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Raymond Chandler en la entrega de los premios

4 Feb

Si usted puede pasar frente a las caras horriblemente idiotas en las gradas afuera del salón sin un sentimiento de colapso de la inteligencia humana; si puede soportar la tempestad de flashes estallando ante los pobres pacientes actores que, como reyes y reinas, nunca tienen derecho a lucir su aburrimiento; si puede echar una mirada a esta asamblea de lo que se supone que es la élite de Hollywood y decirse, sin un sentimiento de angustia: «en estas manos están los destinos del único arte original que ha concebido el mundo moderno»; si puede reírse, y probablemente lo hará, de los chistes de los presentadores en el escenario, chistes que no fueron los bastante buenos para usar en sus programas de radio; si puede soportar el falso sentimentalismo y los lugares comunes de los funcionarios y la afectada dicción de las reinas del glamour (debería oírlas después de cuatro martinis); si puede hacer todo eso con elegancia y placer, y no sentir una oleada de horror salvaje y desamparado ante la idea de que la mayoría de estas personas realmente se toman sus vulgares actuaciones en serio; y si después puede salir a la noche a ver a la mitad de la fuerza policial de Los Ángeles reunida para proteger a los seres dorados de la plebe en los asientos gratuitos, aunque no puedan protegerlos de ese espantoso gemido que produce su aparición, como el destino silbando a través de una caracola vacía; si pueden hacer todo eso y seguir pensando a la mañana siguiente que el negocio del cine merece la atención de una sola mente inteligente y artística, entonces es seguro que usted pertenece al negocio del cine.

El simple arte de escribir. Raymond Chandler. Cartas y ensayos escogidos. España:

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Sobre la felicidad

4 Feb

La grandeza del alma no se ve tanto en elevarse como en saber ordenarse y circunscribirse.

Grande es todo lo que es suficiente, y más elevación hay en amar las cosas medias que las eminentes.

La más fiera de nuestras enfermedades es despreciar nuestro ser.

No existe nada tan lícito y hermoso como cumplir bien y debidamente la misión del hombre, ni ciencia tan ardua como saber vivir bien y naturalmente esta existencia.

La intemperancia es la peste de la voluptuosidad y la templanza no es azote, sino su adobo.

El dolor ha de tomarse como medicina y necesidad, y escasamente; la voluptuosidad se ha de tomar para apagar la sed, pero no hasta la embriaguez.

Montaigne, en Sobre la felicidad

La sabiduría de Montaigne

4 Feb

Renuncio a lo útil por lo honrado.

Cuando no hay estudio no hay artificio.

Prefiero crear mi alma que amueblarla.

El valor de la victoria se mide por su dificutad.

Nadar en agua turbia son querer pescar en ella.

Una dama no tentada no puede jactarse de castidad.

No hay ni continencia ni virtud si no hay fuerza contraria.

El valor del alma no consiste en subir alto sino ordenadamente.

No se ejercita su grandeza en la grandeza sino en la mediocridad.

Es exquisita la vida que se mantiene ordenada, incluso en privado.

No deseo que mis conocimientos superen y coaccionen mi palabra.

La maldad aspira la mayor parte de su propio veneno y se intoxica.

Nadie está libre de decir necedades. Lo malo es decirlas con aplicación.

Un hablar abierto abre otro hablar y lo saca fuera, como hace el vino con el amor.

¡Tierno y novicio negociador que prefiere fallar en el trato a fallarse a sí mismo!

Se ha escapado mi naturaleza, expresándose a la fuerza, contra un largo hábito.

Soy más celoso de los derechos de mi tranquilidad que de los de mi autoridad.

Hacemos y sopesamos los vicios no según su natureleza sino según nuestro interés.

Nada impide poder comportarse correcta y lealmente entre hombres que son enemigos.

El agradecimiento por el favor depende por entero de la voluntad de aquel que lo hace.

