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El sacrilegio de Marx

22 Feb

Ayer escribí el post titulado Una casa para escribir y lo que leerán a continuación es un comentario. Lo he dicho varias veces y lo vuelvo a decir: otra de las tantas ventajas de escribir en un blog como este es el placer de leer comentarios como los que suele dejar Gustvo Vélez Arcila, es un lector atento y generoso.

Con ustedes, el comentario del día. Espero que les guste tanto como a mí:

Ese último párrafo o posdata me lleva a pensar en lo que son las cosas , en su significado ; yo estaba en el error de que las cosas en relación para con quien las posee reposaba en el la noción de lo necesario y lo contingente , exterior , como una simple apropiación por necesidad o capricho , pero Hégel las coloca en una relación del orden ontológico , como una extensión de nuestro ser (ése fue el sacrilegio de Marx , amputar esta extensión del ser de carne y hueso ) ; solo así llegué a explicarme la magia que encierra el hecho del regalo que recibimos o damos , en ésa cosa estamos nosotros , nos damos en esa representación ya no metafísica de nuestro ser ; también eso explica ese profundo dolor inenarrable , inefable ,cuando después de dejar un ser querido en la tumba de regreso entramos de nuevo en su cuarto ; nosotros , entes metafísicos no nos podemos regalar en sí mismos , pero sí nos hacemos ” presentes” en las cosas

Por: Gustvo Vélez Arcila

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El último párrafo o posdtada:

Tenía pensado vender esta casa, estaba pensando en una casa para la vejez, en un espacio bien pensado para pasar los últimos años de mi vida, sean dos o sean cuarenta y cuatro-, lo tenía decidido, pero cuando pienso que tengo que abandonar esta casa, la casa en la que he pasado los últimos once años de mi vida me duele empezar de nuevo. Esta casa es una casa cultivada, se ha ido llenando de mí, es como si fuera yo. Me da pesar que otras personas se apropien de ella y tal vez me sientan a mí sin saber que soy yo, sin saber que era la casa de la escritura y tal vez la quieran para convertirla en la casa del televisor, la lujuria y la violencia. Esta casa no se merece ese triste final, merece estar conmigo hasta el último día y luego ser clausurada. Que pueda ser vista sólo desde afuera, una casa mágica a la que es prohibido entrar porque es la casa de la escritura y si no está habitada por quien escribe pierde la esencia de su ser.

 

Historia de una casa

20 Sep

Vivo en esta casa desde hace diez años pero mi sueño era vivir en la misma casa durante toda la vida porque había leído a Flaubert y quería ser como él. Flaubert admiraba a unos habitantes apasionados que ocupaban la misma vivienda desde el nacimiento hasta la muerte, cuando el habitante moría quemaban la casa con todas las pertenencias del difunto, no se vendía ni se regalaba nada. Yo quería ser como esa gente y Flaubert también pero la vida se encargó de que no se hiciera realidad mi sueño. El único sueño que realicé fue el de quemar mi biblioteca personal tres veces cuando vivía en la primera casa, aquí no puedo soñar con eso porque no tengo terraza y además, como ya crecí y trabajo, tengo muchos libros y ahora no me estorban ni los miro con odio como en esa época de confusión. Ahora lo veo todo mucho más claro. A medida que pasa el tiempo compro más libros y voy con menos frecuencia a la biblioteca pública. Cosas de la edad, supongo. En esa época, cuando vivía en la otra casa, entre los quince y los treinta años, cuando era una joven furiosa y apasionada, tenía crisis como las de Baudelaire, que odiaba las bibliotecas personales por miedo a convertirse en un gran intelectual o en un comprador compulsivo de libros. A Baudelaire le gustaba leer en la biblioteca pública, a mí también. No sé si quemaba libros o si se los regalaba a sus mejores amigos pero a mí sí me encantaba hacer eso, me siento orgullosa de haber incendiado varias veces los libros que más quería.

Diez años han bastado para que ahora desee cambiar de vivienda de nuevo. Ahora sueño con un apartamento muy pequeño para concentrar mejor las ideas y para morir ahí, quiero crear el espacio perfecto para morir, una muerte a lo Rilke en un espacio digno de mi sensibilidad exacerbada. Quiero menos luz, madera, calidez, no quiero escaleras dentro de la vivienda, quiero vivir en una torre, como Montaigne y no quiero volver a vivir acompañada porque las mujeres que escriben son muy diferentes a los hombres que escriben. Los hombres necesitan la presencia de una mujer para darse valor y las mujeres necesitan estar absolutamente solas, como monjas enclaustradas, para concentrarse plenamente en la tarea. Lo más probable es que la pobre Virginia Woolf no deseaba una habitación propia sino una casa propia y por eso terminó llenando los bolsillos del abrigo de piedras y caminando hasta dejarse arrastrar por las olas del lago que quedaba cerca de su casa.

