Mi mamá nació en 1948, yo nací en 1970 y mi sobrino nació en 2000.
Mi mamá creció con la radio, yo crecí con la televisión y mi sobrino está creciendo con videojuegos, series, cuarentena, internet y Matarife. Un genocida innombrable.
Mi mamá no estudió una carrera profesional pero fue apasionada con la idea de cambio, de que la gente en Colombia despertaría algún día al no poder soportar más tantas injusticias y atropellos, yo estudié literatura en la Universidad Nacional y mi sobrino estudia economía en la Universidad Nacional. Somos mamertos de corazón.
El gen del mamerto se ha ido perfeccionando y veo en mi sobrino la obra acabada, me parece perfecto que esté viendo la serie y espero que él pueda ver el cambio que ni mi mamá ni yo hemos visto porque desafortunadamente en Colombia vivimos en el eterno retorno de las ideas y las acciones desde el inicio de nuestra malograda nación.
Los tres sabemos quién es Uribe y el más entusiasmado con el tercer capítulo es mi sobrino porque le están mostrando hechos e imágenes que no conocía y siente como cualquier colombiano medianamente cuerdo que estamos repitiendo de nuevo la misma historia, estamos en el peor de los escenarios, le parece contundente la forma en que se rememoran los hechos y desea que no regrese la época negra en que mataban profesores universitarios. Como tantos colombianos -y en sus propias palabras- espera que no maten ni censuren mucho durante el reinado de Duque para ver qué pasa en las próximas elecciones.
¿Qué va a pasar?
Mi mamá dirá resignada cuando nos volvamos a ver: no va a pasar nada.
A mí me encanta el suplicio chino que está viviendo la derecha en Colombia con gotas de tormento de seis minutos cada viernes durante muchos meses y me parece encantador el ejercicio de memoria que hace Daniel Mendoza con la serie documental.
Yo viví la época gloriosa de Pablo Escobar, Salvatore Mancuso y Alvaro Uribe Vélez siendo presidente, vi la masacre de la UP, el asesinato de profesores universitarios saliendo de clase, el fortalecimiento de las FARC y las AUC y el asesinato de Jaime Garzón. Todavía no entiendo por qué sigo siendo una persona tranquila y risueña si vivo en la especie de infierno llamado Colombia y no creo mucho en el cambio, me parece mucho más preocupante ver cómo el narcotráfico lo ha devorado todo y causas tan nobles como el feminismo terminaron en manos de mujeres que hacen pensar más en la imagen de Virgina Vallejo que en la de Simone de Beauvoir.
En Colombia es más importante tener tetas y culo que biblioteca y amigos cultos, es más importante saber maquillarse y escoger un buen vestido de baño para publicar la foto en Instragram en la cuenta de Las viejas verdes que conocer la historia de Colombia y leer los Clásicos. La cultura traqueta se lo tragó todo y creó una mezcla macabra en la que se enquistó el neoliberalismo disfrazado de buenismo y nuestras supuestas feministas son mujeres superficiales que solo van por la ganancia neta; ellas ven en las víctimas y en las mujeres sin voz y sin techo potenciales clientes para aumentar los me gusta en las redes sociales. Colombia sigue siendo un país en el que lo más deseable es la vida fácil sin trabajar y en alguna medida todos aman a a Pablo.
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