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Adolfo Zableh y Catalina Ruiz-Navarro: dos periodistas colombianos exitosos

16 Ago

La idea de éxito es subjetiva, eso nadie lo pone en duda, pero algunas formas de éxito parecen tan contundentes que pueden dejar con la boca abierta de puro asombro a algunas personas de las que esperaríamos un análisis más concienzudo de la situación, un análisis objetivo y desapasionado de su idea de éxito y de las personas exitosas. Hay personas inteligentes que admiran a Adolfo y a Catalina, a él lo ven inteligente, directo, cínico, autocrítico, burlándose de sí mismo como los payasos más patéticos de todos los tiempos…  A ella la ven comprometida con la causa femenina, enarbolando la bandera de las mujeres sin voz a través de todas las formas de lucha, a través de todos los medios y rompiendo las fronteras. De México a Barranquilla y de Barranquilla a Bogotá como una buena gran intelectual preparada para el mundo globalizado.

Todavía hay personas que consideran como un triunfo ser columnista de El Tiempo o El Espectador. Adolfo es columnista de El Tiempo y Catalina lo es de El Espectador. Ese es un muy buen gran comienzo diría la persona poco analítica y seguramente muchos piensan de esa manera, pero olvidan que Adolfo y Catalina no publican sólo en esos medios prestigiosos sino en seis o siete medios más, ellos van del espacio más frívolo y vil a la página más comprometida con la realidad nacional. Los dos están ávidos de recoger dinerillo de diferentes fuentes para tener el estatus económico y social con el que soñaron cuando eran dos jóvenes ansiosos por ser reconocidos por los demás como gente inteligente, analítica, comprometida y exitosa, especialmente exitosa. Fueron jóvenes ambiciosos, eso nadie lo pone en duda. Lo que debemos preguntarnos es si su realidad está a la altura de sus sueños. Yo creo que no, creo que ellos aspiraban a llegar mucho más lejos y a ganar mucho más sin trabajar tanto. Debemos reconocer que los dos periodistas son trabajadores incansables, trabajan como negros, no tienen derecho a cansarse, eso lo sabemos todos también.

Los dos reconocen sin asomo de rubor que hay momentos en los que se ven ahogados y necesitados porque en general a los columnistas les pagan mal o no les pagan o les pagan con bonos o con anchetas o con pases de cortesía.

Adolfo y Catalina me hacen pensar en la estrofa de una vieja canción que me gustaba mucho cuando era niña. Mientras escribía los dos primeros párrafos de esta bella composición la recordé y recordé mi infancia; creí que tal vez ellos podrían fundar una linda familia, los dos tienen claro que su carrera hacia el éxito es evidente, aunque supongo también que para ellos sería más divertido estar en el papel de Daniel Coronell, León Valencia o Félix de Bedout.

Con ustedes, el versito de una vieja canción que me hizo pensar En Adolfo y Catalina, con el supuesto de que fueran una linda pareja:

El, pensando sólo en dinero
ella, en la moda en París
aparentando lo que no son
viviendo en un mundo de pura ilusión
diciendo a su hijo de cinco años:
No juegues con niños de color extraño (costeños colombianos negros, por ejemplo)
ahogados en deudas para mantener
su status social en boda o coctel
(qué fallo)

Adolfo es perfecto burlándose de sí mismo y Catalina es maravillosa en su papel de mujer empoderada. Eso excita a la masa. Los dos representan bien su papel.

Una autoentrevista sobre las autoentrevistas

16 Ago

A. Lleva varios meses sin autoentrevistarse. ¿Por qué?

B. No ha habido un buen motivo.

A. ¿Entonces por qué iniciamos esta nueva autoentrevista?

B. Porque está semana un buen amigo me dijo que le gustaban mucho mis autoentrevistas y quise ejercitarme un poco.

A. ¿Vamos a hablar del género?

B. Sí.

A. ¿Nos dirá por qué se autoentrevista?

B. Sí.

A. ¿Por qué se autoentrevista?

B. Porque me gusta.

A. ¿Por qué le gusta?

B. Porque es divertido.

A. ¿Por qué es divertido?

B. Porque puedo jugar con el lector.

A. ¿Le gusta burlarse de la gente?

B. Sí.

A. ¿Por qué lo hace?

B. Porque es divertido

A. ¿Por qué es divertido?

B. Porque los pongo a leer estas bobadas.

A. ¿Cree que mucha gente leerá esta nueva autoentrevista?

B. Sí.

A. ¿Llegarán hasta el final sin importar si es una colección de bobadas?

B. Sí.

A. ¿Tan segura está de su propia valía?

B. Sí.

A. ¿Por qué lo cree?

B. Porque me conozco de toda la vida.

A. ¿Tiene una idea muy favorable de usted misma?

B. Sí, claro

A. ¿Por qué?

B. Porque me conozco de toda la vida y he sido fiel a mis principios.

A. Eso ya lo dijo, lo acaba de decir. ¿Se siente bien? ¿Ha consumido alguna droga?

B. No, no consumo drogas

A. Ah, bueno.

B. Bueno, entonces continuemos.

A. ¿Por qué está tan segura de que leerán hasta el final?

B. Porque esperan que les diga por qué hago esto.

A. ¿Autoentrevistarse?

B. Sí.

A. ¿Nos va a decir por qué hace esto?

B. ¿Qué cosa?

A. Autoentrevistarse

B. Sí, claro.

A. Creo que usted no está concentrada.

B. Perdón. Podemos continuar.

A. ¿Por qué lo hace?

B. Porque es una buena idea. Se me ocurrió cuando leí una autoentrevista que se hizo Ricardo Cano Gaviria hace mucho tiempo, decía lo que dicen muchos artistas: nadie le pregunta lo que él quiere responder, por eso lo mejor es autoentrevistarse; si él lo hace también puedo hacerlo yo, pensaba mientras leía esa vieja autoentrevista.

La idea de autoentrevistarme y de no concederle nunca el privilegio a un periodista se concretó cuando supe que Raymond Chandler odiaba a los periodistas y sus entrevistas y se decía a sí mismo que en esas entrevistas no estaba él sino un engreído que se hacía pasar por él.

No creo que en una entrevista me vea a mí misma como una engreída sino que me daría risa responder preguntas en tono formal. Cuando un periodista intenta entrevistarme siempre le pregunto qué me va a preguntar y siempre son preguntas estúpidas, preguntas sobre mi vida privada que no estoy dispuesta a responder o interrogatorios formales y profundos sobre temas que no me interesan, para dar la respuesta tendría que violar mis propias reglas y asumir una pose y un tono que no tienen nada que ver conmigo.

A. ¿Entonces usted se cree artista?

B. Sí.

A. ¿Y por qué?

B. Porque varias personas me lo han dicho.

A. ¿Y usted les ha creído?

B. Sí.

A. ¿A pesar de saber que la mayor parte de la gente es zalamera con usted y exageran esa supuesta admiración?

B. Sí.

A. ¿Así de ingenua es?

B. Sí.

A. ¿Así de inocente es?

B. Sí.

A. ¿No le da pena admitirlo en público?

B. No.