Si queremos ingresar con confianza a un campo donde cambia de manera radical el significado de las palabras y el poder concedido a los objetos, debemos estar dispuestos a despojarnos de nuestra voluntad, reemplazándola por una atención flotante que pueda captar la diversidad de perspectivas anímicas e imágenes corporales que emergen bajo el efecto del psicoactivo. Esta pluralidad de representaciones puede presentarse en un primer momento con el rostro de la locura, situación que debemos manejar con delicadeza para no terminar identificando la pérdida de control con una vivencia psicótica. Pues la enfermedad mental no se configura sólo por las sensaciones de ruptura o la disminución en la capacidad de síntesis del yo, sino por la combinación de esta dispersión vivencial con la respuesta defensiva de quien intenta mantener el autocontrol, disparándose niveles de ansiedad y pensamientos persecutorios que se incrementan cuando tratamos de interpretar la exaltación alucinada con las técnicas acumulativas y teleológicas de la voluntad.
Hay almas incurables y perdidas para el resto de la sociedad
18 OctUstedes no pueden impedir a los espíritus hallarse predestinados para el envenenamiento, de cualquier clase que él sea: intoxicación de morfina, intoxicación de lectura, intoxicación de soledad, intoxicación de onanismo, intoxicación de repetidos coitos, intoxicación de arraigada flaqueza del alma, intoxicación de alcohol, intoxicación de tabaco, intoxicación de antisociabilidad. Hay almas incurables y perdidas para el resto de la sociedad. Si ustedes les arrebatan un instrumento de locura ellos inventarán diez mil más. Ellos encontrarán medios más sutiles, más furiosos, absolutamente desesperados.
Antonin Artaud
¿Por qué el adicto a las drogas se aísla?
6 Oct¿Qué sería de los demás? ¿Qué de las relaciones humanas? En la conversaciones de aquella mañana , hallo constantemente repetida esta pregunta:» ¿Qué hay acerca de las relaciones humanas? «. ¿Cómo se podría conciliar esta bienaventuranza sin tiempo de ver como se debería ver con los deberes temporales de hacer lo que se debería hacer y sentir lo que se debería sentir? «Deberíamos ser capaces de ver estos pantalones como infinitamente importantes y a los seres humanos todavía como más infinitamente importantes», dije. Deberíamos… Pero, en la práctica, esto parecía imposible. Esta participación en la gloria manifiesta de las cosas no dejaba sitio, por decirlo así, a lo ordinario, a los asuntos necesarios de la existencia humana, y, ante todo, a los asuntos relacionados con las personas. Porque las personas son ellas mismas y, en un aspecto, por lo menos, yo era ahora un No-mismo, que simultáneamente percibía y era el No-mismo recién nacido, el comportamiento, la apariencia, la misma idea del sí mismo habían dejado momentáneamente de existir y, en cuanto a los otros sí mismos, sus antes semejantes, no parecían desagradables -el desagrado no era una de las categorías en función de las que estaba pensando-, sino enormemente ajenos.
Un mundo de belleza visionaria
2 OctCuando el cerebro se queda sin azúcar, el desnutrido ego se siente débil, se resiste a emprender los necesarios quehaceres y pierde todo su interés en las relaciones espaciales y temporales que tanto significan para un organismo deseoso de ir tirando por el mundo. Cuando la Inteligencia Libre se cuela por la válvula que ya no es hermética, comienzan a suceder toda clase de cosas biológicamente inútiles. En algunos casos, se pueden tener percepciones extrasensoriales. Otras personas descubren un mundo de belleza visionaria. A otras más se les revela la gloria, el infinito valor y la plenitud de sentido de la existencia desnuda, del acontecimiento tal cual, al margen del concepto. En la fase final de la desaparición del ego -y no puedo decir si la he alcanzado tomando mescalina- hay un «oscuro conocimiento» de que Todo está en todo, de que Todo es realmente cada cosa. Yo supongo que esto es lo más que una inteligencia finita puede acercarse a «percibir cuanto esté sucediendo en todas las partes del universo».
