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Fernando Vallejo y la autoficción

28 Dic

Lukács, Goldmann, Bajtin, Bourdieu, Zima, Kristeva, Doubrovsky, Lejeune, Genette, Alberca, Lecarme, Joset, Diaconu…

Para estudiar la obra y la toma de posición  ética, estética e ideológica de Fernando Vallejo se está recurriendo desde hace unos diez años al término autoficción y para comprender al ahora famoso escritor colombiano los expertos -casi todos doctores en Francia o en España- están recurriendo a los clásicos de la sociología de la literatura, la teoría de la enunciación, la semántica, la sintaxis, la pragmática, teorías sobre la modernidad, la posmodernidad, los cínicos, el humor, la ironía, la revuelta, la vida en el capitalismo de ficción, entre otros. Se están escribiendo trabajos de posdoctorado de dos mil páginas para comprender el genio inconfundible de Fernando Vallejo.

¿No es un poco exagerado?

Yo creo que sí.

Como pionera en los estudios críticos sobre La virgen de los sicarios y El desbarrancadero creo que los críticos y los teóricos están llegando demasiado lejos cuando intentan explicar algo que no es tan problemático como ellos nos quieren hacer creer. Tal vez deberían leer el clásico de Alan Sokal titulado Imposturas intelectuales y concentrarse más en los discursos orales de Fernando Vallejo, es ahí donde pueden encontrar las respuestas a casi todos sus interrogantes. Las intervenciones públicas de Fernando Vallejo parten de un texto escrito que ha sido pensado para ser leído en voz alta con la firme intención de crear un efecto en el público y en sus contertulios. Más que la autoficción es la ficcionalización de la oralidad lo que predomina en la totalidad de la obra del autor de La virgen de los sicarios. Lo dije hace quince años y lo vuelvo a decir de nuevo porque sé que no estoy equivocada.

Pacto autobiográfico

Cuando escribí «La virgen de los sicarios como extensión de la narrativa de la transculturación»(2003) pensé que había quedado claro que el autor se proponía hacerle creer al lector que el narrador Fernando es el mismo escritor Fernando que se enamora de Alexis y Wilmar y que en su travesía aprende la jerga de los sicarios y de paso le pide al lector extranjero que la aprenda también. En la teoría sobre la autoficción se hace énfasis en el hecho de que se mezclan tres instancias: autor, narrador, personaje y creo que no es necesario escribir textos complejísimos con fórmulas y cuadros comparativos para comprender algo tan simple como esto:

Fernando Vallejo es un escritor (hombre de carne y hueso) que recurre a la primera persona para escribir libros en los que narra hechos de su propia vida y el narrador tiene el mismo nombre del autor: Fernando. Como lectores sabemos que no todo lo que narra es cierto porque la verdad no la tiene nadie y cada vez que recordamos le damos un nuevo giro a los hechos recordados; si narramos esos mismos hechos  a través de la escritura  haciendo uso de  poderosos recursos estéticos como el humor, la ironía, la comparación, la hipérbole, la lista interminable… vamos a distorsionar todavía más esos hechos y nos encontramos, entonces, en el terreno de la literatura. Casi ningún crítico ha analizado los textos leídos en voz alta y las entrevistas. Esas dos facetas completan la imagen del escritor, que es absolutamente encantadora porque al hombre de carne y hueso, al señor sonriente y amable, le fascina confundir  y escandalizar a los lectores  y oyentes con sus exageraciones, sus listas interminables y sus «malas palabras».

Contrato de lectura que el autor como sujeto responsable de la enunciación cierra con el lector

Se ha dicho hasta la saciedad que la obra de Fernando Vallejo no admite  términos medios: gusta o disgusta, produce ira o risa, hay identificación total con el escritor o manifestación no disimulada de odio y desprecio a la persona que escribe hasta el límite. Veamos un ejemplo: El narrador de La virgen de los sicarios (Fernando) insulta a un presidente de Colombia en el libro, el columnista Germán Santamaría escribe la columna titulada «Prohibir al sicario» en la revista Semana y después insulta a Fernando Vallejo en W Radio en presencia de Julio Sánchez Cristo y su respetable audiencia.

Por desgracia ese es el lector típico de las obras de Fernando Vallejo en Colombia. El colombiano más elemental que odia al escritor no ha leído ninguno de sus libros o los ha leído creyendo que el narrador (Fernando) es Fernando Vallejo, se trata de un odio gratuito porque no entiende el pacto narrativo, es un sentimiento que alimenta a partir de los comentarios que ha oído y a la forma escandalosa como a veces lo presentan en los noticieros, que suelen  mostrar sólo una faceta del escritor, la que genera escándalo por una respuesta en una entrevista o por la frase pronunciada en un discurso. El interlocutor se queda con esa faceta, ese fragmento le basta para convertirlo en persona no grata, en persona digna de odio. Se odia al escritor sin haber leído sus libros, se le desea una muerte lenta y dolorosa porque es una persona burda e insensible, esa es la percepción que tiene el colombiano del común y ese es, precisamente,  uno de los propósitos de Fernando Vallejo, hacerse odiar de forma gratuita, sólo para convencerse de la bajeza de la que es capaz un ser humano, los colombianos en particular. Recordemos que La virgen de los sicarios es una historia de amor en el país del odio y que antes de haberse consagrado como escritor no faltaba quien deseaba matar a Fernando Vallejo por ser un mal colombiano, por hablar mal de sus compatriotas desde México.

