Cumplí cincuenta años en medio de una pandemia en una casa habitada sólo por mí cuando el mundo entero estaba confinado y no recuerdo exactamente cómo fue ese día ni las palabras que pronunciaron las personas que me llamaron a felicitarme.
Dice George Orwell que a los cincuenta cada quien tiene la cara que se merece y yo todavía no sé si me merezco la cara que tengo, una cara que no ha cambiado mucho en los últimos veinte años.
Los manuales de belleza y de psicología femenina dicen siempre No te preocupes cuando cumplas cuarenta, ¡espera que tengas cincuenta! Ya tengo cincuenta años y seis meses y no me notado cuál es la causa de la preocupación o la inquietud.
Me inquieta más seguir siendo una adolescente eterna porque llevo en eso más de treinta años y el hecho de haber trabajado poco, estar lejos de la familia, no tener hijos y gozar de excelente salud, vitalidad y jovialidad han hecho de mi vida una experiencia de total plenitud pero me parece un poco aburrido seguir de rumba hasta el último día de mi vida.
He disfrutado de la compañía de tres o cuatro generaciones de gente que dejó la juventud hace mucho tiempo y ahora están muertos, enfermos, desesperados o envejecidos, no tengo nada de qué hablar con la gente que era amiga mía hace treinta años porque son señores y señoras azotados por la existencia.
No es fácil tener cincuenta para una persona como yo porque no sé cuál camino seguir. Leer ya no me motiva como cuando tenía nueve años, trabajar en línea no es tan emocionante como ver gente joven y enloquecer de risa con ellos diciendo barbaridades, el sexo y el amor se convirtieron en un disco rayado, los bienes materiales no me seducen y a nivel espiritual no me interesa avanzar más porque no aspiro a ser una santa ni una sabia.
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