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Para vivir tranquilo hay que vivir solo

7 Oct

Debido a su indiferencia ante el mundo y a sus ideas estrafalarias en relación con las de la mayoría -con los lugares comunes- tanto como por su deseo de querer pasar desapercibidos aún en medio de sus excentricidades, de no querer llamar la atención de nadie, los melancólicos terminan siendo, paradójicamente, condenados por los demás debido a que su comportamiento es interpretado de manera equivocada o exagerada: su indiferencia se interpreta como arrogancia, su sequedad como orgullo y su frialdad como desprecio: “Lo que me sorprende es que, debajo de esas críticas se note un odio contra mí, contra mi persona, un prejuicio denigrador” (citado por Barnes. 1984; 1986: 37); “La diferencia que ha existido siempre entre mi modo de ver la vida y el de los demás ha hecho que me encerrase (¡no bastante, por desgracia!) en una áspera soledad de la que nada lograba hacerme salir. Me han humillado tantas veces, he escandalizado y hecho gritar tanto que he terminado, desde hace ya mucho tiempo, por reconocer que, para vivir tranquilo, hay que vivir solo y poner burletas en todas las ventanas por miedo a que el aire del mundo llegue hasta uno” (Flaubert. 1846; 1988: 91).

Bibliografía:

Barnes, Julian. El loro de Flaubert. Barcelona: Anagrama. 1986. Título de la edición original: Flaubert’s Parrot. Jonathan Cape Ltd. Londres: 1984.

Flaubert, Gustave. Carta a Louise Colet. Madrid: Siruela. 1989. Traducción, prólogo y notas de ignacio Malaxechevaerría.

La amistad según Gustave Flaubert

29 Mar

En nuestros tiempos se escriben bellos cantos a la amistad, la sinceridad, el amor… todo sumido en la más triste banalidad. Si Gustave Flaubert estuviera vivo y tuviera una cuenta en Twitter sería acribillado sin compasión por las bellas almas que pueblan las redes sociales. Gente buena, noble y dulce que dice decir exactamente lo que piensa.

¡No!

Nadie dice en las redes sociales lo que de verdad piensa porque la verdad de las sensaciones y los sentimientos es exclusividad de la gente fuerte y lo que domina el mundo virtual es la debilidad, la banalidad y la tontería.

Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos podido contemplar con mirada de asombro -con los ojos cerrados y la boca abierta- tanta tontería reunida en un solo espacio. Es asombroso y emocionante al mismo tiempo. Hay mucho material para analizar. Se sufre pero también se goza.

En las cartas a Louise Colet hay una bella colección de frases hermosas sobre la amistad, pero para hablar de amistad Flaubert debe hablar también de amor, soledad, amargura y miseria de la vida.

Demos gracias a Dios porque este hombre está muerto. Si estuviera vivo se sentiría aún más deprimido y destrozado -gracias a la imbecilidad ajena- de lo que pudo estarlo en el siglo XIX.

Con ustedes, uno de los hombres más malos que ha dado la tierra, una de las peores alimañas. Un ser lleno de odio, envidia, amargura.

¿Saben qué es lo peor de todo?

Yo admiro a este hombre despreciable ante la mirada implacable de la chusma de su tiempo.

Con ustedes el gran Gustave Flaubert:

Tengo el defecto de haber nacido dotado de una lengua especial, cuya clave sólo yo poseo.

No hay oso blanco encaramado en su témpano del polo que viva más olvidado que yo en la tierra.

Me da miedo ser frío, seco, egoísta, y Dios sabe, sin embargo, lo que en estos momentos siento dentro de mí.

He cavado mi agujero y en él me quedo, poniendo gran cuidado en que reine siempre la misma temperatura dentro.

Lo que me sorprende es que, debajo de esas críticas se note un odio contra mí, contra mi persona, un prejuicio denigrador.

No quisiste creerme cuando te dije que era viejo. ¡Sí que lo soy, por desgracia! pues todo sentimiento que a mi alma llega se agría igual que el vino cuando lo introducen en recipientes ya muy usados.

He hecho mal, he sido un necio. Me he portado contigo igual que, en otros tiempos, lo hice con aquellos a quienes más quería: les mostré el fondo de mi saco, y el polvo acre que despedía se les pegó a la garganta.

Adiós, trata de olvidarme; yo nunca te olvidaré. Te equivocaste al decirme que sólo sentía por ti curiosidad. Hay más, pero tú sólo crees en las cosas cuando son extremas. Adiós otra vez. Siempre que necesites algo me encontrarás.

Otro se sentiría orgulloso del amor que me prodigas; su vanidad bebería en él con gusto y su egoísmo de varón se sentiría halagado hasta en los repliegues más íntimos. Pero en cambio tu amor hace que mi corazón desfallezca de tristeza.

Si he sido duro es porque estoy enfermo. Dolorido, amargado, la vida me desloma como un trote demasiado duro que destroza las riñones. El único momento en que no sufro es cuando estoy solo. Los mejores afectos con frecuencia me irritan desmesuradamente.

Yo soy el oscuro y paciente pescador de perlas que bucea en los bajos fondos y vuelve con las manos vacías y la cara azulada. Una atracción fatal me empuja hacia los abismos del pensamiento, me lleva al fondo de esos precipicios interiores que jamás se agotan para los fuertes.

No estoy con nadie, en ningún sitio, no soy de mi país y puede que tampoco del mundo. Aunque muchos me rodeen, sigo estando solo; por eso los huecos que dejó la muerte en mi vida no aportaron a mi alma un nuevo estado de ánimo, sino que acentuaron ese estado. Yo estaba solo por dentro y ahora estoy también solo por fuera.

Por muy uniforme que sea tu vida por lo menos tienes algo que contarme. Pero la mía es un lago, un estanque quieto donde nada se mueve, en donde nada sobresale. Cada día que pasa se parece al anterior. Puedo decirte lo que haré dentro de un mes, dentro de un año, y considero esto no sólo sabio sino afortunado.

Quisiera mandarte únicamente palabras dulces y tiernas, de esas suaves como un beso que algunos saben decir pero que, en mi caso, se quedan en el fondo del corazón y expiran al llegar a los labios. Si yo pudiera, cada mañana tu despertar se vería perfumado por una olorosa página de amor.

El contemplar una vida que una pasión violenta -de la índole que sea- ha vuelto miserable es siempre algo más instructivo y altamente moral. Eso rebaja, con una ironía aullante, tantas pasiones banales y manías vulgares, que uno queda satisfecho al pensar que el instrumento humano puede vibrar hasta ese extremo y subir hasta tonos tan agudos.

La faceta ridícula que veo en el amor siempre me impidió entregarme a él. He deseado, en ocasiones, seducir a una mujer, pero con sólo pensar en el aspecto extraño que en esos momentos debía de tener, me entraban ganas de reír. Tanto es así que mi voluntad se derretía al fuego de la ironía interior, y dentro de mí cantaba el himno de la amargura y de la irrisión.

La diferencia que ha existido siempre entre mi modo de ver la vida y el de los demás ha hecho que me encerrase (¡no bastante, por desgracia!) en una áspera soledad de la que nada lograba hacerme salir. Me han humillado tantas veces, he escandalizado y hecho gritar tanto que he terminado, desde hace ya mucho tiempo, por reconocer que, para vivir tranquilo, hay que vivir solo y poner burletas en todas las ventanas por miedo a que el aire del mundo llegue hasta uno.

No estimes tanto mi talento, no aspiro a ser un Goethe, pues las velas resultan pálidas al lado del sol y, aunque no lo creas, no me esfuerzo por remedar a nadie, y a los grandes hombres mucho menos. En cuanto a mi corazón, su conducto es angosto y está embozado, el líquido no sale de él con facilidad, va corriendo arriba y da vueltas como un torbellino… todo él lleno de bajos fondos movedizos, muchos barcos embarcaron en ellos.

Consejos gratis

18 Mar

Perdí la memoria hace ya bastante tiempo

Y el truco para perderla es simple y no ha pasado de  moda:

Vive la vida de instante en instante, tal como la vivo yo.

Cuando camines sin afán recuerda tu vida de hora en hora,

De día en día, de mes en mes, de año en año…

Rememora cada anécdota de tu pasado y el día menos pensado se borrarán los tontos recuerdos de tu mente de tanto como los has distorsionado.

Aunque no te sientas feliz tampoco te sentirás triste, como un ridículo  poeta ansioso por narrar sus historias de memoria, olvido, soledad y melancolía. ¡Esos temas pasaron de moda hace mucho tiempo ya!

La tristeza también pasó de moda, pero no es necesario exagerar.

No es necesario sonreír con toda la cara para darle a entender a tu prójimo que ahora no te embarga la tristeza.

En todo caso siempre será preferible leer a un tonto poeta melancólico que a un sucio vendedor de trucos para ser feliz en cinco cortos pasos, no leas basura de autosuperación y en cuanto te sea posible no vuelvas a ver televisión, esa basura deprime a cualquiera.

La soledad es un estado del alma y lo más probable es que no tengamos alma.

Conclusión: no estás solo.

Si el insomnio se apodera de tus noches y en medio de las sombras ves figuras de perros flacos y mujeres ahogadas, no desfallezcas, el insomnio también tiene solución: búscate un amante que te deje tan agotado que olvides por completo las penas que acongojan tu triste corazón. No te preguntes mucho si será o no será el amor de tu vida, si la vida tiene sentido o no lo tiene, si el fin del mundo llegará pronto. Goza el momento como te enseñé en el primer apartado y en tus noches de insomnio dedícate a recordar pero sin darle mucha importancia a los recuerdos, hazlo por el simple placer de ejercitar el cerebro y no cuentes las horas que faltan para que amanezca, en cuanto te sea posible no vuelvas a mirar el reloj.

Si cumples mis preceptos al pie de la letra también desesparecerá de una vez y para siempre la sensación de abandono.

La tristeza de Madame Bovary

4 Feb

Aquella felicidad, sin duda, era una mentira imaginada por la desesperación de todo deseo.

Los apetitos de la carne, las codicias del dinero y las melancolías de la pasión, todo se confundía en un mismo sufrimiento.

Allí seguía tendida, con la boca abierta, las manos extendidas, inmóvil, y blanca como una estatua de cera. De sus ojos salían dos amagos de lágrimas que corrían lentamente hacia la almohada.

Las dichas futuras, como las playas de los trópicos, proyectan sobre la inmensidad que les precede sus suavidades natales, una brisa perfumada, y uno se adormece en aquella embriaguez sin siquiera preocuparse del horizonte que no se vislumbra.

