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Si Bukowski fuera tuitero

26 Jun

Si quieres saber quiénes son tus amigos, haz que te metan en la cárcel.

Un intelectual dice una cosa simple de un modo complicado; un artista dice una cosa complicada de un modo simple.

El culo es la cara del alma del sexo.

Tan preocupado está mi amigo por desgajar de mis huesos la carne de mi alma que apenas parece pensar en su propia existencia.

Eso es todo lo que hace la gente, juegos de niños. Van del coño a la tumba sin que les roce siquiera el horror de la vida.

Traté de convertirte en mujer pero no eres más que una puta.

Si hubiera nacido mujer hubiera sido prostituta. Como había nacido hombre, anhelaba mujeres, cuanto más guarras mejor.

Las buenas mujeres me daban miedo porque a veces querían tu alma y lo poco que quedaba de la mía quería conservarlo para mí.

Es por culpa de mi niñez, sabes. Nunca supe lo que era el amor…

Ahora, después de décadas, era un escritor con escritorio. Sí, sentí el temor, el temor de volverme como ellos.

A mí cada vez que alguien me hablaba me entraban ganas de tirarme por la ventana o de escapar en el ascensor.

Si el mundo dura hasta el próximo siglo ahí estaré yo todavía, pero los viejos críticos estarán muertos y olvidados.

Aquella electricidad hedionda que continúa propagando la fealdad de la especie a lo largo de inútiles centurias.

Coge la familia, mézclala con Dios y la nación, añade diez horas de trabajo diario y tienes todo lo que necesitas.

Cuidado con aquellos que buscan constantes multitudes; no son nada solos.

Estamos aquí para desaprender las enseñanzas de la iglesia, el estado y nuestro sistema educativo.

Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al recibirnos.

Nunca sentía soledad; cuanto más separado de la especie humana se encontraba, mejor se sentía.

La gente que cree en la política es como la gente que cree en Dios: soban aire con pajitas torcidas.

El alma libre es rara, pero la identificas fácilmente cuando la ves.

El hombre ha nacido para morir. ¿Qué quiere decir eso? Perder el tiempo y esperar.

Por supuesto que es posible amar a un ser humano si no lo conoces demasiado.

Estaba horrorizado con la vida, con lo que un hombre tenía que hacer simplemente para comer, dormir y mantenerse vestido.

Cuando bebía el mundo aún estaba allí afuera, pero por el momento no te tenía agarrado del cuello.

Me levanté y fui hacia el jodido cuarto de baño. Odiaba mirarme en aquel espejo pero lo hice.

Casi siempre lo mejor de la vida consiste en no hacer nada en absoluto, en pasar el tiempo reflexionando, rumiando todo ello.

Yo no analizo jamás, me limito a reaccionar… yo ando con todos mis prejuicios.

Al carajo con la verdad. El estilo es más importante: cómo hacer una por una cada cosita.

 

 

 

 

Amor al prójimo

2 May

Quien dentro del mundo ama a su prójimo, no actúa más justa ni más injustamente que quien dentro del mundo se ama a sí mismo. Sólo queda por resolver la cuestión de si lo primero es posible.

 

Kafka

Pensamientos de Pascal

7 Feb

Lo propio de la justicia es abatir el orgullo por santas que las obras sean.

Todo lo que sé es que pronto debo morir; pero lo que más ignoro es esta muerte, que no puedo evitar.

Jesucristo es un Dios a quien uno se acerca sin orgullo, y bajo el cual se humilla sin desesperación.

La suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan.

Gustosa cosa es permanecer en un navío combatido por la tempestad cuando se tiene la seguridad de que no puede perecer.

No veo sino infinitos en todo, que me encierran como un átomo, y como una sombra, que no dura sino un instante y ya no vuelve.

Hay dos clases de personas que pueden llamarse razonables: las que sirven a Dios de todo corazón y las que le buscan de todo corazón porque aún no lo conocen.

Jesucristo ha dicho las cosas grandes tan sencillamente, que parece que no las ha pensado; y con tanta certeza, sin embargo, que bien se vio cómo pensaba.

Si todo se somete a la razón, nuestra religión no tendría nada de misterioso ni de sobrenatural. Si se choca con los principios de la razón, nuestra religión es absurda y ridícula.

