Archivo | abril, 2013

Sexo, vida y muerte

21 Abr

El sexo es la unión de dos seres en un solo cuerpo con fines reproductivos, para matar el tiempo, por recreación o por simple calentura que necesita ser apagada.

El sexo se opone al género o le sirve de complemento. El sexo está relacionado con el cuerpo, con la configuración física, con  la máquina de follar; el género, en cambio, es social, es la máscara con la que nos presentamos ante los demás, la representación de lo femenino o lo masculino o la mezcla de ambos para ser puesta en escena ante  la mirada inquisidora de los demás, para que nos rotulen como hombre, mujer, hombre afeminado, mujer masculinizada…  pedazos de carne susceptibles de ser gozados  o despreciados por otro cuerpo en un momento dado.

 Todas las combinaciones posibles desde un ser que quiere ser visto y otros que lo ven y lo interpretan o malinterpretan a partir de sus propias creencias  y prácticas sexuales, es decir, las relacionadas con el cuerpo. 

A través del sexo se produce la vida, esa es su miseria: de un momento de pasión o de gimnasia, de una experiencia divertida o bochornosa, una pareja de seres, un pobre hombre y una pobre mujer pueden darle vida a otro ser desesperado, tanto o más que ellos. Este pobre niño cuando crezca terminará practicando la misma aventura por puro aburrimiento o desesperación. El sexo y la vida no tienen nada de original, no son ni proeza ni milagro.

El sexo es la trampa que la naturaleza le tiende a todos los pobres seres que habitan este mundo miserable para dar más vida, más tristeza, más aburrimiento y más desilusión. El sexo sería perfecto si solo estuviera relacionado con el placer, la gimnasia o la diversión. Sin fines, sin intereses de ningún tipo.

La muerte es el reverso de la vida, su otra cara, no se produce gracias a un carnal cruce de sexo sino que se relaciona con la putrefacción de la carne, la misma carne que se exhibe para el deseo del público y que se retuerce de placer y en el peor de los casos da vida que se constituirá en futura muerte, en más putrefacción.

Lo menos ridículo entre el sexo, la vida y la muerte es la muerte, por supuesto, el muerto se libera del peso de la existencia y de la esclavitud del deseo. Deja de preocuparse por su identidad sexual, deja de jugar a ser el mejor amante y el más sabio para cargar con la vida. La muerte es el consuelo que nos queda mientras hacemos el ridículo viviendo y follando.

Mis autores favoritos reniegan de la maternidad

21 Abr

Cuando tenía nueve años tenía también cuatro ideas claras: me gustaba leer, descansar, no tendría hijos y no me casaría jamás. Lo que tenía más claro y más le costaba creer a la gente es que no quisiera tener un hijo, ¡un hijo!, ¡el milagro!, ¡la experiencia más maravillosa deseada por cualquier mujer!, ¡la prolongación de la existencia! ¡la presencia de Dios en algo tan pequeño y tan perfecto!

A la mayoría de la gente esa decisión le parece una decisión un poco triste, más si quien lo decide es una niña que no sabe de amor ni de sexo pero le surge de la mente esa idea como algo claro, algo con lo que venía desde antes de nacer, supongo.

Dar vida es dar muerte, esa es la idea que más me convenció de mi idea; dar vida es dar sufrimiento; la vida es un encarte, algo que hay que soportar con la esperanza de que algún día se volverá al seno de la nada,  la salida de la eterna repetición de ciclos biológicos, rutinas digestivas y conversaciones tontas mientras llega el gran momento: la desaparición total y definitiva.

Como era de esperarse admiraba también a los lectores, los amigos del descanso, los solteros y los que tampoco querían hijos. Si un libro me gustaba, me fijaba en su autor y me obsesionaba con su biografía; si era soltero o casado pero distante con su pareja, si gozaba encerrado en su cuarto pensando en frases encontradas en otros libros y distorsionadas en los propios, me gustaba todavía más. Si miraba con desprecio desde su ventana a las pobres gentes que viven felices en medio de su podredumbre, los idolatraba. Si no tenían hijos y renegaban de la vida y de la multiplicación de los seres me extasiaba y compraba sus obras completas aunque no las leyera nunca.

¡No me hackeen por favor!

16 Abr

Anoche lo hicieron de nuevo: me volvieron a hackear la cuenta en Twitter, ¿por qué lo hacen? ¿quién lo hace? ¿cuál es el propósito? ¿son de nuevo los mismos niños de la Navidad del año 2010? ¿son enviados por algún artista o algún periodista? Contacté en Twitter a @policiacolombia y @policiacolombia me remitió al @caivirtual y un funcionario amabilísimo me recomendó demandar a los agresores por delitos informáticos. Es fácil encontrarlos y ajusticiarlos pero ese no debería ser el orden de las cosas, ese no es mi mundo perfecto, mi paraíso soñado. La policía involucrada en mi vida echaría a perder mi biografía.

¿Por qué duele tanto que a la expresión escrita se responda con cuentas tomadas y virus en el PC? ¿no es más justo responder a las palabras con otras palabras? ¿no es más fácil ignorar que intentar eliminar?

Queda abierta la discusión.

 

Los vecinos de Lovecraft

3 Abr

Las cosas orgánicas que rondaban por esa espantosa cloaca no podrían calificarse de humanas, ni siquiera torturándose la imaginación. Eran monstruosos, nebulosos bosquejos del pitecántropo y la ameba, toscamente modelados en alguna arcilla hedionda y viscosa producto de la corrupción de la tierra.  Reptaban y supuraban por las  calles grasientas, entrando y saliendo por puertas y ventanas de una forma que recordaba a una invasión de gusanos, o a desagradables criaturas surgidas de las profundidades del mar. Esas cosas – o la sustancia degenerada en gelatinosa fermentación de la que estaban hechas- parecían  rezumar, infiltrarse y fluir a través de las grietas abiertas de aquellas horribles casas, y pensé en una hilera de tinas ciclópeas y malsanas, llenas hasta el borde de ignominias gangrenosas, a punto de rebosar para inundar al mundo entero en un cataclismo leproso de podredumbre semilíquida.

De esta pesadilla de infección malsana no conservo el recuerdo de ningún rostro vivo. El grotesco individuo se perdía en la devastación colectiva; sólo quedaban en la retina los vagos y fantasmagóricos contornos del alma mórbida de la desintegración y de la decadencia… Una máscara amarillenta que ríe burlona mientras una ácida y pegajosa bilis supura de sus ojos, orejas, nariz y boca, con un burbujeo anormal de úlceras monstruosas e increíbles.

Lovecraft -en una carta- a Belknap Long.