Al café le dije ¡No más!
10 SepCompleté seis meses leyendo sobre drogas y adicciones y Juan Sebastián Lozano tiene razón: el café es una droga tan dañina como el alcohol y el tabaco si se consume en exceso. Altera la conciencia, modifica nuestro comportamiento.
¡Pero son drogas legales y tenemos vía libre para pagar por envenenarnos, por compartir la adicción disfrazada de placer con nuestros amigos y señalar con aire de superioridad al marihuanero, al basuquero, al cocainómano y a todos los demás enfermos sin voluntad para renunciar a la adicción que los ata!
El café no se presenta como droga en este momento de la historia, pero en otros tiempos y en otros lugares se le ha condenado y despreciado como al vino y al opio. Optar por las drogas legales (dulces, harinas, café, alcohol, tabaco, partidos de fútbol, pornografía, consumo desmesurado…) es una estrategia de supervivencia, una actitud cómoda y un gran negocio para los productores de estas diversiones «sanas».
Tomo café desde hace más de treinta años. Más de dos veces intenté renunciar a este vicio absurdo y fracasé siempre, pero ahora, desde hace unos dos meses o más, puedo pasar el día entero sin tomar café, puedo pasar tres días sin tomar café como primera bebida de la mañana.
La cita que me convenció de que se puede renunciar a cualquier droga fue esta:
La dependencia psíquica se relaciona con las propiedades reforzadoras de los opioides: positivas al principio (los efectos placenteros), negativas después (evitar la aparición del síndrome de abstinencia). La influencia del ritual de la inyección de la morfina desempeña un papel fundamental en la dependencia psíquica del adicto. Algunos lo llaman el “hábito de la aguja”, aunque en animales se ha visto que no sólo el piquete participa en el efecto. Dos interesantes experimentos nos ofrecen las pruebas.
En uno de ellos se investigaba el efecto de un antagonista de narcóticos el cual se administraba a todos los sujetos. A éstos se les dividió en tres grupos: uno de ellos se inyectaba una solución salina, otro de ellos se administraba una dosis baja de morfina, y el otro grupo se inyectaba una dosis elevada. Para hacer que los voluntarios se sintieran en confianza se trataron de recrear las condiciones de la administración habitual, en la que el adicto se inyectaba la droga en el baño. Así, se acondicionó un baño donde los morfinómanos, usando su propio equipo y ritual, se inyectaban una de las tres soluciones.
Al principio todos ellos reportaban efectos placenteros, a pesar de estar bajo los efectos del antagonista. Fue sólo después de tres a cinco sesiones cuando empezaron los reportes subjetivos de ausencia de efectos. Un sujeto, sin embargo, mostraba los efectos típicos de los opiáceos, ¡incluyendo la característica constricción pupilar! hasta la sesión 26, a pesar de que pertenecía al grupo que se inyectaba solución salina. Estos experimentos demostraban que el cerebro es capaz de reproducir cualquier estado producido por drogas, en ausencia de ellas. El dicho: “Nos ponemos como queremos”, tendría que ver con ello, y se aplicaría también a cualquier estado de ánimo.
El cerebro es capaz de producir cualquier estado producido por drogas
24 AgoLa dependencia psíquica se relaciona con las propiedades reforzadoras de los opioides: positivas al principio (los efectos placenteros), negativas después (evitar la aparición del síndrome de abstinencia). La influencia del ritual de la inyección de la morfina desempeña un papel fundamental en la dependencia psíquica del adicto. Algunos lo llaman el «hábito de la aguja», aunque en animales se ha visto que no sólo el piquete participa en el efecto. Dos interesantes experimentos nos ofrecen las pruebas.
