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El sentido de mi vida

14 Ene

Mi vida ha sido especialmente monótona y lo peor de todo es que me gusta.

Cuando tenía nueve soñaba con escribir poemas y los escribía, claro.

Se los mostraba a la profesora entusiasmada esperando que llorara de alegría al leerlos y la maldita vieja esa me decía indignada:

¡Eso no lo escribió usted!

Me acostumbré a ser La incomprendida. A ser tratada de loca y después de vieja hijueputa.

Cuando cumplí treinta escribí todo lo que pude en Word.

Cuando cumplí cuarenta vomité todo lo que pude en internet.

Ahora -cerca de los cincuenta- lucho como las estrellas muertas, trato de escribir como escribía cuando tenía doce y no, me abandonó la inspiración, perdí la fuerza, se me acabó el entusiasmo. Sospecho que voy a empezar a vivir de los recuerdos como los abuelos con Converse.

Me imagino que la vida consiste en hacer algo muy bueno en algún momento sin ser conscientes de que lo fue y luego luchar el resto de la vida para tratar de rescatar eso que no percibimos mientras estaba pasando porque estábamos muy ocupados escribiendo y tratando de entender cómo funciona la vida.

Me imagino que cuando tenga setenta recordaré con dolor que cerca de los cincuenta se me ocurrían poemas burlescos mientras lavaba la loza y subía corriendo a escribirlos con una mezcla de aburrimiento, risa y pesar porque la vida va pasando y se va haciendo más pesada.

Escritura académica 2017

14 Ene

Después de haber escrito sin parar durante más de veinte años llegué a la siguiente conclusión: el terreno en el que mejor me desempeño es en el de la escritura académica, ensayos sobre teoría y crítica literaria.

En 1996 empecé a escribir ensayos académicos, veinte ensayos a través de los cuales traté de dar respuesta a los grandes interrogantes que me obsesionaban en ese tiempo en relación con la literatura, la teoría y la crítica literaria, el amor, la melancolía, la risa, la lectura, la escritura y la interpretación de textos. Esos ensayos terminaron de publicarse en 2004 y el gran problema tiene que ver ahora con el hecho de que me quedé sin preguntas siendo aún muy joven y entonces no tengo tema de investigación. Hay otros temas que me interesan, claro, pero lo mío tiene que ser una obsesión, una pregunta que me desvele y me afecte la vida. Esos temas dejaron de existir hace mucho tiempo, leo por placer pero no estoy buscando respuestas, las encontré todas antes de haber cumplido treinta años; a esas respuestas me acojo y todavía no me han defraudado.Vivo una buena vida pero me encanta escribir, ese es mi dilema. Mi escritura tiene que ser honesta, no está a la venta ni es para fortalecer el ego, es por el simple placer de ver cómo se van organizando las frases en la pantalla, sincronización total entre dedos y ojos, es decir, placer neuronal. Me gusta darle placer a mi cerebro y lo que más lo satisface es la escritura. No lo creo, lo sé.

Fui bloguera durante diez años y creo que fue ahí, aquí, donde perdí rigurosidad y profundidad; me acostumbré a escribir en tiempo real y ahora Word parece retrógrado, una máquina de escribir manual en tiempos de DOS; mi cerebro se ha modificado, lo que lo emociona hasta el límite es ver como empiezo un texto, lo termino y lo publico ese mismo día, es decir, hoy, mañana es demasiado tarde, ese es el límite del placer cerebral. Si empiezo un texto en Word y lo reviso mañana a mi cerebro le parecerá un texto muerto, he  intentado escribir con calma, puliendo el estilo, tratando de llevarlo al límite, he intentado volver a ser la gran erudita más de diez veces en los últimos cinco años y siempre termino desechando el texto porque me parece un texto sin vida. La escritura en tiempo real termina convertida en arma de doble filo: produce adrenalina pero nos hace sentir culpables y sin compromiso como intelectuales, dolorosamente superficiales.

Sospecho que mi tragedia es una tragedia compartida por personas que escribieron y publicaron antes y después de internet, antes de las redes sociales, YouTube y WhatsApp. Vivimos el día a día y los días se esfuman de forma asombrosa, pasamos el día entero chateando y muertos de la risa leyendo las estupideces que la gente escribe en Twitter, siendo testigo de las olas de indignación de un día.

¿Cuál es el destino de la escritura académica? ¿Muertos casi todos los intelectules del siglo XX debemos acostumbrarnos a la falta de profundidad, a que los grandes temas sean abordados de la forma en que se abordan en las redes sociales?

Este año decidí no volver a comprar libros y eso también es preocupante. Tomé la decisión porque comprar libros se me ha convertido en un vicio y una enfermedad. Compro cien y leo veinte y luego los regalo o los tiro a la basura.