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Amenaza de ataque con ácido a una fea de 45 años

18 Nov

Fea de 45 es una redundancia porque después de los cuarenta es muy complicado encontrar mujeres bonitas y si son bonitas las miran con un poco de pesar, piensa la gente: «esa señora tal vez fue bonita».

Y sin embargo me amenazaron anoche, me amenazaron con un ataque con ácido en la cara, me llamaron monstruo y la pregunta es simple: ¿Quién querría desfigurar a un monstruo? Eso también es redundante. Hasta donde tengo entendido las mujeres víctimas de ataques con ácido suelen ser mujeres jóvenes, bonitas y vanidosas y yo no soy nada de eso. Si el agresor llegara a actuar los medios amarillistas no sabrían cómo presentar la noticia y la gente que me lee se sorprendería mucho porque ese no es el tipo de ataque que esperarían para alguien como yo, puesto que ya todos sabemos que tengo la cara desfigurada.

No soy ni la sombra de lo que era cuando tenía veinte años y algunas personas se detenían a mirar mi rostro con atención. No, después de los cuarenta las mujeres son señoras y a las señoras pocas personas las miran y si las miran es para ofrecerles una silla azul.

El Jonathan Vega que conoció Juan Sebastián Lozano

8 Abr

Esta es la primera vez que publico el texto de un autor que no soy yo en este blog. En enero publiqué dos o tres textos ajenos pero la autora pidió que su nombre se mantuviera en el anonimato y yo cumplí mi promesa, porque tengo palabra. Entonces, volviendo al comienzo, este es el primer post de autor que no soy yo con nombre propio que publico en este blog.

Tengo el placer de conocer a Juan Sebastián Lozano desde hace más o menos el mismo tiempo que él lleva de conocer a Jonathan Vega, el nombre de moda en todos los medios colombianos que, a falta de El Espacio, terminaron sumidos sin excepción en el amarillismo total con este asunto, hasta nombre le tienen a la Bestia: «El monstruo del Batán».

Los medios colombianos pretenden terminar de  embrutecernos, ¿para que nos olvidemos de Petro? Y todos, hombres y mujeres vivimos ahora en pánico permanente porque en el momento menos pensado puede aparecer un agresor con ácido que lo lanzará sobre nuestra cara o sobre nuestra espalda. Gracias al gran despliegue de todos los pormenores de la vida y el estado de salud de Natalia Ponce de León, y de toda su familia, después de ese ataque con ácido han ocurrido dos más. ¿será que los medios le están dando ideas a los agresores que quieren gozar la adrenalina que provoca estar en boca de todo el mundo durante tres días sin interrupción?

Los periodistas colombianos, sin ser médicos, abogados ni jueces desean para el monstruo todo el peso de la ley. Repiten con aire de prepotencia, con la autoridad que les concede estar sentados ante un micrófono: este hombre ahora se hace el loco para no hacerse cargo de su horrendo crimen, deseamos que le vaya muy mal en la cárcel, una escoria social como esta merece el linchamiento, el repudio de toda la sociedad… Y como la mayoría de la gente cree todo lo que dicen en el noticiero el país entero quiere ver mucho sufrimiento físico y la pena máxima para el agresor.

Cuando apareció el escándalo sobre la mujer que fue atacada con ácido y capturaron al agresor Juan Sebastián dijo -en su cuenta de Twitter- que conocía personalmente a Jonathan Vega, quien es  esquizofrénico y no estaba tomando medicamentos para tratarse. El agresor ya lo dijo, el abogado lo sabe, el juez también, seguramente lo sabe también el médico forense, pero todos lo siguen tratando como si fuera la peor bestia desalmada y cruel y no un hombre enfermo que merece ser tratado por profesionales de la psicología y la psiquiatría. Está detenido en La Picota mientras se define su situación  y no creo que esté siendo tratado por profesionales de la salud sino por policías, guardias, abogados y periodistas llenos de odio y con el deseo de que sea condenado a 37 años de cárcel o más. En vista de que no lo pueden picar y luego arrojar mucho ácido sobre los trozos pequeños para que no quede nada de él le desean el peor de los finales en la peor cárcel de Colombia. Son los mismos periodistas que dirán la próxima semana que estamos muy cerca de lograr la tan anhelada paz de Colombia, que estamos muy cerca de alcanzar el sueño.