Autoficción. Pacto ambivalente

Lo que molesta a algunos lectores de textos de la llamada autoficción es el hecho de no saber cuándo habla la persona y cuándo el personaje, cuando miente y cuándo dice la verdad, cuándo exagera los hechos narrados y cuándo omite o distorsiona la información. El lector sabe que le están narrando una historia pero sabe también que muchos de los hechos narrados forman parte de la vida real del escritor. No es autobiografía ni testimonio pero tampoco es narrativa en el sentido convencional. Esa particularidad suele incomodar al lector, que quiere sentirse sobre terreno seguro, como en la novela realista.

Fernando Vallejo tuvo que pedir la nacionalidad en México porque en Colombia el procurador  Alejandro Ordoñez lo quería ver preso por haber escrito contra el Evangelio en la revista SoHo. El texto leído no es un texto más, una interpretación, el punto de vista sobre un tema particular como uno entre varios escrito por un intelectual colombiano bastante respetable, uno de los colombianos más cultos de la actualidad, sino que se trata de  una afrenta personal. Jaime Garzón seguramente soñaba con una apuesta similar a la que representa Fernando Vallejo y terminó asesinado. En Colombia no se ha aprendido a distinguir la persona del personaje, no se ha aprendido a tolerar el humor, la ironía y la exageración. A pesar de ser catalogados como los más felices del mundo el colombiano típico es muy ignorante, muy serio, muy indignado y muy dispuesto a amenazar y a hacer cumplir sus amenazas sólo porque una determinada postura política o estética no es de su agrado. Fernando Vallejo es un sobreviviente. En varias ocasiones, antes de ser famoso, salía en los noticieros diciendo dónde estaba alojado para que fuera el sicario al hotel a darle el tiro en la cabeza, era un hombre mucho más provocador que el Fernando Vallejo actual, decía que quería morir como se muere en Colombia, de un tiro en la cabeza y en la absoluta impunidad.

Autodefinición frente al otro y para el otro, es decir, un acto de comunicación

Una persona escribe porque tiene algo que comunicar y tiene derecho a hacerlo en los términos que considere son los más convenientes, sea pensando en el propósito del proceso comunicativo o en fines estéticos. Nadie debe ser amenazado, encarcelado, sometido al  exilio, la tortura o el asesinado por presentar sus puntos de vista a través de la escritura, por poner a consideración del público su versión de la verdad y de la vida. Así de simple.

Las quejas de los detractores de la posición asumida por Fernando Vallejo como escritor y como figura pública son simples y contundentes: asumen un aire de superioridad o de falsa modestia, de personas educadas, comprensivas, tolerantes y compasivas, de colombianos de bien, en pocas palabras lo que quieren es que se calle porque

¿Qué derecho tiene usted a decir lo que dice?

¿Acaso usted es perfecto?

¿Si la vida le parece una carga por qué no se mata?

¿Si usted no quiere tener hijos por qué no deja que otros los tengan y sean felices?

¿Si no le va a solucionar los problemas a los colombianos por qué mejor no se calla?

Si Colombia le parece tan mala patria no regrese, mejor quédese en México para siempre rumiando su amargura…

Dinamitar los viejos códigos para sorprender al que leyera

Fernando Vallejo es un gran provocador y en la medida en que más provoca más goza, ríe ante la furia de su interlocutor y a medida que pasa el tiempo habla más fuerte y es más implacable. Dice tantas verdades y de forma tan exagerada que hace reír a quien comprende su apuesta estética; quien no lo comprende lo desprecia cada día más.

Si el discurso provoca indignación el orador logró el propósito porque es mucho más elaborado el texto cuando ha sido escrito para ser leído en voz alta que cuando no aparece el hombre como presencia. Uno de sus últimos discursos -cuando fue invitado a hacer propuestas sobre el actual proceso de paz en Colombia- fue demoledor, incomodó a sus compañeros de mesa y ningún político salió bien librado. Busca enunciar su versión de los hechos, su visión de la vida y del futuro de Colombia pero también quiere hacer estremecer a su interlocutor.  Le da forma cabal a  uno de los grandes propósitos de la autoficción: exagerar de tal forma su discurso que al lector o al espectador le queda la duda acerca de la identidad y la verdad definitiva. ¿Quien habla es el escritor, el narrador o el personaje o es siempre una fusión de las tres instancias?

Queda pendiente porque estoy cansada:

La autoficción problematiza toda realidad que se presenta bajo la apariencia de una certeza inmutable.

El yo, a pesar de ser fragmentado, frágil, difícil de aprehender, es a la vez lo único importante y cierto, la única fuente de verdad.

 

La virgen de los sicarios como extensión de la narrativa de la transculturación

4 Feb

En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo ficcionaliza la oralidad de una comunidad específica de Colombia con propósitos artísticos. Para crear la ilusión de oralidad desde la escritura sin perder verosimilitud es necesario que el artista conozca los imaginarios de la comunidad de su interés, la manera en que sus miembros conciben el mundo, el contexto social al que pertenecen y el modo en que valoran su participación como individuos que forman parte de una comunidad humana. Debe distinguir, además, las particularidades de la lengua y la manera en que la emplean sus usuarios en situaciones especificas con el propósito de estilizar ambos aspectos, el cultural y el lingüístico y, de esta manera, crear mundos literarios configurados a partir de situaciones sociales y usos de la lengua en contextos particulares. Fernando Vallejo posee pleno dominio de las reglas implícitas que subyacen a la realización de la oralidad y la escritura, es un gran observador del habla de la comunidad de su interés y se ha acercado a los usuarios de la lengua en contextos naturales para luego tomar distancia cuando emprende el proceso de escritura, el resultado es La virgen de los sicarios, una «historia de amor en el país del odio».

