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Uno de los últimos románticos

4 Mar

Jamás vistió esos insípidos trajes de gasa que todo lo dejan ver y nada adivinar. Prefería las telas que crujen, las faldas largas, murmurantes, cubiertas de lentejuelas y adornos metálicos, que obligan a una rodilla muy vigorosa a levantar con fuerza los corpiños de saltimbanqui; bailaba no con aros, por cierto, sino con pendientes que casi me atrevería a decir eran lámparas de cristal. Con gusto hubiera atado al bajo de sus faldas numerosas muñecas raras, como lo hacen las viejas bohemias que nos leen la buenaventura de una manera amenazadora y a quienes se encuentra otra vez en pleno mediodía bajo los arcos de las ruinas romanas, muy chuscas, por lo demás, pero de las que el romántico Samuel, uno de los últimos románticos que posee Francia, estaba enamorado.

Baudelaire, en La Fanfarlo

Horizonte trivial

4 Feb

Libertinaje, del espíritu, impotencia del corazón; ambos hacen que se viva sólo por curiosidad y se muera diariamente de lasitud. Cada uno de nosotros se parece al viajero que ha recorrido un gran país y contemplado cada tarde al sol, que antes doraba espléndidamente la ruta y ahora se encuentra sumergido en un horizonte trivial.

Charles Baudelaire, en La Fanfarlo.

 

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Hay una amable filosofía

4 Feb

Hay una amable filosofía que consiste en encontrar consuelo aun en los objetos más indignos en apariencia. Del mismo modo que la virtud es superior a la inocencia, y que mayor mérito hay en sembrar en un desierto que en saquear indolentemente un vergel repleto de frutos, es verdaderamente digno de un alma selecta purificarse y purificar al otro por su contacto. Como no hay traición que no pueda perdonarse, ni existe tampoco pecado que no pueda absolverse, ni olvido imposible de conseguir; hay una ciencia del amor al prójimo y de hallarlo amable, como hay una forma de saber vivir. Cuanto más delicado es un espíritu, tanto más descubre bellezas originales; cuanto más tierno y abierto a la esperanza, más capacitado está para encontrar en el otro, por ruines que sean, motivos de amor; ésta es la obra de la caridad, y se ha visto a más de una viajera, desolada y extraviada en los áridos desiertos de la ilusión, reconquistar la fe y apasionarse más intensamente por lo que había perdido, con tanta más razón cuanto que posee ahora la ciencia de dirigir su pasión y la del ser amado.

Samuel Cramer, dirigiéndose a la señora Cosmelly, en La Fanfarlo, de Charles Baudelaire. Barcelona: Montesinos. 1989. página 33.