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Carta abierta a un lector enamorado

9 Jul

Desde hace una semana un lector frecuente de este blog dejó varios comentarios, decía que envidiaba a Andrés, que le encantaría conocer a alguien como yo porque sería un privilegio. Para demostrarle que soy una señora de carne y hueso que desayuna, almuerza, come, duerme y trabaja como cualquier otro ser humano le pedí que me siguiera en Twitter y habláramos. Hablamos y se deshizo en halagos. Quería conocer mi voz y que yo conociera la suya, entonces pasamos a WhatsApp y oí su voz.

Hablamos durante cuatro o cinco horas y mi deseo era que entendiera que soy una persona común y el hecho de que escriba tan bien no me convierte en un ser sobrenatural. Para que viera que soy humana le dije que podríamos vernos algún día y tal vez podríamos llegar a ser amigos. Más allá de eso no porque vivimos en ciudades diferentes y tenemos muy pocos rasgos comunes. Para comenzar nos separan 18 años de edad y no quiero volver a relacionarme con hombres menores porque no quiero que me tomen por feminazi. Le conté varios detalles de mi vida privada para que me viera como la persona común que soy, ese detalle lo hizo sentir en una relación íntima y se ilusionó un poco más.

Hoy le dije que no deberíamos volver a hablar pero insistió. Tuve que bloquearlo y entonces decidió dejar comentarios en el blog diciendo que es un bobo. Sus últimos mensajes en Whatsapp fueron reproches, que mi nivel es muy alto para un hombre como él, que tengo razón al rechazarlo.

Es una situación muy incómoda, no lo voy negar.

No soporto la idea de que alguien se entusiasme o sufra por la señora que escribe aquí. Ni amor ni odio, esos sentimientos no deben tener nada que ver con la escritura. La gente no debería experimentar sentimientos gracias a la escritura sino por el trato directo con las personas, aunque escriban bien o no porque ese detalle no es tan importante en las relaciones humanas. La escritura es un oficio más y la gente que escribe también es humana, como todos los demás, no deben tener privilegios.

La escritura tiene muy poco que ver con la persona que escribe. Hay libros enteros sobre eso, la persona que escribe no debe ser confundida con la escritura y el escritor no debe usar su estatus de «artista» para tener un séquito de admiradores y para disponer del cuerpo de sus lectores sólo porque escribe muy bien. Eso no es justo y los escritores que confunden la escritura con el sexo son unos abusadores. Los lectores que convierten al escritor en objeto del deseo también están un poco confundidos porque el sexo no tiene nada que ver con la escritura. Lo mejor que se puede hacer con un texto escrito es leerlo y ya.

Conocerme es la pérdida de la ilusión

9 Jul

Como la mayor parte de la gente no es culta, inteligente ni sensible pero pueden ver mi erudición, mi inteligencia y mi sensibilidad son un completo fastidio cuando me dicen que soy muy culta, muy sensible y muy inteligente. Fastidia que me lo digan por escrito o cara a cara.

Puedo decir con el pobre Flaubert:

Los mejores afectos con frecuencia me irritan desmesuradamente. Otro se sentiría orgulloso del amor que me prodigas; su vanidad bebería en él con gusto y su egoísmo se sentiría halagado hasta en los repliegues más íntimos. Pero en cambio tu amor hace que mi corazón desfallezca de tristeza.

De tristeza y de fastidio.

Sólo he conocido a un hombre que en medio de todos los halagos, en medio de tanta admiración, me ha divertido hablando de temas serios, de política, economía, literatura… Con él hablamos con emoción no disimulada, de cerebro a cerebro, y con mucha sensibilidad. Con los demás son conversaciones bobas. O son muy arrogantes o son muy posudos o son muy convencidos o se arrodillan ante mí y no soporto nada de eso.

Con la mayor parte de la gente que hablo hago el papel de la boba, no hablo mucho, no saco lo mejor de mí. ¿Por qué es tan difícil encontrar interlocutores dignos de mis ojos y de mis oídos?

Nadie imagina mi dolor.

