y nadie veía nada de todo eso, en su mezquindad.

David Foenkinos, en Lennon

 

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Lennon

9 Sep

En Ocio. La felicidad de no hacer nada, Ulrich Schnabel hace la lista de los grandes ociosos de los últimos tiempos y en esa lista está John Lennon.  Lo describe como partidario de estar echado en la cama mirando la pared, como Cioran o como Bukowski, dos grandes vagos de la literatura. Sabe que es ahí donde surgen las grandes ideas. Y tiene razón.

Buscando sobre la vida del ocioso supe que David Foenkinos había escrito Lennon, una biografía novelada del artista y sin pensarlo dos veces compré el libro. A David Foenkinos lo leí por recomendación de un hombre que sospecha que soy una gran lectora y tengo buen gusto, quería impresionarme y lo logró: me pidió que leyera La delicadeza y cuando lo terminé supe que la literatura no ha muerto y el libro tampoco. La delicadeza  y Lennon son libros para comprar, resaltar, describir y volver a leer. No es para leer en el ipad, es para pasar las páginas, es literatura.

Lennon es una narración en dieciocho sesiones de psicoanálisis. En cada sesión el lector se imagina el diván y al artista recordando su vida. Esa vida narrada es una hermosa reflexión sobre el amor, la música, las mujeres, la fama, las drogas, el abandono y la creación. Hay momentos en los cuales sentimos que es Lennon quien narra pero también es clara la voz del autor. El libro es fruto de un riguroso proceso de investigación de David Foenkinos, quien se presenta como admirador incondicional de John Lennon. Advierte que es un libro escrito al ritmo de su música.

Cada lector tendrá su propia versión de los hechos y se concentrará en los aspectos que más le interesan. A mí, como es de suponerse, me interesa la relación del artista con los padres, especialmente con la madre, la idea que tiene del amor y de la fama y la forma en que concibe el proceso creador. Lo más impactante es el amor a la madre, la timidez y el desprecio a la fama y al dinero, la sensación extraña de sentirse poca cosa y de no saber cómo representar el papel de John Lennon. Este libro recuerda a Virginia Woolf tratando de ser Virginia Woolf, en Las horas.

Para motivar al lector, para que se anime al leer el libro, no voy a hacer un análisis erudito de cada sesión para mostrar cómo soy de inteligente, culta y perspicaz, sino que voy a compartir las citas que más me impactaron por el contenido, la teorización -teniendo en cuenta que se trata de un artista tratando de comprender a otro artista- y la voz de David Foenkinos a través de su personaje:

La exposición brutal a la luz me permitió desaparecer una vez más. Al volverme una imagen para todos, existía menos (página 13).

Una parte de mí mismo está persuadida de que soy un pobre diablo, y la otra piensa que soy Dios (página 14).

Yo era demasiado intelectual, demasiado perverso para que creyeran en la castidad de mi imaginación (página 16).

Se puede dar un concierto frente a cincuenta mil personas y tener un pánico atroz a hablarle a una mujer (páginas 17).

Mi vida es un intento incesante de probarle al mundo que valgo algo (página 17)

El sufrimiento es una eternidad. Antes de los gritos, había probado el silencio (página 17).

La búsqueda de Dios es una idea para los débiles, al final de esa inspiración esperaba también el vacío (página 18).

Yo era un canalla, como todos los que triunfan (página 20).

Soy puro instinto, siempre viví bajo el dictado de mi sensibilidad (página 20).

Soy tan famoso que mi vida pertenece a todos. Todo el mundo tiene su opinión sobre lo que he vivido (página 21).

Ahora pienso que el amor experimentado es proporcional al que no se recibe (página 25).

Al fin puedo vivir días que se parecen unos a otros. Descubro la rutina maravillado (página 33).

Algunos han visto en mí un príncipe de la exuberancia, y les sorprendería saber que todo eso nació de un gran mutismo (página 52).

Nunca había conocido a una chica como ella, y bebía sus palabras. Y hasta su silencio, lo bebía también (página 91).

No tengo ninguna idea del camino a tomar para acceder a mi corazón (página 90).

Nunca asumí mi lado de hombre rico. En el fondo, no soy un tipo generoso, sino un tipo que se siente incómodo con el dinero (página 144).

Lo que siempre había buscado: una mujer que fuera también una compañera de la creación. Y la felicidad física se escondía ahí, detrás de la prioridad intelectual del deseo (página 152).

Celebridad depresiva es un pleonasmo (página 170).

Me angustiaba terriblemente la idea de cantar en público. Era capaz de vomitar en un concierto. Nunca tuve confianza en mí. Y entonces me sentía más frágil de lo habitual (página 182).

Vestido con un simple kimono, podía quedarme sin hablar, sin hacer nada. No era pereza ni meditación, sino un estado de contemplación interior (página 187).

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La necesitaba como no había necesitado nunca a nadie

8 Sep

Cuando nos veíamos las horas pasaban rápido. Y yo sentía como una herida el momento en que debía irme. En que debía dejarla. Eso me hacía más evidente su actitud: me había abandonado. Mi amor se transformaba entonces en un terrible sufrimiento. Estaba perdido, no sabía qué pensar, no quería verla más, me había hecho demasiado daño, y después la necesitaba,  la necesitaba como no había necesitado nunca a nadie, y quería verla lo antes posible. Era la coreografía incesante de mi corazón. En el fondo estábamos cerca uno del otro, éramos tan idénticos.