Los novelistas que han adoptado la toma de posición que Angel Rama ha denominado narrativa de la transculturación (1982) comparten la dedicación por el estudio y el esfuezo por comprender y ficcionalizar hablas y expresiones culturales de regiones relativamente aisladas de América Latina; asumen el predominio de la oralidad en la región de su interés como la clave de un conjunto de recursos de representación literaria. A través del conocimiento de la configuración mental de los habitantes de esta región y de los principales problemas sociales que los aquejan, se propusieron lograr, después de un exigente proceso de elaboración, la producción de un efecto de oralidad con repercusiones estéticas e ideológicas en cada caso particular (Pacheco, 1992).

La ficcionalización de la oralidad (como una opción opuesta a la fetichización de la escritura) se inscribe dentro de la concepción que parte de la negación de la superioridad cultural de unas comunidades en relación con otras, una actitud eminentemente antieurocentrista ratificada a partir de los textos de Fernando Ortiz -desde la perspectiva antropológica- que luego sirvió de sustento para fundamentar la teoría sobre la transculturación narrativa emprendida por Angel Rama y ratificada en la actualidad por estudiosos de la literatura latinoamericana como Carlos Pacheco.

Independencia, originalidad y representatividad literaria, categorías definidas por Angel Rama (1982: 11-20), son, después de la consolidación de las naciones latinoamericanas, los pilares sobre los cuales debía fundarse el proyecto literario, que no podía ser indígena porque existía una fuerte marca dejada por los europeos, comenzando por la lengua y las tradiciones implantadas, como tampoco se podía sustentar en la plácida imitación de los modelos europeos. Los tres aspectos fueron logrados por los transculturadores después de transcurrido mucho tiempo de intentos de escritores regionalistas por crear obras que, además de poseer gran valor estético, representaran con verosimilitud los lenguajes simbólicos y orales interiorizados y empleados por individuos de comunidades fuertemente orales, por culturas orales primarias, como diría Walter Ong (1987: 40).

El deseo de dar a conocer los imaginarios de algunas comunidades rurales e indígenas y de hacer de éstas el eje central de una propuesta estética simultánea en varios paises latinoamericanos maduró, entre otras cosas, debido a las grandes transformaciones que ocurrieron en América Latina tras la primera Guerra Mundial:

Tras la primera guerra mundial, una nueva expansión económica y cultural de las metrópolis se hace sentir en América Latina y los beneficios que aporta a un sector de sus poblaciones no esconde las rupturas internas que genera ni los conflictos internos que han de acentuarse tras el crac económico de 1929. Se intensifica el proceso de transculturación en todos los órdenes de la vida americana. Uno de sus capítulos lo ocupan los conflictos de las regiones interiores con la modernización que dirigen capitales y puertos, instrumentada por las élites dirigentes urbanas que asumen la filosofía del progreso. La cultura modernizadora de las ciudades, respaldada en sus fuentes externas y en su apropiación del excedente social, ejerce sobre su hinterland una dominación (trasladando de hecho su propia dependencia de los sistemas culturales externos) a los que prestan eficaz ayuda los instrumentos de la tecnología nueva… A las regiones internas, que representan plurales conformaciones culturales, los centros capitalinos les ofrecen una disyuntiva fatal en sus dos términos: o retroceden entrando en agonía, o renuncian a sus valores, es decir, mueren (Rama. 1982: 28).

En las obras de los narradores de la transculturación (Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Joao Guimaraes Rosa…) la lengua y las estructuras literarias son objeto de especial atención; gracias al manejo de estos recursos es posible percibir en algunas de las novelas más representativas (Pedro Páramo, Cien años de soledad, Gran sertón: Veredas…) las diferencias con otras manifestaciones estéticas escritas que, aunque también se destacan por la oralidad, generan otro tipo de efectos en los lectores. El efecto que se proponen producir los transculturadores con la estilización de un habla regional es la sensación -en el lector- de encontrarse ante la recreación de voces rurales o populares auténticas y de presentar las particularidades culturales de la comunidad, su manera de concebir el mundo, el amor, la vida… a través del uso que los narradores y los personajes hacen de la lengua;

Se trata, nada menos, de escribir la realidad (y no de describirla, de imitarla, sino de dejarla en cierto modo que se produzca a sí misma, representación natural de la naturaleza); es decir de hacer aquello que define propiamente la literatura, pero a propósito de la realidad más banalmente real, la más corriente y moliente que, por oposición a lo ideal, no está hecha para ser escrita… hay que afirmar el poder que pertenece al arte de constituirlo todo gracias a la virtud de la forma… de transmutarlo todo en obra de arte gracias a la eficacia de la propia escritura (Bourdieu. 1997: 165).

Si recordamos las características propuestas por Angel Rama sobre la manera como los narradores de la transculturación emplean la lengua, podemos percibir, antes de hacer cualquier análisis textual de la escritura de Fernando Vallejo, que todas atraviesan su narrativa:

1. Se prescinde del uso de glosarios, estimando que las palabras regionales transmiten su significado dentro del contexto linguístico aún para quienes no las conocen.

2. El léxico, la prosodia y la morfosintaxis de la lengua regional, aparece como el campo predilecto para prolongar los conceptos de originalidad y representatividad, fundamentos de la «plasticidad cultural».

