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Hagakure. El camino del samurái

5 Abr

Es bueno contemplar el mundo como un sueño.

Lo mejor es quedarse en casa y pensar en la poesía.

Los desastres en las reuniones de placer son abundantes.

Uno debería percibir su naturaleza como una fuerza silenciosa.

Todos queremos vivir y adaptar nuestra lógica a nuestros deseos.

Cuando haya que hacer algo lo mejor será no depender de nadie.

La Senda del samurái consiste en practicar la muerte cada mañana.

Uno debe tomar sus decisiones dentro del espacio de siete respiraciones.

Para el oído está el sonido del agua hirviendo. Para el gusto está el sabor del té.

Los buenos amigos escasean. Incluso cuando alguien es invitado debe ser precavido.

La vida humana es muy corta. Lo mejor es vivirla haciendo las cosas que nos gustan.

Decir que se muere sin haber alcanzado nuestro objetivo es morir como un perro.

Seguir viviendo a pesar de no haber alcanzado nuestro objetivo es cobardía.

Si mueres en la batalla siempre deberás procurar que sea dando la cara al enemigo.

Ya sea en un conversación formal o no, hay que mirar al interlocutor siempre a los ojos.

Un aprendiz no estará a la altura de las virtudes de su maestro si sólo percibe sus defectos.

Siempre hay que adoptar una actitud de superioridad sobre los demás en lo relativo al valor marcial.

Uno no es realmente un samurái si no toma sus decisiones apresuradamente y destaca en la competencia.

Me gusta dormir. Y mi intención es confinarme cada vez más en mi dormitorio y morir sumido en el sueño.

Hasta la edad de cuarenta años lo mejor es aunar fuerzas. Lo mejor es echar raíces a la edad de cincuenta.

Uno debe acercarse a personas que le sean queridas y buscar las mejores palabras para hacerse entender.

Cuando escribimos una carta debemos pensar que el destinatario la colgará en un pergamino a la pared.

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Lo bello y lo triste

6 Abr

Un escritor narra la historia de su amor con una joven de dieciséis años y como es literatura la heroína es mucho más fantástica que la protagonista, que la mujer real; es la historia de una verdad distorsionada, una versión de los hechos desde la distancia y el recuerdo por un hombre triste que se divierte observando a los pasajeros de un tren, los paisajes desde la distancia, flores y sonidos de campañas en la Noche de Año Nuevo. Se han vendido muchas ediciones, el autor mejora su condición económica, es un escritor famoso. Su esposa y sus dos hijos se dan la buena vida a costa de la narración del sufrimiento de una joven y el amor de esa joven con el narrador (que es el mismo escritor). El título de la novela es Una chica de dieciséis, simple, como tenía que ser el título de una novela de  Yasunari Kawabata.

Oki y Otoko se conocieron en Tokio, se enamoraron, ella era una amante diestra dispuesta a todo, sumisa y discreta, quedó embarazada, perdió al bebé de Oki (una niña) y la pérdida la llevó a la locura, pero nunca dejó de amarlo. El asunto es cursi y la historia es absurda. ¿Será frecuente este hecho en Tokio y en kioto? ¿En Japón los hombres de treinta y cinco años desean y se enamoran de jóvenes vírgenes que luego enloquecen de amor por ellos? El narrador insiste en que la literatura sólo puede surgir de la vida real, de las experiencias intensas, que sólo se puede escribir algo bello, artístico, cuando el sentimiento ha sido muy profundo: sin amor, sin odio, sin deseo…  es imposible  escribir algo que pueda llamarse con respeto y reverencia una  Obra de Arte digna de ser apreciada, esa es una de las conclusiones contundentes en esta novela en la que se reflexiona seriamente sobre la esencia de la estética, el estilo y la pureza.

En Colombia esta  conmovedora historia de amor sólo podría verse en una telenovela, no en lo que llamamos Una Obra Literaria. Si las feministas analizan Lo bello y los triste con lupa descubrirán fácilmente el patriarcado y el falocentrismo, podrían terminar odiando a Kawabata como odian a Bukowski y tal vez a Lovecraft. ¡Dios no permita que esta novela caiga en las manos de Catalina Ruiz-Navarro porque la destrozaría!

