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Todos los estados emocionales se conservan en el cerebro

30 Ene

Este semestre tengo más tiempo libre que durante los veintiséis semestres de los últimos trece años, sin contar con que entre una universidad y otra hay un mes de distancia entre el comienzo y el final.

Durante mucho tiempo -los últimos trece años- he trabajado más o menos con la misma regularidad y siempre he tenido tiempo libre, pero nunca el suficiente para no sentir la diferencia entre «vacaciones» y reingreso a la vida laboral.

Mi vida precisa de ciclos porque a eso la he acostumbrado y le gusta: 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso  – 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso – 16 semanas de trabajo – 8 semanas de descanso….

Este semestre es la excepción. Mi cerebro asume que tengo mucho tiempo libre y me ha llevado a experimentar la sensación de cuando no estudiaba ni trabajada, cuando tenía 19 años y ante los ojos del mundo cumplía todos los requisitos para ser llamada La fracasada.

Caminar ha dejado de ser el placer supremo porque puedo hacerlo casi todos los días de la semana. El descanso ha dejado de tener sentido porque ningún día es agotador.

La semana pasada me desperté en medio de la noche con una preocupación similar a la que me embargaba hace veinticinco años. Pensé en amas de casa, pensionados, enfermos, desempleados, vagos, indigentes…. en todos los desesperados del mundo que sufren con los excesos del tiempo libre.

Pensé también en los adictos a las drogas y al alcohol, en las prostitutas y los homosexuales, en los ladrones y en los pacientes que precisan psicólogo, psiquiatra y tratamiento para poder sobrellevar la vida, en toda la gente que vive la existencia como un peso insoportable o en quienes descubren que un comportamiento específico afecta su vida actual y desean de todo corazón que aquello que les hace daño y los mortifica salga de su vida para, por fin, descansar. El descanso de antes de la muerte.

Una señora despierta en medio de la noche pensando en el aburrimiento es poético pero no muy divertido.

Sufrir pensando en el borracho que vuelve a beber porque está muy aburrido, pero ante el primer sorbo vuelve a sufrir toda la miseria que le da contexto a la sensación. No puedo ni siquiera imaginar la sensación de la puta, el adicto a la heroína, el loco que sabe que su cerebro ha decidido, por exceso o por ausencia, ponerlo de nuevo ante el panorama más desolador: el de la recaída, la voz superior que le dice a la víctima que es imposible tener control absoluto sobre nada.

La sociedad del ocio es una apariencia que encubre cierto tipo de la producción-consumo

17 Oct

La sociedad del ocio es una apariencia que encubre cierto tipo de la producción-consumo del espacio-tiempo social. Cuando el trabajo productivo propiamente dicho se reduce, el ejército de reserva de la vida industrial es empleado en el consumo. Todo el mundo es sucesivamente obrero y materia prima en la industria de las vacaciones, del ocio, del espectáculo.  El trabajo existente es el alfa y el omega de la vida existente. La organización del consumo más la organización del ocio debe equilibrar exactamente la organización del trabajo. El «tiempo libre» es una irónica medida en el transcurso de un tiempo prefabricado, rigurosamente hablando, este trabajo no podrá ofrecer más que este tiempo libre, tanto para la élite ociosa -que de hecho cada día se vuelve más semi-ociosa- como para las masas que sólo acceden a un tiempo libre momentáneo.

Cuestionario. En Textos situacionistas. Crítica de la vida cotidiana.

El descanso eterno

18 Ago

Nací en 1970 pero empecé a tener conciencia de mí misma en 1975, cuando me obligaron a madrugar por primera vez para ir a estudiar. Recuerdo ese primer día como uno de los días más tristes de mi vida. 

En el colegio me encontré con adultos falsos y niños estúpidos, ese día -mi primer día de clase- supe que no me gustaba estudiar y que tampoco me gustaba madrugar.

Durante la infancia y la adolescencia sufrí mucho con mi educación, a los quince años decidí renunciar a esa mentira, supe que me gustaba descansar sin pausa y a eso consagré el resto de mi vida, a ver pasar las horas sin hacer nada por mi futuro. Sólo pensaba en el placer, en mi propio placer, en el gusto de no hacer nada. Sospechaba que la aristocracia de nuestro tiempo consiste en hacerse cargo de las horas. ¡Que trabajen los esclavos, yo nací para descansar! Estaba segura de que tenía razón, los equivocados eran los demás, aquellos adultos tontos que creen en el éxito y en las realizaciones personales relacionadas con el dinero, los amigos y los viajes de placer o de negocios.

Cuando todavía era niña de uniforme me gustaba elevar globos, pasé muchas horas de mi vida elevando cometas grandes y globos pequeños desde la terraza de mi casa. Nunca fue tiempo perdido ver cómo algo que está al alcance de mi mano se va y luego -después de varias horas- vuelve a mis manos y lo vuelvo a soltar cada día y vuelve a regresar. Hay globos y cometas que se van y nunca regresan. Esa sensación me gustaba mucho, bajar de la terraza con las manos vacías y la cara azulada -porque mi hora favorita para elevar cometas era antes de que oscureciera y a esa hora hace mucho frío en Bogotá. Era una emoción indescriptible ver cómo mi globo se desplazaba tanto que ya no lo veía convertido ni siquiera en un punto. Elevando globos y cometas se pasan muchas ideas por la mente, la que más me gustaba era la de eternidad. Elevé globos y cometas durante varios años, lo hacía para olvidarme de tantas horas perdidas en un salón de clase. Elevando globos desarrollé el arte de la paciencia. 

Cuando me aburrí de los globos me consagré al tejido pero tengo mejores recuerdos de las horas perdidas, malgastadas a conciencia, con los globos que con las lanas y con las agujas, son placeres diferentes. Las ideas que se pasan por la mente no son las mismas pero sospecho que se piensa de forma más concentrada tejiendo que elevando cometas, aunque en las dos actividades la vista nos lleve por caminos diferentes.

La lectura la descubrí estudiando y cuando descubrí la lectura supe también que los libros se encontraban en las bibliotecas y dejé los globos, las cometas y el tejido y me dediqué a leer. Mis libros favoritos eran los de filosofía, quería saber cuál es la mejor manera de vivir y leyendo esos libros supe que mi forma de vivir era la mejor de todas y que lo había descubierto viviendo, sin necesidad de leer ningún libro. Perder las horas leyendo es un placer que todavía disfruto, pero como soy generosa quiero compartir lo que leo con otras personas y hablando de libros descubrí que me gustaba ser profesora  y fui profesora desde muy joven, cuando todavía era una niña y algunos de los estudiantes podían ser todavía más niños que yo pero me miraban con respeto y reverencia.

Ser profesora es otra forma de descansar, escribir es otra forma de descansar. Lo que escribo en este blog se me pasa por la mente casi siempre mientras camino, porque también me gusta caminar y caminar es una experiencia tan gratificante como elevar cometas, tejer bufandas y saquitos, lavar ropa a mano, barrer la casa o leer.