Si no hay cárceles dignas para los delincuentes colombianos  no creo que haya centros médicos especializados donde puedan ser tratados este tipo de pacientes, porque si es cierto que el delito lo cometió porque es esquizofrénico, más que porque sea una persona llena de mucha maldad, debe estar siendo valorado por médicos, no por policías, abogados ni periodistas, debe estar siendo tratado como un paciente, como una persona enferma.

Con ustedes, la narración de Juan Sebastián Lozano. Lo que  más deseo -de todo corazón- es que después de leerla no nos vayan a insultar a los dos y a concluir que los tres somos asesinos en serie y quieran picarnos también a nosotros por «defender» a la bestia:

Conocí a Jonathan Vega hace tres años en un retiro campestre organizado por una psicóloga que trataba a jóvenes con problemas de depresión y abuso en el consumo de drogas. Llegó con el libroFilosofía del tocador del Marqués de Sade bajo el brazo, con lo cual se ganó la simpatía de los que ya estábamos ahí. Llevaba puestas unas gafas grandes (tipo hipster), tenía un saco negro de capucha, pantalón de dril y botas Dr. Martens negras. Nos contó que había empezado a estudiar cine en Argentina, pero que debido a problemas psicológicos había abandonado la carrera.

La psicóloga nos contó más tarde que Jonathan (que en ese momento se hacía llamar “Wolf”, en un intento por renovar su identidad) sufría de esquizofrenia y había sido mal tratado por algunos psiquiatras. Ella era una cristiana convencida e insistía en que podía sacarlo de sus problemas con terapias psicológicas y técnicas orientales como los masajes “Reiky”, sin necesidad de pastillas fuertes que, según ella, le hacían más daño. Por aquel entonces Jonathan estaba interesado en el misticismo oriental, en especial en el hinduismo, tema que lo apasiona. Decía que su problema era espiritual y se mostraba de acuerdo con la postura anti-psiquiátrica de la psicóloga.

Su comportamiento era relativamente normal. Era el comportamiento de un joven interesado en la expresión artística, algo que teníamos en común los seis pacientes que estábamos en el retiro. El espació físico a las afueras de Bogotá era muy cómodo, pero las postura religiosa y anticientífica de la psicóloga no nos agradó a algunos. Solo en ciertos momentos Jonathan mostraba un comportamiento fuera de lo común: hablaba solo, caminaba alrededor de la casa, pero nada que indicara una esquizofrenia avanzada.

Después de esa experiencia nos vimos en Bogotá un par de veces, y ya en la vida ordinaria mostró un comportamiento más extraño. No podía quedarse quieto en un mismo lugar por muchos minutos, caminaba con mucha ansiedad y fumaba de manera compulsiva. En un momento su comportamiento me resultó molesto y hasta asfixiante, y decidí no volver a buscarlo, negarme cuando venía a buscarme a mi casa y no contestarle el teléfono. Al principio insistía en buscarme, pero finalmente entendió el mensaje y dejó de hacerlo.

Lo volví a ver hace seis meses. Hablamos por Facebook y decidimos encontrarnos. Lo vi mucho más tranquilo y reflexivo, me dejó una buena impresión, como si tuviera controlada su enfermedad. Me dijo que estaba yendo al psiquiatra, aunque al parecer no estaba tomando pastillas. En ese momento los dos estábamos leyendo al psicomago chileno Alejandro Jodorowsky y planeábamos hacer unos performances o actos teatrales con dos objetivos en mente: modificar la rutina y superar conflictos psicológicos.

Finalmente, nos ganó la timidez y no hicimos nada, nos conformamos con desarrollar cada uno por su lado la actividad que lo apasiona, él la pintura y yo la escritura. Como compartíamos el gusto por el cine, empezamos a ver películas dos veces a la semana.

Caminamos un par de noches desoladas en las que parecía ganarnos el tedio. Ambos habíamos dejado de consumir drogas y buscábamos razones que nos motivaran a vivir. Hablábamos del futuro incierto de este país dominado por la frivolidad y el individualismo, con la gran mayoría de sus habitantes atrapados en la ciega carrera por el dinero.

No me cabe en la cabeza que la misma persona con la que vi más de una decena de películas en mi casa, leí en voz alta poesía y fragmentos de Nietzsche (su autor favorito), y hablé de mujeres –nunca mencionó a Natalia Ponce de León-, haya cometido tan cobarde crimen; que haya perjudicado gravemente la existencia de una bella joven que, según sus allegados, es una mujer noble y alegre.
El tema de las mujeres le generaba mucha ansiedad. Decía que necesitaba una novia con urgencia y que ya le aburría acostarse con prostitutas.