Es preciso, para que una religión sea verdadera, que haya conocido nuestra naturaleza. Debe haber conocido la grandeza y la pequeñez, y la razón de la una y de la otra. ¿Cuál la ha conocido sino la cristiana?

No es bueno que el hombre no vea nada; no es bueno tampoco que vea lo bastante para creer que posee; sino que vea tan sólo lo suficiente para conocer que ha perdido. Es bueno ver y no ver; esto es precisamente el estado de naturaleza.

Después de su muerte vino San Pablo a declarar a los hombres que todas estas cosas había acontecido en figuras; que el reino de Dios no consistía en la carne, sino en el espíritu; que los enemigos de los hombres no eran los babilonios, sino sus pasiones propias.

Si hay Dios es infinitamente incomprensible, puesto que, no teniendo ni parte ni límites, no tiene ninguna relación con nosotros; somos, pues, incapaces de conocer cómo es, ni es siendo así ¿Quién osará proponerse resolver esta cuestión? No nosotros, que carecemos de relación con él.

Dios existe o no existe. ¿A qué respuesta nos inclinaremos? La razón nada puede decidir en esto. Hay un caos infinito que nos separa. Un juego se está jugando a tal infinita distancia; saldrá cara o cruz. ¿Por cuál apostaréis? La razón nada os dice; por la razón ninguna de las dos soluciones puede ser defendida.

Nada acusa más claramente una extrema debilidad de espíritu que el desconocer cuál es la desgracia de un hombre sin dios; nada señala hasta tal punto la mala disposición de un corazón, que el no desear la verdad de las promesas eternas; nada es más cobarde que fingirse valiente en contra de Dios.

El Dios de los cristianos es un Dios de amor y de consolación; es un Dios que llena el alma y el corazón que posee; es un Dios que hace sentir interiormente la propia miseria y al misericordia infinita, que se une al fondo de las almas; que llena de humildad, de gozo, de confianza, de amor; que los hace incapaces de otro fin que no sea El mismo.

Sólo la religión cristiana es proporcionada a todos, porque en ella se mezcla lo exterior y lo interior. Ella eleva al pueblo a lo interior, y hace descender a los soberbios a lo exterior, y no es perfecta sin lo uno y lo otro. Porque precisa que el pueblo entienda el espíritu de la letra, y los sutiles sepan someter su espíritu a la letra (practicando lo que hay en ella de exterior).

¿No está más claro que el día que sentimos en nosotros mismos los caracteres imborrables de la excelencia?¿Y no es verdad también que experimentamos constantemente los efectos de nuestra deplorable condición? ¿Qué nos clama pues, este caos y esta confusión monstruosa sino la verdad de estos dos estados, con una voz que es imposible resistir?

Es tan dañino para el hombre conocer a Dios sin conocer su propia miseria, que conocer su miseria sin conocer al Redentor que puede curarle de ella. Tener uno solo de estos conocimientos sin el otro, he aquí la causa del orgullo de los filósofos, que han conocido a Dios, y no a su propia miseria, o la desesperación de los ateos, que conocen su miseria sin conocer al Redentor.
Las condiciones más cómodas para vivir según el mundo, son las más difíciles para vivir según Dios; y, al contrario, nada es tan difícil, según el mundo, como la vida religiosa; nada es más fácil, según Dios; nada es tan cómodo como un gran empleo y grandes bienes, según el mundo; nada más difícil que vivir en él según Dios., y sin tomar en él parte y gusto.

Los filósofos no saben prescribir sentimientos proporcionados a los dos estados. Inspiran movimientos de grandeza pura, y éste no es el estado del hombre. Inspiran movimientos de bajeza pura, y éste no es el estado del hombre. Necesarios son los movimientos de bajeza, no de naturaleza, sino de penitencia. No para permanecer en ellos, sino para ir a la grandeza, no de mérito, sino de gracia, y después de haber pasado por la bajeza.

No es necesario ser un espíritu muy cultivado para comprender que no hay aquí abajo satisfacción verdadera y sólida; que todos nuestros placeres no son otra cosa que vanidad; que nuestros males son infinitos; y que, en fin, la muerte que nos amenaza en todos los instantes debe infaliblemente colocarnos dentro de pocos años en la infalible realidad de ser eternamente aniquilados o desgraciados.

