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Un comentario que vale la pena discutir

8 Dic

Mi ultimo post es una reseña sobre Chicas cerdas machistas. La lucha feminista como idealismo en el siglo XXI. Virginia Mayer y Catalina Ruiz-Navarro son dos de sus traductoras.

Un amable lector dejó este comentario y me gustaría saber qué opinan:

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Me gustaría plantearle un pequeño ejercicio mental.

Dentro de doscientos años sus textos son de un gran interés académico, pero parte de su trabajo resulta incomprensible para los lectores. No creo que sea algo difícil; algunos de los artículos de su blog poseen un interesante toque de genialidad, pero otros giran en torno a asuntos realmente insignificantes, y puede que dentro de pocos años realmente nada quede de ellos. Como por ejemplo este libro. Es impresionante ver que ímpetu quiere aplastar lo que ya está aplastado, tratando de sacar del barro un montón de objetos sin importancia: tuiteros, libros, textos, columnas, gestos efímeros de nuestras minúsculas estrellas de internet, o de la farándula criolla; de está, al fin y al cabo, vacía cotidianidad. Creo que es un gran esfuerzo, pero en definitiva, es un esfuerzo chocante. Así que ese confuso lector futuro que no conoce a ninguna de las autoras de esta traducción terminará buscando el texto para enterarse de lo que usted está hablando. Y puede que tenga la mala suerte de encontrarlo ¿no se siente culpable? Sé que reniega de la posteridad, pero sus actos dicen lo contrario.

El maletín del maestro

7 Mar

El cielo es azul, la tierra blanca no es el título original de la novela de Hiromi Kawakami sino uno de los tantos versos que Harutsana Matsumoto obliga a leer, escribe o lee en voz alta para Tsukiko, es una referencia literaria entre otras y no precisamente la más importante, el título original de la obra es Sensei no kaban, algo como El maletín del maestro. Cuando el maestro muere hereda el maletín a Tsukiko, un maletín vacío que abandonó sólo dos o tres veces a lo largo de la historia.

La historia gira alrededor del profesor de japonés que siempre está muy bien vestido, camina erguido y  nunca abandona su maletín. Un hombre mayor que disfruta comiendo, bebiendo y caminando con una mujer joven (cercana a los cuarenta años) que fue su pupila en el instituto. Tsukiko no fue la más destacada de la clase, no recuerda ni siquiera el nombre de su profesor, por eso decide nombrarlo y pensarlo siempre como maestro, incluso cuando recordó cuál era su nombre. Cuando el profesor murió ella lloró mientras su hijo pronunciaba el nombre de su padre porque lo sentía lejano, porque para ella siempre fue el maestro. A lo largo de la novela llora, sonríe o suspira varias veces mientras piensa, pronuncia y grita la palabra maestro.

Un hombre y una mujer se reúnen casi siempre en el mismo sitio a comer, a beber, a ver partidos de béisbol, a observar a otras personas, a conversar sobre temas simples, los dos se sienten muy bien uno al lado del otro, desean encontrarse por casualidad, lo buscan. Cuando lo logran fingen que se trató de un encuentro casual, conversan tensos, se despiden con sequedad y cada uno se va para su casa; mientras caminan saborean la sensación que les deja la presencia del otro y no pasa nada más. En algunas ocasiones beben más de la cuenta, él abre la puerta de su casa y ella duerme cerca de él, no con él, y la sensación es desagradable, contradictoria, triste. Ella se acerca cada día más a ese hombre que no expresa emociones a través de  actos ni de  palabras porque él se define como un hombre obtuso y seguramente lo es, siente mucho pero expresa poco, casi nada.

Quien escribe y narra es una mujer, nada podemos saber de las sensaciones del hombre, pero las podemos adivinar. Ella lamenta ilusionarse y enamorarse de un hombre que parece tan dueño de sí mismo siempre, tan controlado, tan intelectual. Al final, después de muchas situaciones incómodas, después de avanzar lentamente en las aproximaciones físicas: caricias en el pelo, cogidas del brazo, abrazos tímidos, deciden tener una relación formal tras una incómoda declaración de amor. Empiezan las citas, los paseos, las llamadas, pero la tensión no desaparece nunca. Es amor pero ese amor está mediado por el respeto y la necesidad de parte del hombre de controlar siempre la situación, de estar seguro siempre de sostenerse sobre terreno firme. Ella desea a este hombre porque no está obsesionado con la posesión física o la expresión total del afecto, es amor y deseo contenido, pura sensación y es eso lo que la entusiasma, la imposibilidad de expresarse y de vivir la plenitud del discurso amoroso y el desenfreno del encuentro erótico.

