Entonces me dio un brinco el corazón; y paró; y brincó de nuevo; y noté ese extraño sabor amargo en la garganta; y sentí el pulso brincar en la cabeza y latir, latir, cada vez más rápido, más salvaje. Me voy a desmayar, dije, y resbalé silla abajo sobre la hierba. Inconsciente no lo estaba, eso no. Estaba viva; pero poseída por esa batalla en mi cabeza: galope, martilleo. Pensé: algo va a estallarme en el cerebro si esto continúa. Poco a poco se fue amortiguando. Conseguí levantarme, y tambaleándome -con qué infitina dificultad y con qué susto- poquito a poco -qué interminable me pareció-, fui hasta la casa; y alcancé mi habitación y me desplomé en la cama. Luego dolor, como de parto; y luego eso también se desvaneció poco a poco; y quedé velando, como una lamparilla, como una madre solícita, los pedazos, rotos y resquebrajados de mi cuerpo. Una experiencia muy intensa y muy desagradable.
Virginia Woolf. Miércoles, 17 de agosto de 1932.
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