La fusión que quiero crear en la nueva vivienda es una mezcla explosiva entre los sueños realizados por tres grandes mujeres que amaban la soledad y que no eran unas pobres viejas brutas: Marguerite Duras (la borracha), Emily Dickinson (la mujer que hablaba con las hadas) y la Venerable Madre Sor María de Jesús de Ágreda (monja bilocada). No quiero ese nuevo espacio para beber como una puta depresiva, para contactar entes ni para aconsejar a ningún rey sino para escribir de forma diferente. Cuando llegué a esta casa dejé de ser la gran intelectual que escribía en la primera casa, esa casa era perfecta para escribir ensayos argumentativos de veinte páginas. En estos días he estado pensando en la gran intelectual que era yo en ese tiempo con una mesa gigante, apuntes pegados en las paredes y una gran fichero que se constituía en una Gran Memoria (en esa época no había internet, ni siquiera Word).

Restauración del orden

30 Jun

Nací ordenada, creo que el orden de los objetos es el orden de la mente y de manera instintiva asumo que cada cosa tiene su lugar en el mundo, en el mundo que es una casa. Pero también soy tolerante y sé adaptarme. Viví con Andrés durante tres años y aunque tiene muchas cualidades no es un hombre ordenado, más bien es un hombre muy desordenado. Desde hace cuatro meses volví a vivir sola y poco a poco he ido apropiándome de nuevo del espacio y la experiencia ha sido sorprendente.

La semana pasada le dije a mi hermana que el cerebro se crea una imagen del espacio cuando debe compartirlo con otros seres humanos y sin decirlo cada quien delimita ese espacio compartido, hay barreras invisibles en los espacios compartidos por los seres humanos, todavía no puedo explicarlo bien pero sé de qué se trata. Pensando en mi espacio compartido con una sola persona durante tres años pienso que el origen de la violencia en Colombia está relacionado con el espacio, con el hacinamiento en el que vive la mayoría de la gente, por eso viven siempre con la sensación de que desean escapar, su hogar es un espacio hostil.

1. La cama

Cuando dormía sola pensaba que lo mejor de la vida era dormir sola y cuando compartía la cama con Andrés también lo pensaba, el cerebro se adaptó a las circunstancias espaciales para dormir y entonces comprendí la frase que dice que el humano es un animal de costumbres. En tres años me acostumbré a dormir acompañada pero había dormido sola durante cuarenta y dos años antes y mi cerebro lo sabía, lo recordaba y le gustaba, pero mientras viví con Andrés nunca apareció este recuerdo con nostalgia. El cerebro me hacía trampa porque el cerebro es la principal arma de supervivencia de la máquina de movimiento llamada ser humano. Mi cerebro está programado para asimilar todas las experiencias de forma positiva y por eso siempre siento que estoy pasando por el mejor momento de mi vida. Es una bella ilusión creada por mí misma y gracias a la escritura la hago ver todavía más bella de lo que pueda llegar a ser.

Cuando volví a dormir sola comprendí que durmiendo acompañada me sentía como una animalito acorralado e indefenso que debía aprender a compartir su espacio y aprendí. Nunca tuve dificultades para dormir acompañada, pero a medida que va transcurriendo el tiempo el animalito de costumbres que soy está repitiéndose de nuevo que es mejor dormir sola que acompañada. Sí, soy egoísta, sibarita, independiente y sé adaptarme a las situaciones, soy una buena máquina de supervivencia, un buen robot de carne.

2. La silla

Compré una silla para sentarme a leer, a pensar, a descansar, a tomar la siesta y a ver películas. Le pedí a quien me asesoraba que me diera exactamente eso: una silla para la reina. Esa silla debe tener unos cinco años, es decir, que cuando Andrés se vino a vivir aquí la silla estaba disponible para los dos. Pero poco a poco, sin decirlo, sin saber por qué, él se fue apropiando de la silla porque le fascina ver televisión y mi silla terminó siendo la silla del pc. Por una parte me acostumbré a ver televisión desde la silla del pc (y a estar todo el día conectada a internet, a leer libros y ver películas desde esa misma silla)  y por otra parte la silla de la reina se convirtió en la silla del rey. Nunca hablamos de la silla, nos sentíamos bien, muy bien, fueron tres años maravillosos de convivencia, pero me costó más de dos meses recuperar con timidez esa silla. Igual que con la cama me fui acomodando de nuevo en la silla, no volví a ver televisión y ahora leo más en la silla, duermo más en la silla y volví a ver tres películas diarias desde la silla, que es uno de los grandes placeres de mi vida, lo que he hecho durante tantas tardes a lo largo de mi dulce existencia.