David Foenkinos, en Lennon.

Un dolor atroz que me impedía respirar

6 Sep

Me dejaba de noche, solo en nuestro apartamento. A la edad de un año, dos años, tengo el sentimiento de haberme despertado en la noche y haber sentido el silencio que me rodeaba. De haber comprendido que estaba solo, y era como un dolor atroz que me impedía respirar. Entonces gritaba.

David Foenkinos, en Lennon

 

 

El lugar ideal para vivir de amor y agua fresca

6 Sep

Se instalaron en un pequeño apartamento, un nido de ratas. Pero el lugar nunca tiene importancia en el comienzo de las historias de amor. Los primeros tiempos, se miraban a los ojos y eso les bastaba. El decorado empieza a interesar después; con la llegada del primer asomo de hastío uno recuerda que el mundo existe. La guarida que tenían era el lugar ideal para vivir de amor y agua fresca, pero como estaba yo, el mito romántico se complicaba. Pasaban el día abrazándose, jugando, y les importaba un bledo si yo dormía o no. Eso debía hacerme sentir mal, muy mal, y empecé a ponerme insoportable. Quería dormir con ellos, no en el suelo al lado de su cama.

David Foenkinos, en Lennon.

Un animal sediento se arroja sobre el manantial que acaba de descubrir (una mujer)

4 Sep

Después de leer este cuento debes tratar de dibujar a los personajes, no basta con imaginarlos.

Los personajes son:

– El señor del traje negro.

– La señorita que sirve café en las noches y recibe a sus huéspedes (de día) en el lecho.

– Los ancianos que observan al hombre sin disimulo desde su ventana (recuerda que debes hacer énfasis en la mirada senil).

– Las personas que se acercan tanto que parecen uno.

– La imagen del silencio después de un grito (este es el dibujo más complicado).

– Él y ella después del beso en toda la cara como un animal sediento que acaba de descubrir un manantial.

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El cuento:

Esbelto pero con aire fuerte, digno de las miradas propias de la curiosidad senil. Una cabeza seca y huesuda, provista de una nariz alabeada sobre un traje negro ceñido, provisto de cinturón, pliegues, bolsillos, hebillas y botones que tampoco parecen hacer juego con su abdomen prominente. ¿Es joven o viejo? No importa. Es un señor.

No es fácil imaginar a este personaje (recuerda que no sólo debes imaginarlo sino que también debes dibujarlo, en eso consiste el juego).

Un largo diálogo de miradas alrededor del traje y de la cabeza que no hace juego con el cuerpo ni con el traje negro. ¿Quiénes son los fríos observadores? Los viejos que miran sin disimulo desde su ventana (con mirada senil) ¿Puedes imaginarte una mirada senil? ¡Dibújala!

Eligió su más hermoso traje negro para lucirlo ese día en el lecho, porque ella servía café durante la noche y de día recibía a sus huéspedes en el lecho.

Formaron un grupo estrechamente cerrado.

Se ha producido silencio después de un grito.

La tomó primero de la mano y luego por la muñeca. La abrazó y la besó en la boca, después en todo el rostro, como un animal sediento se arroja sobre el manantial que acaba de descubrir.

Experiencia, recuerdo y olvido

1 Sep

Esta mañana, mientras esperaba que pasara el tiempo, tomé un libro de Walter Benjamin con sus mejores ensayos: 

Baudelaire, Proust, Poe, Kafka, la fotografía, la historia, la violencia…

Benjamin era maravilloso hace veinte años, sospecho que las nuevas generaciones de lectores deben dormirse cuando lo leen, como deben dormirse también leyendo a Flaubert, el maestro del estilo.

Flaubert y Benjamin se sienten muy rancios a pesar de que tardarán en ser olvidados y enterrados. Mucha gente seguirá hablando de ellos para parecer eruditos y profundos pero pocos comprenderán las ideas de estos pobres hombres tristes y contemplativos, pocos los seguirán admirando de corazón como los admiré yo durante tanto tiempo. Ya no, están muy gastados en mi mente, me entusiasma más pensar en Pascal, en Ovidio o en Séneca, ¿a quién queremos engañar? 

Si Flaubert y Benjamin parecen tipos pesados cómo será de pesado y fastidioso para el lector de nuestro tiempo -con teléfono móvil, adicto a revisar sus redes sociales y a chatear- leer a Proust, al Proust de En busca del tiempo perdido. Sospecho que ese ladrillo no lo leerá con gusto alguien nacido después del año 2005. 

Leyendo y pensando pensaba en mi forma de procesar los recuerdos a lo Proust, crecí leyendo ese tipo de literatura, la de la gente que goza más recordando que viviendo y leyendo que conversando con los amigos. No fue una experiencia muy reveladora:

He tenido dos o tres amigos con los que he pasado momentos dignos de ser recordados, los he admirado tanto que he llegado a confundir el afecto con el amor, he pensado de todas las formas posibles cómo pude ser tan dichosa al lado de gente tan inteligente, dulce, sensible y culta como ellos… Me he solazado en su recuerdo, en el recuerdo de nuestros mejores momentos. Ha pasado el tiempo, mucho tiempo, diez o veinte años. Un día cualquiera nos volvimos a encontrar por casualidad y el recuerdo de ese ser sobrenatural no correspondía con la imagen que mi mente había creado, fue todo una gran desilusión, un fraude total. Estamos en otros tiempos, ya no se puede vivir a lo Proust, es antiestético, ridículo y vulgar.