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Julio Ramón Ribeyro. Una ilusión tentada por el fracaso

16 Mar

La figura escondida, el enigma de lo que somos, sólo se revelará cuando hayamos muerto, cuando «el cuadro quede colgado en la pared» (Galia Ospina)

Hay que permanecer atentos, pues existen pequeñas puertas que se abren, instantes en que el tiempo deja de ser caída para transformarse en la duración de lo fugitivo. (Galia Ospina)

El edificio de tu existencia es complicado y frágil, como la arquitectura de un navío; un accidente, una vía de agua, y todo está en peligro y el brillante navío se hunde entre las olas. No te abandones a ti mismo y no interrumpas tu educación, es decir: no descuides este diario. (Amiel)

La vida no podía ser esa cosa que se nos imponía y que uno asumía como un arriendo, sin protestar. Pero ¿qué podía ser?… Debía haber una contraseña, algo que permitiera quebrar la barrera de la rutina y la indolencia y acceder al fin al conocimiento, a la verdadera realidad. (Julio Ramón Ribeyro)

Escribir es ser un disidente de la realidad, escaparse de los destinos marcados donde cada año significa una suma de meses frente a un despacho impersonal que convierte la vida en una duración insoportable. Se va de la casa a la oficina y de la oficina a la casa en un círculo abominable e infernal. (Galia Ospina)

Falta de tradición, poca capacidad introspectiva, concienca inmadura de la propia persona, menosprecio de un tipo de obra cuya repercusión es generalmente póstuma y, en último término, ¿por qué no? concepción machista de la literatura, que hace considerar la redacción de un diario como cosa de señoritas. (Julio Ramón Ribeyro)

El hombre quiere revelar su propia imagen en la acción, pero esa imagen no se le aparece. Un personaje sale de su casa queriendo ser escritor, pero su destino sólo dibuja el fracaso, la errancia. La vida puede cambiar en un punto de quiebre. De repente todo es arena. El barco se hunde en la insportable tormenta y nuestros cuerpos son arrojados a la deriva. Todo el desierto en la piel. Todo el dolor en los ojos. Caminando entre ruinas en la inútil tarea de unir los fragmentos. Sumergidos en la profundidad del agua vislumbramos por un instante la otra orilla. Salimos de lo oscuro para entrar en lo oscuro. Pequeñas muertes se van dando en el transcurso de la vida. Pequeñas resurrecciones… (Galia Ospina)

El gran error de la naturaleza humana es adaptarse. La verdadera felicidad está construida por un perpetuo estado de iniciación, de entusiasmo constante. Y aquella sensación sólo la producen las cosas nuevas que nos ofrecen resistencia o que aún no hemos asimilado. El matrimonio destruye el amor, la posesión mata el deseo, el conocimiento aniquila el placer, el hábito la novedad, la destreza, la conciencia. Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante: he allí una forma para ser feliz. Un fórmula sin embargo difícil. La naturaleza humana reclama la estabilidad. La estabilidad en el amor, en la residencia, en el pensamiento. Hay en nosotros una pesada carga de sedentarismo que nos obliga a vivir en un sitio, querer a una mujer, pertenecer fiel a una ideología. Y esto es terrible pero necesario. Necesario porque tiene sus compensaciones, y porque hace posible, además, la vida social. El nomadismo, como lo concibo -geográfico o intelectual- produciría una sociedad anárquica y primitiva, construida por hombres egoístas y dispersos.
Quién sabe, sin embargo, si esto será lo mejor. Por lo menos cada uno seria feliz -lo creo al menos- y ésta es ya una razón suficiente. (Julio Ramón Ribeyro)

Es necesario dotar a todo niño de una casa. Un lugar que, aún perdido, pueda más tarde servirle de refugio y recorrer con la imaginación buscando su alcoba, sus juegos, sus fantasmas.
Una casa: ya sé que se deja, se destruye, se pierde, se vende, se abandona. Pero al niño hay que dársela porque no olvidará nada de ella, nada será desperdiciado, su memoria conservará el color de sus muros, el aire de sus ventanas, las manchas del cielo raso y hasta «la figura escondida en las venas del mármol de la chimenea». Todo para él será atesoramiento.
Más tarde no importa. Uno se acostumbra a ser transeúnte y la casa se convierte en posada. Pero para el niño la casa es su mundo. Niño extranjero, sin casa. En casas de paso, de paseo, de pasaje, de pasajero, que no dejarán en él más que imágenes evanescentes de muebles innobles y muros insensatos.
¿Dónde buscará su niñez en medio de tanto trajín y tanto extravío? La casa, en cambio, la verdadera, es el lugar donde transcurre y se transforma, en el marco de la tentación, del ensueño, de la fantasía, de la depredación, del hallazgo y del deslumbramiento.
Lo que seremos está allí, en su configuración y sus objetos. Nada en el mundo abierto y andarín podrá reemplazar al espacio cerrado de nuestra infancia, donde algo ocurrió que nos hizo diferentes y que aún perdura y que podemos rescatar cuando recordamos aquel lugar de nuestra casa. (Julio Ramón Ribeyro)

Ospina Villalba, Galia. Julio Ram{on Ribeyro. Una ilusión tentada por el Fracaso. Bogotá. Universidad Externado de Colombia. 2006. 255 páginas.

Un buen cuento tiene la carga emotiva del momento culminante

25 Abr

Un buen cuento tiene la carga emotiva del momento culminante, del acontecimiento, del instante y el impacto. Escribir es ser sacudido por un desdoblamiento entre el tiempo sucesivo que implica el lenguaje y lo que por una ráfaga de relámpago escapa al orden del tiempo. El estado de la mente creativa exige una hiperlucidez de los sentidos; es necesario limpiarlos de las capas superpuestas de la rutina, del cansancio y la repetición para sostener el sentido de la novedad: «Me arriesgaré a ir más lejos: afirmo que la inspiración tiene algo que ver con la congestión, y que todo pensamiento sublime se presenta acompañado de una sacudida nerviosa, más o menos fuerte,  que repercute hasta en el cerebelo».

Galia Ospina

El ejercicio de escribir un cuento

25 Abr

El ejercicio de escribir un cuento implica todo un aprendizaje del ojo. Es en lo ordinario, habitual y cotidiano en donde el escritor debe ser capaz de percibir con una mirada nueva y plena de imaginación, ese rasgo de la realidad que brilla por un instante para volver a sumergirse en las sombras. El lector que pasa su mirada a través de las palabras debe sentir también ese momento privilegiado en que la realidad se ilumina . El acto de leer es un gesto de amor: implica saltar el abismo que siempre existirá entre el lector y el texto que se perfila como otredad. Es el umbral en donde sucede el encuentro. Si el cuento es bueno, generará toda una atmósfera que el lector captará de acuerdo con su experiencia y sensibilidad . Para que un cuento se torne inolvidable debe clavarse en el corazón del lector, hacerle sentir que lo narrado también podría ocurrirle a él. Es en este momento cuando el lector y el escritor se identifican, creando por un breve momento un bello eclipse entre lo ajeno y lo propio, entre la soledad y la complicidad.

Galia Ospina