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¿Freud tenía razón? ¿busco a mi papá de forma inconsciente en hombres desconocidos?

1 Dic

Ayer quedé asombrada cuando le describí a Andrés los hombres que me gustan mucho aunque no termine acostándome con ellos.

Son hombres mayores que yo, trabajadores incansables, casados con una sola mujer o solteros; proveedores no sólo de su familia nuclear sino almas nobles que trabajan para ayudar económicamente a personas con las que no tienen vínculos familiares o con familiares lejanos. Hombres que gozan dando por el simple placer de dar y admirables porque tienen dinero, poder o premios y los han conseguido por méritos propios, porque se han esforzado trabajando, porque han tenido suerte o porque son inteligentes y talentosos. Hombres que necesitan ser admirados por alguien como yo.

Físicamente no tienen nada que ver con los hombres que me gustan para disfrutar placeres no precisamente espirituales. Los hombres con los que termino involucrada sexualmente son altos, de piernas largas, manos grandes y apasionados por el descanso como yo, gozadores de la vida como no lo será nunca mi papá ni esos hombres a los que tanto admiro y terminan agotándome porque son muy estrictos o muy exigentes con ellos mismos y conmigo, con mi espíritu infantil y poco apegado a los bienes materiales, a la realización de grandes sueños relacionados con fama, poder o riqueza.

Mi papá es serio, tímido, irónico, amargado, trabajador incansable, madrugador, entregado a su esposa, a sus hijos, a sus nietos, feliz compartiendo el fruto de su trabajo con los demás, especialmente con los miembros de su familia.

Los dos hombres a los que me referiré a continuación son un poco como él, hombres masculinos que seguramente me inspiran confianza y me dan seguridad como me la dio durante tantos años mi adorado papá. Ese dato es para mí una revelación, sospecho que no volveré a entusiasmarme como una loca cuando vuelva a conocer a un hombre que me haga pensar de manera inconsciente en mi papá. No sé si he perdido o ganado con semejante descubrimiento. Sospecho que he perdido. Se acabaron mis amores imposibles.

¿Cuando me fijo en esos hombres, me ilusiono y hasta fantaseo un amor con ellos estoy buscando de manera inconsciente  el amor de mi papá? ¿son amores incestuosos aunque no nos toquemos ni una mano?

Anoche descubrí que es un patrón de acción fijo en mi cerebro: cuando descubro en un hombre cualidades de mi papá me entusiasmo y lo empiezo a querer. Si me habla de su esposa y de sus hijos con respeto y admiración me gusta. Si me habla de sus triunfos como profesional me gusta. Si le gusta el dinero y me explica cómo lo consiguió me gusta. Si me muestra objetos fetiche que lo entusiasman me gusta.

Objetos fetiche que activaron el patrón de acción fijo en mi cerebro:

1) Un teléfono móvil en 1989 que nunca timbró porque casi nadie tenía un teléfono móvil en Bogotá en 1989. Ese teléfono tan grande no timbró nunca dentro del Chevrolet modelo 37 en el que me transportaba como una reina de otro siglo por las calles de Bogotá. El conductor era un viejo de 44 años de ojos azules y  risa burlona y yo era una niña de 19 fascinada con esos juguetes. El viejo no era un juguete para mí, a él lo trataba con respeto y reverencia, como a un padre. En muchas ocasiones él iba adelante y yo atrás y le pedía que me tratara como si fuera mi chofer. Ese hombre es el que más me alimentó y con el que más he disfrutado de ese placer, como cuando era niña y mi papá joven llegaba con golosinas para los niños mimados. Ese viejo es veinticinco años mayor que yo, si está vivo tiene la edad de mi papá, puesto que mi papá me tuvo a mí de veinticinco años.

2) Un profesor muy serio y muy arrogante, premio nacional de poesía y de crítica literaria. El fetiche es él mismo, su seriedad, su timidez, su erudición, su sensibilidad, su vida privada compartida conmigo porque siempre estoy dispuesta a oír a un viejo contando la historia de sus amores y sus desdichas; su entrega a sus tres hijos contemporáneos míos. Es un padre soltero, su esposa lo abandonó en Estados Unidos mientras ella estudiaba y él cuidaba a los niños; ella conoció a otro hombre, se enamoró y se fue. El profesor tiene una biblioteca inmensa que está dispuesto a compartir conmigo. Doble fetiche. Una locura total. También es veinticinco años mayor y por él terminé haciendo una maestría en literatura. Dejamos de vernos porque peleábamos mucho. El quería que yo admirara a Ricardo Cano Gaviria y despreciara a Fernando Vallejo y yo le daba mis razones para tomar la decisión contraria. Ahora él me dará la razón desde la distancia. ¿todavía me recordará mi profesor de literatura devenido en papá regañón y exigente?

Tu teléfono no es inteligente

17 Ago

Tú teléfono no es inteligente

De la misma manera que no es inteligente tu lavadora

Ni tu licuadora.