Yo no sé quién me ha traído al mundo, ni lo que es el mundo, ni lo que soy yo mismo. Permanezco en una ignorancia terrible de todas las cosas. No sé lo que es mi cuerpo, ni mis sentidos, ni mi alma, ni esta parte de mí mismo que piensa lo que estoy diciendo y que reflexiona sobre todo, y sobre sí misma, y que, por otra parte, no se conoce tampoco. Veo estos espantosos espacios del Universo que encierran, y me encuentro ligado a un rincón de esta vasta extensión , sin que sepa por qué estoy colocado en este lugar y no en otro, ni por qué este poco tiempo que me es dado vivir me ha sido asignado a este punto, y no a otro, de toda la eternidad que me precede y de toda la que me sigue.

Nada es tan importante al hombre como su estado; nada le es tan temible como la eternidad; a sí, el hecho de que se encuentren hombres tan indiferentes a la pérdida de su estado y al peligro de una eternidad de miserias, no es cosa natural. Bien diferentes son respecto a las demás cosas; temen las más ligeras, las prevén, las sienten; y ese mismo hombre que pasa los días y las noches en la desesperación por la pérdida de su empleo, o por alguna ofensa imaginaria a su honor, es el mismo que sin inquietud y sin emoción sabe que va a perderlo todo a su muerte. Es una cosa monstruosa ver a un mismo corazón, y a un mismo tiempo, esta susceptibilidad ante las menores cosas y esta extraña impasibilidad ante las mas grandes.

Los hombre no aman naturalmente sino aquello que puede serles útil. ¿Qué ventaja hay para nosotros en oír decir a un hombre que él ha sacudido el yugo, que no cree que haya un Dios que vele por nuestras acciones, y que se considera como el único señor de su conducta y que no piensa rendir cuentas sino a sí mismo? ¿Juzga él, por ventura, que esto nos llevará a nosotros a tener, en adelante, confianza en él y a esperar sus consuelos, sus socorros o sus consejos, en las necesidades de la vida? ¿Pretenden los que dicen tal, darnos mucho gusto cuando nos cuentan que nuestra alma no es más que un poco de viento y humo, y así nos lo cuentan con un tono de voz satisfecho y alegre? ¿No es al contrario, una cosa que debiera decirse tristemente, como la cosa más triste que existe en el mundo?

No viendo la verdad entera, no han podido llegar a la perfecta virtud. Considerando los unos la naturaleza como incorrupta, los otros como irreparable, no han podido huir del orgullo o de la pereza, que son la fuente de todos los vicios, puesto que no pueden hacer otra cosa sino abandonarse en la cobardía o crecerse en el orgullo. Porque, si conocen la excelencia del hombre, ignoran su corrupción; de suerte que si evitan la pereza se pierden en la soberbia. Y si reconocen la flaqueza de la naturaleza, ignoran su dignidad; de suerte que pueden evitar la vanidad, pero se precipitan en la desesperación.

Y Dios dijo: Hágase la comodidad

4 Feb

Hágaseme entender, según raciocinio, en qué fundamentos ha erigido el hombre esa gran ventaja que piensa tener sobre las demás criaturas, y dígaseme quién le ha persuadido de que se han creado para su comodidad y servicio cosas como el admirable movimiento de la bóveda celeste, la eterna luz de los luminares que orgullosamente brillan sobre su cabeza y los espantosos movimientos del mar infinito, con todo lo demás así establecido y que perdura desde hace tantos siglos. ¿Es posible imaginar nada tan ridículo que esa infeliz criatura, que ni siquiera es dueña de sí y está expuesta a las ofensas de todo y de todos, se diga dueña y emperatriz del Universo a pesar de que no está en su mano conocer la menor parte de sí mismo y mucho menos imperar sobre él?

Montaigne

La sabiduría de Montaigne

4 Feb

Renuncio a lo útil por lo honrado.

Cuando no hay estudio no hay artificio.

Prefiero crear mi alma que amueblarla.

El valor de la victoria se mide por su dificutad.

Nadar en agua turbia son querer pescar en ella.

Una dama no tentada no puede jactarse de castidad.

No hay ni continencia ni virtud si no hay fuerza contraria.

