Alrededor y alrededor de la plaza desierta
Paseamos del brazo con el Diablo.
Ningún sonido, salvo el golpetear de sus cascos
Y el eco de su risa y la mía.
Habíamos bebido el negro vino.
Grité: «¡Corramos una carrera, Maestro!».
«¿Qué importa», gritó, «Cuál de nosotros
Corra más esta noche?»
Nada hay que temer esta noche
A la impura luna».
Entonces lo miré a los ojos,
Y me reí de su mentira
Y del temor constante que trataba de disimular.
Era cierto lo que habían dicho y repetido:
Estaba viejo – viejo.
Enoch Soames
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