¡Piénsalo!

Compraste un teléfono inteligente porque te seduce la idea de que la inteligencia de tu teléfono se transfiera algún día a tu cerebro pero tú y yo sabemos que hay momentos en los cuales te sientes un completo imbécil -un idiota entre millones de idiotas-  incluso más imbécil que cuando no tenías un teléfono inteligente.

¿Estás seguro de que tu teléfono merece ser nombrado como teléfono inteligente?

¿No te parece más sofisticada la inteligencia de tu lavadora?

¡Mira a tu alrededor!

¿El rostro de las personas que pasan la vida mirando su teléfono y riendo solos como si fueran idiotas resplandece más que el del idiota promedio?

¡No!

Son tontos de otra manera, de una manera mucho más visible para la gente común (para quienes no tenemos un teléfono inteligente).

***

El poder de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes está sobredimensionado. Tú lo sabes, yo lo sé, todos lo saben…

Pero -confiésalo- tienes miedo de parecer tonto al decirlo porque todos dicen que las redes sociales y los teléfonos inteligentes son lo mejor de lo mejor y tú no puedes contradecirte: tienes cuenta en Twitter, en Facebook y un teléfono inteligente para contemplar cuán famoso e influyente eres en esas redes tan prestigiosas.

¡Estás dispuesto a cambiar el mundo desde tu teléfono!

***

Sueñas con llegar a ser más inteligente gracias a tu teléfono. Exitoso y popular gracias al uso de la tecnología -y no de cualquier tecnología sino de la tecnología inteligente-. Estás convencido de que la  tecnología inteligente hace más inteligentes a los usuarios de esa tecnología;  el dinero y las ideas brillantes aparecerán sin que las busques porque tienes las herramientas necesarias para que el milagro se materialice.

¡Sí!

¡Así de sencillo!

¡Esa es la estrategia de marketing!

¡Tu religión!

***

¡No me digas que no lo sabías!

¡Se supone que eres inteligente como tu teléfono!

¡En realidad eres un tonto!

***

El inteligente, el genio,  es ese ser -hombre o mujer- que un día dijo:

«Hagamos sentir inteligente a un tonto y venderemos muchos teléfonos».

Tú formas parte de esa clientela.

¡Mis más sinceros sentimientos de compasión y de pesar hacía ti!

¡Sigue intentando!

No hay contexto para ser serio y riguroso

3 Mar

A medida que transcurre el tiempo tengo más asesores de imagen,  personas emocionadas ante mi presencia que imploran un poco de seriedad, más erudición, menos frases agresivas y -en la medida de mis posibilidades- la supresión de palabras tipo imbécil o idiota promedio para referirme a mi prójimo porque no vale la pena, no sirve para nada y además: ¿qué necesidad tengo de insultar?, ¿quién me confiere el derecho a decir qué es bueno y qué es malo, quién es tonto y quién no lo es?

Me piden a gritos que escriba lo que quiere leer  mi público: lectores que  confían en mí porque soy grande, inteligente, erudita y tengo mucho que decir de maneras distintas. Yo hago lo posible, soy una mansa paloma, pero escribir es otra cosa y además vivo con la sensación de que hace más de diez años dije  lo que tenía que decir  con la rigurosidad intelectual que me caracterizaba, cuando todavía creía que valía la pena tomarse en serio el papel de escritora de ensayos, cuando jugaba a ser crítica literaria.

No vale la pena volver a decir lo mismo de cien formas distintas. Sin contar con que  vivimos otros tiempos. A quién le interesa ser  un gran intelectual en tiempos de velocidad extrema,  internet móvil, diseño computarizado de sonrisa, asteroides rondando la Tierra, renuncia de papas, mujeres con apariencia de muñecas inflables que caminan por la calle y miran con  desprecio a las mujeres asquerosamente naturales, niños de siete años que sueñan con ser estrella de televisión por el simple placer de ser asediados en la calle por sus fans, niñas de seis años y ancianas de setenta en actitud de señorita que sale al centro comercial a buscar el amor con prendas más ceñidas de lo esperado.

Y con Twitter para enterarnos de lo que ocurre en el mundo en tiempo real  con amplios despliegues de humor negro e ironía mientras se narra el último terremoto o la última masacre. Twitter para gozar  el placer morboso que nos inspiran las latas retorcidas del último avión que cayó o la imagen de la  muerte trágica de la figura pública en decadencia. Pensamos que nosotros no somos tan tontos como las tontas figuras públicas y creamos muchos tuits sobre la tontería que no nos permite respirar, que nos asfixia de tanta risa como nos produce pensar en la tontería propia y en la tontería ajena. Como en el amor, con Twitter, hemos aprendido a ser tontos juntos a costa de tanta tontería deliberada.

No hay contexto para ser serio y riguroso y tampoco hay literatura digna de mis modelos de análisis. Me eduqué con Séneca, Pascal y Bourdieu. Lo siento, es demasiado tarde para mí.