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Canto al maestro de obra

2 Dic

Nunca he sido la inquilina, siempre he sido la dueña de la casa o la hija del dueño y desde niña me he fascinado con los maestros de obra, con sus materiales, su forma de manipularlos, su forma de ser con las niñas, las jóvenes y ahora con la señora.

Está trabajando en esta casa el tercer maestro y es más silencioso que cualquiera que haya conocido jamás. No fuma, no canta, no usa malas palabras, su mirada es tímida y se concentra en su obra como lo que es: un maestro.

Al maestro de obra le llaman maestro porque casi siempre es un hombre reflexivo que tiene todo el tiempo para pensar, su trabajo repetitivo y pulido lo obliga a meditar.

Yo sólo contrato monjes, tienen que ser hombres respetuosos y sé si les voy a dar el trabajo después de oír su voz, contemplar su  mirada, sentir su mano.

La mano dura del maestro de obra me da más seguridad que la mano que cualquier otro ser humano. Trabajar con las manos siempre será un trabajo digno, pero sólo cuando es un trabajo bien hecho y no quiere el maestro burlarse de quien aprecia la obra.