En uno de ellos se investigaba el efecto de un antagonista de narcóticos el cual se administraba a todos los sujetos. A éstos se les dividió en tres grupos: uno de ellos se inyectaba una solución salina, otro de ellos se administraba una dosis baja de morfina, y el otro grupo se inyectaba una dosis elevada. Para hacer que los voluntarios se sintieran en confianza se trataron de recrear las condiciones de la administración habitual, en la que el adicto se inyectaba la droga en el baño. Así, se acondicionó un baño donde los morfinómanos, usando su propio equipo y ritual, se inyectaban una de las tres soluciones.
Al principio todos ellos reportaban efectos placenteros, a pesar de estar bajo los efectos del antagonista. Fue sólo después de tres a cinco sesiones cuando empezaron los reportes subjetivos de ausencia de efectos. Un sujeto, sin embargo, mostraba los efectos típicos de los opiáceos, ¡incluyendo la característica constricción pupilar! hasta la sesión 26, a pesar de que pertenecía al grupo que se inyectaba solución salina. Estos experimentos demostraban que el cerebro es capaz de reproducir cualquier estado producido por drogas, en ausencia de ellas. El dicho: «Nos ponemos como queremos», tendría que ver con ello, y se aplicaría también a cualquier estado de ánimo.
Treinta y seis frases célebres
14 MayDesde hace cuatro meses mis conversaciones con Juan Lozano son meritorias y la humanidad pierde no poco al privarse del privilegio de oírnos hablar. Como la vida suele ser generosa no hablamos sólo cara a cara sino que también nos comunicamos por escrito. Las frases maravillosas que compartiré a continuación forman parte de una conversación reciente, más exactamente del 12 de mayo de 2016, hace apenas dos días. Como somos pensadores y sabios nos comunicamos a través de sentencias, como somos seres influyentes y con ideas fuertes no importa quién dijo qué ni en qué contexto.
Sin intentar imitar a Cioran ni a Nietzsche somos sabios pontificando.
Con ustedes las sentencias de dos pensadores de nuestro tiempo:
-
Me he acostumbrado mucho a leer en PDF. Y fragmentos de cosas. Qué mal.
- El PDF no es muy recomendable porque la lectura es superficial. Se leen con juicio las primeras cinco páginas. Eso dicen los expertos. Yo sigo prefiriendo los libros impresos.
- Bayly es una perra del establecimiento. Es una gorda pastillera individualista.
- Eso de publicar las intimidades de los demás, ser el portavoz de eso me parece algo cuando mínimo muy fuerte. A mí me siguen gustando las abstracciones.
- Bayly es muy bueno en medio de su mediocridad. Nadie es tan valiente, ni siquiera Vallejo.
- Ahora está mejor de salud. La esposa es como la esposa de Bukowski. Lo cuida mucho.
- A todo viejo le gusta la juventud. A mí me gustan hasta las de 15. Soy un enfermo.
- A mí siempre me han gustado los niños.
- Lo mejor es morir joven. La vejez está sobrevalorada. Siempre se tienen que inventar misticismo y bobadas para justificar la vejez.
- No tengo nada contra los viejos y me gusta hablar con ellos.
- A mí me gusta vivir bien, evitar el dolor, pero no me gusta guardarme tanto. Me gusta lo del presente, como lo del orientalismo rebajado.
- En los 60s por la alta ingestión de LSD se desarrolló el género de la ciencia ficción.
- Me quedan pocas neuronas. Pero tengo conexiones extrañas que me dan cierta lucidez. Soy un robot buena gente y tierno.
- Con LSD sentí conversaciones distintas al mismo tiempo con la misma persona. Como universos paralelos. Una conversación del futuro en el presente.
- Creo en la teoría M un poco, eso de que el tiempo es un círculo plano. Los universos paralelos. Como si al lado de esta pantalla hubiera otra con lo que vamos a escribir en un rato.
- Es una experiencia muy loca con la tierra. Sentí como que dialogaba con un árbol. Y veía pentagramas. Me sentía muy iluminado. Luego la música se escuchaba de verdad en estéreo.
- Me pasa que he rechazado sexo con mujeres y cuando tengo necesidades sexuales ya ellas no quieren. Es la maldita ley de Murphy o lo que sea.