3. Lo que antes era la lengua de los personajes populares y, dentro del mismo texto se oponía a la lengua del escritor o del narrador, invierte su posición jerárquica: en vez de ser la excepción y de singularizar al personaje sometido al escudriñamiento del escritor, pasa a ser la voz que narra… no remeda simplemente un dialecto, sino que utiliza formas sintácticas o lexicales que le pertenecen dentro de una lengua coloquial.

4. El autor se ha reintegrado a la comunidad lingüística y habla desde ella con desembarazado uso de los recursos idiomáticos… es a partir de su sistema lingüístico que trabaja el escritor, quien no procura imitar desde fuera un habla regional, sino elaborarla desde dentro con una finalidad artística.

5. Desde el momento en que el escritor no se percibe a sí mismo como fuera de la comunidad lingüística, sino que la reconoce sin rubor, ni disminución como propia… investiga las posiblidades que ésta le proporcionan para construir una específica lengua literaria dentro de su marco (Rama. 1982: 41-42).

Al introducirse en las raíces de la cultura y sentirse como parte de ésta el escritor transculturador descubre aspectos que le eran desconocidos, identifica rasgos particulares de la interioridad de los habitantes del lugar que difieren ampliamente de los representados en las obras en la que el escritor se distancia de la región o de la realidad que desea representar, de la misma manera que se distancia de sus personajes cuando se convierte en narrador.

La toma de posición asumida por Fernando Vallejo tiene algunas similitudes con la de los narradores de la transculturación pero es evidente que ha surgido a partir de intereses, problemas y nuevas preocupaciones, diferentes a las observadas y expresadas por escritores como Gabriel García Márquez. En La virgen de los sicarios, por ejemplo, los problemas de carácter social están relacionados con la explosión demográfica, la masificación y la violencia, no se trata de concederle la voz a los desvalidos o a los vencidos sino de -a través de la voz y las actitudes de los personajes marginados y marginales- dar a conocer y reflexionar sobre problemas que aquejan a ciudades como Medellín que, en síntesis, son los de las ciudades latinoamericanas, en las que la distribución de los bienes materiales y culturales no es equitativa; se trata de una sociedad en la que no se le brindan las mismas oportunidades a todos, especialmente a los jóvenes menos favorecidos económicamente.

En la narrativa de la transculturación pocas veces los narradores explican las situaciones que viven los personajes, a través de la ficcionalización de la oralidad éstos lo hacen por sí mismos en narraciones que se asemejan al testimonio y que producen en el lector la sensación de que aquello que lee no es el resultado del esfuerzo de un artista por lograr verosimilitud en su creación, sino que se trata de la transcripción de relatos orales de personas que desconocen la escritura o la emplean sólo con fines prácticos. La voz de los narradores no es fría y distante, como si fuera la de un hombre culto, distanciado y objetivo que expone situaciones que le son ajenas, sino que esta voz se mezcla y se confunde con la de los personajes.

El narrador de las obras de Fernando Vallejo ha llevado esta práctica al extremo:

Al decidir hablar en nombre propio, con su voz (una voz inconfundible que no se parece a la de nadie), Fernando Vallejo está rompiendo con la más obstinada tradición literaria: la del narrador omnisciente que todo lo sabe y que todo lo ve, el novelista ubicuo que puede atravesar con su mirada las paredes y leer los pensamientos. Nada de esto aquí. En vez del Artífice Supremo, un simple ser humano que dice «yo» sin ocultarse detrás de una pluralidad de máscaras. Pero eso sí, uno que ha jurado no salirse jamás de los límites del pronombre de primera persona con todo lo que eso implica: asumir sin disimulos ni subterfugios sus amores y sus odios (Contracarátula de El desbarrancadero. 2001).

En La virgen de los sicarios no sólo el narrador y los personajes comparten el mismo idiolecto sino que, además, se involucra al lector. El lector -real e implícito- aprende la lengua del narrador -que también está aprendiendo la de los sicarios- y debe aceptar las agresiones que éste le dirige; en la primera página de la novela Fernando primero lo informa, después lo interroga, luego lo desprecia y, finalmente, como hace siempre, le explica:

Un rombo de ciento veinte pliegos inmenso, rojo, rojo, rojo para que resaltara sobre el cielo azul. El tamaño no me lo van a creer, ¡pero qué saben ustedes de globos! ¿saben qué son? Son rombos o cruces o esferas hechos de papel china deleznable, y por dentro llevan una candileja encendida que los llena de humo para que suban. El humo es como quien dice su alma, y la candileja el corazón (Vallejo. 1994: 7).

Fernando emprende su viaje a través de Medellín; lo inicia con Alexis y lo termina con Wilmar (el asesino de Alexis) cuando lo deja en el anfiteatro:

Al amanecer sonó el teléfono: del anfiteatro, que fuera a identificar a alguien que llevaba consigo un número.

«Anfiteatro» llaman aquí a la morgue, y no hay taxista en Medellín ni cristiano que no sepa dónde está porque aquí los vivos sabemos bien adónde tenemos que ir a buscar a los muertos (Vallejo. 1994: 136-137).

Cuando Fernando sale de allí se dirige a tomar un bus cualquiera para donde vaya y se despide del lector, que lo ha acompañado durante su travesía.