Se sintió languidecer y completamente abandonada, como una pluma de ave que gira en la tormenta; e instintivamente se encaminó hacia la iglesia, dispuesta a cualquier devoción, con tal de entregarse a ella con toda el alma y de olvidarse por completo de su existencia.

Cuando se arrodillaba en su reclinatorio gótico dirigía al Señor las mismas palabras de dulzura que antaño murmuraba a su amante en los desahogos del adulterio. Era para avivar la fe; pero ningún deleite bajaba de los cielos y se levantaba con los miembros cansados, con el vago sentimiento de un inmenso engaño.

Estaba enamorada de León, y buscaba la soledad, a fin de poder deleitarse más a gusto en su imagen. La presencia de su persona le turbaba la voluptuosidad de aquella meditación. Emma palpaba el ruido de sus pasos; después, en su presencia la emoción decaía,y luego no le quedaba más que un inmenso estupor que terminaba en tristeza.

¿No parecía atravesar la existencia, apenas rin rozarla, y llevar en la frente la señal de alguna predestinación sublime? Estaba tan triste y tan tranquila, tan dulce y a la vez tan reservada, que uno se sentia a su lado prendido por un encanto glacial, como se tiembla en las iglesias bajo el perfume de las flores mezclado al frío de los mármoles.

La luz blanquecina de los cristales bajaba suavemente con ondulaciones. Los muebles en su sitio parecían haberse vuelto más inmóviles y perdidos en la sombra como en un aceáno tenebroso. La chimenea estaba apagada, el péndulo seguía oscilando. Y Emma se quedaba pasmada ante la calma de las cosas, mientras que dentro de ella se producían tantas conmociones.

Acostumbrada a los ambientes tranquilos, se inclinaba, por el contrario, a los agitados. No le gustaba el mar sino por sus tempestades y el verdor sólo cuando aparecía salpicado entre ruinas. Necesitaba sacar de las cosas una especie de provecho personal; y rechazaba como inútil todo lo que no contribuía al consuelo inmediato de su corazón, pues, siendo de temperamento más sentimental que artístico, buscaba emociones y no paisajes.

Estaba tan triste, tan triste, que viéndola de pie a la puerta de su casa, hacía el efecto de un paño fúnebre extendido delante de la puerta. Su enfermedad, según parece, era una especie de bruma que tenía en la cabeza, y los médicos no podían hacer nada, ni el cura tampoco. Cuando le daba muy fuerte, se iba completamente sola a la orilla del mar, de manera que el oficial de la aduana, al hacer la ronda la encontraba a menudo tendida boca abajo y llorando sobre las piedras. Dicen que, después de casarse, se le pasó.

-Pero a mí -replicaba Emma- eso me ha venido después de casada.

El siguiente día fue para Emma un día fúnebre. Todo le parecía envuelto en una atmósfera negra que flotaba confusamente sobre el exterior de las cosas y la pena se hundía en su alma con aullidos suaves, como hace el viento en los castillos abandonados. Era ese ensueño que nos hacemos sobre lo que ya no volverá, el cansancio que nos invade después de cada tarea realizada, ese dolor, en fin, que nos causa la interrupción de todo movimiento habitual, el cese brusco de una vibración prolongada.

Gustave Flaubert. Madame Bovary. Madrid. Cátedra. 2002. 432 páginas

Lo que me sirve de la melancolía

4 Feb

A partir del Problema XXX,1 de Aristóteles, mejor conocido como «El hombre de genio y la melancolía» se concluye de manera irrefutable: los melancólicos tienen predisposición hacia la genialidad, casi todos los genios son melancólicos. El análisis de Aristóteles sobre los genios melancólicos de su época se ha instaurado como modelo para escribir sobre genios y melancólicos de todos los tiempos partiendo del hecho de que la interpretación de Aristóteles es una verdad eterna e incuestionable; esta es una de las tantas mentiras o exageraciones del Maestro que vale la pena revisar y que ha llevado a tantos malos artistas a padecer estados melancólicos con la ilusión de que la obra surgirá como por arte de magia.

De un tiempo a la fecha han ido apareciendo intelectuales y científicos, hombres de genio, que no son melancólicos, al contrario, se trata de seres ávidos de vida y experiencia, personas bellas, sonrientes, esbeltas y rejuvenecidas que hacen de la ejecución de su arte uno más de los placeres que constituyen la dicha de estar vivo; lo más seguro es que estos nuevos genios han repasado fragmentos de Más allá del bien y del mal y han tomado la mejor decisión para su época: la melancolía aplicada al pie de la letra resulta poco práctica, tal vez la mejor opción consista en asumir las cualidades de los melancólicos no precisamente para gozar la muerte en vida sino para perfeccionar la propia obra sin perderse el placer de vivir como viven las personas que siempre sonríen para sí mismas.

Las cualidades de los melancólicos pueden ser de gran utilidad en una época como la actual en la que los estándares de calidad se han convertido en el gran anhelo no realizado, no precisamente por falta de melancolía sino por falta tiempo libre; además de artistas, científicos y melancólicos los genios necesitan ser grandes ociosos.

¿Es posible convertirse en melancólico?, ¿La melancolía concede estatus intelectual?, ¿Debemos dudar de los artistas o científicos alegres, casados, pasados de peso, con cinco hijos y optimistas?, ¿Las personas tristes tienen dotes artísticas no desarrolladas?, ¿La relación entre genio y melancolía es tan frecuente como lo presumía Aristóteles?

Cuando hay tiempo libre y soledad aparecen los pensamientos, cuando el ser libre y solitario se embebe en sus pensamientos puede empezar a verse como un ser trascendental.

1. Las ansias de vivir y el desprecio por la vida.

El mejor aliado de la melancolía es la psicosis maniacodepresiva, el estado emocional que no admite términos medios: somos felices o somos desgraciados, concebimos la vida como la gran oportunidad o como algo sin sentido, quisiéramos vivir mucho tiempo para realizar todos nuestros proyectos o quisiéramos morir de dolor ahora mismo. Estos estados de ánimo surgen sin una razón particular, se trata de dolor o alegría del alma que no admite racionalización. Hay que evitar este tipo de expansiones, es posible controlarlas a través de los siguientes ejercicios:

Cuando la tristeza es más fuerte que el deseo de vivir se hace necesario consagrarse a la realización de un trabajo manual que requiera un importante gasto de energía y movimiento corporal, pulir una tabla rústica que luego será usada como mesón en la cocina se constituirá en el mejor antídoto contra el dolor. La fase decisiva del ejercicio será el lijado del la tabla después de haberla estucado; cuando se esté aplicando la última capa de pintura el melancólico deberá estar curado de su fase dolorosa. Los estados depresivos tenderán a desaparecer con el paso del tiempo si el paciente se esfuerza por evadirlos de manera conciente a través de la ejecución de trabajos manuales.

Si se trata del sentimiento contrario, de un estado eufórico, felicidad sin razón, plenitud sin realización, también se debe aplicar un antídoto efectivo que libere del engaño a quien padece el estado de felicidad aparente; por extraño que pueda parecer, la felicidad sin sentido es tan absurda como la desgracia sin razón, en estas condiciones lo ideal es esquivar la falsa felicidad con tareas intelectuales solitarias como leer, escuchar música, ver una película. No tiene sentido llamar a los amigos, comerse un cono, comprar ropa nueva, cuando regrese la fase depresiva se sentirá vergüenza y culpa por haber realizado ejercicios tan banales.

La vida banal no debe ser objeto de desprecio para el melancólico alegre, al contrario, estas actividades servirán de alimento para nutrir sus reflexiones sobre el presente, que no puede ser perdido de vista por un ser que goza plenamente de la vida, jamás debe buscar la banalidad para esquivar el dolor sino que gozará del domingo tanto como del lunes o del martes. La vida dejará de ser vivida en función de los días de la semana.

2. No quiero una familia feliz

El melancólico añora el pasado porque para él el presente es doloramente impredecible, adorna el dolor del presente y recuerda con nostalgia los fragmentos gratamente recordarbles de su monótona vida, se reconforta añorando la valentía con la que afronta el dolor y siente orgullo y hasta heroísmo por saberse diferente a la mayoría de la gente, por saberse solo, enigmático e incomprendido.

La vida del melancólico alegre no es muy diferente a la del melancólico triste, lo que los singulariza es su manera de concebir el tiempo; mientras que el melancólico triste se consagra a una tarea porque se aburre, porque encuentra en ella la mejor estrategia para olvidar el sinsentido de la vida, el melancólico alegre, que ha sido antes melancólico triste, hace más o menos lo mismo pero no precisamente porque se sienta solo, miserable o aburrido sino porque le encuentra más sentido a la vida consagrada al estudio que a la vida vivida a partir de los lugares comunes, la de aquellos seres que repiten sin cesar: la vida es bella, el amor es el sentimiento más maravilloso, los hijos son la alegría del hogar, la gran realización de una mujer consiste en ser madre, si un hombre no tiene mujer y cinco hijos no encuentra razones para vivir. Este padre realizado no vive porque ame la vida sino porque la familia es el mejor pretexto para no matarse y porque el solo hecho de pensar en que debe alimentar, educar, vestir, recrear a sus hijos lo obliga a trabajar más de lo soportable y las horas que le quedan libres para reflexionar sobre la vida y la muerte transcurren pensando cómo hará para darle lo necesario a los frutos de su maravilloso sentimiento: el Amor. Se siente responsable, irresponsable, egoísta y en la recreación de su culpa y sus frustraciones personales se olvida de pensar que la vida no tiene sentido, el sentido de su vida es preocuparse por la vida que le ha concedido a otros seres que luego añorarán realizarse tanto como su padre, estos hombres del futuro también soñarán con encontrarle un sentido a la vida en compañía de una amorosa mujer, una futura madre.

El melancólico alegre no comparte los valores de la familia feliz, no tiene fe en la familia ni en la felicidad; este ser enigmático ha aprendido a llenar las horas de actividades, inventa sentido para pasar mejor sus días no porque crea que lo que hace salvará al mundo sino porque prefiere vivir engañado con tretas artificiales. Nacer, crecer y morir son acciones que él no puede controlar, la reproducción, la razón del nacimiento de todo lo vivo, es lo único sobre lo que tiene poder de decisión, se aferra a esta decisión como si se tratara de un juego ganado a la vida.

El melancólico alegre es un ser especializado en pasar el día en su hogar sin hablar con nadie pero con la condición de no aburrirse ni sentirse desgraciado, ese es su reto y el alimento de su orgullo. Los dias del melancólico alegre pasan tan veloces como los de la señora que trabaja de día, estudia de noche, tiene esposo, amante, hijos, carro, perro, finca, matas… pero no disfruta la plenitud del melancólico alegre porque ella esquiva el tiempo, le teme al dolor, a la soledad, para ella la soledad es un castigo y el tiempo libre un tiempo malo porque brinda la posibilidad de pensar y pensar no es bueno cuando no se disfruta lo que se hace, cuando no se ama aquello que le debe dar sentido a la vida, aunque la vida no tenga sentido.

