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Carta abierta a mis enemigos

18 May

A medida que pasa el tiempo más persona me dicen que tengo muchos enemigos, enemigos poderosos y peligrosos. No hay enemigos no peligrosos me acaban de decir. Me piden que me cuide, que camine con cautela, que vea por dónde voy y con quién hablo y yo no entiendo nada de lo que me dicen. Ustedes -quienes se hacen llamar mis enemigos- me confunden, me hacen sentir importante, como si fuera un político de izquierda o una periodista que investiga y divulga casos de corrupción.

Me paro ante el espejo, veo mi cara desabrida, mi porte de gente sin gracia y me cuesta trabajo creer que alguien como yo, una persona sin atributos, una mujer tan insignificante, una señora tan simple que no merece ni la mirada de un perro de la calle, tenga enemigos poderosos que no descansarán hasta darme el castigo que merezco.

Querido enemigo: no entiendo por qué estás tan ofendido. Si yo pudiera saber el motivo de tu ira y tu dolor haría lo que fuera por hacerla más soportable, porque sé que el sufrimiento no sirve para nada y no enaltece a nadie.

¿Qué es lo que tanto te molesta?

¿Es mi forma de escribir?

No hago nada más que escribir y ni siquiera soy escritora, no he publicado nada, no existo en las librerías ni en las bibliotecas. Sólo escribo aquí. No me hagas sentir importante, no me hagas creer que un mísero blog lleno de publicidad que le reporta ganancias al dueño del dominio -uno entre cientos de millones- es importante para ti y que por leer las tonterías que se me van ocurriendo mientras transcurren las horas muertas de mi mísero ocio tú decidiste ponerte la etiqueta de mi enemigo y a medida que pasa el tiempo tu ira se incrementa más y deseas una muerte lenta y dolorosa para mí.

No es elegante pensar en una  señora pobre, vieja, fea, sola, indefensa, residente de barrio popular, usuaria del Transmilenio y el SITP como tu objetivo militar.

Te invito a reflexionar.

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Con tanta censura me hacen sentir como Baudelaire en el prefacio a Las flores del mal

18 May

Este libro no ha sido escrito para mis mujeres, mis hijas o mis hermanas, las hijas o las hermanas de mi vecino. Dejo esta tarea a los que se muestran interesados en confundir las buenas acciones con el lenguaje bello.

Sé que el amante apasionado del bello estilo se expone al odio de las multitudes; mas ningún respeto humano, ningún falso pudor, ninguna coalición, ningún sufragio universal, podrán obligarme a hablar la jerga incomprensible de este siglo, ni a confundir la tinta con la virtud.

Ilustres poetas, hace tiempo que se repartieron las provincias más florecientes del terreno poético. Me ha complacido, y tanto más cuanto la tarea presentaba crecientes dificultades, extraer la belleza del mal. Este libro, esencialmente inútil y absolutamente inocente, no tiene otro fin que divertirme y estimular mi gusto apasionado por la dificultad.

Algunos han apuntado que estas poesías podrían dañar; no he sentido alegría por ello. Otros, almas buenas, que podían hacer bien; no me he afligido. El temor de unos y la esperanza de otros me resultan extraños y no han servido más que para probarme, una vez más, que este siglo había olvidado todas las nociones clásicas concernientes a la literatura.

Pese a los auxilios que determinados pedantes célebres han aportado a la natural estupidez del hombre, nunca hubiera sospechado que nuestra patria pudiera caminar a tal velocidad por la vía del progreso. Este mundo ha adquirido tal espesor de vulgaridad, que imprime al desprecio por el hombre espiritual la violencia de una pasión. Pero existen felices caparazones en los cuales el veneno no podrá jamás abrirse paso.

En un principio, acaricié la idea de contestar a las numerosas críticas, y explicar al mismo tiempo algunas cuestiones muy simples, totalmente oscurecidas por las modernas luces: ¿Qué es la poesía? ¿Cuál es su objeto? De la distinción del Bien y lo Bello; de la belleza en el Mal; que el ritmo y la rima obedecen en el hombre a imperecedoras necesidades de monotonía, de simetría, de sorpresa; de la adaptación del estilo al asunto; de la vanidad y el peligro de la inspiración, etc., etc.; sin embargo, cometí la imprudencia de leer esta mañana algunos papeles públicos; repentinamente, una lasitud como el peso de veinte atmósferas se abatió sobre mí, y me he visto paralizado ante la espantosa inutilidad de explicar cualquier cosa a quien fuese. Quienes saben, me pueden adivinar, y para los que no quieren o no pueden comprenderme, amontonaría en vano las explicaciones.

C. B.

Tomado de:

Las flores del mal, Charles Baudelaire. Bogotá: Oveja Negra. 1982.