Historia de taxi

9 Jul

Mis hermanos creen que lo mínimo que una persona como yo debe tener es un carro. Estuvieron a punto de convencerme de comprarlo la semana pasada y en el último momento dije que no. No lo necesito, para una persona como yo un carro es más un problema que una solución, ni siquiera tengo paciencia para consentir un perro, un gato, una mata, ¿por qué tendría yo que perder tiempo consintiendo un carro? Un carro es como un niño, dice mi mamá. Y yo le creo.

Me dijeron que una alternativa es contratar un taxista de confianza disponible para cuando lo necesite si le aviso con anticipación. Hay que pensar en la vejez, dicen ellos. Mi hermana conoce a una señora mayor que contrata un taxista por días y él es muy paciente, la acompaña, la espera, es todo un caballero, una verdadera alma de dios.

Hoy tomé un taxi y terminé hablando con el conductor, le pregunté qué tan fácil es encontrar un taxista como el descrito en el párrafo anterior y el taxista se convirtió en un galán, me contó que hace un tiempo una turista española a la que recogió en el aeropuerto y luego llevó al hotel le pagó por acompañarla durante tres días porque ella se aburría mucho y no sabía qué hacer con tanto tiempo libre. Conocieron la ciudad, hicieron el amor -dijo él- y se divirtieron sanamente. No pudieron ir a Melgar por problemas de tiempo pero a él le hubiera encantado. La señora se llevó su número telefónico y dijo que si algún día volviera a Bogotá lo llamaría para que repitieran la historia. La señora nunca llamó.

El taxista narró su historia con nostalgia y hasta con amor. El tenía 35 y la señora 50 0 55. Hablaba de ella con mucho respeto.

Yo le conté una historia también:

Una señora le pidió a un taxista que le subiera una caja hasta el apartamento, después de descargar la caja ella le dijo a quemarropa que le daba $200.000 si tenía sexo con ella ya, en su apartamento. El taxista lo pensó un poco, menos de cinco minutos, dijo que sí, disfrutó con la señora y luego era feliz contándole la historia a sus amigos y pasajeros. La historia me la contó un amigo mío que fue pasajero suyo.

Yo le conté la historia al taxista y empecé a reír como niña; él también sonreía y me contó que le encantaban las pasajeras, los hombres no, dijo que ahora no podía ser tan caballero como antes porque las señoras son muy desconfiadas y con razón porque la ciudad es cada día más insegura. Yo le dije que sí, que le tenía miedo a los taxistas, que nunca me había pasado nada malo pero que había oído historias asombrosas.

Después de las risas el taxista se puso serio y me dijo que le encantaría ser mi chofer, empezó a mirarme de forma extraña pero no me inspiraba miedo sino confianza. Le dije que por ahora no lo necesitaba porque todavía tengo mucha vitalidad, que sólo quería saber si era posible encontrar ese tipo de servicio. Me dijo que le encantaría llevarme a donde yo quisiera y hacer lo que quisiera con él, me dijo que anotara su número telefónico y le diera el mío. Parecía un señor enamorado a primera vista. Me dijo que podía arreglarme cualquier daño en la casa, hacer lo que yo quisiera. Yo no paraba de reír, no lo podía creer. Le dije que anotaría su número telefónico por si algún día lo necesitaba, me dijo que le marcara y le dejara mi número de manera muy respetuosa, en ningún momento dejó de ser un gran señor. Le dije que no, llegamos a nuestro destino, me dio la mano como si fuera una princesa, me dijo que le dijera mi nombre, me dijo que esperaría la llamada. Me bajé del taxi, borré el número y no sabía si reír o llorar.

El señor taxista enamorado a través de mí recordó a su pasajera española y pensó que podría repetir la historia conmigo, pero ahora la pasajera sería menor que él, pero señora, en todo caso. Creo que esa es la explicación.

Cuando llegué a la casa llamé a mi hermana, le conté la historia, reímos como locas, nos asombramos y nos preguntamos si muchas mujeres son amantes de su taxista de confianza; decidimos que es una locura pensar que podré encontrar un taxista como el de la abuela y llegamos a dudar de la castidad de la señora.

Lo más conmovedor de todo es que el taxista parecía un hombre noble, sensible y bueno.