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La mujer del presidente

20 Dic

Ayer me encontré con uno de mis pocos amigos. Hablamos de Petro, de Twitter, de humor e ironía. Me regañó como siempre porque le parezco inmisericorde con mi prójimo y porque no sé reírme de mí misma. Yo le dije con mirada dulce y sonrisa resplandeciente: «Jamás me reiré de mí misma, no estoy dispuesta a hacer eso, no sé en qué consiste reírme de mí misma». Y es cierto, no lo sé. El tampoco se esfuerza, no me explica en qué consiste ese arte tan cultivado por la mayoría de los humoristas colombianos.

Mientras me dice furioso que no sé reírme de mí misma yo me río de él porque se ve hermoso tratando de cambiar a una persona como yo, precisamente como yo. Yo tampoco lo puedo cambiar a él y no hago ningún intento porque no es un imbécil, es un hombre que sabe lo que quiere y por eso me gusta hablar con él. Me fascino con sus planes, con los resultados de sus planes y con la expresión de su rostro cuando se indigna pensado en el futuro de Colombia o en la mala educación de la gente que pasa por su lado y lo mortifica con sus actitudes de miquito malcriado y subdesarrollado.

El tema de nuestra conversación que más me impactó tiene que ver con que él (mi amigo) habló con ella (una mujer a quien los dos conocemos) y ella le dijo en tono solemne que había tomado una decisión radical que cambiará su vida: dejará de usar su cuenta de Twitter para siempre. En ese momento yo pensé: «Ay, Dios mío, qué gran hazaña, a partir de mañana la declaro mi heroína».

Mi amigo cree que ella debe tener algo de razón para haber tomado semejante decisión tan bien pensada, puesto que ella es la esposa de un hombre ilustre y ese hombre no va a relacionarse con una tonta y, entonces, desde la lógica de mi amigo y la de mucha gente que piensa como él, la tonta deja su estatus de tonta, se le borra de un plumazo la tontería, sólo porque fue capaz de convertirse en la fiel esposa de un hombre ilustre.

No dije nada, pero la imagen de la esposa boba del hombre ilustre me desilusionó todavía más de esa neointelectual que se esfuerza por estar a la altura de su marido, se devaluó todavía más la imagen que tenía de ella, la que tenía antes de saber que es la esposa de ese hombre y no de otro y a continuación les voy a explicar por qué:

Una mujer como Virginia Woolf es admirable porque encontró el esposo perfecto para convertirse en la escritora que llegó a ser. No es la sombra de ese hombre sino que es ese hombre quien está maravillado ante el talento de su mujer; sacrificó su vida y soportó su locura  porque sabía que no era una tonta como nuestra joven enamorada y orgullosa porque se sabe la esposa de un gran intelectual, un hombre ilustre al que todos respetamos y admiramos.

Esta pobre muchacha (porque es mucho más joven que el Maestro) me recuerda a la boba Simone de Beauvoir, la supuesta feminista que vivió siempre a la sombra de Sartre y que acomodó su feminismo a su estado de sumisión con ese hombre mezquino que siempre la trató como seguramente el Maestro de la historia trata a nuestra heroína desilusionada del impacto de las redes sociales.

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El experimento de Milgram

5 Feb

En 1961, cuando Stanley Milgram todavía era profesor auxiliar de la universidad de Yale, puso un anuncio en el New Haven Registrer, de Connecticut, invitando a los lectores a participar en un estudio científico sobre la memoria. Se dijo a los participantes que se centraría en el efecto del castigo sobre el aprendizaje, y les dejaron en una sala para que observaran a un hombre que tenía colocados electrodos que -según se aseguró a los participantes- le daban descargas eléctricas dolorosas. Luego se dijo a las personas reclutadas que leyeran una lista de asociaciones de palabras y que dieran al alumno una descarga eléctrica cuando cometieran errores, usando una consola con interrupciones que iban de 15 a 450 voltios indicado como «XXX».

Aunque estaban separados por una pared, los participantes podían oír al alumno y sus gritos de dolor cuando recibía las descargas eléctricas después de cada error. A medida que aumentaba su agonía, muchos de los participantes protestaron, solo para que el científico encargado les dijera que podían continuar. Y el 65% de ellos lo hicieron hasta llegar a «XXX», momento en el cual los gritos habían dado paso a un ominoso silencio.

Solo cuando el experimento terminó se dijo a los participantes la verdad: que el alumno no era más que un actor y que no le habían hecho daño en absoluto. Milgram había demostrado que se podía persuadir a la gente corriente, desde amas de casa hasta ingenieros, para que abusaran de un perfecto extraño hasta llegar a matarlo, si creían que podían pasar esta responsabilidad a quienes tienen autoridad. En la década de 1960 se consideró que el experimento de Milgram aclaraba, de manera escalofriante, las acciones de los nazis. Como demuestra el reciente escándalo sobre el tratamiento dado a los prisioneros iraquíes, el experimento de Milgram no ha perdido ni un ápice de su relevancia.

Robert Mattheus, en 25 grandes ideas. Madrid: Espasa. 2007: 30.

La buena cultura nace de la buena disposición

5 Feb

El que discute dependiendo de la autoridad no usa su ingenio sino más bien la memoria. La buena cultura nace de una buena disposición; y como la causa es más noble que el efecto, prefiero alabar una buena disposición sin cultura que una buena cultura sin disposición.

Leonardo da Vinci