Intenté volver a leer Escribir -de Marguerite Duras- y no pasé de la página cincuenta. Ese libro me fascinaba hace veinte años, hoy vuelvo sobre él en una copia escaneada en internet y lo encuentro viejo, pesaroso, triste y cargado de un heroísmo que no me embarga cuando yo, como «escritora», decido publicar un post en este blog; no me conmueve como me conmovía cuando escribir era sinónimo de publicar y cuando se concebía la escritura como un privilegio de pocos elegidos encerrados y condenados a la soledad en casas de cuatrocientos metros, ebrios de alcohol y de soledad lamentando su miseria en una mísera hoja de papel que se va llenando de sentido mientras el artista llora y sufre porque necesita conmover a otros lectores tan tristes como él.
¿Es esto escritura o escribir implica beber varias botellas de cerveza, padecer el insomnio, el miedo y la soledad?
Sé que su pregunta vendría siendo retórica, en todo caso sigue sin tener sentido. La escritura se trata de todo lo que se pueda crear con ella. Nada que ver con lo que hacen o dejan de hacer los escritores.