Cuando tenía quince años vivía como si tuviera ocho y cuando tenía treinta vivía como si tuviera quince y ese vivir tan lento y esas décadas sin deseos de hacer nada, ni siquiera saber sobre la vida de los famosos de mi bello país se ha constituido en una ventaja porque la gente de mi generación y otros mucho más jóvenes que yo se quemaron antes de cumplir cuarenta años porque estaban convencidos de que el trabajo duro es la fuente de toda riqueza y los contactos, la risa falsa y la cara bonita los iba a llevar hacia el estrellato y no los llevó, se estrellaron.
Ahora son viejos cansados porque antes de cumplir treinta años se lanzaron a la vida de cabeza y la devoraron convencidos de que eran niños prodigio y no lo eran, por supuesto. Era gente que veía mucha televisión, lo que llaman ahora series, vieron muchas series gringas estos hijos del lugar más abandonado del tercer mundo, un país lejano y olvidado en el que reinan las castas de los elegidos que nacieron en Bogotá o llegaron a Bogotá para aprender a ser como de Bogotá -el pueblo más grande de Colombia- y se educaron en los “mejores” colegios y en las “mejores” universidades.
Bogotá no es ninguna Gran Capital y nuestra Educación es bastante regular pero la “elite” gobierna y hace “arte” convencida de que lo hace muy bien. Da un poco de risa pensar en cómo nos ven desde el exterior o si nos ven. Aquí siguen reinando los Elegidos convencidos de que se parecen un poco o tal vez mucho a los europeos cuando en realidad copian de manera grotesca el modelo gringo y eso los hace ver bastante ridículos.
Estoy leyendo el libro de Margarita Posada titulado Las muertes chiquitas y estando a punto de terminarlo sólo puedo pensar que su vida es una vida equivocada, como la de tantas personas “brillantes” de mi generación, “promesas” que se tomaron en serio la idea de que iban a ser ricos, famosos e influyentes porque vieron mucha televisión y creyeron en la pauta publicitaria, se la tragaron sin digerirla, eran jóvenes bien preparados que iban por la de oro.
Toda esa gente horrorosa es ahora gente vieja y quemada a los cuarenta o cincuenta años, es gente fracasada, enferma, deprimida y desesperada; después de saborear el fracaso y el cansancio devinieron y devenirán en profetas de tercera o en escritores de horrorosos libros de autosuperación en los que con pésima prosa nos confiesan o nos confesarán con detalle su larga cadena de errores y equivocaciones. Pensemos en Adolfo Zableh, Antonio García Ángel, Carolina Sanín, Margarita Posada y hasta en la pequeña Catalina Ruiz-Navarro. Estos jóvenes inocentes nacidos entre 1965 y 1975 se tragaron los mensajes publicitarios sin masticarlos y ahora sólo pueden escribir libros sobre el fracaso y sobre la depresión.
El panorama de las Letras Colombianas no puede ser más desolador.
Deja una respuesta