Se instalaron en un pequeño apartamento, un nido de ratas. Pero el lugar nunca tiene importancia en el comienzo de las historias de amor. Los primeros tiempos, se miraban a los ojos y eso les bastaba. El decorado empieza a interesar después; con la llegada del primer asomo de hastío uno recuerda que el mundo existe. La guarida que tenían era el lugar ideal para vivir de amor y agua fresca, pero como estaba yo, el mito romántico se complicaba. Pasaban el día abrazándose, jugando, y les importaba un bledo si yo dormía o no. Eso debía hacerme sentir mal, muy mal, y empecé a ponerme insoportable. Quería dormir con ellos, no en el suelo al lado de su cama.
David Foenkinos, en Lennon.
Anda una mascota celosa…