De la misma manera en que Fernando le explica al lector lo que es un globo, le describe cuanto ve y cuanto recuerda durante su recorrido por diferentes lugares: iglesias, calles, zonas rurales, comunas, restaurantes, bares… Los espacios, ambientes y objetos con los que se encuentra y llaman su atención son conocidos por el lector a través de descripciones y comparaciones en las que el pasado vivido y recordado es visto como el tiempo ideal y el presente es tratado con desprecio y dolor:

Entre los nuevos barrios de casas uniformes seguían en pie, idénticas, algunas de las viejas casitas campesinas de mi infancia, y el sitio más mágico del Universo, la cantina Bombay… con los mismos techos de vigas y las mismas paredes de tapias encaladas… los muebles eran de ahora pero qué importa, su alma seguía encerrada allí y lo comparé con mi recuerdo y era la misma…

No sé si entre aquellas casitas campesinas que quedaban estaba la del pesebre… la del pesebre más hermoso que hayan hecho los hombres desde que se estableció la costumbre de armar en diciembre nacimientos y belenes para conmemorar la llegada a esta mísera tierra… en la carretera a Sabaneta había una casita con un pesebre que tenía otra carretera a Sabaneta. Ir de una realidad a la otra era infinitamente más alucinante que cualquier sueño de basuco (Vallejo. 1994: 15-16).

En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo recrea una región que es presentada y sentida como un espacio natural y una realidad social que han sido transformados, disueltos de forma violenta; se trata de un espacio y una realidad que le producen repulsión: el idilio es la naturaleza y la infancia, la edad adulta es de inconformidad, rechazo y desprecio del presente:

¿Se les hace impropio un viejo matando a un muchacho? Claro que sí, por supuesto. Todo en la vejez es impropio: matar, reirse, el sexo, y sobre todo seguir viviendo (Vallejo. 1994: 103).

A través de la narración el lector experimenta las sensaciones vividas por Fernando debido al modo en que están escritas, a la puesta en forma; el ritmo de las frases es acorde con el ritmo de las acciones y los rasgos de los espacios descritos:

Las comunas cuando yo nací no existían… las encontré a mi regreso en plena matazón, florecidas, pesando sobre la ciudad como su desgracia. Barrios y barrios de casuchas amontonadas unas sobre otras en las laderas de las montañas, atronándose con su música, envenenándose de amor al prójimo, compitiendo las ansias de matar con la furia reproductora… en el momento que escribo este conflicto aún no se resuelve: siguen matando y naciendo… pero sigamos subiendo: mientras más arriba en la montaña mejor, más miseria (Vallejo. 1994: 33).

La descripción física y los valores de los amantes del gramático son explicados y contrastados con los de él mismo a medida que él, un hombre adulto culto, se va internando en el mundo de los jóvenes sicarios:

«Aquí te regalo esta belleza -me dijo José Antonio cuando me presentó a Alexis- que ya lleva como diez muertos». Alexis se rió y yo también y por supuesto no le creí, o mejor dicho sí… Le quité la camisa, se quitó los zapatos, le quité los pantalones, se quitó las medias y la trusa y quedó desnudo con tres escapularios. Que son los que llevan los sicarios: uno en el cuello, otro en el antebrazo, otro en el tobillo y son: para que les den el negocio, para que no les falle la puntería y para que les paguen. (Vallejo. 1994. 11-18).

Para comprender la naturaleza de los sicarios el narrador ha tenido que involucrarse no sólo en sus actividades sino que además ha tenido que aprender, interpretar y usar su lengua; a lo largo de la novela hay frecuentes reflexiones relacionadas con el lenguaje y con su uso debido a que el narrador es un gramático:

«El pelao debió de entregarle las llaves a la pinta esa», comentó Alexis… Con «el pelao» mi niño significaba el muchacho; con «la pinta esa» el atracador; y con «debió de» significaba «debió» a secas… una cosa es «debe» sola y otra «debe de». Lo uno es obligación, lo otro duda (Vallejo. 1994: 23).

Los valores del narrador experimentan transformaciones graduales a medida que avanza el relato debido a que se ha involucrado en las experiencias de los demás personajes. Al comienzo puede llegar a alterarse debido a algunas actitudes de los sicarios, más adelante los cuestiona un poco, al final, termina justificándolos y hasta celebrando su comportamiento. Los sicarios, como Ángeles Exterminadores, cumplen una función positiva debido a que compensan la «furia reproductora» de sus madres.

El inicio de la novela no produce ninguna sorpresa en el lector debido a que se trata de una escritura narrativa más o menos convencional: un narrador en primera persona que se refiere a hechos ocurridos en el pasado en los que él ha participado: «Había en las afueras de Medellín un pueblo silencioso y apacible que se llamaba Sabaneta. Bien que lo conocí» (Vallejo. 1994: 7).

Cuando el narrador se ha involucrado lo suficiente en el mundo de los sicarios también se ha transformado su modo de expresarse: «Sacó el Ángel exterminador su espada de fuego, su ‘tote’, su ‘fierro’, su juguete, y de un relámpago para cada uno en la frente los fulminó. ¿a los tres? No bobito, a los cuatro, al gamincito también» (Vallejo. 1994: 64).

Al final de la novela, en la última página, Fernando se dirige al lector través del idiolecto característico de los sicarios; el narrador conoce y emplea la lengua de los personajes de manera desenvuelta y natural:

Bueno parcero, aquí nos separamos, hasta aquí me acompaña usted. Muchas gracias por su compañía y tome usted, por su lado, que yo me sigo en cualquiera de estos buses para donde vaya, para donde sea.

«y que te vaya bien,
que te pise un carro
o que te estripe un tren» (Vallejo. 1994. 142).

