Dedicado a una bienamada niña:
en recuerdo de las doradas horas de estío
y de los murmullos de un mar de verano
Niña que lleva un traje infantil, como deben las niñas,
ciñéndole con pantalones de seguros
anhelante de empuñar el azadón;
queriendo descansar en rodilla amiga
Se dispone a contar el cuento que prefiere decir.
Almas duras de la riña que hay afuera
no encuentran su puro y simple salto.
Piensa, si escuchas, ¡cuánto tiempo de desperdicio
en la vida!, ¡esas horas desiertas de gozo!
Charlemos, dulce nena, y se rescaten del tedio
corazones que entretienen en la más inteligente plática.
¡Ah, feliz, quien tiene la alegría más lánguida!,
¡el sincero amor de una nena!
¡Lejos, adorado pensamiento!; no heriréis mi alma de nuevo.
El trabajo reclama mis noches en blanco, mis días agobiados;
si bien el recuerdo de una noche llena de sol
Todavía me acosa y me mira,
¡cuando solitario recorro las calles!
Lewis Carrol, en La casa del Snack. Paroxismo en ocho espasmos. En versión de Leopoldo María Panero.
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