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El fin de la revista El Malpensante
14 JulAyer publicaron en El Espectador un lamento titulado «La utilidad de un mal pensamiento», se trata de una noticia y un grito desesperado: la revista El Malpensante está a punto de quebrar y Andrés Hoyos pide una colaboración a sus suscriptores para que no se pierda esta joya. Cuando leí la noticia me alegré porque le he hecho seguimiento a esta revista desde 1996, desde su fundación, he sido testigo de los mitos y leyendas que se han creado a partir de su nombre. Creo que su quiebra es un hermoso pretexto para escribir sobre revistas, intelectuales y escritores colombianos.
En 1996 Andrés Hoyos fundó la revista El Malpensante y ese fue un gran acontecimiento para los intelectuales colombianos, era una revista famosa en los departamentos de literatura de las universidades bogotanas, relucía en librerías grandes y pequeñas, hasta un mísero vendedor de revistas tiradas en una acera -carcomidas por el polvo y por el agua- se sentía elegante porque vendía los números pasados de tan importante documento. Tener el primer número era signo de estatus. Nosotros, los lectores, los intelectuales, las jóvenes promesas, nos sentíamos obligados a formar parte del milagro, también queríamos leer la revista El Malpensante.
Sin más preámbulos empecemos a desarrollar tan apasionantes temas:
1) Revistas
Las revistas están condenadas a desaparecer, desaparecerán todas antes de que caigan los pocos periódicos que todavía sobreviven. A pesar de los soportes pasados, presentes y por venir el libro seguirá existiendo, el papel de los libros sigue siendo seductor, comprar libros todavía es la gran experiencia y leerlos nunca pasará de moda porque los lectores de libros no leen por moda, leen en letra impresa porque ese es el soporte perfecto para el libro, no es cuestión de estatus.
Se puede prescindir de revistas y periódicos impresos porque los contenidos de estos medios son manejables en la web, no tiene sentido luchar y llorar por una revista o un periódico que desaparece porque hay millones de periódicos y revistas en versiones digitales; es ridículo armar un escándalo, sentir que al desaparecer El Malpensante los lectores pierden algo noble, algo que no puede faltar en el estudio o en la sala de nuestra casa, un objeto de aristocracia, un fetiche cultural, cuando en realidad no se está perdiendo nada, los contenidos que publican en ese medio seguramente están publicados en otras revistas o en las páginas personales de los autores. No tiene sentido armar un drama por algo que se veía venir, las revistas que desaparecen mueren de muerte natural. Lo que las mata no es la mala calidad sino la tecnología.
2) Intelectuales
Los intelectuales colombianos quedaron desnudos gracias a las redes sociales, primero en Facebook y luego en Twitter. Algunos, los más rancios, los herederos de Adorno, todavía no tienen correo electrónico y siguen escribiendo sus composiciones en su vieja máquina de escribir, esas almas de élite no producen ni risa.
Los otros, los de las redes sociales, nos mostraron de qué está hecha la cultura colombiana. Los grandes intelectuales, las grandes mentes, los gestores, los editores, los correctores de estilo y los colaboradores frecuentes de la revista El Malpensante están casi todos en las redes sociales y el panorama no puede ser más desalentador. Deben estar muy tristes con la muerte de la revista, cuando desaparezca quedarán convertidos en un simple tuitero, en un pobre hombre con cinco mil amigos en su cuenta de Facebook. ¿Para reír o para llorar? Yo creo que es lo justo, es lo que esta gente se merece.
3) Escritores colombianos
En el artículo de El Espectador mencionan tres grandes mentes de la cultura colombiana: Ricardo Silva Romero, Alberto Salcedo Ramos y Piedad Bonnett, me permito citar:
Sobre el tema de la calidad, el escritor Ricardo Silva Romero, varias veces publicado en El Malpensante, cree que esta revista “ha logrado elevar el nivel de la discusión, no tiene miedo de hablar y ha servido para conectar a muchos autores en español”. Alberto Salcedo Ramos, quien se dedica en exclusiva a la literatura de no ficción, siente que allí encontró “unos editores que siempre se mostraron dispuestos a apostar por una buena historia”.
Salcedo Ramos es periodista, pero en el caso de Silva y otros autores que crecieron en la ficción, el periodismo ha sido otra forma de vivir de la escritura. Aunque muchos no viven de ello. Es el caso de Piedad Bonnett: “No espero vivir de escribir. Tener otros oficios no es bueno sólo en términos pragmáticos sino como opción de vida. Por ejemplo, Kafka era abogado.
