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Ian Schnaida y el periodismo con carácter

12 Jun

Hace menos de seis meses recibí una propuesta de Ian Schnaida, el director y jefe supremo de Con la oreja roja, el medio que revolucionaría el periodismo en Colombia. Ian me invitaba a ser una de sus columnistas.

¿Pero por qué yo? Hice la pregunta entre admirada y confundida, se supone que no necesito publicar en ningún medio porque tengo este blog, el más leído de Colombia. El blog que leen los periodistas más prestigiosos de este pobre país, el blog que tanta gente lee temblando de ira e indignación.

Me dijo Ian que como Con la oreja roja pretendía hacerle poner la oreja roja a la gente ridícula, presumida y convencida de nuestra pobre patria yo era la persona más indicada para formar parte de este proyecto tan original en Colombia, el país de los payasos y los irreverentes. No sería la nueva bobada literaria ni la nueva actualidad panamericana, sería algo mucho más ambicioso.

Sin nombrarme a ninguno de estos ilustres me dijo que yo era la columnista ideal para tan ambicioso proyecto porque era una mezcla explosiva, porque poseía las cualidades intelectuales más exquisitas de gente como Groucho Marx, Charles Bukowski, Thomas Bernhard, Howard Phillips Lovecraft y Ambroce Bierce. Lo más seguro es que Ian no conoce a ninguno de estos autores pero a través de sus palabras me dio a entender que yo era La elegida para humillar y ofender a las grandes personalidades de Colombia desde su nuevo medio de expresión. Ian casi me hacía un favor al concederme el privilegio de publicar allí, me daba la posibilidad de existir, publicar en su página sería el trampolín a la fama que había estado esperando durante tanto tiempo.

¡No sabía de qué forma agradecerle a Ian el gesto tan hermoso de haberse fijado en mí!

No sé por qué le dije que sí, cada semana recibo propuestas similares a la de Ian y siempre digo que no sin pensarlo. A Ian le dije que sí y le dije que comenzáramos a trabajar ya, que quería ser famosa cuanto antes. Le dije que no sé escribir por contrato ni por encargo, que lo poco que podría ofrecerle son los pobres perfiles de nuestros personajes ilustres que he publicado en este blog, que sólo podría hacerle sugerencias. Ian aceptó. Le propuse que comenzáramos con Luis H. Aristizábal, el maestro del aforismo en Twitter. Ian no lo pensó mucho, dijo que le parecía perfecto.

A los dos días recibí algunas sugerencia de Ian y de uno de sus asesores (había olvidado decir que el equipo de Ian es muy nutrido y al parecer todos se toman muy en serio su trabajo), cuando sus colaboradores se ponían en contacto conmigo imaginaba que así se debe sentir la gente que recibe instrucciones de grandes personalidades que trabajan en la NASA o en el Fondo Monetario Internacional.

Una de las asesoras o colaboradoras de Ian me pidió en tono respetuoso que cambiáramos algunas palabras ofensivas que había usado para referirme al maestro Luis H. y yo les dije que no, que no aceptaba. Se suponía que ellos abogaban por la libertad de expresión, iban a revolucionar el mundo a través de la irreverencia y la verdad en la cara. Publicaron el perfil sobre uno de los hombres más cultos, amados y admirados de Colombia sin cambiar ninguna palabra y todo fue paz y amor hasta cuando llegamos al segundo texto.

El segundo texto fue sobre Carolina Sanín: La situación de Carolina Sanín es complicada, un texto que hizo llorar hasta a Dios. El gran problema con este texto fue que tardaron demasiado tiempo en publicarlo, el texto estaba siendo municiosamente estudiado por el comité de asesores de Con la oreja roja y el gran Ian me pedía que tuviera paciencia, que probablemente pasaría a edición. Después de varios días de tormentosa espera por fin el texto vio la luz, pero publicaron mal el título, escribieron Carolina Salín.

Cuando vi semejante despropósito le pedí al gran Ian que me sacara de su grupo de columnistas, me parecía el colmo que cometieran un error tan estúpido y me daban motivos para no volver a aceptar nunca más en la vida invitaciones de gente tan mediocre o tan convencida.

Cuando renuncié al medio que revolucionaría el periodismo en Colombia Ian se convirtió en mi enemigo público. Desde ese día cree que no soy digna de sus ojos, que Con la oreja roja merece invitar a personas con más valía.

El periódico El Colombiano busca estrellitas de Twitter para entrevistar y el gran Ian recluta grandes mentes -también de Twitter- para que vomiten hasta hacerle poner morada la oreja al objeto de su burla.

