Hace cinco años nos preguntábamos con la boca abierta y los ojos cerrados:
«¿Después de esto qué más se irán a inventar? Es imposible que algo nuevo supere tanta perfección, tanta complejidad».
Nos referíamos a los teléfonos móviles y a las redes sociales. Habíamos estrenado teléfono en masa hace menos de diez años, recordábamos con nostalgia cuando aprendíamos a identificar el sonido particular de nuestro nuevo juguete y llorábamos de alegría cuando recordábamos nuestra primera conversación en una sala de chat, las imágenes recibidas vía MSN y nuestro primer post en ese blog que la mayor parte de la gente abandonó porque no tenía nada que decir y no sabía cómo decirlo porque no le habían enseñado a leer ni a escribir o porque fueron consumidos por Facebook o por Twitter.
Facebook es ahora un sitio miserable que no vale nada. Allá quedó la gente más vil, quienes gozan sufriendo con el triunfo ajeno y aquellos que consideran que triunfar consiste en publicar fotografías de momentos de supuesta felicidad relacionados con nacimientos, matrimonios, grados, desayunos, almuerzos, comidas, viajes, vida de mascotas, crecimiento del bebé mes a mes y todo tipo de adquisiciones: carros, casas, teléfonos, cámaras fotográficas… Después de Facebook no habrá nada parecido a Facebook, nada que lo supere en vileza y superficialidad.
Twitter es la otra gran red, lleva más de cinco años en el mismo estado y cada día se envilece más. Todavía hay quien considera que esta página revolucionó el periodismo, el activismo y la política; hay usuarios optimistas seguros de que cambiaron el mundo y refundaron el arte y las relaciones sociales gracias a esta gran experiencia, hay quien pontifica sin vergüenza que posicionarse en Twitter es el primer paso para ser reconocido como persona influyente más allá de la pantalla y -lo más triste de todo- hay quien lo cree y toma por Figura Pública a un personaje anónimo con más de diez mil seguidores sólo porque un «experto en redes sociales» certificado por él mismo lo dijo en una conferencia y lo hizo parecer más creíble porque proyectó algunas imágenes en un video bean. Las empresas y las universidades invierten en expertos en engañar a la gente con supuestas ganancias millonarias que no reportó Facebook y que no reportará Twitter. Ese es el actual estado del arte sobre redes sociales.
¿Y qué decir de las Nuevas Tecnologías?
No hay consenso todavía sobre qué son las Nuevas Tecnologías y como no sabemos qué son tampoco podemos saber para qué sirven, pero, en todo caso, también hay expertos certificados en Nuevas Tecnologías.
No pensemos en redes sociales, pensemos en dispositivos tecnológicos. La gran novedad consiste en que ahora el teléfono es más sofisticado y podemos interactuar en redes sociales desde soportes móviles pequeños, livianos y amigables con todos nuestros amigos. Pero esa experiencia no reporta ningún beneficio porque las redes no nos ofrecen experiencias nuevas sino que éstas son el reencauche de experiencias anteriores, con la diferencia de que ahora los usuarios son más adictos a estar conectados y a comprar el teléfono que los expertos en marketing les hacen ver como el más sofisticado, como el que le dará más estatus social, intelectual o económico. Y llegamos a la triste conclusión de que quienes se enriquecen cada día más a costa de personas inocentes y optimistas son los fabricantes de aparatos tecnológicos, las empresas que ofrecen planes de internet móvil y los psicólogos confundidos que no saben cómo abordar tantas modalidades de locura y desesperación ocasionada por las redes sociales y los dispositivos tecnológicos.
Conclusión:
¡Nos engañaron!
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