Hay un nuevo fenómeno de redes llamado Matarife. Un genocida innombrable. Se trata de una serie documental de cincuenta episodios de los cuales hemos visto sólo uno que dura apenas seis minutos. Ese primer episodio ha sido visto 4.204.381 veces en dos días en YouTube, el canal tiene 530.000 suscriptores y Daniel Mendoza se ha convertido en un héroe para muchos y en un esperpento para quienes en Colombia posan de intelectuales, críticos de cine, feministas, uribistas, gente de centro y progres.
Carolina Sanín dijo que no la vería, terminó viéndola y no le gustó. Hoy dejó de hablar de lo pésima que es la serie sin verla y se concentró en la vida personal de un hombre que ahora ve como un macho depredador. Otra lumbrera altanera fue Mario Jursich quien predijo que sería un guiso incomible antes de ver el primer episodio. ¿Por qué están tan heridas estas flores y han maltratado sin compasión a Daniel Mendoza y cuál es el truco para que desde hace más de una semana tanta gente hable de Matarife? Se han escrito muchos libros, se han hecho muchas investigaciones, hay varios periodistas muertos y mucha gente cercana a Uribe en la cárcel y él sigue siendo el mismo, parece invencible.
Al pobre Daniel le han escarbado su vida privada y ahora lo tildan de machista, misógino, proxeneta, maltratador de mujeres, mediocre, mal escritor, especulador, vividor de las investigaciones ajenas y mi sospecha es que detrás de tanta persecución y crítica infundada -porque apenas hemos visto un episodio de cincuenta- hay envidia. No encuentro otra explicación. Hay personas que llevan diez o quince años tratando de hacerse un nombre a través de las redes sociales y el logro de Daniel Mendoza no les gusta porque sienten que no se lo merece.
Quien menos ha disimulado la envidia ha sido Carolina Sanín. Como no le funcionó despreciar a los espectadores de la serie a quienes trata como niños inocentes, inmaduros, incultos, ignorantes y manipulables ahora sacó a flote su feminismo de dos pesos:
“Claro, la “arrogante” soy yo, no un señor que se presenta como “El Delator” y que, tras años de lucha social de colombianos anónimos y conocidos, sugiere que él es quien va a “desenmascarar” a Uribe. Pobre pueblo, siempre urgido de machos megalómanos que sigan abusando de él”.
“Al matón, al patriarca, al acomplejado violento, se le oponen con matonería, machería y violencia acomplejada. Traten de invocar su propia inteligencia para entender que así no se consigue sino el estancamiento”.
La pequeña Gloria Susana Esquivel siguió el ejemplo de su maestra de la tontería:
“Pura machería imberbe que no cuestiona ni explica las causas de que Uribe tenga el poder que tiene ni por qué no lo han condenado. Además hay algo en la narrativa de que él es él único que se ha atrevido a decirle matarife que me inquieta”.
Ante tanto ruido yo sólo tengo preguntas:
¿Cómo lograron los productores y promotores de la serie hacer que la gente le entregara sus datos con la ilusión de que verían en exclusiva cada episodio a través de Whatsapp y Telegram si los desconfiados pudimos ver el primer episodio en YouTube?
¿Tienen expertos en neuromarketing para ser tan hábiles en el arte de jugar con el deseo de las masas ávidas de espectáculo?
¿Carolina Sanín fue contratada por ellos para que mucha más audiencia se fijara en el negocio y fueran corriendo a ver el primer episodio?
¿Además de vender camisetas con el logo de la serie venderán tangas, camisetas y cachuchas?
¿Cómo lograron llamar la atención y tener la admiración de Daniel Samper Ospina y Gustavo Bolivar en lo relacionado con posicionamiento de marca y venta de productos para millones de internautas?
¿La serie está pensada como negocio, arte, entretenimiento o como simple experimento social?
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