- Somos como Sísifo, sí. Llevando una puta bola hasta el fin. Malditos dioses.
- Yo no he fantaseado con ser prostituta sino puta. La plata me parece indigna, creo que el sexo tiene que ser gratis.
- No se debe cobrar por algo que es placentero para las dos partes.
- Es la idea de que si se puede cobrar por hacerlo es mejor cobrar. Se goza y se gana. Un buen negocio.
- No me gusta sobar mi carne con todo el mundo.
- A mí me da pesar con las putas y con los que tienen que pagar.
- Las chicas de ahora saben mucho. Ya no se dejan tramar tan fácil.
- Soy un viejo sacerdote en un cuerpo más o menos joven.
- El porno de profesoras con gafas es bueno.
- La crueldad humana a nivel lúdico es muy divertida y placentera.
- La idea de volverse loco haciendo un drama y luego recapacitar y reír.
- El sexo después de las peleas es muy bueno. Salvaje.
- Siempre es bueno el sexo.
- Hágales la propuesta. Por mucho le dicen que no.
- No me conviene comprar cereales. Me acabé dos cajas en tres días.
- Tuve un mozo al que quise mucho. Duramos un año.
- El estudio no sirve para nada. La mayoría de la gente termina casada, gorda, con hijos y no leen nada. Trabajan por la plata.
- Lo del orientalismo rebajado me tiene entusiasmada.
- Podríamos ser dos detectives de homicidios. Siempre dialogan en el carro.
Mi larga noche con la heroína
19 MayEl texto que leerán a continuación fue escrito por Juan Sebastián Lozano. Es uno de los talentos que como profesora he tenido el gusto de conocer. No creo que lo haya descubierto, cuando ejercí como «maestra» suya él ya era un lector formado y escribía muy bien.
Cuando leí su primer texto supe que había sido afortunada al encontrar un interlocutor con el que podría hablar más allá del salón de clase. No me equivoqué, después de cuatro o cinco años creo que este joven escribe muy bien y es generoso al compartir su testimonio con nosotros:
La probé por primera vez en 2008, en un apartamento de Chapinero. Me sentí muy cómodo, experimenté sensaciones y alucinaciones magníficas. Un viejo amigo de infancia me había presentado a unos barranquilleros que tenían una banda de rock. En el mejor momento de una de sus fiestas, me pasaron un porro con un poco de “H” de condimento. Terminé tumbado en un sofá y dormí plácidamente durante diez horas. Repetí la experiencia con ellos un par de veces en el transcurso de dos semanas. En los días siguientes al consumo, me sentía más deprimido que de costumbre.
Volvía a la casa de mis nuevos “amigos” como un autómata, con la excusa de oírlos tocar, y un día, como era de esperarse, terminaron diciéndome que ya era hora de que comprara mi heroína, que ellos me presentarían a su dealer. Un mes después lo llamaba a diario. Me engañaba a mí mismo diciéndome que lo hacía para experimentar y escribir sobre el tema.
Meses después, la búsqueda del placer inmediato hacía que descuidara todo lo demás: los proyectos más simples, mi rutina de estudios, algún trabajo de momento, la cordialidad familiar, los amigos, las mujeres. Hacía todo lo que estuviera a mi alcance para comprar heroína y encerrarme con ella en casa.
La cantidad para un día costaba $10.000 y el gramo, $30.000. No era fácil conseguir dinero en esa época, sólo contaba con lo que me daban mis padres, a quienes manipulaba y engañaba; por eso nunca tuve necesidad de robar, aunque más de una vez contemplé la posibilidad de hacerlo.
Cuando duraba varias horas sin consumir, sentía que me enfermaba de nuevo, estornudaba, bostezaba continuamente y me daban escalofríos.