El fin de la revista El Malpensante

14 Jul

Ayer publicaron en El Espectador un lamento titulado «La utilidad de un mal pensamiento», se trata de una noticia y un grito desesperado: la revista El Malpensante está a punto de quebrar y Andrés Hoyos pide una colaboración a sus suscriptores para que no se pierda esta joya. Cuando leí la  noticia me alegré porque le he hecho seguimiento a esta revista desde 1996, desde su fundación, he sido testigo de los mitos y leyendas que se han creado a partir de su nombre. Creo que su quiebra es un hermoso pretexto para escribir sobre revistas, intelectuales y escritores colombianos.

En 1996 Andrés Hoyos fundó la revista El Malpensante y ese fue un gran acontecimiento para los intelectuales colombianos, era una revista famosa en los departamentos de literatura de las universidades bogotanas, relucía en librerías grandes y pequeñas, hasta un mísero vendedor de revistas tiradas en una acera -carcomidas por el polvo y por el agua- se sentía elegante porque vendía los números pasados de tan importante documento. Tener el primer número era signo de estatus. Nosotros, los lectores, los intelectuales, las jóvenes promesas, nos sentíamos obligados a formar parte del milagro, también queríamos leer la revista El Malpensante.

Sin más preámbulos empecemos a desarrollar tan apasionantes temas:

1) Revistas

Las revistas están condenadas a desaparecer, desaparecerán todas antes de que caigan los pocos periódicos que todavía sobreviven. A pesar de los soportes pasados, presentes y por venir el libro seguirá existiendo, el papel de los libros sigue siendo seductor, comprar libros todavía es la  gran experiencia y leerlos nunca pasará de moda porque los lectores de libros no leen por moda, leen en letra impresa porque ese es el soporte perfecto para el libro, no es cuestión de estatus.

Se puede prescindir de revistas y periódicos impresos porque los contenidos de estos medios son manejables en la web, no tiene sentido luchar y llorar por una revista o un periódico que desaparece porque hay millones de periódicos y revistas en versiones digitales; es ridículo armar un escándalo, sentir que al desaparecer El Malpensante los lectores pierden algo noble, algo que no puede faltar en el estudio o en la sala de nuestra casa, un objeto de aristocracia, un fetiche cultural, cuando en realidad no se está perdiendo nada, los contenidos que publican en ese medio seguramente están publicados en otras revistas o en las páginas personales de los autores. No tiene sentido armar un drama por algo que se veía venir, las revistas que desaparecen mueren de muerte natural. Lo que las mata no es la mala calidad sino la tecnología.

2) Intelectuales

Los intelectuales colombianos quedaron desnudos gracias a las redes sociales, primero en Facebook y luego en Twitter. Algunos, los más rancios, los herederos de Adorno, todavía no tienen correo electrónico y siguen escribiendo sus composiciones en su vieja máquina de escribir, esas almas de élite no producen ni risa.

Los otros, los de las redes sociales, nos mostraron de qué está hecha la cultura colombiana. Los grandes intelectuales, las grandes mentes, los gestores, los editores, los correctores de estilo y los colaboradores frecuentes de la revista El Malpensante están casi todos en las redes sociales y el panorama no puede ser más desalentador. Deben estar muy tristes con la muerte de  la revista, cuando desaparezca quedarán convertidos en un simple tuitero, en un pobre hombre con cinco mil amigos en su cuenta de Facebook. ¿Para reír o para llorar? Yo creo que es lo justo, es lo que esta gente se merece.

3) Escritores colombianos

En el artículo de El Espectador mencionan tres grandes mentes de la cultura colombiana: Ricardo Silva Romero, Alberto Salcedo Ramos y Piedad Bonnett, me permito citar:

Sobre el tema de la calidad, el escritor Ricardo Silva Romero, varias veces publicado en El Malpensante, cree que esta revista “ha logrado elevar el nivel de la discusión, no tiene miedo de hablar y ha servido para conectar a muchos autores en español”. Alberto Salcedo Ramos, quien se dedica en exclusiva a la literatura de no ficción, siente que allí encontró “unos editores que siempre se mostraron dispuestos a apostar por una buena historia”.

Salcedo Ramos es periodista, pero en el caso de Silva y otros autores que crecieron en la ficción, el periodismo ha sido otra forma de vivir de la escritura. Aunque muchos no viven de ello. Es el caso de Piedad Bonnett: “No espero vivir de escribir. Tener otros oficios no es bueno sólo en términos pragmáticos sino como opción de vida. Por ejemplo, Kafka era abogado.

Gracias a las redes sociales y a la lectura de las obras de estos «maestros» sabemos que la literatura colombiana pasa por una de sus peores crisis. No hay escritores dignos de ser estudiados en un salón de clase (por eso, yo, por ejemplo, prefiero a los estudiantes de comunicación social, música, mercadología, publicidad o pedagogía), porque la literatura colombiana actual, la que publican las editoriales, la de los autores que ganan los premios importantes, no es digna de ser leída, mucho menos de ser estudiada. Es triste haber estudiado  literatura para terminar renunciando a dar clases de literatura.