3. Siempre se pierde algo al darse al público.

El melancólico es reservado, tímido, receloso, desconfiado, inseguro, cada vez que decide entregarse en cuerpo y alma a un ser amado descubre que sólo quiere compartir el tiempo con esa persona, sin testigos, porque a partir de rigurosos análisis fruto de experiencias vividas por él o por otros ha llegado a la siguiente conclusión: la mayoría de la gente habla por hablar, no escucha a los demás, conversa para no aburrirse, baila para matar el tiempo, bebe para olvidar lo desgraciada que es su vida, no contempla los paisajes con sinceridad, se ríe de chistes que no comprende para no pasar por idiota o simple. La mayoría de la gente vive sin pasión, vive para los demás sin amar a los demás.

El melancólico es un ser apasionado y detallista, no se entrega a los demás porque teme desilusionarse, es una persona selectiva pero no indiferente. Es un gran observador del comportamiento animal y humano, se complace comparando a las bestias con los hombres, lo enternecen más los cabritos y los perritos que los bebés de los vecinos. No sabe qué decir en situaciones ante las que cualquier persona sabe qué decir, se ríe a desatiempo, ni siquiera sonrie cuando se supone que se debe reír a carcajadas, es un poco torpe, algunos lo toman por lo que no es. Se ríe para sí mismo en sus gratos momentos de soledad. El mejor amigo de un melancólico es otro melancólico.

4. Relaciones complejas con los demás.

El melancólico es un ser incomprendido, él lo sabe, los demás no. Las personas que viven a su alrededor quisieran que él cambiara, que vislumbrara la vida de manera positiva, menos dolorosa; imaginan a un ser menos desconfiado, rígido, racional y contradictorio en sus apreciaciones. Ellos no saben que el melancólico sabe lo que ellos piensan y esperan de él, tampoco suponen que a veces sueña con admiración en la posibilidad de ser dulce y amoroso de forma auténtica, de manera consciente; cuando el melancólico pasa por fases eufóricas sueña con vivir la vida de los santos y de los humildes, quiere brindar paz y amor, pero estos sueños son imposibles de materializar porque en él es más fuerte el pesimismo, la falta de fe en la nobleza humana, la imposibilidad de vivir en comunidad y para la comunidad. Unas cuantas experiencias negativas lo han convencido de su verdad.

Los demás lo aconsejan, le dan las claves para convertirse en una persona normal, él sonríe para sí al comprender que cada quien considera que su vida y su concepción de la vida es la ideal, la soñada por todos aquellos que no viven a su manera. El melancólico también supone que su vida es la mejor vida, que los locos son los demás.

El melancólico es directo, no habla con rodeos, no le cuesta trabajo dejar una amistad por un detalle que lo pone en guardia sobre la deshonestidad de alguien en quien él ha confiado, el error de una persona vale por un error de la humanidad porque un ser humano es la síntesis del ser humano.

El melancólico es ventajoso, sólo piensa en sus sentimientos, en sus gustos, los demás deben tolerar sus estados de ánimo, prefiere permanecer solo para no molestar; siente que es víctima de los demás cuando en realidad son los demás quienes tienen que soportar sus estados de ánimos cambiantes, sus efusiones de dolor, de risa o de felicidad sin razón, sus ilusiones descabelladas. Es probable que lo traten como a un niño mimado, es probable que el melancólico no se percate.

El melancólico triste no puede salir de su mundo, no puede ver lo que los demás ven. El melancólico alegre lo sabe, porque antes ha sido melancólico triste, lo sabe y se divierte pensando en el dolor absurdo del melancólico triste, en algunas ocasiones puede llegar a sentirse culpable, quiere hacerse pasar por enfermo de melancolía cuando en realidad se vale de los síntomas del melancólico para sacar ventaja de la vida y vivir de manera cómoda.

5. Relación con los objetos: transacciones genuinas que revelan un significado.

El melancólico se cura de la melancolía en el momento en que empieza a ver los objetos como objetos y deja de pensar en éstos como cosas sin trascendencia que valen sólo por la relación que establecen con las personas, los objetos dejan de embellecerse gracias al efecto del recuerdo y la nostalgia causada por la ausencia o el olvido. El objeto ya no vale por la persona, vale mucho menos que la persona, la persona y el objeto no son comparables ni equiparables; los objetos dejan de ser el pretexto perfecto para recordar y añorar los momentos vividos alrededor de este objeto, ya no se constituyen en el consuelo para pensar en un pasado digno del ser añorado.

6. Para vivir tranquilo hay que vivir solo.

Los beneficios de la soledad los puede corroborar quien no vive la soledad de manera resignada, quien no ha ido quedando irremediablemente solo por cuestiones de la vida y el azar, quien vive solo porque los demás no lo soportan o él no soporta a los demás. La soledad del abandonado no es una buena soledad. La única soledad feliz es la soledad soñada, la planeada, la que se vive como el mejor estado posible. La soledad no es un sueño deseable, se nos ha enseñado que las personas solas están enfermas, son perversas y hasta peligrosas; la familia, los hijos y la desgracia de la vida son más soportables que una persona sola que no necesita de los demás ni siquiera para decir: «Hola, cómo estás, lindo día»

7. Voluntad de ocupar un espacio.

El melancólico triste se aferra a su hogar de la misma forma en que se aferra a los objetos de las personas más que a las personas mismas; el hogar y el orden dan seguridad y esto es lo que el melancólico triste necesita. Como vive en función del pasado, al verse separado de su hogar no sólo sera melancólico, también lo aquejará la nostalgia, el amor al hogar, el deseo de regresar a ese espacio que no es sólo un espacio sino el lugar donde ha vivido, donde ha dejado los recuerdos.

El melancólico alegre ama su hogar y se siente cómodo en él pero no se aferra a este espacio como si fuera el único posible; vive largas temporadas en el mismo domicilio pero sin aferrarse a sus paredes, se queda allí porque considera que los trasteos deterioran los objetos, cada nuevo domicilio implica conocer y desilusionarse de nuevos vecinos, es necesario adaptarse al nuevo espacio; se pierde mucho tiempo y él sigue siendo él mismo, entoces, para qué vivir este tipo de aventuras y desventuras.

8. Dificultades de lenguaje.

El melancólico es asombrosamente diestro para expresarse por escrito y dolorosamente torpe para expresarse cuando se le enfrenta cara a cara; para él es sencillo expresarse en público, ante las cámaras, en medio de una multitud; es un niño desvalido cuando se encuentra en la intimidad de una conversación, cuando se trata de un charla informal con un desconocido que lo admira y además de eso es una persona feliz. Las dificultades de lenguaje están relaciones con el encierro voluntario, la profundidad de pensamiento y la desconfianza innata y aprendida en él.

9.Sentido hipertrofiado del deber y amor al trabajo

Esta es la gran cualidad del melancólico triste, la que hace de él el artista, el científico y el guerrero, el hombre que se diferencia de manera radical del triste término medio tan añorado por el ciudadano común. Las personas normales y felices no piensan con mucha frecuencia en cuál es su deber, tampoco aman su trabajo, más bien lo odian porque consideran que el trabajo es un castigo, una condena, lo remuneran económicamente por soportarlo.

El melancólico triste o alegre se siente comprometido consigo mismo, da más de lo deseado, es perfeccionista y obsesivo por hacer bien las actividades que ha elegido para gastar sus horas, sólo se entrega a las actividades intelectuales que hace y lo hace para sí mismo no por el reconocimiento público, lo único que le pide a estas actividades es que lo apasionen, que le brinden placeres que sólo él pueda comprender.

El trabajo es el mejor medio de escape para el melancólico triste, para el melancólico alegre es la plenitud de su vida, se siente dichoso al saber que sus horas pasan lentamente porque sus días no se esfuman en carreras, afanes y preocupacione domésticas. Desde la perspectiva de la persona normal el melancólico alegre no hace nada, pierde el tiempo, no sale, no toma el sol, no saluda a sus vecinos, pero los días son demasido cortos para él, todo su tiempo libre no es suficiente para hacer cuanto quisiera, esa es su gran dicha, saber que no hace nada y lo hace todo, que está inmóvil pero activo gracias a la actividades que lo entretienen diariamente.

10. La actividad de la mente es causa directa de la melancolía.

El melancólico es un ser intelectual aunque no lea libros en público, un ser reflexivo aunque no incomode a los demás con silencios sin sentido. Como pasa la mayor parte del tiempo solo y es desmedido en el empeño con el que se entrega a sus pasiones -que por lo general son de carácter intelectual- se convierte con el paso del tiempo en un ser ensimismado y reflexivo, más feliz con su soledad aunque esta lo convierta en un ser más arraigado en su melancolía.

11. Autonálisis.

El melancólico dispone de tiempo para pensar en los demás y en sí mismo, en lo que ve, oye y lee, suele relacionar cada experiencia vivida con las anteriores y con las vividas por los demás, tanto como con las que conoce a través del arte. Le gusta verse con distancia -como si se tratara de otra persona- con la ilusión de comprenderse mejor; cree que se comprende pero frecuentemente se sorprende ante sus propias actitudes, ante su propia falta de cordura. Ejercitarse diariamente en el conócete a ti mismo es uno de los mayores placeres del melancólico; sabe que engaña a los demás y que con frecuencia también se engaña a sí mismo, ese es su consuelo, saber que es consciente de su propio falsedad y lo admite en el silencio de su soledad.

12. Extraño placer por lo irónico.

Lo irónico y lo grotesco siempre es una verdad dicha sin disimulo, al melancólico lo apasiona la idea de acercarse a la verdad, no a la verdad ideal, al sueño que cada quien cree vivir diariamente, lo que llaman la realización personal, sino a la verdad desnuda, grotesca, la que muestra la banalidad, la monotonía, la falta de originalidad, el aburrimiento y la frustración, el dolor de no alcanzar lo que se sueña y el vacío al ver que lo que se soñó al convertise en realidad es mucho más banal que el propio sueño, el melancólico piensa siempre en la condena eterna de querer buscarle sentido a la vida o suponer que lo tiene. La ironía lo divierte pero también lo amarga, la verdad presentada sin misterios produce risa pero también es causa de dolor y desilusión. Después de la risa aparece trascendencia y la sensación de que la vida es un eterno juego en el que cada quien sueña que representar su papel con seriedad. El melancólico no se puede tomar en serio, no puede tomar en serio a los demás, no desea la trascendencia, lo único que busca es estar atento y divertirse un poco mientras transcurre la vida.