El narrador de La virgen de los sicarios, a diferencia del de Cien años de soledad, es un crítico severo que se expresa sin titubeos y no se esfuerza por cautivar al lector. Mientras que en la novela de García Márquez los problemas son expresados a través de la voz de los personajes y la reflexión surge a partir de la lectura, es decir que la actitud crítica debe ser descubierta e interpretada por el lector, en la de Fernando Vallejo el narrador evalúa acciones y actitudes propias y ajenas, la mayoría de las veces de forma bastante agresiva, sin ningún tipo de consideración ni siquiera con él mismo.

La actitud desacralizadora -la «etica invertida» celebrada por el «odiador amable» (Abad, 2000) en todas las obras de Fernando Vallejo no puede ser concebida sólo como el deseo de ofender o de calmar angustias existenciales; «el fin de Vallejo, con todo, es menos retratar una conciencia que zarandear a un país y, desnudando sus vergüenzas, igualarlo al resto de la humanidad, a la que insulta con indignación imparcial» (Ospina. 2000: 20).

El narrador de La virgen de los sicarios -que es el mismo de El río del tiempo y El desbarrancadero- se esfuerza por ir contra la corriente, contra valores e instituciones como el matrimonio, la maternidad, la heterosexualidad, la iglesia, la familia, los actos humanitarios, la intelectualidad, el respeto a las instituciones públicas, al presidente, etc:

La relación carnal con las mujeres es el pecado de la bestialidad… como por ejemplo un burro con una vaca.

De tanto en tanto una vieja preñada, una de esas perras putas paridoras que pululan por todas partes con sus impúdicas barrigas en la impunidad más monstruosa.

Vive prisionero, encerrado, casado, con mujer gorda y propia y cinco hijos comiendo, jodiendo y viendo televisión.

(el presidente) les lee el discurso que le escribieron en inglés con esa vocecita chillona, montañera, maricona, suya, y con el candor y el acento de un niño de escuela que está aprendiendo.

Cualquier sociólogo chambón de esos que andan por ahí analizando en las «consejerías de paz» concluirá de esto que al desquiciamento de una sociedad se sigue el del idioma. ¡Qué va! (Vallejo. 1994).

Aunque la ficcionalización de la oralidad es un recurso empleado en la totalidad de la obra de Fernando Vallejo, en La virgen de los sicarios, por tratarse de la recreación de las expresiones y las acciones más frecuentes de los sicarios de las comunas, su uso es más eficaz para asumir una actitud desacralizadora, para producir mayor repulsión en los detractores de sus obras. Después de esta novela -gracias a la verosimilitud de su escritura- es muy probable que su autor no sea catalogado sólo como homosexual de costumbres depravadas, sino que, además, podrá ser declarado como sicario y, sin embargo, Fernando Vallejo, como su narrador, aparte de unos cuantos libros no tiene prontuario (Vallejo.1994: 42).

En La virgen de los sicarios Fernando Vallejo se concentra en los problemas que aquejan a Medellín, pero es evidente que a lo largo de su narrativa el menosprecio va dirigido a la raza humana, a sus actos y sentimientos, a la manera en que expresan sus deseos y a los argumentos que los motivan para ejecutarlos:

Mira Alexis, tú tienes una ventaja sobre mí y es que eres joven y yo ya me voy a morir, pero desgraciadamente para ti nunca vivirás la felicidad que yo he vivido. La felicidad no puede existir en este mundo tuyo de televisores y casetes y punkeros y rockeros y partidos de fútbol. Cuando la humanidad se sienta en sus culos ante un televisor a ver veintidós adultos infantiles dándole patadas a un balón no hay esperanzas. Dan grima, dan ganas de darle a la humanidad una patada en el culo y despeñarla por el rodadero de la eternidad, y que desocupen la tierra y no vuelvan más (Vallejo. 1994: 15).

La elección por la que ha optado Fernando en La virgen de los sicarios no se debe a que los sicarios encarnen los valores que él considera dignos de ser llevados a la práctica, sino porque entre las posibilidades que le presenta Medellín durante el periodo de tiempo recreado la opción que considera más legítima es la de amar a Alexis, el Ángel Exterminador, porque en él, a pesar de sus limitaciones, se concentran valores que dan fe de su autenticidad y de una actitud radical ante la vida.

En algunas ocasiones y en relación con algunas decisiones, Alexis puede llegar a ser «más extremoso» que el narrador:

Le pregunté si le gustaban las mujeres. «No», contestó con un «no» tan rotundo, tan inesperado que me dejó perplejo. Y era un «no» para siempre: para el presente, para el pasado y para el futuro y para toda la eternidad de Dios: ni se había acostado con ninguna ni se pensaba acostar. Alexis era imprevisible y me estaba resultando más extremoso que yo. Conque eso era pues lo que había detrás de esos ojos verdes, una pureza incontaminada de mujeres. Y la verdad más absoluta, sin atenuantes ni importarle un carajo lo que piense usted que es lo que sostengo yo. De eso era de lo que me había enamorado. De su verdad (Vallejo. 1994: 21).

Si se piensa en la situación actual del país, en los antecedentes de violencia y en la parcialidad con que se abordan los temas más conflictivos (la corrupción, la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico, los derechos humanos, etc.) a través de los medios de comunicación, por los políticos y por los «especialistas», es evidente que la actitud de Fernando Vallejo no se constituye apenas en el desahogo de un hombre que sufre y disfruta injuriando y escandalizando a los demás mientras recuerda episodios de su vida, sino que es necesario ir un poco más allá: «Esas despiadadas comprobaciones, esos sermones del ateísmo militante, estos asesinatos simbólicos del poder, fueron siempre el modo como las sociedades se quitaron de encima las mordazas del clericalismo y las camisas de fuerza de la moralidad hipócrita» (Ospina. 2000: 20).