El derecho de la virtud debe prevalecer sobre el derecho de nuestro compromiso.

Se ha de poner uno a la altura de aquéllos con los que está y a veces fingir ignorancia.

Una fealdad y una vejez confesada es menos vieja y menos fea que otra pintada y acicalada.

El ofrecerse con todas las fuerzas a éstos y a aquéllos, revela aún menos prudencia que conciencia.

Los otros se estudian para hacer gala de una mente elevada y afectada; yo, para rebajarla y reclinarla.

Pedimos más cuando menos ofrecemos; queremos elegir más cuando menos merecemos ser aceptados.

La fuerza de toda decisión reside en el tiempo; las circunstancias y las materias ruedan y cambian sin cesar.

La perfidia puede ser perdonable en un caso; sólo lo es cuando se emplea para castigar y traicionar a la perfidia.

Así como no traicionaría al príncipe por un particular, lamentaría mucho traicionar a un particular por el príncipe.

Requiere el bien público que se traicione, se mienta y se asesine; dejemos esa tarea a gentes más obedientes y maleables.

No tengáis en cuenta si hablo con gran libertad, sino si lo hago sin tomar nada a cambio y sin sacar provecho para mis asuntos.

Fundar la recompensa de las acciones virtuosas en la aprobación de los demás es adoptar un fundamento demasiado incierto y confuso.

No pretendo más fruto al actuar que actuar y no saco de ello más consecuencias ni más proyectos; cada acción tiene juego propio.

No se ha de llamar deber (como solemos hacer) a una acritud y avidez intestina que nace del interés y de la pasión privada; ni valor, a una conducta traidora y malvada.

No hay nadie que no halle dentro de sí, si se escucha, una forma suya, una forma dominadora, que lucha contra la educación y contra la tempestad de las pasiones que le son contrarias.

Y citan a Platón y a Santo Tomás en cosas para las cuales serviría igual de testigo el primer recién llegado. La doctrina que no ha podido llegarles al alma, se les ha quedado en la lengua.

Mis actos están regulados y conformados a lo que soy y a mi condición. No puedo hacer más. Y el arrepentimiento no afecta propiamente a las cosas que no están a nuestro alcance aunque sí se puede lamentar no llegar a ellas.

Es la vida movimiento desigual, irregular y multiforme. No es ser amigo de uno mismo y menos aún señor sino esclavo, el obedecerse constantemente y estar tan preso por las propias inclinaciones que no pueda uno desviarse de ellas ni torcerlas.

Para aquellos que nada valen resulta muy dulce, una vez que han sacado provecho de una acción viciosa, poder entonces añadirle en toda seguridad algún rasgo de bondad y justicia como compensación y corrección de conciencia.

Se pueden desautorizar y rechazar los vicios que nos sorprenden y hacia los cuales nos empujan las pasiones; mas aquellos que por larga costumbre se hallan enraizados y anclados con voluntad fuerte y vigorosa, no están sujetos a contradicción.

Los traidores y asesinos obedecen a las leyes del ceremonial y se hacen de ellas un deber; y así ni puede quejarse la injusticia de la falta de civismo, ni la maldad de indiscreción. Es una lástima que un hombre malvado no sea también necio y que la decencia palie también su vicio.

No se ve en ellos más que mísera afectación de rareza y unos disfraces fríos y absurdos que en lugar de elevar la materia, la rebajan. Con tal de atiborrarse de novedad, nada se les da de la eficacia; por agarrarse a una palabra nueva, dejan la normal que suele ser más fuerte y más nerviosa.

No hemos de anclarnos tanto en nuestros gustos y actitudes. Nuestra principal capacidad es saber adaptarnos a distintas costumbres. Es ser, mas no vivr, el permanecer atado y obligado por necesidad a una sola manera. Las almas más hermosas son aquellas que tienen más variedad y flexibilidad.