La tristeza y la alegría como expresión del vacío de la vida

4 Feb

Quien es muy alegre debe ser un hombre bueno, pero quizá no sea el más inteligente, aunque logra aquello a lo que el más inteligente aspira con toda su inteligencia.

Nietzsche

El origen de la sonrisa, según la explicación de los etólogos, proviene del hecho de mostrar las dientes en señal de inconformidad ante la presencia de un adversario, como cuando un perro de la calle, por ejemplo, quiere apropiarse del lugar, la conquista o el alimento de otro que por cuestión del azar llegó primero. La sonrisa no tiene un origen enaltecedor, es la expresión emotiva de quien sabe que va a triunfar incluso antes de haber comenzado la competencia o se halla en posición de superioridad y quiere parecer indulgente. Cuanta más ventaja o mayor rango más prodigalidad en la concesión de sonrisas, si se gruñe o no se sonríe es porque todavía no hay apropiación cabal de posición dominante o simplemente el portador del rostro -la máscara, la personalidad- no ha descubierto los beneficios que aporta el hecho de desplegar una amplia sonrisa. En un libro que se titulara Cómo tratar a sus subordinados con toda seguridad se aconsejará al ejecutivo que sonría cuando llegue a la oficina para que los demás entiendan de una vez por todas quién es el capitán del barco.

Sonreír parece un acto noble, expresión cabal de tolerancia, respeto y aceptación, pero puede ser también desafío, superioridad manifiesta ante quien recibe las muestras de afecto. Si uno se presenta como un regalo ante los demás y la naturaleza lo ha dotado con cualidades físicas, morales o intelectuales excepcionales, la sensación de suficiencia o aplomo que sugiere la actitud puede resultar incómoda o irritante para aquellos a quienes el azar no les brinda ni siquiera la ilusión de llegar a soñar con ser la caricatura de aquello que los deslumbra.

La risa y el llanto son confirmación del vacío de la vida, pero es preferible soportar una risa desenfrenada que una amargura mal justificada:

Produce a la verdad un singular efecto el pasearse tan tranquilamente por los restos de tantas agitaciones; encontrar a cada paso males previstos que no sobrevinieron, bienes esperados que no se realizaron, y para colmo de miserias las huellas de violentas preocupaciones a propósito de hechos ignorados, que no están indicados, y cuya memoria misma, si se encuentra, no nos dice nada. Semejante paseo debería ser suficiente para enseñarnos a sobrellevar con calma el vaivén de todas las cosas de este mundo (Tocqueville. 1985: 24).

Un acto heroico: ser consciente de las calamidades de la vida, la imposiblidad de saber nada con certeza, la inestabilidad de todo a nuestro alrededor y, sin embargo, asumir una actitud valerosa, no dejar de perseverar en la búsqueda de curiosidades intelectuales, acoger el siguiente consejo: «No hay cosa mejor para el hombre que coma y beba y que su alma se alegre en su trabajo (Eclesiastés 2-24), que su trabajo se constituya en el cultivo de la sabiduría:

Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino… No la dejes y ella te guardará; Amala y te conservará. Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia.

Engrándecela, y ella te engrandecerá. Ella te honrará cuando tú la hayas abrazado. Adorno de gracia dará a tu cabeza; corona de hermosura te entregará (Proverbios. 3-4).

El régimen de la alegría

El régimen de la alegría es del todo o nada: sólo hay alegría total o no hay ninguna alegría.

Clément Rosset

Si se acepta que nadie es imprescindible y la única verdad consiste en saber que estamos condenados a repetirnos generación tras generación será fácil convertir la vida en una tragedia o reirse de ella, vivir el instante como lo único real y digno de atención, tratando de buscar grandeza en lo banal, en lo cotidiano:

Hay algunos que creen que la estampa deslumbrante de los fuertes y los sabios perdura más que la de los humildes y degraciados… Basta con que mires el firmamento, para que el horizonte despierte en ti la certeza de la futilidad de aquellos que se creen eternos revelándote su tonta pedantería… Cada hombre sobresaliente es la imagen renovada de otro ya muerto y las acciones sorprendentes de algunos sólo son el recuerdo de las valientes y bellas empresas de nuestros ancestros (Serrano. 2003: 175).

Tampoco hay nada nuevo que se pueda decir para comprender o explicar el mundo o la realidad:

Hay verdades que son eternas; lo que cambia, a mi entender, es el momento en que se plantean y la manera como se plantean. La primera consecuencia de ello es la de volver a lo que quizá sea la primera virtud intelectual, o por lo menos aquello que en sus comienzos era el trasfondo del pensamiento filosófico: la prudencia. La prudencia contra la arrogancia, contra el orgullo, contra la pretensión, contra la paranoia que puede verse como una de las características intelectuales de hoy. La prudencia siempre ha estado orgánicamente anclada sobre la vida cotidiana, sobre la vida banal. De ahí la necesidad, a veces, de volver a lo banal (Maffessoli. 1993: 21).

Así como es más razonable evitar el dolor que buscar la felicidad, tiene más sentido desear la alegría que cultivar la tristeza. La alegría resulta de la plenitud y la tristeza de la carencia, se trata de estados de ánimo motivados uno por exceso de presencia y el otro por ausencia total de algo que no se sabe explicar. Aunque ninguno de los dos estados de ánimo transforma la realidad, es más peligrosa, seductora y contagiosa la tristeza que la alegría, y, sin embargo, se supone que el triste es superior, más inteligente y capaz que el alegre. La risa se condena por ser considerada como manifestación de estupidez, ignorancia o superficialidad.

A partir de los planteamientos de Aristóteles en su Problema XXX,1 se ha enaltecido de manera excesiva el valor del silencio, la soledad y la tristeza como rasgos propios de los espíritus refinados, seres destinados a sobresalir como artistas, guerreros o filósofos. Si se observa con detenimiento la historia del arte o de la filosofía se puede constatar que la melancolía no es un requisito fundamental para desarrollar una obra, el proceso espiritual o intelectual no se hace más efectivo si el artista es triste, en muchas ocasiones la tristeza se halla más relacionada con frustración, timidez o indignación:

El hombre indignado, y todo aquel que con sus propios dientes se despedaza y se desgarra a sí mismo (o, en sustitución de sí mismo, al mundo, a Dios, o a la sociedad), ése quizá sea superior, según el cálculo de la moral, al sátiro reidor y autosatisfecho, pero en todos los demás sentidos es el caso más habitual, más indiferente, menos instructivo. Y nadie miente tanto como el indignado (Nietzsche. 1999: 55).

La alegría y la tristeza parecen ser dos caras de la misma moneda, ninguno de los dos estados da cuenta de su razón de ser, de su naturaleza, pero la percepción que el triste o el alegre realiza de sí mismo, tanto como la relación que establece con el exterior -con personas, acciones e ideas- es radical: todo adquiere un sabor dulce o amargo, cuando se es muy triste o muy alegre no se admiten términos medios.

La alegría y la tristeza son estados de ánimo creados, artificiales, construidos a partir del deseo de quien experimenta la sensación de tenerlo todo o de estar falto de algo:

Así como el alegre es incapaz de decir el motivo de su alegría y expresar la naturaleza de lo que le colma, el melancólico no sabe precisar el motivo de su tristeza ni la naturaleza de lo que le falta -salvo que se repita con Baudelaire que su melancolía carece de contenidos y lo que le falta no figura en el registro de las cosas existentes… De ahí la diferencia fundamental entre el vacío romántico y el vacío alegre: el primero fracasa al describir lo que no existe, el segundo al hacer el recorrido completo de lo que existe. En otras palabras, la alegría siempre anda relacionada con lo real, mientras que la tristeza se debate sin cesar, y ahí reside su propia desdicha, en lo irreal (Rosset. 2000: 14).

Humor, frivolidad y seriedad.

El humor es una herramienta crítica de gran eficacia, manifestación de grandeza que pareciera revelar que en última instancia todo es absurdo y por lo tanto la mejor alternativa consiste en reir, es una afirmación de dignidad, declaración de superioridad ante los acontecimientos. Carecer de humor es carecer de humildad, es estar demasiado lleno de uno mismo.

Para convertirse en «maestro del humor negro y la ironía» es necesario pasar por prolongados periodos de tiempo en los que el principal objeto de análisis y observación sea uno mismo pero sin tomarse en serio, se debe haber padecido lo que, por ejemplo, expresa un hombre como Flaubert:

Hubo un tiempo en que me mirabas como un egoísta celoso que se complacía rumiando perpetuamente su propia personalidad. Eso es lo que creen quienes ven la superficie. Lo mismo ocurre con ese orgullo que tanto indigna a los demás y que, no obstante, cuesta tamañas miserias. Al contrario, nadie ha aspirado a los demás más que yo. He ido a olfatear estiércoles desconocidos, me he apiadado de muchas cosas ante las que no se enternecían las personas sensibles… Sin embargo, creo que la ironía domina la vida. ¿por qué, cuando he llorado, he ido con frecuencia a mirarme al espejo, para verme? Esta disposición para planear sobre uno mismo es quizá la fuente de toda virtud. Te arranca de la personalidad, lejos de retenerte en ella. La comicidad llegada al extremo, la comicidad que no hace reír, el lirismo en la broma es para mí lo que más me seduce como escritor. Ahí están los dos elementos humanos (Flaubert. 1989: 189).

El sentido del humor es el término medio entre frivolidad y seriedad: para el frívolo nada tiene sentido, para el serio todo es trascendente. El frívolo se ríe siempre, es insípido y molesto, no se preocupa por evitar herir a otros con sus comentarios, para el serio todo es profundo. El serio confía en que el camino que recorre lo conducirá hacia el lugar con el que sueña, cree que podrá descubrir algo nuevo sobre la faz de la tierra y suele concebirse como centro y fin del universo aunque no lo manifieste.

La risa amarga en el artista triste

Quien esquiva los grupos, la vida comunitaria, y, sin embargo, tiene un don especial para divertir con sus ocurrencias cuando se halla en reuniones sociales, por lo general desprecia a quienes divierte, cuando se vuelve a encontrar consigo mismo suele sumergirse en prolongados estados depresivos, le pasa lo que, como explica Flaubert a Louise Colet, ocurre con los champiñones cuando se les acerca al fuego: despiden su jugo y luego quedan aún más secos. Estos «humoristas» suelen ser observadores minuciosos y desapasionados del comportamiento humano, seres solitarios y sutiles que se divierten en los funerales y se deprimen en los festivales, un «animal pletórico de genio, sufriendo y exhalando todos los suspiros y todas las ambiciones» (Baudelaire. 1995: 33).

