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El placer de ver envejecer a los padres

30 Nov

Ver crecer a un niño es encantador, pero ver envejecer a un viejo que también fue joven y niño también lo es. Como fui una niña adelantada pude ver a mis padres con distancia y de forma objetiva y desapasionada desde que nací. Yo era una bebé pero no los veía como un señor y una señora sino como un par de jóvenes llenos de energía. Cuando yo nací mi mamá tenía veintidós años y mi papá tenía veintinueve y durante los cuarenta y cinco años que llevo de conocerlos han cambiado mucho pero siguen siendo los mismos.

La mayor parte de mi vida no la he vivido con ellos sino sola, pero ellos siempre han estado juntos y nunca los he perdido de vista. Ayer pasé casi todo el día en visita y me sorprendí con la belleza de mi mamá. Cuando yo era una niña no podía creer que fuera tan bonita. Nadie en la casa es tan bonito como ella y ella lo sabe y no disimula que lo sabe. La piel siempre ha sido blanca y  resplandeciente. No necesita retoques para tener la piel admirable. Los ojos son como los de un gato y puede hacer movimientos extraños con esos ojos hermosos. Es bonita y arrogante pero con nosotros puede llegar a ser sencilla. Cuando yo era niña me perdía en esos ojos y esa piel y ayer, mientras la miraba con atención, me costaba creer que es la misma piel y los mismos ojos aunque hayan pasado cuarenta y cuatro años. No era una ilusión óptica, no estaba enamorada de mi mamá, no era mi ídolo de infancia porque me consentía y jugaba conmigo sino porque de verdad era muy bonita, mucho más bonita que ahora y como nací enamorada de la belleza me volvía loca de amor porque mi mamá era bonita y jugaba conmigo.

En mi pobre papá operó la gran transformación. Siempre nos ha amado con locura, nos ha demostrado con hechos que por sobre todo en la vida la razón de su existencia y de su amor al trabajo son su esposa y sus hijos. La quiere mucho más a ella que a nosotros y nosotros lo aceptamos con resignación, parece que siempre ha sido un hombre enamorado. Es celoso como un loco, aunque los celos de ahora son un poco más controlados que los de hace cuarenta años. Varias veces nos ha dicho llorando de amor que quiere mucho a la señora de la piel blanca y los ojos hermosos que tanto me cautivaron a mí en la infancia. Es una linda historia de amor pero lo más lindo es que mi papá era una fiera indomable y ahora es un adorable abuelito que cambia de estado de ánimo como los niños. Es una mezcla explosiva de sensaciones, puede expresar total emoción ante un simple saludo y puede llorar de tristeza si le decimos, por ejemplo, que el 31 de diciembre no vamos a estar juntos porque como somos gente tan seria nos vamos a terminar aburriendo en ese día aburrido como nos hemos aburrido durante los últimos cuarenta años. El acepta con actitud madura pero no puede evitar manifestar tristeza de una forma que conmovería a la persona más insensible. ¿Por qué siente tanto? ¿Por qué nos quiere tanto? ¿Por qué no puede controlar sus sentimientos si antes lo hacía tan bien? Es un verdadero misterio ver a un hombre-fiera convertido en un niño sensible y mimado.

Los dos son de una vitalidad que siempre me ha sorprendido. En general me siento muy bien, creo que soy una persona que goza de excelente salud y tiene muy buena condición física. Creo que tengo energía acumulada y manifiesto deseos de vivir. Pero cuando los vuelvo a ver me vuelvo a desconcertar, vuelvo a sentir que nunca estaré a la altura de ellos. Pienso en mi propia vejez y me pregunto si llegaré a la edad que ellos van llegando de una forma tan digna y admirable. Porque son gente admirable y creo que ellos también me admiran un poco.

Como no somos gente ridícula no nos decimos nunca cómo nos amamos ni cómo nos admiramos pero es seguro que ellos se deben sentir un poco orgullosos de sus hijos. No nos dieron discursos, en mi casa educan con actos, no con discursos, y eso es lo que se merece el ser humano perfecto.

Escribir desde la normalidad

30 Nov

Uno de mis grandes placeres consiste en  indagar en la vida de las grandes mentes de todos los tiempos. Casi toda la gente admirable es de extremos: muy pobre, muy triste, muy enferma, muy suicida, muy adicta, muy infeliz, muy fea, muy tímida, muy frustrada, muy encerrada, muy abandonada, muy aislada, muy anormal, muy rechazada…  Las personas normales y corrientes no suelen ser talentosas, suelen ser personas comunes, gente que pasa por la vida como cualquier perro o gato de barrio.

Algunas personas me  han dicho que soy inteligente, que tengo talento y escribo muy bien. Me lo han dicho desde 1979. A veces yo también lo creo.  Puedo tomar distancia de mí misma y leer de forma objetiva lo que escribo. Una ventaja es que algunos de los textos que más me gustan los escribí hace más de veinte años. Los leo y pienso con asombro: «¿Yo escribí eso? Es muy bueno. ¿Por qué era tan culta, madura y profunda si era tan solo una niña? ¿por qué escribía como una doctora si era apenas una pobre muchacha?, ¿vengo de otra galaxia?, ¿nací aprendida?.. Son muchas preguntas y pocas respuestas.

Tengamos en cuenta que mi formación académica es en crítica literaria contemporánea y el único escritor colombiano que merece mi respeto y reverencia es Fernando Vallejo. Nadie más. No hay nadie que se merezca el honroso segundo lugar. No hay nadie en Colombia que se acerque a la originalidad, el estilo y la honestidad intelectual de Fernando Vallejo. Es un gran escritor  y los demás dan pena ajena.  Tengamos en cuenta que soy muy exigente. Implacable con los mediocres y los falsos. Esa exigencia mía me dice que podría llegar a escribir algún día textos de ficción y que probablemente esos textos podrían llegar a tener valor, valor ante mis ojos implacables. Creo que podría escribir composiciones poéticas dignas de mi cerebro y de mi formación académica. Decir con la arrogancia del autor que escribía libros dignos de ser leídos: «Si quiero leer un libro bien escrito lo escribo y luego lo leo». Es una propuesta «interesante». También pienso que podría escribir composiciones de corte nietzschiano como las que escribía el maestro cuando estaba a punto de caer en la locura profunda y definitiva, textos titulados «Yo, la mejor de todas», «Yo, la más inteligente de todas»… Yo, yo y yo pero no porque crea que yo soy la mejor o la más inteligente sino por el simple placer de leer. Escribir para leer y leer para sonreír y para ver sonreír a otros. Quiero escribir  pastiches  y parodias, ejercicios de estilo a partir de las obras de los escritores más locos y degenerados de la historia de la literatura. ¿Lo lograré? ¿eso está por verse? Como idea es una Gran Idea.

Leo viejos textos -textos escritos por quien esto escribe, la persona más común y simple que se puedan llegar a imaginar, una pobre señora sumida en la normalidad, un ser casi insignificante- leo algunos textos viejos que escribí con total convencimiento y me asombra la profundidad y la originalidad de algunas ideas, la forma en que organizaba las frases y la contundencia y versatilidad de las palabras. Si es verdad que tengo talento es extraordinario saber que soy una persona ordinaria, la más común de las personas. Me gusta ser la persona común, la señora  normal. ¿Por qué me gusta? Yo misma no lo sé.