Gracias a las redes sociales y a la lectura de las obras de estos «maestros» sabemos que la literatura colombiana pasa por una de sus peores crisis. No hay escritores dignos de ser estudiados en un salón de clase (por eso, yo, por ejemplo, prefiero a los estudiantes de comunicación social, música, mercadología, publicidad o pedagogía), porque la literatura colombiana actual, la que publican las editoriales, la de los autores que ganan los premios importantes, no es digna de ser leída, mucho menos de ser estudiada. Es triste haber estudiado literatura para terminar renunciando a dar clases de literatura.
Faltó que en El Espectador pidieran la voz de auxilio de estas otras mentes brillantes, amantes todos de la alta cultura, de la Idea que defiende con ahínco el gran intelectual Andrés Hoyos. ¿Por qué no sentaron su voz de protesta también las mentes más autorizadas, los amigos de la Casa Malpensante: Héctor Abad Faciolince, Jorge Franco, Daniel Samper Ospina, Adolfo Zableh, Luis H. Aristizábal, Antonio García Ángel, Camilo Jiménez,Vladdo, Carolina Sanín, Juan Gabriel Vázquez, Evelio Rosero Diago, Juan Esteban Constaín, Margarita Posada, Virginia Mayer, Catalina Ruiz-Navarro..?
Lo justo es que escriban una hermosa Carta Abierta para que sea firmada por ellos y por los que no están en la lista, los intelectuales que no desean que desaparezca la revista. Convertir el sueño en una gran causa para promover en un grupo de Facebook.
Les propongo el título de la Carta: «La revista El Malpensante no puede desaparecer».
Yo por yo al estilo nuevo periodismo colombiano
12 OctCuando una fórmula literaria funciona y quien la desarrolla gana un premio esta formula se repite de forma incesante mientras aparece otra fórmula digna de ser imitada y premiada. Imitan a Fernando Vallejo, imitan a Alberto Salcedo Ramos. Fernando Vallejo es imposible de imitar, quien lo intente se expone al ridículo; Alberto Salcedo Ramos, en cambio, nació para ser imitado. Su «arte» parece tan fresco, tan original, tan artístico. En las universidades lo llaman Maestro y él juega a serlo, representa muy bien la pose de humilde, detallista, profundo, diestro en el contenido y en la forma… Y millones de imbéciles en Colombia están concentrados en la crónica periodística al mejor estilo de revistas tipo SoHo y El Malpensante porque decidieron seguir los pasos del Bienaventurado.
Desde el más burdo periódico virtual hasta la más encumbrada revista de farándula contratan periodistas formados en la Escuela del Maestro Alberto Salcedo Ramos para que deconstruyan a sus invitados en sendos perfiles biográficos que dejan siempre muy bien parado al observador, cuidadoso de los detalles -psicólogo, sociólogo y antropólogo intuitivo- y al protagonista de la historia, que casi siempre termina representado como un semidios. Los dos quedan satisfechos con el producto final y el lector queda con la sensación de que se hizo más culto leyendo un texto profundo, artístico, sincero y bien estructurado. En estos perfiles la imagen fresca del protagonista de la historia a través de la fotografía se constituye en un detalle fundamental.
Voy a intentar deconstruirme a través de una crónica enmarcada en el nuevo periodismo colombiano. Espero que queden fascinados con la observadora y con el objeto de observación:
Estoy en calle 72 con 15, miro los libros de la Panamericana mientras espero a Elsy, a ella no le gustan las citas en una esquina cualquiera sino en espacios cerrados. La he obligado a que nos veamos aquí porque le voy a demostrar que en esta ocasión seré yo quien domine la situación. Es un sector congestionado de Bogotá. La gente camina desesperada. Las mujeres se miran el culo en los vidrios de las vitrinas mientras pasan apresuradas y los hombres las miran mirarse preguntándose por qué se miran tanto ese lugar específico del cuerpo si a los hombres les gusta mirar más tetas que culos, en fin. Son las 3:59, Elsy está a punto de llegar, tiene fama de ser puntual, consulté a tres miembros de su familia, a tres estudiantes y a tres amigos cercanos y los tres coincidieron en que ella es muy puntual.