Viajé a la Costa con mis padres en las vacaciones de ese año, y al segundo día de estar allá mi abuela encontró la poca heroína que pude llevar y la escondió. No podía protestar. Todos fingimos que no había pasado nada. A pesar de haber visto Trainspotting, Réquiem por un sueño y otras películas sobre heroinómanos, no era consciente todavía de la magnitud del síndrome de abstinencia. Un viejo consumidor me había dicho que alguna vez en una clínica le habían dado clonidina, un medicamento para la hipertensión, y que éste había menguado los síntomas de abstinencia o “mono”. Compré una caja de clonidina y unos analgésicos comunes, pero no funcionaron. La primera noche, a los síntomas ya descritos se sumaron unos fuertes espasmos
musculares que me impedían estar quieto en la cama. Tomé más clonidina y empeoró la situación. Sentía una debilidad extrema y no pude dormir durante casi una semana.
En esas vacaciones logré recuperarme, y como el protagonista de Yonqui, de William Burroughs, empecé a salir mucho y a tomar bastante alcohol. Como la heroína es una droga para estar encerrado en casa y en sí mismo, cuando se deja dan ganas exageradas de socializar, de tirar, de bailar. No dormía bien, pero no me sentía cansado. Me prometí que jamás volvería a consumir.
Al regresar a Bogotá, llamé al dealer y compré una bolsa de $10.000, con la intención de drogarme sólo una vez más. Esta vez decidí fumarla sin marihuana. Preparé lo que se conoce como un
“chino” o “dragón”, que consiste en poner un poco del polvo marrón en un papel de aluminio, calentarlo por debajo con un encendedor y aspirar con la boca el humo que sale del papel. Sin la marihuana el efecto me gustó más, sentí mucha energía y ganas de caminar, tuve pensamientos agradables por varias horas.
En las esquinas donde me citaba el dealer, vi gente de todas las edades y condiciones: jovencitos novatos entusiasmados, viejos resignados, punkeros, médicos, profesores y gente de corbata; tipos muy pálidos y casi sin pupilas, medio muertos, que contaban orgullosos sus robos y aventuras para conseguir la dosis diaria. Algunos me dieron los números telefónicos de otros dealers, porque es un riesgo depender de uno solo, ya que lo normal es que al principio te vendan mercancía de calidad, barata e incluso que te la regalen, y cuando ya estás enganchado rebajen la sustancia y aumenten el precio. Siempre llegan tarde a las citas para enseñarte quién es el que manda.
Metido de cabeza en esto conocí a personajes indolentes que parecían resignados a su suerte, como enfermos terminales. Leo, uno de ellos, vendía y estafaba a los clientes novatos para asegurar su consumo gratis. Una tarde nos metimos a un baño público a fumar “chinos”. Cuando alguien se dio cuenta y gritó que iba a llamar a la policía, Leo salió y le dijo que yo era el delincuente. Aquella vez alcancé a escapar. Kike, un tipo que a veces me vendía “H”, le había robado un televisor a Leo y Leo después le robó varios gramos y juegos de Xbox. Un día, en mi casa, Kike lo atacó con un cuchillo y Leo escapó. Ambos me robaron.
Por curiosidad, una tarde decidí inyectarme; de ahí en adelante la adicción se hizo más intensa y apremiante. Sentía una corriente por las venas que terminaba con un golpe en el cerebro, y luego
era como estar en el mar con una sirena. Me sentía como una especie de vampiro que no cedía ante el guion aburrido y lleno de esfuerzos innecesarios que le imponía la sociedad para ser un “hombre de bien”, un esclavo metido en la carrera por el dinero y el éxito social
Cuando ya llevaba unos meses inyectándome, apareció una exnovia. A pesar de enfurecerse cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo con mi vida, intentó ayudarme, pero fue imposible.
Como en la canción Heroin, de Lou Reed, le dije que debía aceptarme así, que tarde o temprano dejaría de consumir, que sería un hombre valiente y responsable y que trabajaría con seriedad. Pero ella no me creyó y volvió a irse.