Baudelaire soñaba con lo que logró a través de la escritura y por eso es tan vital. Para el famoso prefacio a Las flores del mal quiso «una mezcla de misticismo y travesura»; consideraba que «la absoluta franqueza es el procedimiento más original para un artista»; se propuso «relatar pomposamente los asuntos más cómicos» y fantaseaba con «una amplia sonrisa en un hermoso rostro de gigante». Dos cualidades literarias: «sobrenaturalismo e ironía». Considera que «lo que existe de embriagador en el mal gusto es el placer aristocrático de disgustar» y seguramente uno de sus plegarias más frecuentes fue: «Señor y Dios mío, concédeme la gracia de escribir algunos buenos versos que me prueben a mí mismo que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a aquellos a quienes desprecio» (Baudelaire. 1995: 20-36).

En una de sus cartas escribió, refiriéndose a Las flores del mal:

Debo deciros, ya que no lo habeis adivinado más que los demás, que en ese libro atroz he puesto todo mi corazón, toda mi ternura, toda mi religión (enmascarada), todo mi odio, toda mi mala suerte. Verdad es que escribiré lo contrario, que juraré por todos mis dioses que es un libro de arte puro, de monerías, de malabarismos, y mentiré como un sacamuelas (Citado por Bataille. 1971: 58).

Sobre la franqueza como el mejor recurso estético Flaubert también es enfático. «Cualquier hombre que supiera escribir correctamente crearía un libro soberbio al redactar sus Memorias, si las expusiera con sinceridad y de manera completa… Lo que vuelve tan hermosas las figuras de la Antigüedad es que eran originales: ahí está todo, el sacar de uno mismo» (Flaubert. 1989: 95-190).

También reflexionó, como Baudelaire, Sobre la relación entre estética, estoicismo y misticismo, siempre en función de un mejor ejercicio como artista:

No presumo de ir hacia un falso idel de estoicismo, pero evito las ocasiones de sufrimiento y las atracciones peligrosas de las que ya no se vuelve… No he podido llegar al estoicismo, al que nada afecta, y que no se rebela más ante la estupidez que ante el crimen; pero he conseguido librarme completamente de todo cuanto puede mostrarme la estupidez humana… Me oriento hacia una especie de misticismo estético (si ambas palabras pueden ir juntas), y querría que fuese más fuerte. Cuando ningún estímulo nos viene de los demás, cuando el mundo exterior nos asquea, nos vuelve lánguidos, nos corrompe y nos embrutece, las personas honradas y delicadas se ven forzadas a buscar en sí mismas, en algún lugar, un sitio más limpio para vivir (Flaubert. 1989).

Cuando las personas solitarias encuentran compañía o se expresan en público suelen parecer rústicas y desalmadas no precisamente porque sean mal educadas o hayan perdido el alma sino porque durante su encierro, soledad y silencio han dispuesto de tiempo para observar y descubrir relaciones entre acciones, reacciones y sentimientos, se han ejercitado en el arte de lo cómico, lo irónico y lo didáctico sin que se trate de una habilidad premeditada, se trata de una destreza nacida de circunstancias concretas que desarrollan estados de ánimo y capacidades sensoriales de las que no se es plenamente consciente.

He aquí la reflexión sobre un tema sublime (la fusión entre amor y erotismo) realizada por dos observadores sutiles:

El amante jadeante sobre su bella amada,

Semeja un moribundo que su tumba acaricia.

(Baudelaire. 1982: 30).

Máximas sueltas: no son sinceras consigo mismas; no se confiesan sus propios sentidos; confunden su culo con su corazón, y creen que la luna está hecha para alumbrar su cuarto (Flaubert. 1989: 187).

Un polvo dura un minuto y lo has deseado durante meses (Flaubert. 1989: 291).

La clave del efecto consiste en hablar o escribir con énfasis y descaro sobre situaciones cómicas o triviales que suelen concebirse «por la gente sensible» como asuntos serios o sublimes.

Lo que divierte, asombra y se convierte a veces en revelación en este tipo de textos no es el hecho que se menciona sino la crudeza, lograda a través de la selección y combinación de palabras, ya que «Todo el talento de escribir no consiste, después de todo, más que en la elección de las palabras. La precisión es la que hace la fuerza» (Flaubert. 1989: 213).

Schopenhauer, un experto en este tipo de escritura, considera que «son los ejemplos de talla colosal los que dan las explicaciones más evidentes en todas las materias». En la siguiente cita, después de haber explicado la diferencia entre orgullo y vanidad, pasa a relacionar estas cualidades humanas con el amor a la patria:

Todo el que posee méritos personales distinguidos, reconocerá más claramente los defectos de su propia nación, puesto que siempre la tiene presente a la vista. Pero todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de lo que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad; en eso se ceba, y, en su gratuidad, está dispuesto a defender (con manos y pies) todos los defectos y todas las tonterías propias de esta nación. (Schopenhauer. 1998: 38).

Flaubert también escribío ácidas páginas en torno al amor a la patria y al humanitarismo:

En cuanto a la idea de la patria, es decir, de cierta porción de terreno dibujada en el mapa y separada de las demás por una línea roja o azul, ¡no! La patria es para mí el país que quiero, es decir, con el que sueño, aquel en que me encuentro bien. Soy tan chino como francés, y no me alegro nada de nuestras victorias frente a los árabes, porque me entristecen sus reveses. Quiero a este pueblo áspero, persistente, vivo, último tipo de las sociedades primitivas y que, al hacer alto a mediodía, tumbado a la sombra, bajo el vientre de sus camellas, se burla, mientras fuma su chibuquí, de nuesta valiente civilización que tiembla de ira (Flaubert. 1989).

Bibliografía

Bataille, George. La literatura y el mal. Madrid: Taurus. 1971.

Baudelaire, Charles. Las flores del mal. Bogotá: Oveja negra. 1982.

__________ Mi corazón al desnudo y otros papeles íntimos. Madrid: Visor. 1995.

Flaubert, Gustave. Cartas a Louise Colet. Madrid: Siruela. 1989.

Maffesoli, Michel. El conocimiento ordinario. Compendio de sociología. México: Fondo de Cultura Económica. 1993.

Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Madrid. Altaya. 1999.

Rosset. Clément. La fuerza mayor. Notas sobre Nietzsche y Ciorán. Madrid: Acuarela. 2000.

________ El principio de crueldad. Valencia. Pre-Textos. 1994.

Schopenhauer, Arthur. La sabiduría de la vida – En torno a la filosofía – El amor, las mujeres y la muerte y otros temas. México: Porrúa. 1998.

Serrano, Enrique. Tamerlán. Bogotá: Seix-Barral. 2003.

Fuente: Texto gentilmente cedido por la autora

Ver de la misma autora

Flaubert y la melancolía: las cartas a Louise Colet – Elsy Rosas Crespo
Genio y melancolía – Elsy Rosas Crespo

Gerardo Herreros http://www.herreros.com.ar

http://www.herreros.com.ar/melanco/crespo2.htm

Genio y melancolía

4 Feb

La melancolía se ha constituido en asunto de estudio desde perspectivas tan diversas como la medicina, el arte, la astrología, la psicología, en diferentes épocas y con diferentes énfasis. Fue teorizada y estudiada en la antigüedad desde la perspectiva humoral por médicos como Hipócrates (los melancólicos tienen exceso de bilis negra o humor melancólico) y por filósofos como Aristóteles quien, en su Problema XXX,1, afirma que los más destacados guerreros, políticos, filósofos y artistas de su tiempo fueron, además, modelos de melancolía. A partir del texto de Aristóteles se consolidó la todavía vigente relación entre genio y melancolía: el genio se concibe como un regalo de los dioses y la melancolía como un aspecto concomitante de la genialidad.

Durante la Edad Media las relaciones entre el estado físico y el psíquico siguieron relacionándose para estudiar la melancolía, pero se confundieron aún más los límites entre locura y genialidad, que ya se hallaban presentes en el texto de Aristóteles. La melancolía se relacionó con el pecado de la acedia, concebido como sinónimo de descuido en las tareas religiosas, acompañado con frecuencia de tristeza, angustia y desesperación; al comienzo se empleó esta designación para referirse a los monjes pero posteriormente sobrepasó el contexto religioso puesto que el pecado de la acedia se transformó en el de la pereza y no se refería sólo a las tareas religiosas sino, además, al trabajo productivo de las personas comunes.

Los monjes medievales buscaban un ideal absoluto representado en la idea de un Dios vivo capaz de manifestarse, de darse a conocer y de recibir amor; ante la impotencia e incapacidad para experimentar un contacto pleno con este ser caen en estados depresivos que los lleva a cometer el pecado de la acedia, expresado a través de tristeza, inhibición o desvalorización. Cuando reciben manifestaciones divinas surgen los sentimientos de gozo, expansividad y desmedida confianza.

Desde la perspectiva psiquiátrica estas alternancias en el estado de ánimo formarían parte de lo que se denomina psicosis maniacodepresiva:

La gran mayoría de místicos cristianos han padecido en un momento dado de su trayectoria espiritual profundas y dolorosas depresiones endógenas… depresiones que se corresponden con aquella parte del proceso místico que en teología espiritual se conoce con el nombre de purificaciones pasivas.

Se llama fase maniaca a un cuadro clínico que viene configurado por sentimientos de gozo, expansividad y desmedida autoconfianza, sentimientos que son justamente los opuestos a los de tristeza, inhibición y desvalorización que ocurren durante la fase depresiva. Cuando una psicosis endógena evoluciona con alternancias de fases depresivas o fases maníacas, se conoce entonces a esta enfermedad con el nombre de psicosis maniacodepresiva o trastorno bipolar, frente al trastorno monopolar -o depresión endógena a secas- en cuya evolución encontraremos solamente fases depresivas (Alvarez. 1997: 19).

Desde la perspectiva médica actual la depresión endógena es una enfermedad que ha de ser tratada y curada con terapias psicológicas y medicamentos antidepresivos, cuando era padecida por los monjes medievales, en cambio, se concebía como un estado positivo que permitía experimentar purificaciones pasivas. Al místico se le ofrecía la posibilidad de encontrar un significado positivo en el proceso espiritual gestado durante «la noche oscura del alma», al enfermo de depresión endógena no se le da esta oportunidad, sino que apenas se le brinda consuelo con la idea de que la preponderancia de la razón puede interpretarse como superación de la melancolía patológica y que cuando deje de concebirse él mismo como un objeto y empiece a superar la sensación, por ejemplo, de que está muerto y realice actividades diferentes a la de permanecer en una sola posición durante prolongados lapsos de tiempo, en ese momento se puede empezar a sentir satisfecho.