Han pasado más de cuarenta y cinco minutos y nada que aparece, me estoy empezando a poner nerviosa. Recibo un mensaje de texto en el que me dice que mejor nos veamos a las cinco en el Oma de la Avenida Chile, esto se me está empezando a salir de las manos. Camino resignada hacia el oriente, veo los cerros imponentes de esta imponente ciudad (cabe recordar que todos los provincianos estamos obligados a decir que los cerros de Bogotá nos parecen imponentes y que nos instalamos aquí porque no podemos vivir sin esos cerros).
Llego entre nerviosa y confundida y ella está ahí, con su mirada de pocos amigos:
Me dice con voz de ultratumba que no tiene mucho tiempo para conversar conmigo, que odia las entrevistas, nunca ha concedido una y no entiende por qué se ha prestado para esta payasada que le recuerda a Virginia Mayer jugando a la periodista zalamera y aduladora con Catalina Ruiz-Navarro y con Margarita Rosa de Francisco.
Esta presentación me deja un poco confundida, no sé por dónde empezar. Le pregunto para romper el hielo qué piensa de la imagen que se ha ido creando la gente de @ensayista y ella cambia el rostro de pálido a más pálido de la ira que le ha provocado mi pregunta -es obvio que le parezco repugnante- y me responde con una mirada todavía más hiriente que la de la imagen que les he compartido. No va a ser fácil abordar a este personaje, creo que le voy a dar un giro a la entrevista.
Son las 5:15 y no hemos avanzado mucho, no he sido capaz de ofrecerle un café y ella tampoco está dispuesta a proponer que compartamos alguna bebida, tengo la garganta seca, quisiera entretenerme con un vaso entre las manos, debo confesar que estoy bastante nerviosa.
Intento hacer una pregunta más afortunada: ¿por qué es más fácil si buscan tu nombre en Google? Ella sonríe un poco, es un ser repugnante, es obvio que le gusta jugar con la gente y que no me va a dar más información de ella de la que puedo encontrar si busco su nombre en Google, no sé si odiarla o pedirle que me dé un beso ¿ya les dije que soy bisexual y que me gustan las tetas grandes?
No puedo sacarme esta imagen de la mente, es una de las fotografías más extrañas de Elsy, ella me confiesa que todas las fotos que circulan en internet han sido tomadas por ella misma o por Andrés, que es como la monja sin cabeza: si alguien intenta tomarle una foto el fotógrafo desaparece y la cámara también, es un verdadero misterio. Tendré que llamar al fotógrafo de Kien y Ke para decirle que no venga, que ella no se va a dejar tomar una sola fotografía por más que sea con una cámara profesional.
Son las 5:30 y no hemos avanzado mucho. Le pregunto qué piensa del amor, las mujeres y la muerte, sé que a ella le parecerá graciosa esa pregunta puesto que es experta en Schopenhauer. Se relaja un poco y me pide que cambie la pregunta porque no se siente cómoda hablando de temas serios y eruditos si no es en un salón de clase o con una persona digna de ser oída por ella y que definitivamente yo, como interlocutora suya, le parezco un verdadero desastre. Siente pena porque la experiencia no está saliendo bien pero es incapaz de fingir como fingiría cualquier entrevistado en cualquier revista del mundo, el solo hecho de pensar que está pasando por esta situación la hace temblar de ira y se siente ridícula. Todos sabemos que llegará a su casa a llorar y a vomitar recordando los cuarenta y cinco minutos que pasó conmigo en esta desafortunada experiencia.
Le muestro estas tres imágenes suyas y le pido que me explique qué espera de nosotros cuando las veamos:
Ella dice que mi pregunta no es inteligente pero responde: «Me apasiona la idea de que la gente se divierta a costa de estas imágenes, que fantasee con la idea de que tiene un pedacito de mí porque conserva un archivo llamado «imágenes de Ensayista», porque se siente superior a otros ante semejante hallazgo. Es algo simple y tonto, pero a la gente sin vida propia le fascina vivir ese tipo de experiencias. La gente que me conoce ríe fascinada porque la persona que ven en la imagen no tiene nada que ver con la imagen que tienen de mí cara a cara. Lo que más me divierte de la escritura es imaginar la cara del lector, lo que puede llegar a pensar o interpretar cuando lee lo que escribo; también fantaseo con esa misma cara cuando buscan imágenes mías en Google, es un placer inocente pero muy vital».
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