Cuando era niña no me gustaban las muñecas sino ver boxeo con mi papá. Nos moríamos de la risa viendo caer al vencido y cada golpe nos emocionaba hasta el éxtasis.
Mi papá creció y dejó de ver televisión pero yo seguí viendo peleas con mis hermanos menores y no era boxeo lo que veíamos y nos mataba de la risa sino lucha libre, gente disfrazada posando de ruda, haciendo trucos y chistes de todo tipo.
Teníamos nuestros héroes y repetíamos sus trucos entre nosotros: dos niños y una niña de quince o treinta años (eso es asunto de la menor importancia) peleando en broma y repitiendo las frases emblemáticos de los payasos intimidantes.
Mis hermanos crecieron y dejaron de ver televisión, se convirtieron en gente seria. Yo sigo amando el boxeo y la lucha libre, pero como también dejé de ver televisión tengo que conformarme con la lucha virtual a través de la palabra.
Cada pelea ganada me vuelve a matar de la risa y a medida que pasa el tiempo encuentro menos pesos pesados que se quieran subir al ring conmigo.
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