Las mentes brillantes, al usar y manejar la lengua, la revalorizan, no tanto innovándola como usándola más vigorosa y diversamente, estirándola y moldeándola. No le aportan palabras, mas enriquecen las que tiene, dan peso y profundidad a su significado y a su empleo, enseñándole movimientos desacostumbrados, mas con prudencia e ingenio.

Alabo a un alma de distintos niveles que sepa tensarse y distenderse, que esté bien en todo lugar al que el destino la lleve, que pueda cambiar impresiones con el vecino sobre su casa, la caza y sus disputas, que pueda charlar con placer con el carpintero y el jardinero; envidio a aquellos que saben confraternizar con el último de su séquito y llevar la conversación con su propio paso.

Nuestro sistema, tanto público como privado, está lleno de imperfección. Mas nada inútil hay en la naturaleza; ni siquiera la propia inutilidad; nada hay inserto en este universo que no ocupe lugar oportuno. Nuestro ser está cimentado en cualidades enfermizas; la ambición, los celos, la envidia, la venganza, la superstición, la desesperación, alójanse en nosotros con posesión tan natural que reconocemos su imagen también en los animales; incluso la crueldad, el vicio tan desnaturalizado; pues en medio de la compasión sentimos en nuestro interior cierta punta agridulce de voluuptuosidad maligna al ver sufrir a los demás.

Nosotros principalmente, que vivimos una vida privada que sólo nosotros vemos, hemos de haber establecido en nuestro interior un modelo al que remitir nuestras acciones, y, según él, acariciarnos o castigarnos. Tengo mis leyes y mi tribunal para juzgarme a mí mismo y a ellos me atengo más que a cualquier otra cosa. Limito mis actos según los demás, mas sólo los amplío según yo mismo. Sólo vos sabéis si sos cobarde o cruel, o leal y devoto; los demás no os ven; os adivinan por conjeturas inciertas; no ven tanto vuestra naturaleza como vuestro arte. Por lo tanto, no es atengáis a su sentencia; atenéos a la vuestra.

Es menester que Dios nos llegue al corazón. Es menester que nuestra conciencia se enmiende ella misma por el refuerzo de nuestra razón, no por el debilitamiento de nuestros apetitos. No está la voluptuosidad pálida ni descolorida en sí misma porque así la vean unos ojos legañosos y turbios. Se ha de amar la templanza por sí misma y por respeto a Dios que nos la ha oredenado, y la castidad; aquella que nos prestan los achaques y que debo al favor de mi cólico, no es ni castidad ni templanza. No se puede uno jactar de despreciar y combatir la voluptuosidad si no la ve, si la ignora, y con ella sus gracias, sus fuerzas y su belleza más atractiva.

Soy muy capaz de hacer y conservar amistades raras y exquisitas. Como me ato con tanto apetito a las uniones que son de mi gusto, me muestro, me abalanzo tan ávidamente que no puedo dejar de ligarme fácilmente y de dejar huella cuando me doy. A menudo he hecho la prueba con felicidad. Para las amistades comunes soy algo estéril y frío pues mi andar no es natural si no es a toda vela; aparte de que la fortuna, al haberme acostumbrado y engolosinado desde mi juventud con una amistad única y perfecta, en verdad que de algún modo me ha hecho perder el gusto por los demás y me ha grabado en el cerebro que soy animal de compañía y no de tropa, como decía aquel clásico. También porque por naturaleza me cuesta comunicarme a medias y con disimulo, y con esa servil y desconfiada prudencia que se nos ordena en el trato con esas amistades numerosas e imperfectas; y se nos ordena principalmente en esta época en la que no se puede hablar del mundo sin peligro o falsedad.

Las mentes brillantes

4 Feb

«Las mentes brillantes, al usar y manejar la lengua, la revalorizan, no tanto innovándola como usándola más vigorosa y diversamente, estirándola y moldeándola. No le aportan palabras, mas enriquecen las que tiene, dan peso y profundidad a su significado y a su empleo, enseñándole movimientos desacostumbrados, mas con prudencia e ingenio».