El valor del alma no consiste en subir alto sino ordenadamente.

No se ejercita su grandeza en la grandeza sino en la mediocridad.

Es exquisita la vida que se mantiene ordenada, incluso en privado.

No deseo que mis conocimientos superen y coaccionen mi palabra.

La maldad aspira la mayor parte de su propio veneno y se intoxica.

Nadie está libre de decir necedades. Lo malo es decirlas con aplicación.

Un hablar abierto abre otro hablar y lo saca fuera, como hace el vino con el amor.

¡Tierno y novicio negociador que prefiere fallar en el trato a fallarse a sí mismo!

Se ha escapado mi naturaleza, expresándose a la fuerza, contra un largo hábito.

Soy más celoso de los derechos de mi tranquilidad que de los de mi autoridad.

Hacemos y sopesamos los vicios no según su natureleza sino según nuestro interés.

Nada impide poder comportarse correcta y lealmente entre hombres que son enemigos.

El agradecimiento por el favor depende por entero de la voluntad de aquel que lo hace.

El derecho de la virtud debe prevalecer sobre el derecho de nuestro compromiso.

Se ha de poner uno a la altura de aquéllos con los que está y a veces fingir ignorancia.

Una fealdad y una vejez confesada es menos vieja y menos fea que otra pintada y acicalada.

El ofrecerse con todas las fuerzas a éstos y a aquéllos, revela aún menos prudencia que conciencia.

Los otros se estudian para hacer gala de una mente elevada y afectada; yo, para rebajarla y reclinarla.

Pedimos más cuando menos ofrecemos; queremos elegir más cuando menos merecemos ser aceptados.

La fuerza de toda decisión reside en el tiempo; las circunstancias y las materias ruedan y cambian sin cesar.

La perfidia puede ser perdonable en un caso; sólo lo es cuando se emplea para castigar y traicionar a la perfidia.

Así como no traicionaría al príncipe por un particular, lamentaría mucho traicionar a un particular por el príncipe.

Requiere el bien público que se traicione, se mienta y se asesine; dejemos esa tarea a gentes más obedientes y maleables.

No tengáis en cuenta si hablo con gran libertad, sino si lo hago sin tomar nada a cambio y sin sacar provecho para mis asuntos.

Fundar la recompensa de las acciones virtuosas en la aprobación de los demás es adoptar un fundamento demasiado incierto y confuso.

No pretendo más fruto al actuar que actuar y no saco de ello más consecuencias ni más proyectos; cada acción tiene juego propio.

No se ha de llamar deber (como solemos hacer) a una acritud y avidez intestina que nace del interés y de la pasión privada; ni valor, a una conducta traidora y malvada.

No hay nadie que no halle dentro de sí, si se escucha, una forma suya, una forma dominadora, que lucha contra la educación y contra la tempestad de las pasiones que le son contrarias.

Y citan a Platón y a Santo Tomás en cosas para las cuales serviría igual de testigo el primer recién llegado. La doctrina que no ha podido llegarles al alma, se les ha quedado en la lengua.

Mis actos están regulados y conformados a lo que soy y a mi condición. No puedo hacer más. Y el arrepentimiento no afecta propiamente a las cosas que no están a nuestro alcance aunque sí se puede lamentar no llegar a ellas.

Es la vida movimiento desigual, irregular y multiforme. No es ser amigo de uno mismo y menos aún señor sino esclavo, el obedecerse constantemente y estar tan preso por las propias inclinaciones que no pueda uno desviarse de ellas ni torcerlas.

Para aquellos que nada valen resulta muy dulce, una vez que han sacado provecho de una acción viciosa, poder entonces añadirle en toda seguridad algún rasgo de bondad y justicia como compensación y corrección de conciencia.

Se pueden desautorizar y rechazar los vicios que nos sorprenden y hacia los cuales nos empujan las pasiones; mas aquellos que por larga costumbre se hallan enraizados y anclados con voluntad fuerte y vigorosa, no están sujetos a contradicción.

Los traidores y asesinos obedecen a las leyes del ceremonial y se hacen de ellas un deber; y así ni puede quejarse la injusticia de la falta de civismo, ni la maldad de indiscreción. Es una lástima que un hombre malvado no sea también necio y que la decencia palie también su vicio.

