- Las “señoras bien” de este pobre país sin esperanza -que han sido reinas de belleza, modelos, actrices o reguetoneras- al llegar a los treinta, los cuarenta o los cincuenta años y después de varias décadas de matrimonio con un señor conservador que las ha sometido y humillado a su antojo- o bien, agotadas de la rumba y de los viajes, deciden hacerse feministas sin saber nada de feminismo.
Las mismas señoras bien pasaron por la Universidad y durante esos cinco o siete años de Formación incursionaron en el maravilloso mundo del sexo, las drogas y otras diversiones extracurriculares y se llamaron a sí mismas rebeldes. La Academia hizo de estas mujeres educadas en el respeto a la madre, la Iglesia y la familia unas rebeldes de temporada y parte de esa “rebeldía” consistía en decir que eran feministas. - Una vez graduadas se olvidaron de la existencia de los libros, aprendieron a cocinar, formalizaron un noviazgo, se casaron, tuvieron hijos, compraron casa, carro y finca y se convirtieron en mujeres rezanderas e hipócritas, mujeres hechas a imagen y semejanza de sus respectivas madres porque Colombia es un país que vive en el eterno retorno desde su fundación.
- El feminismo de redes sociales es todavía más hediondo que el feminismo analógico (el de Marvel Moreno, Monserrat Ordoñez y Florence Thomas) porque las señoras que están entre el paréntesis por lo menos tenían una idea básica de lo que significa leer y escribir y leyeron más de cien libros a los largo de su vida; las niñas consentidas y temerosas que envían abrazos virtuales y lloran y se lamentan porque un viejo verde las mira en la calle con codicia, las mujeres endebles que posan de feministas en las redes sociales -y de paso se toman por influencers porque venden avena o promocionan cerveza barata y “tiendas” tipo D1 por unas pocas monedas o por un par de billetes de mil- hablan de privilegios, empatía, sororidad y demás engendros idiomáticos pero no soportan a las ñeras, a las pobres ni a las feas aunque para ganar favs y amigos digitales digan que luchan y reivindican los derechos de las mujeres sin voz que no tienen energía eléctrica y -por obvias razones- tampoco tienen teléfonos, computadores ni acceso a internet.
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