Dos años después de estar inyectándome habitualmente, recurrí desesperado a la ayuda de una psicóloga que me había recomendado el viejo amigo con quien había consumido la primera vez. Estuve dos semanas en una fría cabaña al norte de Bogotá consumiendo metadona, un opiáceo legal que genera analgesia y sedación pero no euforia. Allí, un grupo de cinco personas con problemas similares hacíamos algunas terapias psicológicas y sesiones de relajación, meditación y sauna. Sin embargo, dos semanas no son tiempo suficiente para desacostumbrarse a algo tan fuerte. Al salir, tomé metadona por un mes, pero finalmente volví a consumir.
Continué un año más en la rutina de la inyección, hasta que la situación se hizo insostenible. Llega un momento en que ya no hay espacio en las venas para inyectarse. Ya están demasiado afectadas. Y, mientras tanto, el dinero no alcanza ni la farsa puede continuar. En una ocasión tuve una sobredosis y alguien que me acompañaba llamó una ambulancia. Cuando me desperté, estaba en una clínica conectado a una máquina con suero, con la mitad de la cara llena de costras de sangre y mi madre sentada a mi lado, rezando. Había comprado una heroína de mejor calidad que la anterior y el cambio fue casi letal.
Por presión familiar, ingresé a una costosa clínica de salud mental para desintoxicarme. Allí me dijeron que la mejor manera de dejar la heroína era estar encerrado varios meses, mientras cumplía con un programa de deshabituación. Compartí sobre todo con gente diagnosticada con depresión, bipolaridad y esquizofrenia.
A los quince días me trasladaron a una bonita finca a las afueras de Bogotá, donde estuve internado durante ocho meses. Tuve que adaptarme a una disciplina, cumplir con unas actividades lúdicas y terapéuticas, trabajar en una huerta y asistir a reuniones de grupos de adictos. Había cerca de doce personas, de distintos oficios y edades, adictas a la cocaína y al alcohol; el único que conocía la heroína era un francés que se había inyectado por veinte años y tenía las manos hinchadas por un problema en las venas.
Llevo nueve meses sin consumir heroína. Me siento más libre, tranquilo, reconciliado con el mundo. La vida no es bella en general ni mucho menos. La historia de bastante gente está llena de dolor y sufrimiento, y consumir sustancias tan fuertes y riesgosas finalmente los aumenta. No conozco al primero que pueda controlar su consumo, aunque dicen que existen.
Algunos rehabilitados y sabios dicen que el consumo de heroína es un escape cobarde, una renuncia a la guerra vital y a una derrota valerosa, un camino de egoísmo extremo. A diferencia de la adicción al bazuco, sin dinero no se puede ser yonqui. Sobre todo, es una muy mala opción para relajarse, una sustancia demasiado adictiva y extrema que genera una abstinencia de los mil demonios.
Ahora experimento la mesura en general, estoy mejor. O eso quiero creer.
Matices de la realidad
21 SepEl discurso sobre las drogas se ha traspasado, a lo largo del tiempo, de una sustancia a otra, borrando en cada momento los matices de la realidad. La visión homogeneizante impide ver la diferencia radical que existe entre los consumidores: un mama arhuaco que encuentra en el mambeo un camino a la sabiduría, un yuppie deseoso de eficiencia que mete compulsivamente cocaína, un indígena embera que consume chicha para una sesión de sanación, un asesino que se da en la cabeza con roches, una mujer triste que busca en los antidepresivos un aliento para su alma, un consumidor de basuco que ha soplado todo su patrimonio, un marihuanero expulsado de la universidad, un indígena que no abandona su botella de aguardiente Platino, un intelectual vencido por el alcohol.
Alonso Salazar, en Drogas y narcotráfico en Colombia. Bogotá, Planeta. 2001.
Soy un ser extraordinario
21 SepTodos los hombres, en todos los momentos y bajo todas las latitudes se entregan a la droga. Esta conducta, entre muchas otras, nos distingue de las criaturas del reino animal.
Aquellos seres extraordinarios que saben o pueden vivir sin drogas los denominamos según nuestras culturas, sabios, justos y santos.
Michel Serres
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