La descripción del globo hecho con papel china deleznable en la primera página de La virgen de los sicarios no cumple sólo la función de evocar con nostalgia la infancia, es, además, el objeto ideal para contrastar la fervorosa religiosidad de los colombianos -especialmente de los antioqueños- con la sangre derramada por Jesús y por Colombia «por los siglos de los siglos amén»:

Cuando se llenan de humo y empiezan a jalar, los que los están elevando sueltan, soltamos, y el globo se va yendo, yendo al cielo con el corazón encendido, palpitando, como el Corazón de Jesús. ¿Saben quién es? Nosotros teníamos uno en la sala; en la sala de la casa de la calle del Perú de la ciudad de Medellín, capital de Antioquia; en la casa donde yo nací, en la sala entronizado o sea (por qué no se va a saber) bendecido un día por el cura. A él está consagrada mi patria. El es Jesús y se está señalando el pecho con el dedo, y con el pecho abierto el corazón sangrando: goticas de sangre rojo vivo, encendido, como la candileja del globo: es la sangre que derramará Colombia, ahora y siempre por los siglos de los siglos amén (Vallejo. 1994: 7-8).

En la virgen de los sicarios Fernando Vallejo se concentra en un sector marginado de Medelllín: los jóvenes sicarios de las comunas; el gran problema que aqueja a la comunidad -como ocurre en otros lugares marginales de Colombia- no es el aislamiento sino la violencia y el interés de quienes la constituyen por estar al día en relación con aspectos como la moda:

Le pedí que anotara, en una servilleta de papel, lo que esperaba de esta vida. Con su letra arrevesada y mi bolígrafo escribió: Que quería unos tenis marca Reebock, y unos jeans Paco Ravanne. Camisas Ocean Pacific y ropa interior Kelvin Klein. Una moto Honda, un jeep Mazda, un equipo de sonido láser y una nevera para la mamá: uno de esos refrigeradores enormes marca Whirpool que soltaban chorros de cubitos de hielo abriéndoles simplemente una llave (Vallejo. 1994. 107);

Los placeres o las aficiones como la música:

Alexis dijo que yo estaba loco. Que no se podía vivir sin música, y yo que sí, y que además eso no era música «romántica» (Vallejo. 1994: 20);

La televisión:

Se pasa ahora el día entero mi muchachito ante el televisor cambiando de canal a cada minuto… Impulsado por su vacío existencial agarra en el televisor cualquier cosa: telenovelas, partidos de fútbol, conjuntos de rock, una puta declarando, el presidente (Vallejo. 1994: 22-38);

El fútbol:

El muerto más importante lo borra el siguiente partido de fútbol… al día siguiente ¡goool! Los goles atruenan el cielo de Medellín y después tiran petardos o «papeletas» o «voladores» y uno no sabe si es de gusto o si son las mismas balas de anoche (Vallejo. 1994: 46).

Los gustos de los personajes se materializan o se ven frustrados en un contexto social y político corrupto e impune:

Con eso de que aquí, en este país de leyes y constituciones, democrático, no es culpable nadie hasta que no lo condenen, y no lo condenan si no lo juzgan, y no lo juzgan si no lo agarran, y si lo agarran lo sueltan… La ley de Colombia es la impunidad y nuestro primer delincuente impune es el presidente, que a estas horas debe andar parrandiándose el país (Vallejo. 1994: 22).

Una de las preocupaciones más evidentes de Fernando Vallejo como intelectual y como novelista es el aumento desmesurado de la pobreza, que se hace cada vez más preocupante debido a lo que él llama la «furia reproductora». En El desbarrancadero el narrador desprecia e insulta a su madre por el hecho de que ella se autoproclame heroína sólo por haber dedicado su vida a tener hijos y pensar que ellos deberían agradecérselo y servirla:

Herrmana de esta furia es la Loca que aquí tratamos, una mujer impredecible, mandona, irascible, que nos hijueputiaba… El gran secreto de las madres de Antioquia: paren al primer hijo, le limpian el culo, y lo entrenan para que les limpie el culo, al segundo, al tercero, al cuarto, al quinto, al decimosexto, que encargándose exclusivamente de la reproducción ellas paren. Así procedió la Loca y yo… terminé de niñera de mis veinte hermanos mientras la devota se entregaba en cuerpo y alma… a propagar su sacro molde… no se fuera a perder… Yo lavaba, planchaba, barría, trapeaba, ordenaba… y lo que yo lavaba, planchaba, barría, trapeaba y ordenaba la Loca lo ensuciaba, arrugaba, empolvaba, desordenaba…

-Fue la última vez, vieja hijueputa- le grité con la dulce y delicada palabra aprendida de ella.

Y fue porque cuando yo digo basta es basta.

Pero después me arrepentí de haberme rebajado tanto, hasta su bajeza (Vallejo. 2001).

En La virgen de lo sicarios esta diatriba también es frecuente -mucho más que en las novelas que constituyen El río del tiempo- debido a que los amantes de Fernando viven en las comunas y las madres de estos sicarios son tan prolíficas como la del narrador de El desabarrancadero.