Yo hablo del Jonathan que conocí. Pocas veces me he encontrado con alguien tan amable, pacífico y receptivo. Parecía incapaz de matar una mosca. Sin embargo, sí parecía estar rodeado por una nube negra. Algo lo atormentaba, sospeché más de una vez.

Compartíamos el gusto por las películas de individuos outsiders o marginales. Quizás como una suerte de anticipación inconsciente al atroz crimen que cometería, la última película que vimos fue Bronson, de Nicholas Winding-Refn, una excelente historia que habla de un hombre que quería ser famoso a cualquier costo, y como no sabía cantar ni actuar se convirtió en el preso más peligroso de Inglaterra, un tipo con inquietudes artísticas no estimuladas a quien el sistema carcelario lo transforma en alguien cada vez más monstruoso. Es una crítica a la sociedad del espectáculo actual, que idealiza cualquier tipo de fama.

Después de ver cada película, yo le insistía a Jonathan en que las personas inteligentes descargaban su rabia hacia la sociedad que criticaban a través de la expresión artística: el arte como una venganza simbólica del rechazado o marginado social. Todo parece indicar que para Jonathan la posibilidad de convertir en arte o en reflexión su descontento social no fue suficiente, y cruzó el límite hacia lo real, atacó lo que odiaba de la sociedad: la belleza autocomplaciente, la vida burguesa aparentemente feliz, la sociabilidad. ¿Acaso Natalia Ponce representaba lo que él odia y a la vez desea? ¿Al no poder acceder a ella quiso dañarla?

No hay justificación. Jonathan cometió un crimen abominable contra una persona inocente que no tenía por qué estar obligada a aceptarlo. Yo también rechacé a Jonathan varias veces. Hace dos meses tuve que hacerlo de nuevo. Últimamente, cuando estaba con él, sentía una energía pesada, una depresión al cuadrado, y por eso concluí que no me convenía volverlo a ver. Aunque me parecía interesante conocer a alguien como él, yo sentía que debía mantenerme alejado. Una vez me soltó una frase en tono agresivo que me dejó pensando: “Si yo fuera asesino en serie, lo mataría a usted, porque es un gordo narcisista y egocéntrico”. En seguida se echó a reír y dijo que era una broma. Ese fue el único comentario hostil que sentí como un ataque personal.

Soy testigo de que Jonathan Vega es un hombre enfermo. Un par de veces me dijo que lo atormentaban voces. En una ocasión me dijo que las voces que escuchaba le decían que no querían que fuera un hombre feliz, y que por eso debía vencer a los fuertes demonios que lo atormentaban.

No sé cuál es su grado de esquizofrenia, pero es claro que su condición influyó en su nefasta decisión.

Este acto de violencia extrema no debería verse como un suceso aislado de los problemas que nos aquejan como sociedad. Colombia, ya lo sabemos, no es un paraíso, es un país con el porvenir cerrado para muchos, sin futuro para millones de personas. Somos esclavos de un sistema injusto, desigual, del que se beneficia una minoría. Un país en el que todavía está latente el racismo, el clasismo, la discriminación al diferente. Ya sabemos, además, que aquí la salud y la educación son negocios.

Los jueces y los médicos determinarán cuál es la pena para “El monstruo del Batán”. Jonathan pasará varios años en la cárcel o quizás será internado de por vida en un hospital psiquiátrico. Por supuesto, debe pagar por su crimen. Algunos considerarán que se hizo justicia y otros que no. Mientras tanto, deberíamos pensar más en el rumbo que queremos tomar como sociedad, si el de la sed de venganza y la violencia perpetua o el del perdón, la paz y la reconciliación, teniendo en cuenta las hondas raíces sociales de nuestros conflictos.

Si no superamos el estado inequidad, la ley del más fuerte, la violencia prevalecerá. Y mientras el negocio de la salud esté por encima del bienestar colectivo, enfermos mentales como Vega seguirán representando un peligro para la sociedad. Y eso que estamos que hablando de alguien que vive en el norte de Bogotá, con una posición acomodada. No me imagino la situación con enfermos mentales cuyas familias no tienen recursos para tratarlos.