Montaigne

Los límites de la inteligencia

4 Feb

Entender en relacionar, encontrar la unidad bajo la diversidad. Un acto de inteligencia es darse cuenta de que la caída de una manzana y el movimiento de la Luna, que no cae, están regidos por la misma ley.

…. La inteligencia está abierta a todas las posibilidades y por eso debe combatir a cada instante contra la rutina, el lugar común, e dogma y la superstición, que pretenden en cada caso haber aclarado el enigma, ignorando o querido ignorar que la verdad tiene infinitos cómplices e infinitos lugares diferentes.

Porque combate contra todos los dogmas y supersticiones, al inteligencia es capaz de comprender lo que hay de verdad en cada uno de ellos; un hombre inteligente no se caracteriza porque no comete errores sino que está dispuesto a rectificar los cometidos; los hombres que no cometen errores y que tienen todo definitivamente resuelto son los dogmáticos: se caracterizan por tener una Iglesia, una Ortodoxia, un Papa infalible, una Inquisición; no hay que creer que estas organizaciones sólo aparecen para defender a Dios: algunas aparecen para demostrar su inexistencia.

La creación de estas Iglesias es lo que hace tan difícil la búsqueda de la Verdad. Porque entonces no basta la inteligencia: se requiere la intrepidez.

…. Lo difícil de esta tarea está en que la inteligencia debe proceder de forma helada e imparcial en este interminable pleito siendo que a la vez aparece encarnada en forma humana, y por lo tanto, mezclada con la debilidad, la simpatía, la violencia, el fanatismo y la furia, que son nuestros atributos más frecuentes.

Ernesto Sábato. Uno y el universo. Bogotá: Planeta. 1999.

Los límites del dogmatismo

4 Feb

En todas las épocas de la historia, los enemigos mas encarnizados del Dogma se han reclutado entre los partidarios de un Dogma Diferente, quemándose, ahorcándose y crucificándose mutuamente. El auténtico espíritu libre está abierto a todas las posibilidades, incluyendo los dogmas y las supersticiones. Ese espíritu debería ser la esencia del pensamiento científico y filosófico; y lógicamente lo es, pero es raro que psicológicamente o históricamente lo alcance a ser: los hombres de ciencia y los filósofos son hombres de carne y hueso y no están desposeídos de los vicios de los demás mortales; tienen mayor dominio de la inteligencia y más espíritu crítico, pero es una diferencia de grado, no de esencia…

… Si hay algo seguro en nuestro conocimiento es la verdad de que todos los conocimientos actuales son parcial y totalmente equivocados.

Ernesto Sábato, en Uno y el universo. Bogotá. Seix-Barral. 1999.

Vivir es carecer de brújula y de reloj

4 Feb

Vivir es carecer de brújula y de reloj. Es no saber dónde está uno, qué significa lo que hay al lado, ignorar lo que viene después, desconocer el rumbo que debe uno tomar ante las disyuntivas que se abren. Por eso la filosofía apenas debía ofrecer, como lo nombró Maimónides, una «guía para perplejos». Más aún, antes que un consejo, lo que ofrece la inteligencia es un sitio para mirar. Este sitio no puede ser otro que el asombro. Hay que pensar, dice el filósofo español Javier Muguerza, precisamente desde ahí: «desde la perplejidad». ¿No debemos pedirle eso a quienes se ofrecen como anteojos del mundo?

Jesús Silva Herzog Márquez, en Defensa de la perplejidad. Revista El malpensante. Bogotá. Número 78. Mayo 1 – junio 15 de 2007. Página 89.

