Buscando Ensayista en Google imágenes aparecemos los más grandes desde tiempos de Montaigne. ¡Soy sensacional!
Pasar por alto a la humanidad
28 NovDel mismo modo que Kant deseaba establecer los fundamentos de una moral válida «no sólo para el hombre, sino para toda criatura racional», Lovecraft deseaba crear un universo fantástico capaz de aterrorizar a cualquier criatura dotada de razón. Por otra parte, los dos hombres tienen otros puntos en común; además de su delgadez y su afición a los dulces, podemos señalar la sospecha que pesaba sobre ambos de no ser del todo humanos. Sea como fuere, el «solitario de Königsberg» y el «recluso de Providence» se dan la mano en su voluntad heroica y paradójica de pasar por alto a la humanidad.
Me estaba haciendo demasiado mayor para disfrutar de aquello
27 NovLovecraft es un hombre lúcido, inteligente y sincero. Al cumplir los dieciocho años se abate sobre él una especie de terror letárgico, cuyo origen conoce a la perfección. En una carta de 1920, habla mucho de su infancia. Su pequeña línea férrea, con los vagones hechos de cajas de embalaje… La cochera, donde había instalado su teatro de marionetas. Y más adelante su jardín, cuyos planos había trazado él mismo, cuyas avenidas había delimitado. Regado por un sistema de canales que había cavado con sus propias manos, el jardín se escalonaba en torno a un pequeño césped, con un reloj de sol en el centro. Ése fue, dijo, «el reino de mi adolescencia».
Luego viene un pasaje, que concluye la carta: «Entonces me di cuenta de que me estaba haciendo demasiado mayor para disfrutar de aquello. El despiadado tiempo había dejado caer sobre mí su garra feroz, y tenía diecisiete años. Los chicos mayores no juegan en casas de juguetes y falsos jardines; lleno de tristeza, tuve que cederle mi mundo a un chico más joven que vivía al otro lado del terreno. Y desde entonces no he vuelto a cavar la tierra, ni a trazar senderos o caminos; para mí, esas operaciones están asociadas a demasiadas añoranzas, porque no podemos recuperar jamás la alegría fugitiva de la infancia. La edad adulta es el infierno».
La familia feliz
3 MayCuando ella se dejó caer en el sofá, dirigiendo una mirada hostil al tabulé, pensé en la vida de Annelise y en la de todas las mujeres occidentales. Por la mañana seguramente se hacía el brushing y luego se vestía con cuidado, conforme a su estatus profesional, y creo que en su caso era más elegante que atractiva, en fin, era una dosificación compleja, debía de dedicarle a ello bastante tiempo antes de llevar a los niños a la guardería, el día transcurría entre correos electrónicos, teléfono y citas diversas y luego volvía a casa hacia las nueve de la noche, agotada, se desplomaba, se ponía una sudadera y unos pantalones de chándal, y así se presentaba ante su amo y señor y él tenía que tener, necesariamente debía de tener, la sensación de que la habían jodido, y que eso no iba a arreglarse con los años, los hijos crecerían y las responsabilidades profesionales aumentarían automáticamente, sin tener ni siquiera en cuenta el decaimiento de las carnes.
Había llegado el final de un ciclo
12 NovTerminó la bandeja de canalones, encontró un resto de coñac. Encendió la regleta de halógenos a su máxima potencia y los enfocó hacia el centro del lienzo. Mirando de cerca, ni siquiera la noche estaba bien: no tenía esa suntuosidad, ese misterio que asociamos con las noches de la Península Arábiga; habría debido emplear un azul cerúleo en vez de uno ultramar. El cuadro que estaba pintando era en realidad una auténtica mierda. Cogió un cuchillo de pescado, reventó el ojo de Damien Hirst, ensanchó el agujero con esfuerzo: era una tela de fibras de lino apretadas, muy resistente. Aferrando con una mano el lienzo pegajoso, lo desgarró de un solo golpe, lo que desequilibró el caballete, que se desplomó en el suelo. Se detuvo, un poco calmado, contempló sus manos pringosas de pintura, apuró el coñac antes de saltar con los pies juntos sobre el cuadro, y lo pisoteó y restregó contra el suelo, que se volvía resbaladizo. Acabó perdiendo el equillibrio y cayó, el marco del caballete le golpeó violentamente el occipucio, eructó y vomitó, de golpe se sintió mejor, el aire nocturno fresco circulaba libremente por su rostro, cerró los ojos de felicidad: era evidente que había llegado el final de un ciclo.
Michel Houellebecq, en El mapa y el territorio.
Comentarios recientes