Otoko supera el dolor gracias al apoyo de su madre, se tienen la una a la otra y la madre desea que su hija se enamore de nuevo, se case y tenga hijos pero ella sólo puede amar a Oki y lo amará hasta la última página del libro porque en ella no cabe el odio, el resentimiento ni la venganza, ella sólo sabe amar a ese hombre y él también siente que no volverá a amar a otra mujer como la amó a ella.

Otoko pinta y Oki escribe novelas, la esposa de Oki ha perdonado la traición pero se atormenta sabiendo que en la novela se destaca más la pureza de la joven que sus propios celos y sabe que debe soportar el sufrimiento que implica ser la esposa de un escritor. Pasan los años y parecen haberse curado las heridas, ninguno de los personajes imagina el final dramático de la historia en manos de Keiko, la protegida de la señorita  Otoko Ueno. Un drama total que termina en la muerte de un joven que no pudo resistirse ante los encantos de la belleza femenina.

Oki es un hombre triste y sueña con ir a Kioto (donde vive Otoko) para oír con ella las campanas en la noche de Año Nuevo. Ella lo recibe con su aprendiz: Keiko. Keiko es joven, hermosa y seductora y espera vengar el dolor de Otoko, su maestra,  a través del sufrimiento del padre y el hijo y, entonces, los seduce a los dos. La novela termina con la muerte de Taichiro, el hijo de Oki, una joven promesa de la intelectualidad de Tokio.

 

El maletín del maestro

7 Mar

El cielo es azul, la tierra blanca no es el título original de la novela de Hiromi Kawakami sino uno de los tantos versos que Harutsana Matsumoto obliga a leer, escribe o lee en voz alta para Tsukiko, es una referencia literaria entre otras y no precisamente la más importante, el título original de la obra es Sensei no kaban, algo como El maletín del maestro. Cuando el maestro muere hereda el maletín a Tsukiko, un maletín vacío que abandonó sólo dos o tres veces a lo largo de la historia.

La historia gira alrededor del profesor de japonés que siempre está muy bien vestido, camina erguido y  nunca abandona su maletín. Un hombre mayor que disfruta comiendo, bebiendo y caminando con una mujer joven (cercana a los cuarenta años) que fue su pupila en el instituto. Tsukiko no fue la más destacada de la clase, no recuerda ni siquiera el nombre de su profesor, por eso decide nombrarlo y pensarlo siempre como maestro, incluso cuando recordó cuál era su nombre. Cuando el profesor murió ella lloró mientras su hijo pronunciaba el nombre de su padre porque lo sentía lejano, porque para ella siempre fue el maestro. A lo largo de la novela llora, sonríe o suspira varias veces mientras piensa, pronuncia y grita la palabra maestro.

Un hombre y una mujer se reúnen casi siempre en el mismo sitio a comer, a beber, a ver partidos de béisbol, a observar a otras personas, a conversar sobre temas simples, los dos se sienten muy bien uno al lado del otro, desean encontrarse por casualidad, lo buscan. Cuando lo logran fingen que se trató de un encuentro casual, conversan tensos, se despiden con sequedad y cada uno se va para su casa; mientras caminan saborean la sensación que les deja la presencia del otro y no pasa nada más. En algunas ocasiones beben más de la cuenta, él abre la puerta de su casa y ella duerme cerca de él, no con él, y la sensación es desagradable, contradictoria, triste. Ella se acerca cada día más a ese hombre que no expresa emociones a través de  actos ni de  palabras porque él se define como un hombre obtuso y seguramente lo es, siente mucho pero expresa poco, casi nada.

