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Historia de una mente sin recuerdos

27 Abr

Desde que tengo uso de razón (1979) me ha gustado pensar en la memoria,

Rememorar los grandes momentos de la vida y hacer las cuentas de cinco en cinco o de uno en uno.

Cuando tenía 19 sentía que había vivido mucho y tenía suficientes recuerdos acumulados para jugar con ellos.

En esos tiempos hacía mis cuentas de recuerdos de uno en uno:

A los 5, a los 6, a los 7, a los 8, a los 9… hasta llegar a 19.

Y jugaba con mis recuerdos mientras caminaba porque siempre me ha gustado caminar.

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Cuando tenía 30 pensaba que 19 eran muy pocos para evaluar bien una vida

Y empecé a organizar los recuerdos a partir de sucesos definitivos.

Mientras caminaba trataba de recordar qué había sido lo más importante a los 5, a los 10, a los 15, a los 20…

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Desde los 40 estoy tratando de vivir según el mandato de Séneca y de Schopenhauer hasta llegar al vacío absoluto, a la perfecta Nada con N mayúscula, a la muerte en vida, a la plenitud total:

Ese es el mandato de los sabios y creo que lo estoy cumpliendo a cabalidad.

Lo único real es el tiempo presente porque el pasado es una interpretación y el futuro nunca llega.

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Tengo quince años de experiencia jugando ese juego y esta mañana – mientras caminaba- traté de jugar con mis recuerdos de cinco en cinco, de diez en diez

Y descubrí con asombro que no encontré nada que destacar. Ni bueno ni malo.

Como si no hubiera vivido.

Puedo decir en este momento que soy una mente sin recuerdos.

¿Dónde puedo reclamar el premio?

Experiencia, recuerdo y olvido

1 Sep

Esta mañana, mientras esperaba que pasara el tiempo, tomé un libro de Walter Benjamin con sus mejores ensayos: 

Baudelaire, Proust, Poe, Kafka, la fotografía, la historia, la violencia…

Benjamin era maravilloso hace veinte años, sospecho que las nuevas generaciones de lectores deben dormirse cuando lo leen, como deben dormirse también leyendo a Flaubert, el maestro del estilo.

Flaubert y Benjamin se sienten muy rancios a pesar de que tardarán en ser olvidados y enterrados. Mucha gente seguirá hablando de ellos para parecer eruditos y profundos pero pocos comprenderán las ideas de estos pobres hombres tristes y contemplativos, pocos los seguirán admirando de corazón como los admiré yo durante tanto tiempo. Ya no, están muy gastados en mi mente, me entusiasma más pensar en Pascal, en Ovidio o en Séneca, ¿a quién queremos engañar? 

Si Flaubert y Benjamin parecen tipos pesados cómo será de pesado y fastidioso para el lector de nuestro tiempo -con teléfono móvil, adicto a revisar sus redes sociales y a chatear- leer a Proust, al Proust de En busca del tiempo perdido. Sospecho que ese ladrillo no lo leerá con gusto alguien nacido después del año 2005. 

Leyendo y pensando pensaba en mi forma de procesar los recuerdos a lo Proust, crecí leyendo ese tipo de literatura, la de la gente que goza más recordando que viviendo y leyendo que conversando con los amigos. No fue una experiencia muy reveladora:

He tenido dos o tres amigos con los que he pasado momentos dignos de ser recordados, los he admirado tanto que he llegado a confundir el afecto con el amor, he pensado de todas las formas posibles cómo pude ser tan dichosa al lado de gente tan inteligente, dulce, sensible y culta como ellos… Me he solazado en su recuerdo, en el recuerdo de nuestros mejores momentos. Ha pasado el tiempo, mucho tiempo, diez o veinte años. Un día cualquiera nos volvimos a encontrar por casualidad y el recuerdo de ese ser sobrenatural no correspondía con la imagen que mi mente había creado, fue todo una gran desilusión, un fraude total. Estamos en otros tiempos, ya no se puede vivir a lo Proust, es antiestético, ridículo y vulgar.

El noticiero de las siete

16 Ene

Se supone que a medida que pasa el tiempo nos divertimos más con nosotros mismos porque tenemos abundante material en el cerebro llamado memoria; podemos contrastar, comparar y sonreír ante los aciertos y los errores cometidos en el pasado y anhelamos seguir soñando con un futuro menos inocente porque contamos con ese tesoro prodigioso llamado la experiencia de la vida. Nada de eso es cierto, los recuerdos no sirven para nada porque lo que recordamos sin desearlo casi siempre son imágenes que no podemos comprender y no sabemos por qué se convierten en recuerdos recurrentes que a veces nos hacen sufrir, soñar o sentir estúpidos.

Desde hace más de un año cuando son las siete de la noche recuerdo que veía el noticiero a esa hora con mi papá cuando era niña. Esa experiencia no tenía nada de significativo para él ni para mí, había emociones y recuerdos mucho más fuertes que esperaría fueran los más memorables a su lado, pero no, lo que recuerdo de él y junto a él es el tonto noticiero de las siete. El era joven pero yo era más joven que él; ahora él es un viejo y yo soy una señora de 43 años, un número no apto para pensar en una niña que ve televisión muy concentrada mientras espera la llegada de su héroe.

Ahora no vemos televisión y no hablamos mucho porque él es todavía más serio y pesimista que yo, pero a los dos nos duele que se la haya esfumado la vida y le queden menos años de los que le gustaría esperar. Tal vez lo que se resume con esa imagen mía viendo el noticiero de las siete es el recuerdo de lo mucho que me gustaba ver televisión cuando era niña y de lo emocionante que era verlo llegar a él, más si traía regalo sorpresa de comer para los niños. Mi papá es de esos papás que adoran a los niños, se fastidian con los jóvenes y vuelve a ser cariñoso cuando los niños se convierten en viejos como él. Es un cariño expresado a través de la expresión de su rostro, nada que ver con frases cursis o discursos estúpidos. No somos ese tipo de gente.

Yo pasaba horas ante la pantalla y sentía que aprendía mucho y me divertía más de lo que merecía, me gustaba más ver televisión que estudiar, veía televisión sola y con mucha solemnidad. Como había tanta programación en vivo lo que más esperaba era los errores para poder reírme de los presentadores o de los invitados.

A medida que pasa el tiempo siento más pesar por la televisión de ahora y cuando veo un uniforme de colegio siento ganas de vomitar. Los uniformes, las rejas, los coordinadores, las filas y las notas sólo pueden estimular a una persona muy dócil con déficit cognitivo.