La acedia se relaciona con la distracción y el embotamiento, con la preocupación o tristeza del corazón semejante a la aflicción y especialmente dura para los solitarios, se trata de tristeza «respecto de los bienes espirituales esenciales del hombre, es decir la particular dignidad espiritual que ha sido conferida por Dios. Lo que aflige al acidioso no es pues la conciencia de un mal sino por el contrario la consideración del más grande de los bienes» (Agamben. 1995: 30), la dificultad consiste en apropiarse de esos bienes. El acidioso supone que si desprecia el cuerpo será más fácil acercarse al espíritu pero durante el proceso corre el riesgo de terminar siendo sólo materia, de perderse como ser humano a través de la búsqueda de lo divino, de terminar siendo sólo un objeto.

La acedia no puede ser realizada por los melancólicos modernos como lo fue por los monjes medievales pero continúa constituyéndose en el ideal de estos taciturnos: «Ya no hay artistas como los de antaño, de aquellos cuya vida y alma eran el instrumento ciego del apetito de belleza, órganos de Dios mediante los cuales se probaba a sí mismo su existencia. Para ellos el mundo no importaba. Nadie supo nada de sus dolores. Se acostaban tristes todas las noches y contemplaban la vida humana con una mirada de asombro, igual que nosotros contemplamos un hormiguero» (Flaubert. 1989: 23).

David de Augsburgo, en el siglo XII, estableció diferentes tipos de acedia:

El vicio de la accidia tiene tres clases. La primera es una cierta amargura de la mente que no se consuela con nada alegre ni edificante. Se alimenta de hastío y abomina la compañía humana. Esto es lo que el Apóstol llama tristeza del mundo que fabrica muerte. Produce inclinación a la desesperación, hurañía y desconfianza, y a veces conduce a sus víctimas al suicidio al verse oprimidas por una aflicción irracional. Tal tristeza sale a veces de una impaciencia previa, a veces del hecho de que se pospone algún deseo o se frustra, y otras veces de la abundancia de humores melancólicos, en cuyo caso compete al médico más que al sacerdote el prescribir el remedio (citado por Jackson. 1989: 73).

Los melancólicos son portadores de un desorden fisiológico preciso: tienen abundancia de humores melancólicos, es decir, de bilis negra. La enfermedad de la bilis negra, ocasionada por su exceso, sobreviene en caso de desánimo prolongado, desánimo con miedo e insomnio también prolongado. El exceso de bilis negra -ubicada en el bazo- y desarrollado en gran medida debido a los «excesos» de los melancólicos, los convierte progresivamente en epilépticos melancólicos.

Con el advenimiento de la modernidad la relación entre genio y melancolía fue propicia para realizar el concepto de arte humanista que se divulgaba y el modo en que se practicaba; la relación entre mística, depresión y creación no se realizó de la manera en que lo lograron San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, sino que se orientó en algunos artistas hacia la magia negra o la trascendencia de sí mismos a partir del trabajo excesivo, la experimentación con drogas o la búsqueda de perfección de obras terrenales. El conocimiento de lo absoluto no se lograba a través del éxtasis místico sino de las experiencias personales y la introspección; el arte se convirtió en una especie de ser divino y al artista en sacerdote o en Dios, se trata de un ser que tiene la posibilidad de descubrir cada día formas nuevas, no es un imitador de la naturaleza sino un «creador» distanciado.

Las «ideas interiores» de los monjes medievales no se asemejan a las de los artistas del Renacimiento. El propósito del artista renacentista no consiste en buscar o recrear ensoñaciones platónicas, ideas eternas, independientes de los seres que gozan con su contemplación, sino que éstas son la expresión del espíritu del hombre. El mejor ejemplo de la encarnación de esta práctica es Durero ya que «a diferencia de todos sus predecesores, compara al artista con Dios porque, a semejanza de Dios, él tiene la posibilidad de crear cada día, a partir de las ideas que están en su espíritu, nuevas formas del hombre o de otras criaturas. El artista ya no es simple imitador de la naturaleza, sino creador» (Panofsky. 1991: 20). Se trata de seres que poseen en grado sumo y de manera consciente la autoafirmación, el orgullo y la obstinación propia de quienes se han santificado a sí mismos frente al mundo.

En el siglo XX y en la actualidad, especialmente debido a los estudios que han banalizado las aproximaciones psicológicas, la melancolía tiende a relacionarse con situaciones ridículas como el simple hecho de sentirse un poco triste debido al tedio que generan algunas situaciones de la vida y, sin embargo, la melancolía es algo mucho más profundo e intenso que el desagrado que a veces siente la gente por tener que realizar actividades que no le satisfacen, por no haber logrado propósitos materiales o ideales amorosos. Autoproclamarse como melancólico se ha convertido en la actualidad en un lugar común entre algunas personas desilusionadas de la vida o de las diversiones que ésta les proporciona y que quieren pasar por «artistas» cuando cantan su desdicha.

La actitud intelectual y las expresiones estéticas en las que la evasión y la contemplación son presentadas de forma muy colorida forman parte de lo kitsch más que del Arte; lo Kitsch es una imitación estereotipada de la auténtica obra de arte y el aburrimiento que produce la moderna vida urbana no está relacionado con la melancolía sino con la frustración que provoca la incesante búsqueda de nuevos placeres efímeros que se agotan demasiado pronto:

Lo kitsch parece ser, históricamente, un resultado del romanticismo… muchos románticos promovieron una concepción del arte sentimentalmente orientada, que a su vez abrió el camino a varias clases de escapismo estético… el deseo de escapar de una realidad adversa o simplemente aburrida es quizá la principal razón del amplio atractivo de lo kitsch…

A menudo lo kitsch no es sino «una escapada al idilio de la historia donde todavía son válidas las convenciones establecidas… El kitsch es el modo más simple y directo de disparar esta nostalgia»… lo kitsch adelanta claramente ciertas necesidades emocionales que generalmente se asocian con el concepto de mundo romántico. En gran medida podemos considerar lo kitsch como una forma vulgar del romanticismo…

Lo kitsch, barato o caro, es sociológica y psicológicamente la expresión de un estilo de vida, es decir, el estilo de vida de la burguesía o de la clase media…

Aunque el kitsch vaya unido a la búsqueda de status tendrá la función -que es psicológicamente más importante- de proporcionar una huida de la banalidad y la insignificación de la moderna vida urbana. En cualquier forma o combinaciones, lo kitsch es relajante y agradable. El deseo-cumplido contenido en este placer enfatiza su origen activo, el miedo al vacío que el kitsch intenta mitigar. Desde este punto de vista el kitsch es una respuesta al extendido sentido moderno del vacío espiritual: rellena el vacío tiempo libre con «diversión» o «excitación» y «alucina» los espacios vacíos con un conjunto infinitamente matizado de «bellas» apariencias (Calinescu. 1987: 223-245).

Para que surja el proceso creativo es necesario que el melancólico posea, además de exceso de bilis negra, predisposición hacia el arte; debe asumir su estado físico como un rasgo positivo, no como un mal digno de ser curado para alcanzar la tranquilidad, sino como una facultad que le permitirá dedicarse al estudio, la introspección, la elaboración de quehaceres acordes con sus estados de ánimo y, al mismo tiempo, para superar la sensación de vacío y de pérdida, que lo afligen con frecuencia. Desde esta perspectiva, el arte surge para «ofrecer un remedio a un estado de necesidad, de ausencia, inscrito en el destino humano desde el pecado original. La creatividad humana se articula pues bajo el signo de una condición afectada por la precariedad, y no a partir de un excedente» (Müller. 2002: 21).

La melancolía puede ser positiva o negativa, fuente de creación o de destrucción, de elevación o de caída; la interpretación depende de la perspectiva a partir de la cual se estudie, las razones que la produzcan, los contextos en que se manifieste y, especialmente, de la actitud de quienes se caracterizan como melancólicos para asimilar su estado físico y psicológico, para aceptarse y erigirse como seres regidos «bajo el signo de Saturno».

Los melancólicos no desean la felicidad o el triunfo, sino que se esfuerzan por vivir conforme a su particular naturaleza, casi siempre bajo preceptos del orden de: «sabio es aquel que ya en vida está como si hubiera muerto, aquietado, dispuesto a marchar sin desgarramiento» (Zambrano. 1944: 52), o: «saboreé con detalle mi vida ya malgastada; me dije con regocijo que mi juventud había pasado, pues es una dicha sentir que el frío se posa en el corazón, y poder decir, palpándole con la mano, como un hogar que humea todavía: he dejado de arder» (Flaubert. 1986: 24). Asumen que «el hombre es un ser temporal y contingente lanzado entre dos nadas» (Heidegger), «una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo… incapaz de ver la nada de donde ha salido y el infinito de donde él es absorbido» (Pascal: 1984: 51).

Bibliografía:

Agamben, Giorgio. Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Valencia. Pre-Textos. 1995. Primera edición. 1977.

Alvarez, Javier. mística y depresión: San Juan de la Cruz. Madrid: Trotta. 1997.

Calinescu, Matei. Cinco caras de la modernidad. Modernismo, vanguardia, decadencia, kitsch, Posmodernismo. Madrid: Tecnos. 1987.

Flaubert, Gustave. Cartas a Louise Colet. Madrid: Siruela.1989.

Jackson, Stanley W. Historia de la melancolía y la depresión. Desde los tiempos de Hipócrates a la época moderna. Madrid: Turner. 1989.

Müller, Cristina. Ingenio y melancolía. Una lectura de Huarte de San Juan. Madrid: Biblioteca Nueva. 2002.

Panofsky Erwin, Klibansky, Raymond; Fritz, Saxl. Saturno y la melancolía. Madrid: Alianza. 1991.

Pascal, Blaise. Pensamientos. Madrid: Sarpe. 1984.

Zambrano, María. Séneca. Madrid: Siruela. 1944.

Fuente: Texto gentilmente cedido por la autora

http://www.herreros.com.ar/melanco/rosas.htm

Superación del amor alucinado

4 Feb

«Lo que uno piense del amor es, en el fondo, lo que más profundamente
piensa del sentido de lo que somos y de lo que nos rodea.»

Javier Sádaba

El amor es una de las experiencias humanas más complejas, no es un sentimiento ni una sensación sino la suma de sentimientos y sensaciones manifiestas de manera simultánea y a veces contradictoria: la alegría se convierte o lleva consigo aparejada la tristeza, el amor más profundo puede acabar sumido en la más dolorosa indiferencia, la realización del deseo conduce al hastío y en los periodos durante los cuales la experiencia amorosa se vive sin situaciones que la perturben, la plenitud se acompaña del miedo a la pérdida definitiva del ser amado, la muerte o la ruptura se vislumbran como hechos posibles. Si se ama intensamente la vida no puede ser concebida sin la presencia del otro.