Quien escribe y narra es una mujer, nada podemos saber de las sensaciones del hombre, pero las podemos adivinar. Ella lamenta ilusionarse y enamorarse de un hombre que parece tan dueño de sí mismo siempre, tan controlado, tan intelectual. Al final, después de muchas situaciones incómodas, después de avanzar lentamente en las aproximaciones físicas: caricias en el pelo, cogidas del brazo, abrazos tímidos, deciden tener una relación formal tras una incómoda declaración de amor. Empiezan las citas, los paseos, las llamadas, pero la tensión no desaparece nunca. Es amor pero ese amor está mediado por el respeto y la necesidad de parte del hombre de controlar siempre la situación, de estar seguro siempre de sostenerse sobre terreno firme. Ella desea a este hombre porque no está obsesionado con la posesión física o la expresión total del afecto, es amor y deseo contenido, pura sensación y es eso lo que la entusiasma, la imposibilidad de expresarse y de vivir la plenitud del discurso amoroso y el desenfreno del encuentro erótico.

Este tipo de amores están cerca de lo que en la cultura occidental se llama el amor cortés, es un amor imaginario, un deseo que no aspira a materializarse para no terminar condenado al hastío de la carne y la acrobacia de los cuerpos. Un libro hermoso para lectores soñadores y tímidos que disfrutan con este tipo de pasiones que no se satisfacen con la realización de los actos sino con el deseo y los sueños, estos amores son amores de fantasía.

La casa de las bellas durmientes o, bien, la tristeza de la sexualidad masculina

20 Feb

Vargas Llosa y García Márquez están convencidos de que probablemente La casa de las bellas durmientes  es la mejor obra de Yasunari Kawabata y un lector dócil dirá sin dudarlo: sí, claro, tiene que ser cierto, puesto que lo dicen dos grandes lectores que además son premio nobel de literatura.

Yo no necesito decir que es una gran obra porque lo dicen «los grandes» sino porque lo sé. Cuando la leí la primera vez -es un libro hermoso que se lee en una tarde- quedé maravillada con la historia, es una historia única, no sé si parte de hechos reales, si en Japón existen este tipo de diversiones para abuelos tristes, pero está tan bien narrada que de ser cierto que los ancianos sufren con este tipo de placeres, lo más probable es que la experiencia de los contempladores de hermosas mujeres vírgenes dormidas y complacientes no es tan hermosa y tan triste como se le presenta al lector a través de las palabras. Aquí la ficción tiene que superar la realidad.

Y por eso es gran literatura, porque no es una colección de chismes estúpidos -como los que estamos acostumbrados a leer en la infamia llamada Literatura Colombiana- sino que es la sucesión de frases perfectamente enlazadas que nos cortan el aliento porque se ven muy bien una después de la otra. Esa historia es el tipo de historia que nunca se olvida aunque hayamos leído muchos libros. Las mujeres dormidas y los recuerdos de los hombres mientras las contemplan nos hacen sentir como si estuviéramos ahí, con ellos, con esos pobres ancianos conscientes de su decadencia, humillados ante la belleza desnuda de niñas dormidas que provocan en ellos sentimientos y sensaciones relacionados con su sexualidad, con la idea que tienen de las mujeres y de los recuerdos que de ellas conservan. Es, por sobre todas las cosas, un encuentro -que se convierte en vicio- con su propia miseria, con el deseo de morir mientras duermen al lado de esas jóvenes que no saben quién es el abuelo de turno que las contempla, las desea y no las puede complacer porque están más cerca de la muerte que de la vida.

La obra original no tiene nada que ver con la traducción en español. La idea que tenemos de Japón, de los rituales de té, de la sensualidad de las mujeres japonesas, de la forma en que los hombres conciben la vida, el amor, la sexualidad y la mujer nos es casi totalmente ajena, pero es seguro que cualquier lector con una pizca de sensibilidad queda hechizado ante las imágenes que pasan por la mente de los viejos tristes que contemplan y yo como mujer siento pena por los hombres -por todos los hombres- mientras leo este libro porque sospecho que esas sensaciones ante el cuerpo y la sexualidad de las mujeres es universal mientras que las mujeres no nos desvivimos por el cuerpo ni por el placer de los hombres porque sus armas de seducción son menos contundentes que las nuestras y porque la experiencia sexual puede tener varios sentidos para las mujeres mientras que para los hombres el sexo es el sexo y el cuerpo de la mujer parece perturbarlos en demasía y, como lo dice el autor, estas sensaciones no tienen que ver necesariamente con las formas, los movimientos y la edad de la mujer, con su bondad, su inteligencia o su alegría sino que cada mujer es la misma mujer y cada una lo perturba de forma diferente.