Uno de las rasgos que mejor caracteriza a lo sicarios y a las personas con menos recursos económicos es la necesidad de aferrarse a la fe para, a través de ésta, hacer más llevadera la vida:

Un tropel entre un carrerío llenaba el pueblo. Era la peregrinación de los martes, devota, insulsa, mentirosa. Venían a pedir favores. ¿Por qué esta manía de pedir y pedir? Yo no soy de aquí. me avergüenzo de esta raza limosnera… Entre la multitud anodina de viejos y viejas busqué a los muchachos, los sicarios, y en efecto, pululaban (Vallejo.1994: 17).

Los pobres de Medellín se reproducen «como las ratas» en las comunas y luego bajan a arrasar la ciudad:

¡Pero miren qué hacinamiento! millón y medio en las comunas de Medellín, encaramados en las laderas de las montañas como las cabras, y reproduciéndose como las ratas. Después se vuelcan sobre el centro de la ciudad y Sabaneta… y por donde pasan arrasan. «Acaban hasta con el nido de la perra» como decía mi abuela (Vallejo. 1994: 60).

De la misma manera que los habitantes de las comunas reproducen la pobreza, se encargan de reproducir también la violencia:

Cada comuna está dividida en varios barrios, y cada barrio repartido en varias bandas: cinco, diez, quince muchachos que forman una jauría que por donde orina nadie pasa… perdiéndonos en el laberinto de los callejones y de los odios… los rencores y los ajustes de cuentas que se heredan de padres a hijos y se pasan de hermanos a hermanos como el sarampión… La lucha implacable es a muerte, esta guerra no deja heridos porque después se nos vuelven culebras. No señor (Vallejo. 1994: 67).

Fernando Vallejo considera que la violencia se ha acrecentado «por la rabia de la población. Por tanto carro, tanta gente, tanta rabia, que les va subiendo de grado en grado la temperatura a las ciudades» (Vallejo. 2002: 1). Propone dos alternativas para mejorar las condiciones de vida: «o nos ponemos a matar en bloque, más a conciencia, no de a veinte o treinta; o dejamos de reproducirnos. Porque ya no cabemos. Y cuando las ratas no caben porque están muy apretadas, unas con otras se matan (Vallejo. 2002: 1).

Bibliografía

Abad Faciolince, Héctor. Asuntos de un hidalgo disoluto. Bogotá: Alfaguara. 1994, 2000.

Bourdieu, Pierre. Las reglas del arte. Barcelona: Anagrama. 1997. Primera edición: París: Éditions du Seuil. 1992.

__________ Sociología y cultura. México: Grijalbo. 1990. Primera edición. Questions de sociologie. Paris: Editiones de Minuit. 1984. Introducción de Néstor García Canclini.

Ong, Walter. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México: Fondo de Cultura Económica. 1987.

Ortiz, Fernando. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 1978.

Ospina, William. «No quiero morir pero matan», En Número. 26. Sept – nov. 2000.

Pacheco, Carlos. La comarca oral. Caracas: La Casa de Bello. 1992.

Rama. Angel. Transculturación narrativa en América Latina. México: Siglo XXI. 1982.

Vallejo, Fernando. El desbarrancadero. Bogotá: Alfaguara. 2001.

___________ «Los difíciles caminos de la esperanza». Fotografías: retratos con bestia de Jorge Mario Múnera. En www.revistanumero.com. 2002

___________ La virgen de los sicarios. Bogotá: Alfaguara. 1994, 2002.

Notas:

[1] La distribución de los bienes materiales y culturales en realidad no es equitativa en ninguna parte y, mucho menos en las sociedades capitalistas: «El mercado de bienes simbólicos incluye, básicamente, tres modos de producción: burgués, medio y popular. Estos modos de producción cultural se diferencian por la composición de sus públicos (burgués/clases medias/populares), por la naturaleza de las obras producidas (obras de arte/bienes de consumo masivo) y por las ideologías político-esteticas que los expresan (aristocratismo esteticista/ascetismo y pretensión/pragmatismo funcional). Pero los tres sistemas coexisten dentro de la misma sociedad capitalista, porque ésta ha organizado la distribución (desigual) de todos los bienes materiales y simbólicos. Dicha unidad se manifiesta, entre otros hechos, en que los mismos bienes son, en muchos casos, consumidos por distintas clases sociales. La diferencia se establece entonces, más que en los bienes que cada clase apropia, en el modo de usarlos» (Néstor García Canclini, en la introducción a Sociología y cultura. Pierre Bourdieu. 1990: 22)

[2] «El amor homosexual ha sido un tópico difícil para la literatura hispanoamericana contemporánea, principalmente por la impericia de los autores al tratar el tema… La mayoría se conforma con un erotismo repetitivo y solemne, o bien una farse melodramática que, a estas alturas, ya ni siquiera nos hace sonreir.
Fernando Vallejo evita ambos escollos obrando con eminencia intelectual: su novela no es erótica sino tanática. Su campo de batalla es la mente, no la piel…
Por lo que atañe a las probables escenas de erotismo homosexual, éstas han sido suprimidas sistemáticamente, como si el narrador no quisiera que su presencia negara o atemperara la perspectiva de que el mundo… fue y será una porquería. De tal suerte, la homosexualidad aparece en La virgen de los sicarios como una actitud moral de los personajes. También como un recurso estilístico, un potente catalizador de la misantropía y el horror ante la capacidad de engendrar» (Herbert. 2001: 2).

[3] En fragmentos como este las palabras del narrador van dirigidas al lector extranjero como explicación o ilustración y al colombiano como reproche.

© Elsy Rosas Crespo 2003
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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