El amor es la experiencia más dulce y también la más amarga:

Dulce y amargo es el amor;
pregunta a quienes lo conocen, o bien pruébalo.
Sólo el enamorado saborea
la dicha y la desgracia de la vida.

El llanto del amante lo traiciona.
El amor es dulzura y es tormento,
felicidad y desventura;
cuanto más doloroso es más querido
y cuanto más intenso, menos grave parece.

(Al-Wassa. 1990: 107)

El amor puede experimentarse como realidad, deseo, recuerdo o ensoñación, surge como necesidad para aliviar la soledad, como anhelo de plenitud, felicidad o realización personal. El problema es que «la felicidad es una mentira cuya búsqueda causa todas las calamidades de la vida» y el amor, «después de todo, no es sino una curiosidad superior, un apetito de lo desconocido que te empuja a la tormenta, a pecho abierto y con la cabeza adelante» (Flaubert. 1989: 234).

1. Cuando fui presa en el dulce comienzo de una dulzura tan dulcemente dulce

«Oh, tú, que ocupas en mi cuerpo el puesto del espíritu,
no pienses que estoy libre del insomnio y de cuidados.
¡Que Dios te guarde del insomnio,
de la inquietud
y de la tristeza que padezco!
Por ti mi pena se renueva y no se extingue,
rompe mi corazón
y corta el nudo de mi entereza.
No tengo ya resignación de perderte,
resignación que enciende la inquietud en mi costado,
lo mismo que una madre
no se resigna a perder a su hijo»

Al-Wassa.

En el momento en que el enamorado se halla en su estado más crítico, después de que se ha entregado sin orgullo, límite ni desesperación ante su objeto amoroso, cuando se encuentra ?sin remedio y por más que lo intente? a expensas del otro y ha perdido la voluntad y la confianza en sí mismo para tomar decisiones radicales, por lo general considera si no habrá sido un error haber emprendido una aventura tan desconcertante en la medida en que ha ennoblecido a un ser que no posee dotes sobrenaturales, porque en realidad nadie es dueño de ellas, al contrario, cuanto más se aproxime una persona a otra, tanto menos consecuente en sus empresas y consistente en su interior le parecerá, a no ser, claro, que la vea con los ojos del amor. Ahí comienza el problema y con mayor razón si se trata de una enamorada,quizá proclive a sufrir de bizqueo:

Un hombre querrá a su lavandera, y sabrá que es tonta, sin gozar menos por ello. Pero si una mujer ama a un patán, es un genio desconocido, un alma de élite, etc., de modo que, debido a esa natural disposición al bizqueo, no ven la verdad cuando aparece, ni la belleza allá donde se encuentra (Flaubert. 1989: 187).

El enamorado se jacta de que su objeto amoroso es «diferente a los demás» y en su desvarío jura amar hasta la muerte, pretende anular por completo el pasado y proyecta la vida hacia la eternidad, en línea recta, incluso más allá de lo desconocido. Cuando despierta de su sueño o su pesadilla le puede costar trabajo asumirse como «juguete de los dioses» y continuar viviendo como si esa pasión lo hubiera embargado precisamente a él.

El enamorado casi siempre actúa como si desvariara, desvirtúa la proporción de los hechos y los sentimientos y se iguala con quienes viven la misma experiencia por su cursilería, por el hecho de fastidiar a los demás:

Quién no conoce los nombres ridículos que los amantes se aplican, que apelativos de perros y cotorras son el fruto natural de las intimidades carnales. Las palabras del corazón son infantiles. Las voces de la carne son elementales. De hecho… el amor consiste en poder ser tontos juntos ?licencia total de necedad y de bestialidad (Valéry. 1972. 76).

Cuando se ha despertado del sueño de amor en el logro de la posesión física, el sentimiento puede terminar convertido en goce, plenitud, hastío o desilusión, el resultado depende de las expectativas y la pericia de los participantes para el ejercicio de la combinación entre amor y erotismo.

La estridencia que algunas veces provoca la experiencia erótica cuando se involucra en la experiencia amorosa se debe a que se sobrestima en demasía el erotismo como complemento o consolidación del amor, cuando en realidad amor y erotismo no tienen por qué manifestarse con la misma intensidad en relación con una persona en particular: se puede amar sin participación del cuerpo y gozar del cuerpo por puro placer sin que en ninguno de los dos casos se viva la experiencia como si le faltara algo más para ser plena.

2. El placer carnal

«Cada ser siente o vislumbra en ciertos instantes de sigilo trémulo que el erotismo introduce en la vida un elemento de placer y de fiesta, pero también de desorden y destrucción… ¿Por qué la angustia y el horror nos invaden cuando descubrimos que somos ese desconocido que se desnuda y goza hasta el olvido de su ser y se revuelca y crispa como una bestia en la obscenidad y el orgasmo?»

Jorge Gaitán Durán

La imaginación no tiene límites, la utilización y los recursos físicos del cuerpo sí. Cuando se supone que se goza tanto a través de erotismo, lo que está en juego no es sino una extraña combinación de acción, fantasía y riesgo, a lo que se añade ?cuando se trata de «amores sublimes»? la ilusión de que se trata de un acto divino realizado en compañía de un ser celestial. Cuando el sentimiento es profundo y se goza plenamente del erotismo, se experimentan sensaciones semejantes al misticismo que, como se sabe, es la experiencia amorosa por excelencia.

La desobediencia es uno de los ingredientes que le conceden mayor garantía a la pasión amorosa y no es cuestión del azar el hecho de que las experiencias eróticas más intensas se observen entre parejas homosexuales, cuando se es infiel, o si se trata del primer gran amor entre jóvenes inocentes e inexpertos que se hacen diestros a partir de la experiencia. En la medida en que la relación sea más peligrosa o censurada, los amantes gozarán más, es probable que confundan este goce con el Amor y se solacen con la idea de que realizan la más grande proeza humana cuando en realidad son presa, apenas, de una sensación que se constituye en la suma de accidentes de tipo material: se trata de una ilusión motivada por la imaginación y un buen estado de salud.

Tampoco es casualidad que en la pornografía, que se burla del discurso oficial, la desobediencia se presente de manera frecuente y descarada; aquí se descarta el tinte edulcorado que predomina en las telenovelas y precisamente por esta razón la pornografía molesta tanto a algunos espectadores de telenovelas y amigos de los amores sublimes: mientras que la pornografía presenta a los seres humanos como bestias sedientas de carne y limita al cuerpo a convertirse sólo en objeto de placer, algunas telenovelas muestran a los enamorados ideales como ángeles y sus cuerpos como si apenas fueran el albergue de limpias pasiones, en muchas telenovelas el cuerpo parece convertirse en un obstáculo para la realización del amor.

La pornografía se burla del amor y la telenovela reniega del cuerpo, se trata de la eterna disputa en la que se considera al ser humano como el animal más repulsivo y sucio o como la materialización de la integridad, cuando en realidad no se encierra en ninguna de estas dos categorías sino que es portador potencial de ambas: «el infierno donde todo es deseo y el edén donde todo es delicia sólo caben simultáneamente en la literatura» (Gaitán. 1997: 39).

3. El aburrimiento del amor carnal

«¡El amor! Pero, ¿qué es por tanto el amor? ha sido poetizado para uso de los necios. Una vulgar necesidad periódica, una chillona ley de la naturaleza, de la naturaleza eterna que reproduce y se multiplica, una inclinación brutal, un carnal cruce de sexo, un espasmo ¡Nada más! Pasión, ternura, sentimiento, todo se limita a eso.»

Petrus Borel

Los enamorados, después de haber superado los límites de amor y placer soñados, y si además de esto ya se han casado, tienen varios hijos y cuentas por pagar, podrían sentirse identificados con los planteamientos de Borel cuando han despertado de su modorra, de un desbordante amor carnal.

El comentario de las editoras del texto en el que se cita a Borel es el siguiente:

El desprecio de Borel por el amor es el que siente frente al acto procreador como reproductor de conductas animales, repetitivas, mediocres y tristes. Existe, por tanto un aburrimiento del amor carnal, una tristeza de la carne, de la limitación de la práctica amorosa, que lleva a la muerte del deseo. Y cuando el otro no es más que instrumento de placer, es entonces causa de tedio… Sólo el amor del Amor podría escapar al aburrimiento. Se trata del deseo de amar, siempre fugaz, que se desvanece cuando se hace realidad. Porque el otro, cuando por fin cree haber encontrado al ser amado, nunca estará a la altura del amor ideal. (de Diego. 1998: 23-24).

A través de su queja Borel parece anhelar la realización de algunos valores del amor «elegante» promulgado por la tribu preislámica Banú Udra (hijos de la virginidad), celebrada por Al-Wassa en El libro del brocado, asimilada por los poetas provenzales y algunos románticos. El amor, desde esta perspectiva, no debería ser un «carnal cruce de sexo» sino perpetuación del deseo, de gozo en el sufrimiento, en la sensación de que el objeto amoroso está próximo y lejano, es caprichoso y majestuoso, humano pero con un halo de divinidad; se trata, en últimas, de un sentimiento que alberga contemplación y deseo y por encima de todo idealización del amor, concebido como la experiencia que le concede mayor vitalidad al ser humano:

El amor es uno de los preceptos fijos de los hombres discretos … es el comportamiento más hermoso de los hombres corteses y nobles… Un hombre cortés no puede estar libre de pasión ni desnudo de languidez, porque la pasión tal como la han descrito los sabios y como lo dicen los filósofos, es la primera puerta a través de la cual se abren las mentes y se ensancha el espíritu, y tiene una intensidad en el corazón por la que vive el alma. (Al-Wassa. 1990: 76).

El amor es una de las pocas experiencias capaces de transformar el comportamiento de manera radical:

Da valor al cobarde, hace generoso al avariento y elocuente al mudo, da fuerzas de decisión al indeciso… El poderoso se humilla ante la pasión y el orgulloso se somete; por el amor aparecen los secretos ocultos y se dejan llevar los reticentes, pues es un príncipe obediente y un jefe al que se sigue (Al-Wassa. 1990: 75).