 

Amores con fluidos y amores sin fluidos

26 Ago

La última vez que escribí un texto en Word fue hace diez años, ahora escribo directamente en el blog. Lo que lees lo acabo de pasar de Word al blog, quería que fueran dos cuartillas -como en los buenos tiempos- cuando estaba segura de que la extensión ideal de los textos para ser leídos en línea es de dos cuartillas.  Acabo de replantear esa idea: prepárate para leer un post de tres o cuatro cuartillas, es imposible saberlo, recuerda que empecé en Word con dos cuartillas y terminé aquí, en el blog, donde es imposible delimitar la extensión de un texto en número de caracteres y de páginas. ¿no lo sabías? ¡ahora lo sabes!

Hace diez años tenía PC sin acceso a internet, ahora tengo un aparato más sofisticado, Google, Wikipedia, Facebook y Twitter. El mundo ha cambiado en diez años y la forma de escribir también. Yo también he cambiado, por supuesto.

Word fue un gran descubrimiento, una revolución mental, recuerdo cómo gozaba con la barra de herramientas, especialmente con los sinónimos; ahora no los necesito, no pienso usarlos en esta nueva temporada de textos extensos para ser publicados sólo en medios digitales. ¡porque los publicaré sólo en medios digitales!

Hace diez años publicaba en revistas impresas de circulación nacional e internacional, renuncié a esos privilegios hace diez años también. Me lancé a la aventura de publicar sólo en medios digitales y debo reconocer que no me ha ido mal: estoy bien posicionada en Google, aparezco en varias páginas de Wikipedia que no administro yo (por supuesto), tengo fans en Facebook y seguidores en Twitter.  Hay varios periodistas tontos ansiosos soñando que algún día le revelarán al mundo quién soy yo, quién es el autor de este texto, de todos los textos que voy publicando aquí. Corre el rumor de que puedo ser un hombre o quizás somos varios, una especie de grupo interdisciplinario o transdisciplinario. Me tiene sin cuidado lo que piensen de mí. Nunca me van a entrevistar, ¡nunca!

Mientras escribo esta línea me tiemblan un poco los dedos porque quiero retomar la escritura de textos extensos (creo que ya lo había dicho).

La escritura de textos extensos implica leer con mucha concentración, implica volver a escribir en Word, ver cómo se van llenando las páginas, cómo se van reproduciendo y cómo unos párrafos le dan vida  a otros y de un ensayo se van desgajando -como si fueran florecitas-  otros mucho más extensos que amenazan con volverme un poco loca, como hace diez años.

Estoy a punto de terminar la primera página, seguramente tienes la sensación de que es un poco más. Yo también la tengo, es extraño.

Tengo pensado escribir un texto titulado Amores con fluidos y amores sin fluidos. La idea surgió ayer, tiene sentido, está inspirada en la lectura de El cielo es azul, la tierra blanca, de  Hiromi Kawakami, un libro maravilloso que me recomendó @jairogarciacol, sí, un usuario de Twitter. No conozco su cara y él sólo ha visto fotografías mías en la web. No me interesa saber cómo es su cara, lo único que sé es que vale la pena conversar de literatura con Jairo -supongo que su nombre es Jairo-. Probablemente algún día nos veamos y sigamos conversando sobre los mismos temas, probablemente no. Quizás nos veamos sólo una vez y lamentemos habernos conocido. Bueno, no importa, lo que importa es que gracias a él yo escribo y tú lees. Fíjate bien, ¡estás a punto de terminar! ¡estás viendo la fotografía que cierra el post!

Cuando leas esas narraciones eróticas que voy a componer para ti no te detengas, serán tan fluidas como lo que estás leyendo hoy.

¿Es erótico leer sobre el proyecto que tengo de escribir narraciones eróticas para ti? ¿no?, ¿no lo es?  Anda, dime que sí, que te entusiasma la idea.

¿Estás fantaseando con las imágenes que pasan por mi mente en torno a mis amores?

Voy a compartir esas historias  contigo porque la vida es bella y las aventuras morbosas narradas por otros nos entretienen y nos ayudan a matar el tiempo.

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