Cuando el vino se acabó, la depresión, el miedo, la inutilidad de seguir, vinieron con más y más fuerza y supe que iba a hacerlo. La primera vez que ella salió de la habitación, todo acabó para mí. Era la hora. Cómo hacerlo, no lo sabía muy bien, pero había cientos de maneras. Teníamos una pequeña estufa de gas. El gas era atrayente. El gas es como una especie de beso. Deja el cuerpo entero. El vino se había acabado. Yo apenas podía andar. Ejércitos de miedo y sudor corrían de un lado a otro por mi cuerpo. Era muy sencillo. La mayor recompensa era el no tener que volver nunca a cruzarse con otro ser humano por la acera, verlos pasear en su obesidad, ver sus pequeños ojos de rata, sus caras rotas y crueles, sus gestos animales. Vaya un dulce sueño: no tener que volver a mirar nunca otro rostro humano.
Charles Bukowski
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