Gracias al amor el enamorado ve más claro en sí mismo, la oscuridad desaparece de los actos y los pensamientos. El amor se convierte en luz, transforma y conduce a quien vive la experiencia hacia el análisis de refinados procesos introspectivos:

Usted cambió esta mañana mi mundo. Me sentía melancólico, aterrorizado del futuro. Y cuando usted apareció quedé deslumbrado… la sangre se me oxigenó, los músculos se me fortalecieron, el pensamiento se me aclaró, y me creció el valor. El amor me dice las mentiras más absurdas: me dice que usted es la mujer más hermosa del mundo. Mi loco corazón me dice que llore como un chiquillo. Su voz me está desgarrando el corazón en jirones. Se ha introducido usted en lo más íntimo de mi ser, me inquieta y me desazona… Es extraño, ¿no es cierto? Tenga en cuenta que soy un hombre nada sentimental. (Guide. 1989: 43).

El poeta enamorado no tardará en decir:

Por ti conozco quién soy. Me levantaste de tierra y me elevaste hasta el cielo; y diste un dulce sonido a mi lenguaje (Ovidio. 1989: 199).

Ovidio considera que el mejor ejercicio para evitar la ociosidad es estar enamorado:

Yo mismo era indolente y nacido para el reposo tranquilo; el lecho y la sombra habían ablandado mi carácter, pero la preocupación por una hermosa muchacha estimuló mi ociosidad y me ordenó ganar la soldada sirviendo en su campamento. Desde entonces me ves ágil y llevando a cabo guerras nocturnas. El que no quiera volverse perezoso, ¡que se enamore! (Ovidio. 1989: 236).

Si los enamorados no han satisfecho su amor bajo los preceptos de la «elegancia» promulgada por Al-Wassa en El libro del brocado («nadie será elegante hasta que no reúna en sí cuatro características: saber hablar, ser elocuente, casto y continente» (1990: 68), sino que la plenitud se ha logrado a través de la experiencia erótica, de la pasión carnal más intensa, es muy probable que se cuestionen sobre la veracidad de la idea de que en asuntos de arte, como de amor, de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso; tal vez asuman su equívoco y acepten con desilusión que, en relación con los sentimientos más intensos ?con el supuesto de que se trate de experiencias idílicas y plenas?, de cualquier manera llega un momento en que, de forma natural e irremediable «los nudos más sólidos se desatan por sí mismos, porque la cuerda se gasta. Todo se va, todo pasa, el agua corre y el corazón olvida» (Flaubert. 1989: 34).

Al final de la historia no se recuerda ni siquiera el dolor que ha producido el amor. El tiempo, la energía y el dinero que se ha invertido en estas ocupaciones parecen haber caído en saco roto, con el transcurrir de los años la experiencia amorosa más arrebatada puede relacionarse con aquello que a lo largo de la vida se concibe como tiempo muerto, los periodos en los que se le ha concedido demasiada importancia a situaciones que no lo ameritaban y de las que sólo se es consciente mucho tiempo después de ocurrida la experiencia. Si la realización de la pasión amorosa se ha consolidado a través del matrimonio, el resultado final de la proeza puede ser, como escribe Fernando Vallejo en La virgen de los sicarios cuando se refiere a los hombres casados: «Vive prisionero, encerrado, casado, con mujer gorda y propia y cinco hijos, comiendo, jodiendo y viendo televisión» (Vallejo. 1994: 134).

El enamorado puede buscar suplir su vacío, la pérdida de la ilusión, a partir de emociones más consistentes y duraderas, por ejemplo, con la lectura de los clásicos. Si por casualidad termina encontrándose con El amor, la mujeres y la muerte, de Schopenhauer, podría aceptar que a través de su pasión sólo obedecía a la voluntad de vivir en concordancia con la naturaleza, es decir, que lo que parecía tan sublime no era más que un mecanismo que motivaba a que, como lo dice el filósofo de manera descarnada, el macho montara a su hembra, eso y nada más; si durante el tiempo de las promesas hubiera visualizado a su objeto amoroso con quince o veinte años más en su haber, seguramente hubiera dudado sobre la veracidad de sus juramentos de «amor constante más allá de la muerte».

4. Superación del amor alucinado

«Mi mente está para apreciarte,
mis ojos para verte,
mis oídos para llenar todo mi ser con
tus alabanzas.
Me gustaría hacer de mi mente una
abeja negra
y entronizar tus pies en mi mente,
y en mi lengua libar el Néctar de tu nombre.»

Ravi Das

El desfogue de la pasión a través del erotismo es proporcional al hastío que se experimenta cuando se han superado los límites del cuerpo y del placer carnal. El impacto de la caída será tan fuerte e intenso en la misma medida y proporción en que se hayan experimentado sensaciones de ser elevado hacia el infinito. Con el transcurrir del tiempo, los estados de gracia que se vivieron pueden terminar convertidos en desagradables sensaciones de vacío, dolor, insomnio y soledad; como consecuencia, la plenitud del placer conduce con demasiada facilidad a abismos sin fondo, abismos de los que no es muy divertido salir.

Los amigos del Amor, los eternos buscadores de tesoros ocultos, difícilmente hallarán plenitud hasta la eternidad en compañía de otro ser humano objeto de amor incondicional en la dicha y en las adversidades; para ellos siempre es necesario ir un poco más allá, superar nuevas etapas y, como ya se ha dicho, los límites del cuerpo se agotan demasiado pronto y las promesas de los enamorados casi siempre terminan convertidas en humo y olvido.

Cuando se supera el amor carnal es posible establecer relaciones amorosas más satisfactorias y plenas con otras personas o con Dios (concebido fuera de costumbres, credos o rituales específicos). En este tipo de experiencias las sensaciones son más elaboradas en la medida en que el objeto amoroso tiene la potencialidad de conducir al enamorado por encima de sí mismo, siempre que esté dispuesto; cuando la experiencia amorosa y la mística son muy profundas suelen confundirse, el Amado de los místicos podría equipararse con un profundo amor humano:

El místico Ravi Das le canta a su Amado:

Ravi Das no duerme en la noche,
ni conoce el placer durante el día.
El se encuentra en constante remembranza
del Señor.
Evitando las discusiones ociosas.

No contaminemos nuestros ojos con el sueño
durante la noche de separación.
¿ Cómo puede dormir aquel
que está constantemente absorto en el Amado?

Oh inquieto corazón, ven, lloremos,
retorzámonos de dolor,
¿ Para qué pensar en dormir
Esta es una noche que no tiene amanecer.

Rabia Dasri escribe:

Te he amado con dos amores,
un amor egoísta y uno que es digno de Ti.
En el amor egoísta,
me ocupo de recordarte
excluyendo a todos los demás.
En el amor digno de Ti
Tú retiras el velo para que yo pueda verte.

Estaba tan perdido en la intensa búsqueda
de mi Amado
que muchas veces
no lo vi pasar por mi lado.

Para Mira Bai:

Esta angustia de la separación me atormenta,
y el tiempo pasa sin que el sueño
me dé alivio en toda la noche.

Uno de los enamorados citados en El libro del brocado dirá, de manera muy cercana a la expresión de los místicos citados por Darshan Singh (1998):

Tú que yaces enfermo y torturado por la pasión,
también conozco yo los sufrimientos del amor.
Quien conoce el amor pasa insomne la noche
y el corazón enamorado se le escapa del pecho.
Es el amor una dolencia
que anida en las entrañas, en el pecho.
No se puede ocultar el amor, aunque se intente.

En este tipo de relaciones la calidad de la experiencia no depende del otro, que es inmenso, inalcanzable, sino del enamorado, de hasta dónde puede llegar para hacerse uno con su ideal. En las experiencias amorosas de este tipo el otro no es pensado «para», sino «en», no se trata de experiencias utilitarias, sino que lo que está en juego es la calidad de la vivencia en función de sí misma:

la vivencia en la que se está parece desconectarse de lo inmediato y temporalmente anterior y posterior. No se hace algo para otra cosa, sino que ese algo está concentrado en sí mismo. … Se trata de vivencias concentradas en sí mismas, no subordinadas a otras cosa, atentas en su ser. Debido a que en ellas el yo no se determina utilitariamente, se encuentra determinado absolutamente por ellas. Se olvida o se enajena de sí mismo pues el sujeto queda trans-portado, transpuesto fuera de sí, precisamente para permanecer en la vivencia (García. 1995: 2).

En la medida en que más desmedido haya sido el amor carnal y cuanto más inocente, confiada y plena haya sido la entrega del cuerpo y de los sentimientos, más cerca se estará de franquear la barrera que impide la realización de experiencias con mayor apariencia de realidad en la medida en que son inducidas y pueden ser explicadas por quien las vive. En este tipo de experiencias el enamorado se constituye en artífice supremo, inspirador absoluto con pleno control de sus emociones, la realización de sus objetivos es más probable y si hay frustración ésta no surge porque el objeto amoroso no se halle a su altura, sino precisamente porque el objeto está demasiado lejos, se trata del Dios escondido, un ideal inalcanzable pero deseable.

El enamorado de Dios clama:

¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?

¿ Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?

Dios mío, clamo de día, y no me respondes; y de noche, y no hay para mi reposo.

Se trata de un ideal que se hace más inaccesible cuando se cree estar más cerca de él, es la frustración del místico que algunas veces el enamorado experimenta de manera dramática.

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Bibliografía
Al-Wassa. El libro del brocado (la elegancia y los elegantes). Madrid: Alfaguara. 1990.

Diego de, Rosa; Vázquez, Lydia (eds). Humores negros. Del tedio, la melancolía, el esplín y otros aburrimientos. Biblioteca Nueva: Madrid. 1998.

Flaubert, Gustave. Cartas a Louise Colet.Madrid: Siruela. 1989.

Font, Jordi. Religión, psicopatología y salud mental. Barcelona: Paidós. 1999.

Gaitán Durán, Jorge. Sade. Bogotá: Planeta. 1997.

Galmés de Fuentes, Alvaro. El amor cortés en la lírica árabe y en la lírica provenzal. Madrid: Cátedra. 1995.

Guide, André. Escuela de las mujeres. Madrid: 1989.

García Alonso, Rafael. Literatura filosófica. Madrid: Siglo XXI. 1995.

Ovidio Nasson p. Amores. Arte de amar. Sobre la cosmética del rostro femenino. Remedios contra el amor. Madrid: Gredos. 1989.

Sádaba, Javier. El amor contra la moral. Madrid: Prodhufi. 1993.

Schopenhauer, Arthur. La sabiduría de la vida – En torno a la filosofía – El amor, las mujeres y la muerte y otros temas. México: Porrúa. 1998.

Singh, Darschan. Corrientes de néctar. Vidas, poesías y enseñanzas de santos y místicos. Medellín: SK. 1998.

Valéry, Paul. El señor Teste. México: Universidad Autónoma de México. 1972.

Vallejo, Fernando. La virgen de los sicarios. Bogotá: Alfaguara. 1994.

http://www.andes.missouri.edu/Andes/comentario/ERC_Amor.html