Si una persona quiere hablar fuerte y claro sabe que esa actitud atraerá muchos enemigos dispuestos a acabar con su nombre y honra porque pocos seres humanos están dispuestos a hablar fuerte y claro mientras defienden valores relacionados con la verdad y la justicia, por ejemplo, y el que habla fuerte y claro siempre será odiado por los pusilánimes, que son mayoría indiscutible. Si queremos ser seres ejemplares debemos ser personas íntegras sobre quienes no haya ninguna señal de duda y si queremos no ser tan ejemplares y seguir hablando fuerte y claro no podemos ser por una parte como Sade y por otra trabajar en la Universidad Nacional de Colombia en tiempos de escrache masivo, puritanismo extremo y denuncias falsas de agresiones sexuales sólo porque alguien me cae mal o porque él ama a Petro y yo amo a Uribe o viceversa.
En mis tiempos de estudiante en la Nacional (1996-1999) la Universidad era una especie de burdel y tanto estudiantes como profesores gozaron a plenitud de todo tipo de placeres carnales. Recuerdo que veía una materia de contexto en una sala al final del pasillo donde quedaban las oficinas de los profesores y de esas oficinas se abrían y se cerraban puertas a las siete de la noche y casi siempre entraban estudiantes en minifalda pintadas como putas mordiéndose los labios; esas oficinas funcionaban como una especie de motel y nadie se escandalizaba, en ese tiempo muchas jóvenes inocentes se enamoraban de los profesores porque «sabían mucho» y sospechaban que si tenían sexo con el profesor como por arte de magia iban a entender mejor los libros de Foucault y los de Deleuze. Esas estudiantes generalmente eran muchachas menores de veinte años recién egresadas de un colegio de monjas o de las que la mamá no dejaba salir solas a la calle antes de convertirse en estudiantes universitarias, jóvenes inocentes que habían leído Que viva la música, tenían piercing y tatuaje, ponían las patas encima de la mesa, llegaban con café al salón de clase, usaban Converse, les gustaba beber vino y fumar marihuana pero dos años antes rezaban con devoción el Santo Rosario y pensaban en su madre como si se tratara de una mujer perfecta, una especie de Santa. Esas rebeldes de temporada querían devorar el mundo ya y, para comenzar, les parecía tremendamente subversivo revolcarse con un viejo horroroso veinte o treinta años mayor que ellas sólo porque era su profesor. Los viejos verdes usaban su poder para acostarse con todas las que podían semestre tras semestre; esa misma práctica continuó hasta 2008 o 2010 y lo pude comprobar siendo profesora universitaria. Mis compañeros hablaban de ver el ganado en las primeras semanas de clase y uno de ellos me dijo en una ocasión entre risas: estoy cansado de acostarme con esas putas. Ese poeta ya es un difunto, creo que murió hace tres o cuatro años de una enfermedad dolorosa. Él fue afortunado porque se salvó de la pandemia y porque estando muerto nadie lo puede acusar de violador o de acosador.
La universidad dejó de ser como en 1996 y si un profesor quiere evitar terminar exhibido en las redes sociales como acosador o violador debe tratar con severidad a los estudiantes. En las reuniones de profesores los coordinadores eran reiterativos (trabajé en la universidad hasta 2020), nos advertían que tuviéramos cuidado, que usáramos sólo medios institucionales para comunicarnos con ellos, que evitáramos quedarnos solos con estudiantes en los salones de clase como si estuviéramos tratando con demonios o verdugos y no con personas ávidas de aprender y de compartir ideas al terminar la clase. A los profesores varones se les acabó la fiesta y me parece muy bien, lo que me molesta es que se mezcle sexo y rumba con política y que Fabián Sanabria haya dejado de verse como académico devenido en pésimo imitador de Fernando Vallejo en su triste papel de youtuber y ahora sea conocido como violador y cacorro por una supuesta violación que tiene fascinados a los uribistas y tristes a los petristas. El gran problema de Fabián Sanabria es que quedó atrapado entre el siglo XX y el XXI y no sabe cómo funcionan las redes sociales, lo más seguro es que no vio el documental titulado El dilema de las redes sociales.
En tiempos de redes sociales se practican los pecados más viles: lujuria, codicia, mentira, calumnia, envidia… y Fabián Sanabria se convirtió en la ficha perfecta de los verdugos de nuestro tiempo triste: los usuarios de las redes sociales con pocos o muchos seguidores, público onanista y frustrado, solitarios adictos a mirar todo el día lo que pasa alrededor del mundo desde el teléfono y a tratar de forma cada día más violenta a sus contertulios digitales; es triste ver cada día peleas eternas o de un día con el fin de acribillar enemigos invisibles porque son muy jóvenes y bonitos o talentosos con suerte, con un defecto muy pronunciado o una cualidad muy particular.

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