Este tipo de amores están cerca de lo que en la cultura occidental se llama el amor cortés, es un amor imaginario, un deseo que no aspira a materializarse para no terminar condenado al hastío de la carne y la acrobacia de los cuerpos. Un libro hermoso para lectores soñadores y tímidos que disfrutan con este tipo de pasiones que no se satisfacen con la realización de los actos sino con el deseo y los sueños, estos amores son amores de fantasía.

La casa de las bellas durmientes o, bien, la tristeza de la sexualidad masculina

20 Feb

Vargas Llosa y García Márquez están convencidos de que probablemente La casa de las bellas durmientes  es la mejor obra de Yasunari Kawabata y un lector dócil dirá sin dudarlo: sí, claro, tiene que ser cierto, puesto que lo dicen dos grandes lectores que además son premio nobel de literatura.

Yo no necesito decir que es una gran obra porque lo dicen «los grandes» sino porque lo sé. Cuando la leí la primera vez -es un libro hermoso que se lee en una tarde- quedé maravillada con la historia, es una historia única, no sé si parte de hechos reales, si en Japón existen este tipo de diversiones para abuelos tristes, pero está tan bien narrada que de ser cierto que los ancianos sufren con este tipo de placeres, lo más probable es que la experiencia de los contempladores de hermosas mujeres vírgenes dormidas y complacientes no es tan hermosa y tan triste como se le presenta al lector a través de las palabras. Aquí la ficción tiene que superar la realidad.

Y por eso es gran literatura, porque no es una colección de chismes estúpidos -como los que estamos acostumbrados a leer en la infamia llamada Literatura Colombiana- sino que es la sucesión de frases perfectamente enlazadas que nos cortan el aliento porque se ven muy bien una después de la otra. Esa historia es el tipo de historia que nunca se olvida aunque hayamos leído muchos libros. Las mujeres dormidas y los recuerdos de los hombres mientras las contemplan nos hacen sentir como si estuviéramos ahí, con ellos, con esos pobres ancianos conscientes de su decadencia, humillados ante la belleza desnuda de niñas dormidas que provocan en ellos sentimientos y sensaciones relacionados con su sexualidad, con la idea que tienen de las mujeres y de los recuerdos que de ellas conservan. Es, por sobre todas las cosas, un encuentro -que se convierte en vicio- con su propia miseria, con el deseo de morir mientras duermen al lado de esas jóvenes que no saben quién es el abuelo de turno que las contempla, las desea y no las puede complacer porque están más cerca de la muerte que de la vida.

La obra original no tiene nada que ver con la traducción en español. La idea que tenemos de Japón, de los rituales de té, de la sensualidad de las mujeres japonesas, de la forma en que los hombres conciben la vida, el amor, la sexualidad y la mujer nos es casi totalmente ajena, pero es seguro que cualquier lector con una pizca de sensibilidad queda hechizado ante las imágenes que pasan por la mente de los viejos tristes que contemplan y yo como mujer siento pena por los hombres -por todos los hombres- mientras leo este libro porque sospecho que esas sensaciones ante el cuerpo y la sexualidad de las mujeres es universal mientras que las mujeres no nos desvivimos por el cuerpo ni por el placer de los hombres porque sus armas de seducción son menos contundentes que las nuestras y porque la experiencia sexual puede tener varios sentidos para las mujeres mientras que para los hombres el sexo es el sexo y el cuerpo de la mujer parece perturbarlos en demasía y, como lo dice el autor, estas sensaciones no tienen que ver necesariamente con las formas, los movimientos y la edad de la mujer, con su bondad, su inteligencia o su alegría sino que cada mujer es la misma mujer y cada una lo perturba de forma diferente.