Faltó que en El Espectador pidieran la voz de auxilio de estas otras mentes brillantes, amantes todos de la alta cultura, de la Idea que defiende con ahínco el gran intelectual Andrés Hoyos. ¿Por qué no sentaron su voz de protesta también las mentes más autorizadas, los amigos de la Casa Malpensante: Héctor Abad Faciolince, Jorge Franco, Daniel Samper Ospina, Adolfo Zableh, Luis H. Aristizábal, Antonio García Ángel, Camilo Jiménez,Vladdo, Carolina Sanín, Juan Gabriel Vázquez, Evelio Rosero Diago, Juan Esteban Constaín, Margarita Posada, Virginia Mayer, Catalina Ruiz-Navarro..?

Lo justo es que escriban una hermosa Carta Abierta para que sea firmada por ellos y por los que no están en la lista, los  intelectuales que no desean que desaparezca la revista. Convertir el sueño en una gran causa para promover en un grupo de Facebook.

Les propongo el título de la Carta: «La revista  El Malpensante no puede desaparecer».

 

Luis H. Aristizábal: «maestro» del aforismo en Twitter

7 Feb

Algunas personas impresionables se deslumbran cuando conocen Twitter, si completan mil seguidores sienten que tienen un pedacito de cielo y se toman por celebridades, empiezan a dar conferencias a nivel nacional e internacional tituladas:

Cómo ser buen tuitero y no perder seguidores en el intento.

Cómo influir en los demás con un trino bien pensado y estructurado.

Cómo lograr ser nombrado en el noticiero del mediodía o en La red.

Cómo ser condecorado en la revista Soho con un premio muy codiciado entre intelectuales colombianos: Tuitero del mes (si no logra ser condecorado en la revista Soho puede intentar en Arcadia o El Malpensante -A esos intelectuales también les gusta encontrar buenos aforistas online-).

Cómo escribir aforismos.

Cómo convertirse en poeta tuitero.

Cómo convertirse en novelista tuitero.

Cómo convertirse en pensador tuitero.

Cómo convertirse en humorista tuitero.

Cómo redactar noticias en Twitter.

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Si sólo contamos con 140 caracteres los mensajes deben ser breves. Las Mentes Brillantes descubrieron que Twitter es la herramienta perfecta para crear y copiar aforismos.

El gran aforista de Twitter es Luis H. Aristizábal, Luis es un tuitero relativamente nuevo y todavía babea ante el caudal inmanejable de inteligencia que destilan los usuarios (más si son mujeres, estudiantes, bellas, dóciles… jóvenes que ríen y lo hacen reír a él con sus travesuras de 140 caracteres).

Luis se siente en Twitter ante un templo de Sabiduría, pasa la mayor parte de su vida buscando aforismos y publicando otros (casi todos encontrados en proverbia.net). Cuando no está copiando aforismos está chateando con sus conquistas; cuando no está chateando con sus conquistas está recomendado libros o artículos hediondos de Héctor Abad Faciolince, Ricardo Silva Romero, Jorge Franco, Alberto Salcedo Ramos, Daniel Samper Ospina y demás amigos de El Malpensante, Arcadia, Soho, Semana, Cromos, TVyNovelas… Y cuando no está en Twitter debe estar reclinado en algún sofá pensando en alguna frase divertida o inteligente para tuitear más tarde o simplemente debe sertirse orgulloso de ser un gran intelectual y pensador tuitero.

El gran problema de los cazadores de aforismos y de mentes brillantes parece tener que ver con su particular idea de aforismo tuitero. No se dan cuenta de que es una contradicción: el aforismo es eterno, los tuits son pasajeros. Los tuits -por más poéticos o filosóficos que parezcan y por más que hayan sido escritos en un soporte que se conserva y que se puede recuperar y rememorar- pierden sentido fuera de contexto, tienen sentido sólo si son memorizados y repetidos por los usuarios y en esa medida no forman parte de la cultura escrita sino de la cultura oral y popular, la del humor y la vida práctica. La escritura en Twitter tiene poco que ver con la escritura de libros y la lectura de tuits tiene poco que ver con la lectura de libros de más de trescientas páginas.

Luis H. Aristizábal forma parte de la inmensa mayoría de ancianos rancios que leen y escriben en redes sociales como si escribieran y leyeran en papel. Esta gente pontifica en periódicos y revistas y se sienten con autoridad para pontificar en espacios virtuales también, repiten esquemas y son felices organizando listas y buscando genios, calificando y descalificando por el poder que les confiere ser escritor de reseñas en revistas tan rancias como ellos.

Colombia es país de alianzas estratégicas y la cultura no se salva de esta miseria. Casi todos están en Twitter, tienen miedo de no figurar en la página de moda en televisión, radio y prensa. No vale la pena nombrarlos, todos sabemos quiénes son.

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