Creé una cuenta en Twitter en 2010 y todavía no renuncio a esa red como he renunciado a todas las demás porque como objeto de estudio sigue siendo fascinante. Twitter es una red muy pequeña que se va reduciendo cada día más y va quedando la gente más mezquina, con menos carácter, con más baja autoestima y más abandonada.
¿Cómo veo el comportamiento de los usuarios colombianos en esta red y cuál es el perfil psicológico de los más activos?:
Twitter es más adictivo que el basuco y la prueba es que muchos usuarios se han despedido hasta diez veces para siempre regresar más enfermos y más adictos, la última vez siempre regresan peor que la anterior. El síndrome de abstinencia es poderoso y dudo que algún psiquiatra o psicólogo sepa cómo sacar a una persona adicta a la tonta red que lo ata y no lo suelta. Si el opio es la cadena de ocho vueltas Twitter le debe haber dado más de doce vueltas a los que se han despedido más de doce veces y regresan como si nada, sin asomo de rubor.
En Twitter la gente no es necesariamente fea pero se siente muy fea y ese problema los lleva a obsesionarse con otras personas para tratarlas de feas, esa es la misma razón por la cual la mayoría de los usuarios se niegan a mostrar su rostro y se escudan detrás del rostro de una persona bella, sensual o enigmática. Todos sabemos que decirse feo es asunto de niños de preescolar. ¿Quién no ha oído a un niño de tres años diciéndole a un adulto en tono de reproche?: ¡Yo a usted ya no la quiero, usted es fea! Ha pasado de moda atacar en masa a una persona por fea pero el tiempo me ha permitido constatar que la gente fea de Twitter se siente inconforme con su propia cara (aunque no sea precisamente la cara de un monstruo) y goza asumiendo la actitud de un niño de tres años peleando con la tía que no lo quiere llevar al parque.
En Twitter no se impone la justicia ni la decencia sino el linchamiento y el odio y dar el nombre propio y poner la cara tiene sus riesgos. Hemos visto gente que ha sido obligada a renunciar a un cargo público, otros se han tenido que ir del país, otros han tenido que ir al psicólogo o al psiquiatra después de un ataque de tuiteros en manada. La falta de amor propio y el abandono se suman a la frustración, la frustración lleva a la ira y la ira de muchos se convierte en una gigantesca bola de mierda que le puede derribar la casa, la vida y la honra a una persona en un fin de semana.
En Twitter se vive la ilusión de amistad y esas amistades de mentiras se alimentan de conversaciones insulsas entre la gente que se siente fea; lo más seguro es que no tienen muchos amigos en la vida real y de tenerlos los dejan sentados en la mesa hablando solos como bobos mientras ellos miran el teléfono porque para ellos es más vital responderle una interacción a la amiga virtual que mirar a los ojos a una persona real. Los enfermos no diagnosticados y no tratados, por supuesto, pasan todo el día chateando en Twitter sobre temas intrascendentes, se favean y se retuitean sus bobadas y se jactan de su red de amigos, una red de amigos sin amigos.
En Twitter las Causas nunca han pasado de moda y a pesar de que se ha comprobado durante casi diez años que muy pocos tuiteros se han enriquecido, han encontrado marido rico y se han convertido en famosos de verdad, figuras influyentes y respetables gracias a sus tuits, siguen remando con entusiasmo con la idea de que algún día verán los frutos que no llegan. Años y años de trabajo perdido exponiendo sus vidas privadas, sus vergüenzas privadas, sin ningún tipo de pudor, sin amor propio, y siempre con la ilusión de que la exposición se vuelva rentable y esperando se quedan. Exponen el cuerpo, exponen a la madre, a toda la familia, a la mascota, luchan por las mujeres, por las reservas, por los derechos de los sin derechos. No creen mucho en la Causa, es una puesta en escena y no se cansan de insistir, de seguir arando en el desierto.
En Twitter abunda la frase sabia y la reflexión profunda, mucha cháchara y poca Sabiduría; las frases hermosas se escriben para proyectar, para representar, nada de eso tiene que ver con el ser, ni siquiera con el tener.
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