No se ve en ellos más que mísera afectación de rareza y unos disfraces fríos y absurdos que en lugar de elevar la materia, la rebajan. Con tal de atiborrarse de novedad, nada se les da de la eficacia; por agarrarse a una palabra nueva, dejan la normal que suele ser más fuerte y más nerviosa.

No hemos de anclarnos tanto en nuestros gustos y actitudes. Nuestra principal capacidad es saber adaptarnos a distintas costumbres. Es ser, mas no vivr, el permanecer atado y obligado por necesidad a una sola manera. Las almas más hermosas son aquellas que tienen más variedad y flexibilidad.

Las mentes brillantes, al usar y manejar la lengua, la revalorizan, no tanto innovándola como usándola más vigorosa y diversamente, estirándola y moldeándola. No le aportan palabras, mas enriquecen las que tiene, dan peso y profundidad a su significado y a su empleo, enseñándole movimientos desacostumbrados, mas con prudencia e ingenio.

Alabo a un alma de distintos niveles que sepa tensarse y distenderse, que esté bien en todo lugar al que el destino la lleve, que pueda cambiar impresiones con el vecino sobre su casa, la caza y sus disputas, que pueda charlar con placer con el carpintero y el jardinero; envidio a aquellos que saben confraternizar con el último de su séquito y llevar la conversación con su propio paso.

Nuestro sistema, tanto público como privado, está lleno de imperfección. Mas nada inútil hay en la naturaleza; ni siquiera la propia inutilidad; nada hay inserto en este universo que no ocupe lugar oportuno. Nuestro ser está cimentado en cualidades enfermizas; la ambición, los celos, la envidia, la venganza, la superstición, la desesperación, alójanse en nosotros con posesión tan natural que reconocemos su imagen también en los animales; incluso la crueldad, el vicio tan desnaturalizado; pues en medio de la compasión sentimos en nuestro interior cierta punta agridulce de voluuptuosidad maligna al ver sufrir a los demás.

Nosotros principalmente, que vivimos una vida privada que sólo nosotros vemos, hemos de haber establecido en nuestro interior un modelo al que remitir nuestras acciones, y, según él, acariciarnos o castigarnos. Tengo mis leyes y mi tribunal para juzgarme a mí mismo y a ellos me atengo más que a cualquier otra cosa. Limito mis actos según los demás, mas sólo los amplío según yo mismo. Sólo vos sabéis si sos cobarde o cruel, o leal y devoto; los demás no os ven; os adivinan por conjeturas inciertas; no ven tanto vuestra naturaleza como vuestro arte. Por lo tanto, no es atengáis a su sentencia; atenéos a la vuestra.

Es menester que Dios nos llegue al corazón. Es menester que nuestra conciencia se enmiende ella misma por el refuerzo de nuestra razón, no por el debilitamiento de nuestros apetitos. No está la voluptuosidad pálida ni descolorida en sí misma porque así la vean unos ojos legañosos y turbios. Se ha de amar la templanza por sí misma y por respeto a Dios que nos la ha oredenado, y la castidad; aquella que nos prestan los achaques y que debo al favor de mi cólico, no es ni castidad ni templanza. No se puede uno jactar de despreciar y combatir la voluptuosidad si no la ve, si la ignora, y con ella sus gracias, sus fuerzas y su belleza más atractiva.

Soy muy capaz de hacer y conservar amistades raras y exquisitas. Como me ato con tanto apetito a las uniones que son de mi gusto, me muestro, me abalanzo tan ávidamente que no puedo dejar de ligarme fácilmente y de dejar huella cuando me doy. A menudo he hecho la prueba con felicidad. Para las amistades comunes soy algo estéril y frío pues mi andar no es natural si no es a toda vela; aparte de que la fortuna, al haberme acostumbrado y engolosinado desde mi juventud con una amistad única y perfecta, en verdad que de algún modo me ha hecho perder el gusto por los demás y me ha grabado en el cerebro que soy animal de compañía y no de tropa, como decía aquel clásico. También porque por naturaleza me cuesta comunicarme a medias y con disimulo, y con esa servil y desconfiada prudencia que se nos ordena en el trato con esas amistades numerosas e imperfectas; y se nos ordena principalmente en esta época en la que no se puede hablar del mundo sin peligro o falsedad.