Lo real es el azar

4 Feb

El ser humano está constituido por tres entidades delimitadas y complementarias: el cuerpo (la materia), el alma (los sentimientos) y la mente (el intelecto o la racionalidad), también cuenta con la posibilidad de expresar lo que su condición conlleva a través del universal llamado lenguaje articulado, éste le brinda la posibilidad de expresarse a sí mismo tanto como al exterior; Si la exteriorización se realiza a través de la escritura el proceso puede llegar a ser más explícito que si se realiza a través de la oralidad debido a que la escritura permite tomar distancia de la propia experiencia, revisar permanentemente las propias reflexiones y explicar, a partir de la selección de las palabras más precisas, aquello que ha sido tan importante y, con un poco de esmero y paciencia, vale la pena narrar. Si cada quien hiciera de su propia experiencia un ejercicio restrospectivo con el solo propósito de aclarar los hechos ocurridos, si se atreviera a narrar por escrito cada detalle del camino que ha recorrido, es probable que pueda seguir caminando con menos incertidumbre y mayor responsabilidad, con la ilusión de que su vida es el resultado del cálculo, la perseverancia y la responsabilidad, que el tan anhelado proyecto de vida se ha materializado a través de una nítida línea recta que se dirige siempre hacia el infinito, la vida se constituye, entonces, en un plácido viaje a través de un paisaje en el que todo es bello y pefecto; si las cosas no van bien, en el sentido que han tomado el camino que no habíamos proyectado, se puede llegar a la triste y fácil consideración de que cada acto de la vida por minucioso y concreto que haya sido en el momento de ser sólo un proyecto, en un abrir y cerrar de ojos puede verse desfigurado o aniquiliado por designios del azar.

Al parecer, la base del equilibrio se funda en el amor: el amor al cuerpo expresado a través de ejercicio, la higiene, la nutrición; el amor al alma a través de la realización de valores como la sinceridad, la generosidad, el desinterés, el ánimo ante la adversidad, la búsqueda del placer, y, por último, el amor al intelecto, expresado a través de actividades que exigen la realización de procesos mentales con altos grados de concentración y abstracción a través de ejercicios como la lectura, la escritura, la elaboración de objetos, la apreciación de obras de arte. Quienes privilegian el amor hacia el cuerpo suelen descuidar el alma y el intelecto, quienes consagran su vida a perfeccionar el alma suelen despreciar el valor y los cuidados del cuerpo, quienes dedican la mayor parte de su vida a cultivar el intelecto, con frecuencia desprecian los placeres que brinda el cuerpo y el alma. Cuando la vida ha transcurrido bajo parámetros sólidos y bien delimitados en los que una de las tres dimensiones -cuerpo, alma o intelecto- ha entrado en conflicto con las demás porque se le han concedido demasiados privilegios, la crisis no se hará esperar, es la mejor manera de hacer manifiesto el abandono o la falta de equilibrio, entonces vendrá la desesperación, el cansancio, la depresión y la injusta o débil valoración de las propias cualidades, bajo estas condiciones el monje desprecia la vida, la modelo de pasarela desprecia la vida y el intelectual consagrado desprecia la vida; el monje sueña con ser modelo de pasarela, el intelectual quiere hacerse monje y a la modelo de pasarela se le antoja consagrarse como intelectual.

La vida puede concebirse como compromiso, carga, condena, placer o curiosidad, depende del momento en que se valore el hecho de estar vivo, del pasado y del presente; la intepretación de la propia vida siempre es subjetiva y la valoración que hacemos de la vida de los demás depende casi siempre de nuestra propia experiencia. Es poco lo que se puede hacer cuando se interpone el azar en la realización de los más grandes o altruistas deseos humanos, algunas personas se concentran en la tarea que han dado en llamar la razón, centro y fin de su vida, cuando más embebidos se hallan, consagrados a la realización de su proyecto personal, de pronto llega, sin avisar, de manera intempestiva y para alterar de manera radical algunos valores muy bien sustentados, el amor, la vejez, la enfermedad, las dificultades económicas, los desastres naturales y en el más desalentador de todos los casos, la muerte.