3. La cocina

La cocina no tuve que recuperarla, la cocina tuve que abandonarla. Con Andrés me acostumbré a ser tolerante y comía un poco más, mucho más de lo que como cuando vivo sola. Puedo pasar casi un día entero sin comer y no me enfermo, me gusta comer sólo cuando tengo hambre y casi nunca tengo hambre porque como libros y películas. El primer gran placer que gocé de mi rescatada soledad fue el placer de no comer tanto y de no cocinar. No me gusta cocinar, me gusta desayunar y almorzar sola en restaurante, lo he hecho durante mucho tiempo y lo disfruto como cuando un perro come concentrado.

4. La casa

Vivo en esta casa desde hace diez años y creo que las casas tienen vida. sólo he vivido aquí y en la casa paterna, que luego se convirtió en mi casa porque mis adorados padres y mis hermanos menores se fueron a vivir en una casa nueva y por eso empecé a gozar los placeres de la soledad muy joven, desde los 19, desde 1989. Era una casa inmensa, me hubiera encantado vivir allá durante toda la vida, pero no se pudo, mi mamá me presionó para que tuviera mi propia casa y creo que hizo bien, es placentero vivir en la casa fruto del trabajo propio, no en la casa fruto del trabajo ajeno (de los padres).

¿Qué pienso de la soledad y de la convivencia ahora que han pasado cuatro meses?

Pienso que la convivencia mata la pasión, la cita, la sorpresa y en alguna medida el amor. Mi hermana tiene razón, uno termina viendo al novio como al hermano. Y esa no era la idea, ya tengo hermanos, no necesitaba un hermano más.

¿Valdría la pena volver a vivir con alguien?

Probablemente, pero no después de un noviazgo de siete años porque ya no tengo vida para placeres tan sublimes.

¿Volvería a tener un novio trece años menor?

No y mucho menos para una relación de diez años; ahora me siento como una vieja verde.

¿Le da miedo vivir sola?

No, vivir sola es mi proyecto de vida. La convivencia me sirvió para entender que toda la gente miente sobre la felicidad de la vida en pareja, son más felices los solteros que los casados. Ahora pienso que muchas personas casadas o en convivencia tienen amantes para olvidarse de los aburridor que puede ser llegar a la casa a hacer oficio con el ser amado, a pasar un fin de semana sin la emoción del encuentro porque hemos pasado toda la semana juntos y de tanto vernos ya no parecemos enamorados sino acostumbrados.

El error de mi hermana

4 Feb

Mi hermana y yo vivimos toda la infancia en la misma casa, una casa a la antigua en Bogotá: cuatrocientos metros cuadrados para jugar. Casa con dos patios, tejado, barandas, celosías y una terraza inmensa. En esa casa jugamos todo tipo de juegos, mi papá la construyó a prueba de niños juguetones. Mi hermana se casó, compró un lote con su esposo, construyeron su casa cuando empezaban a escasear los lotes en Bogotá, una casa con una sala inmensa, patio trasero y vecinos; los dos niños tenían amigos en la cuadra para crecer, para jugar, dos niños necesitan más hermanos, pero como no pueden tener más hermanos deben tener amigos vecinos.

Como en Bogotá se ha puesto de moda vivir en conjuntos cerrados organizados por torres y con estrato, ella decidió tomar la peor decisión de su vida: arrendó la casa grande de barrio y la cambió por su apartamento grande, que no será nunca comparable a la grandeza de una casa hecha a la medida y según los gustos de quien la construye. Un apartamento en la torre 3 13-03, estrato cuatro.

Ayer tuvimos un gran encuentro familiar en la casa de mis papás y mis hermanos menores, una casa grande, no tan grande como la casa en la que viví desde que nací hasta los 34, cuando decidí pasarme a mi propia casa, una casa sin patio ni terraza; en Bogotá no construyen casas bonitas para una persona sola, si la casa es grande tiene cuatro habitaciones y cinco baños, son espacios grandes para hacinar gente. Mientras los adultos estábamos en la sala, los niños estaban en la terraza jugando, compitiendo, los niños de mi hermana no se pueden comparar en sus destrezas físicas con los niños que viven en la casa en la que viví cuando era niña. Los sobrinos superdotados, los de mi hermana, se acostumbraron a su apartamento con la supervista y no salen de ahí, creo que mi hermana le robó a su niño de ocho años el placer de vivir en una casa grande en un barrio cualquiera, sólo por el placer de responder ante la típica pregunta bogotana: ¿Dónde vives?

A veces lamento que Bogotá se esté «desarrollando», la familia se está desintegrando, la gente está cada día más hacinada y algunos se siguen reproduciendo al mismo ritmo de hace veinte años. Yo rompí el esquema de mis hermanos mayores al decidir no casarme ni tener hijos, mis hermanos menores parece que van a seguir mi ejemplo, el de 29 ya está pagando su apartamento para empezar a vivir solo dentro de seis meses. La soledad no es para todos, es una elección, sería horrible que terminara convertida en lo normal, lo natural. Eso tampoco me gusta.

 

ImagenBogot