Ayer me encontré con uno de mis pocos amigos. Hablamos de Petro, de Twitter, de humor e ironía. Me regañó como siempre porque le parezco inmisericorde con mi prójimo y porque no sé reírme de mí misma. Yo le dije con mirada dulce y sonrisa resplandeciente: «Jamás me reiré de mí misma, no estoy dispuesta a hacer eso, no sé en qué consiste reírme de mí misma». Y es cierto, no lo sé. El tampoco se esfuerza, no me explica en qué consiste ese arte tan cultivado por la mayoría de los humoristas colombianos.
Mientras me dice furioso que no sé reírme de mí misma yo me río de él porque se ve hermoso tratando de cambiar a una persona como yo, precisamente como yo. Yo tampoco lo puedo cambiar a él y no hago ningún intento porque no es un imbécil, es un hombre que sabe lo que quiere y por eso me gusta hablar con él. Me fascino con sus planes, con los resultados de sus planes y con la expresión de su rostro cuando se indigna pensado en el futuro de Colombia o en la mala educación de la gente que pasa por su lado y lo mortifica con sus actitudes de miquito malcriado y subdesarrollado.
El tema de nuestra conversación que más me impactó tiene que ver con que él (mi amigo) habló con ella (una mujer a quien los dos conocemos) y ella le dijo en tono solemne que había tomado una decisión radical que cambiará su vida: dejará de usar su cuenta de Twitter para siempre. En ese momento yo pensé: «Ay, Dios mío, qué gran hazaña, a partir de mañana la declaro mi heroína».
Mi amigo cree que ella debe tener algo de razón para haber tomado semejante decisión tan bien pensada, puesto que ella es la esposa de un hombre ilustre y ese hombre no va a relacionarse con una tonta y, entonces, desde la lógica de mi amigo y la de mucha gente que piensa como él, la tonta deja su estatus de tonta, se le borra de un plumazo la tontería, sólo porque fue capaz de convertirse en la fiel esposa de un hombre ilustre.
No dije nada, pero la imagen de la esposa boba del hombre ilustre me desilusionó todavía más de esa neointelectual que se esfuerza por estar a la altura de su marido, se devaluó todavía más la imagen que tenía de ella, la que tenía antes de saber que es la esposa de ese hombre y no de otro y a continuación les voy a explicar por qué:
Una mujer como Virginia Woolf es admirable porque encontró el esposo perfecto para convertirse en la escritora que llegó a ser. No es la sombra de ese hombre sino que es ese hombre quien está maravillado ante el talento de su mujer; sacrificó su vida y soportó su locura porque sabía que no era una tonta como nuestra joven enamorada y orgullosa porque se sabe la esposa de un gran intelectual, un hombre ilustre al que todos respetamos y admiramos.
Esta pobre muchacha (porque es mucho más joven que el Maestro) me recuerda a la boba Simone de Beauvoir, la supuesta feminista que vivió siempre a la sombra de Sartre y que acomodó su feminismo a su estado de sumisión con ese hombre mezquino que siempre la trató como seguramente el Maestro de la historia trata a nuestra heroína desilusionada del impacto de las redes sociales.
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