Es mentira que el trabajo dignifica al hombre, la familia es feliz, estudiando nos convertimos en ciudadanos ejemplares y Dios es bueno, pero la mayoría de la gente oye decir estas frases en la infancia, las acogen y arman su vida a partir de estos preceptos con el convencimiento absoluto de que hacen lo correcto y recibirán una medalla cuando mueran por haber cumplido con su deber. Ayer en Twitter una mujer vil se refirió en términos desobligantes a un escritor que conozco y nunca ha manchado sus manos con el trabajo; cuando vi el tuit marcado por la envidia supe que tenía que escribir este post porque desde niña soñaba con no estudiar ni trabajar, no porque fuera perezosa o depresiva sino porque estaba segura de que tenía sensibilidad artística y el estudio y el trabajo mancharían mi alma y no estaba equivocada. A este pobre corazón sensible lo obligaron a estudiar porque era un requisito social y mancillada por la educación me entregué de forma voluntaria desde 2002 hasta 2020 al trabajo y aunque fue una experiencia placentera me hubiera encantado realizar mi sueño de infancia: ser autodidacta y vivir siempre en la misma casa sin trabajar pero con independencia absoluta, mantenida desde el nacimiento hasta la muerte como los verdaderos campeones. De mi casa materna me echaron como a un perro y me obligaron a comprar casa con el fruto de mi trabajo para que no pareciera -ante los ojos de la sociedad- una fracasada.
Dijo la tuitera refiriéndose al artista: «Conozco otro al que los papás le tienen apartamento en el norte, le pagan el mercado, los servicios y duerme hasta las 12. Se levanta a escribir sobre la desigualdad». Con ese poeta hemos hablado muchas veces en ese apartamento del norte mientras nos comemos el mercado que pagan los papás (un mercado sofisticado porque tiene un gusto delicado como la gente sensible con S mayúscula), gastando los servicios (estrato 5) y durmiendo hasta las tres de la tarde con intervalos de vida vertical sólo para ir al baño y para comer; nos hemos reído de lo lindo durante años pensando en lo envidiable que es esta vida como fue envidiable la vida de tantos enemigos del capitalismo, el consumo, el trabajo, la familia y todos los valores que venden la iglesia y los medios de comunicación, personas que no acogieron los preceptos presentados en el primer párrafo porque saben que son sistemas de control (los dos estamos obsesionados con William Burroughs), seres sensibles que soñaron con ser escritores y lo fueron. A veces bebemos y soy yo la que llora amargamente porque la gente ignorante no aprecia a Vivaldi; en mi delirio no puedo concebir que en Colombia la mayoría de la gente no sepa ni siquiera quién es Vivaldi, eso me parte el corazón. Es mentira que el poeta escriba sobre la desigualdad, se nota que no alcanzó a conocerlo bien. Ni él ni yo creemos en la igualdad y nos encantan los textos sobre las medidas que se deben tomar con los pobres. Nuestros autores favoritos para tratar ese tema son Sade, Bernhard, Vallejo y Dawkins.
Tengo ante mis ojos los libros de mis vagos favoritos y es apenas una pequeña muestra. ¿Es pecado nacer en una familia de padres generosos que gozan dándole vida cómoda a sus hijos hasta la muerte? ¿Es más pecadora Virginia Woolf o Marguerite Duras? ¿Quemamos los libros de Flaubert y Baudelaire? ¿Le decimos a los niños que no aspiren a ser como Schopenhauer o Nietzsche? ¿Nos preguntamos por qué Bernhard y Cioran eran tan malos ciudadanos? ¿Es más perezoso Goethe o Emerson? ¿Qué hacía Emily Dickinson perdiendo el tiempo con abejas, perros y flores en vez de ponerse a trabajar? ¿Quisiéramos ser tan fracasados como Melville o como Lovecraft? ¿Se suicidaron Guy Debord y Mark Fisher por vagos, por pura falta de oficio? ¿El derecho a no hacer nada (a no trabajar) no es un derecho que podemos ejercer si tenemos los recursos o una familia generosa? ¿Por qué es tan goda la gente en Colombia aunque pose de feminista, cultivada y de mente abierta? ¿La envidia es el pecado más común en los colombianos o será acaso el chisme y la zalamería? Colombia es un país tan pobre que aquí no se puede concebir la idea de vagancia, cooperación o mecenazgo sin la marca de la pereza, la culpa y el pecado.

Me atrevo a predecir la tragicomedia que sería si el sujeto al que la antagonista envidia se le mueren los familiares que le suministran alimento. A pesar de ello, es interesante que el trabajo no solo se le mire como los ojos de obligación social, sino que sea algo más intrínseco y de disfrute; verlo como un hobby más que la neurótica rutinaria.